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martes, 7 de mayo de 2013

►A eso de caer y volver a levantarte...

♥¡Tú puedes cuidar a tu hijo! ¡Confía en tu capacidad de amar!♥



A eso de caer y volver a levantarte
De fracasar y volver a comenzar
De seguir un camino y tener que torcerlo
De encontrar el dolor y tener que afrontarlo
A eso, no le llames adversidad, llámale entrenamiento que te llevará a la sabiduría.


A eso de fijarte una meta y tener que seguir otra
De huir de una prueba y tener que encararla
De planear un vuelo y tener que recortarlo
De aspirar y no poder, de querer y no saber, de avanzar y no llegar
A eso, no le llames castigo, llámale enseñanza.



A eso de pasar días juntos
Días felices y días tristes
Días de soledad y días de compañía
A eso, no le llames rutina,
llámale acumular experiencia.


A eso de que tus ojos miren
Y tus oídos oigan
Y tu cerebro funcione
Y tus manos trabajen
Y tu alma irradie
Y tu sensibilidad sienta
Y tu corazón ame
A eso, no le llames poder humano,
llámale milagro divino
y agradece haberlos recibido.


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miércoles, 28 de marzo de 2012

►Ángel López: el hacedor de milagros

La historia de Ángel, un ser humano increíble con ninguna dificultad para amar, sonreir, pasar obstáculos y superarse día a día... cuanto por aprender de Ángel ¿verdad?
Recuerdo los médicos decir durante las internaciones de mi hijita Maria Paz: -"Dejala ir, mamá..." -"Ella sufre mucho y solo serán gastos y sufrimientos toda la vida..." "Ella se pondrá cada vez peor".
El mundo se empeña en hacernos creer que lo fácil y cómodo convienen y que lo que conlleva sufrimiento no merece ser enfrentado, total... ¿para qué? Cuan grande es la soberbia del hombre, a Dios lo que es de Dios! 
Promovamos una cultura de Amor y Vida donde habiendo aprendido a levantarnos ayudemos a otros a estar en pie frente a la vida sin temores, sin tristezas,sin remordimientos ni vacilaciones ante supuestos argumentos  de conveniencias antiéticas y antimorales que responden a las políticas de la cultura de la muerte.
Que nuestro motor permanente sean la fe y el amor porque nada sabemos y en Dios están todas las respuestas y siendo que El sabe mas no podemos titubear en nuestro peregrinar, solo emprender camino que de Su mano se hace sencillo y sin tribulaciones.
Mucha paz y confianza en Dios para todos.
Tengan un bendito dia.
Laura



Una parálisis cerebral, operaciones difíciles y la sonrisa de un niño que está cambiando vidas.


Lleva la muñeca ceñida por distintos brazaletes. "¡Vas a la moda!", le saludo. Su padre interpreta los gestos de Ángel. "A él no le atraen las pulseras". Y me narra una historia refrendada por las sonrisas del chaval: le sometieron a una durísima intervención para rehacerle la espalda, pues sus vértebras se habían convertido en piezas de Lego que un golpe de mano hubiese derribado. En el hospital sus amigos le trenzaron el brazo, convencidos de que cuando mirara esos brazaletes rezaría por cada uno de ellos.

Ángel nació con parálisis cerebral. Los médicos dijeron que no había nada que hacer, pues ni siquiera podían asegurar los daños que guardaba su cabecita. Pero sus padres no se rindieron, a pesar de que no podía moverse ni emitir sonido, y con el paso de los años descubrieron que reconocía los signos de las letras y el significado de su unión en sílabas que forman palabras. Ángel ha sido capaz de superar los cursos escolares a pesar de su silencio, de su inmovilidad, de la dificultad de expresarse con un teclado.

Endereza lo que está torcido. Martín, su compañero de pupitre, lo refrenda. Él era un repetidor vocacional, un caso más del estudiante desmotivado, hasta que le sentaron junto a aquel chico que lo mira todo y sonríe, porque a pesar de los pesares siente la vida como un premio. La cercanía alimentó el interés de Martín por el mundo de Ángel. Comenzó a cuidarle, a ayudarle también en sus estudios, y se hizo posible el milagro de que vaya a comenzar, junto con su amigo paralizado, la carrera de Derecho.

Aunque le han abierto la espalda como a un pescado, para fileteársela con piezas de titanio y huesos modelados en quirófano, Ángel le saca al día hasta la última viruta. No le importan los veinticinco días de hospital. Ni siquiera esa semana que estuvo más cerca de la muerte que de la vida: en cuanto le irguieron en la cama, empezó a estudiar.

Quisiera sonreír como Ángel, pero no lo consigo, empapar mi alrededor con una alegría contagiosa como la suya, y me quedo en el intento. Por eso, qué bueno conocerte, héroe en silla de ruedas.

jueves, 22 de marzo de 2012

►Maddy Curtis: de American Idol a la defensa pro vida




Ha compartido no sólo su bella voz sino también su experiencia a favor de la vida humana desde su concepción.

Novena de doce hermanos (cuatro de los cuales tienen síndrome de down), ha sido finalista del conocido programa American Idol, en la edición de 2010. Rostro joven -y ampliamente conocido en la televisión estadounidense-, con menos de 20 años ha podido compartir no sólo su bella voz sino también su experiencia a favor de la vida humana desde su concepción.

Su fe y experiencia familiar han jugado un papel decisivo en su incipiente vida profesional como cantante (pudo entrar a American Idolgracias a una interpretación del «Hallelujah», de Leonard Cohen, en Boston).

Maddy se convirtió al catolicismo a los 14 años, después de que su madre experimentara la necesidad de vivir la fe en la que había sido bautizada, la fe católica. 

El trato con sus hermanos down le ofreció la oportunidad de valorar en primera persona el don que supone cada vida humana; así se lo reveló a My Catholic Standars (cf. 19.01.2011): 

«Siento cómo Dios quería utilizar esta experiencia para mostrar cuán especiales son los niños con síndrome de down. El noventa por ciento de las mujeres embarazadas que reciben un diagnóstico prenatal sobre bebés con síndrome de down elige el aborto. Esto me rompe el corazón... Mis hermanos son tan especiales para mí y me han cambiado de muchas maneras. Su naturaleza es que son tan felices. Mi hermano Jonny es sólo un año más grande que yo, por lo que crecimos juntos... Yo he llegado a experimentar de primera mano lo feliz y contento que puedo ser al convivir con ellos», reveló Maddy 

Actualmente Maddy realiza giras por diferentes ciudades de los Estados Unidos. Con ellas quiere compartir su valiosa experiencia como hermana de niños down que merecen y tienen el derecho a vivir. Los conciertos se convierten en oportunidad para hablar de la vida y para cantar a la vida. Sabe que sus canciones son un buen medio y tiene claro el mensaje. 

«Llegar a la fama –decía Benedicto XVI a los jóvenes británicos el 17 de septiembre de 2010– no nos hace felices. La felicidad es algo que todos quieren, pero una de las mayores tragedias de este mundo es que muchísima gente jamás la encuentra, porque la busca en los lugares equivocados. La clave para esto es muy sencilla: la verdadera felicidad se encuentra en Dios». Maddy ha encontrado a Dios y así se comprende mejor su testimonio.

Autor: Jorge Enrique Mújica Via: Buenas Noticias

martes, 20 de marzo de 2012

►Ayer drogadicto, hoy sacerdote







Roberto volvió a la fe y de modo inesperado experimentó el llamado de ese Dios a quien varias veces había insultado.

En las calles de Roma desempeña su ministerio apostólico don Roberto Dichiera, un sacerdote de 37 años. A muchos jóvenes perdidos y esclavos de la droga les ofrece una mano con la esperanza de liberación. ¿Es posible que estos chicos toxicómanos encuentren un nuevo horizonte? Don Roberto les dice que sí con su propia experiencia.

Su pasado dista mucho de sus ideales actuales de santidad. Desde la más temprana adolescencia se dejó llevó por el vértigo de lo prohibido. A los doce años, los primeros porros, después el alcohol, ácidos, éxtasis, cocaína... En búsqueda de sensaciones cada vez más fuertes, dejó la escuela y sólo ansiaba las fiestas y las discotecas más excitantes de los fines de semana. Pronto él mismo comenzó a traficar, convirtiéndose en el punto de referencia de otros tantos que anhelaban dosis efímeras de felicidad.

La droga lo fue sumiendo en hábitos destructivos. En algunas ocasiones perdía momentáneamente la vista, no lograba distinguir nada, veía sólo rojo. Tenía alucinaciones tremendas y llegaba a vomitar por intoxicación. Su conciencia no reaccionaba, ni siquiera cuando vio retorcerse y casi morir a una compañera de vicio.

En 1993, sin que su vida cambiara, tuvo que hacer el servicio militar, obligatorio entonces en Italia. En el cuartel continuó sus actividades con la complicidad de sus compañeros y la evasión inteligente de los controles médicos.

Todo comenzaría a cambiar en un tren, durante un permiso de viaje. Allí lo cautivó una chica a la que en vano intentó envolver en sus excesos. Antes había tenido varias compañeras y relaciones ocasionales sin que jamás se enamorara. Manuela era diferente. Su amor y su fe católica abrieron lentamente una brecha dentro de él. Todavía continuó drogándose, pero ya sentía intensos dolores de cabezas, como descargas eléctricas, y advertía que las sustancias podían quemarle el cerebro.

Antes no dejaba de blasfemar, de despreciar a los curas y de cambiar el canal de televisión cuando veía al Papa, pero entonces comenzó a «soportar» la misa dominical con su novia. Poco a poco sintió curiosidad de escuchar lo que decía el sacerdote y así pudo entender lo que empujaba a Manuela a la iglesia. Es así como las palabras de Juan 15, 9-13 calaron en su corazón: «Como el Padre me amó, yo también os he amado. Permaneced en mi amor [...]. Esto os lo digo para que yo me goce en vosotros y vuestro gozo sea cumplido...». ¿Qué era este amor? ¿En qué consistía este gozo? Estas preguntas y una gran lucha se sucedieron en su interior.

Al cabo de un año inició a rezar, a acercarse a Dios. Descubrió una nueva fuerza de voluntad y cesó de consumir sustancias. Se confesó por primera vez después de nueve años. La última vez había sido cuando recibió el sacramento de la confirmación sólo por complacer a sus padres. 

Roberto volvió a la fe y de modo inesperado experimentó el llamado de ese Dios a quien varias veces había insultado. Es difícil explicar la transformación de alguien que ha sido tocado por el amor divino. Tampoco fue fácil responder a este llamado, pues Roberto ya proyectaba una familia con Manuela, con quien llevaba dos años. Su misma madre, cuando le comunicó su decisión, no le creía. 

Finalmente ingresó en el seminario y entró en contacto con Nuevos Horizontes, una comunidad católica que trabaja en todo el mundo con los más débiles y marginados. Así, don Roberto, hombre tomado de entre los hombres, no duda de su misión actual. Antes vendía sustancias y la ilusión de un paraíso artificial. Ahora imparte la Eucaristía y predica el Evangelio con la certeza de que nada es imposible para Dios.


Autor: Ismael González, LC | Fuente: buenasnoticias

►Alina Milan ante las puertas de la muerte...‏





Alina Milan cursaba el quinto año de Derecho en la Universidad estatal de Moscú. Nacida en 1988, disfrutaba de una vida estudiantil serena... hasta que le detectaron Hidatidosis alveolar hepática, una enfermedad que consume el hígado, llevando a quien lo padece a una muerte segura. 

Urgida de un trasplante de hígado, Alina y su madre decidieron buscar soluciones, pues en Rusia no se practica aún ese tipo de operaciones. Consultando, volaron a Israel en octubre del 2010, concretamente al The Tel-Aviv Sourasky Medical Center. Ahí, Alina se sometió a unas pruebas preliminares, que lanzaron su veredicto: o se hacía un trasplante urgente o le quedaba, cuando mucho, dos semanas de vida. 

Madre e hija regresaron a Moscú con un serio dilema. Ese tipo de cirugías eran muy costosas y la familia no tenía medios para financiarla. Pero había una oportunidad que podría solucionar todos los problemas. Si Alina obtenía la ciudadanía israelí la operación se efectuaría de modo gratuito, pues implicaba el libre acceso a la atención médica estatal. 

En un principio, todo parecía simple, pues Alina tenía ascendencia judía. Pero, sin embargo, había un "pero". En el cuestionario de ciudadanía que debía rellenar, una de las preguntas era el tipo de religión que profesaba. De acuerdo con las leyes vigentes, sólo quienes profesan el judaísmo o que se consideraban ateos podrían ser ciudadanos de Israel. Por ello, si Alina ponía “judío” o “ateo”, obtendría la ciudadanía inmediatamente. Pero si ponía cristiano, todas las puertas se le cerrarían. 

Alina decidió preguntar a su director espiritual, el P. Alejandro Naruszewa, qué debía hacer. Así lo relata el mismo sacerdote: 

«Me llamó por teléfono y me preguntó qué hacer, pues los médicos le habían dicho que sólo contaba con dos o tres semanas de vida. Teóricamente, para mí la elección era simple: o la mentira, eligiendo renunciar a su fe con la esperanza de poder sobrevivir, o la plena confianza en Dios». Sin embargo, no se sentía quién para decidir en el destino de la joven «y no sabía qué decir... aunque sí lo sabía en realidad». Con estos sentimientos encontrados, se fue al hospital para ver a la joven. 

Ahí se encontró con la madre de Alina, que lo esperaba en la antesala de la zona de reanimación: «Incluso antes de entrar, la madre de la enferma me dijo que ella y su hija habían ya decidido qué hacer. Y antes de que pudiera decir nada, me cambió el tema de conversación, porque veía que yo podría tener miedo de escuchar algo que sería horrible para mí como sacerdote y cristiano». 

Por fin, entraron en la sala. Delante de él, el P. Alejandro se topó con «una joven delgada, de color amarillo, muy poco parecido a lo que la joven de 22 años debería ser». Sonriente, con ojos claros y serenos, Alina miró al sacerdote y le dijo sin ningún preámbulo: «Mi madre y yo hemos decidido tajantemente que no me voy a quitar la cruz. No renunciaré a mi fe. No existe ningún precio capaz de comprar a Cristo ». 

Ante tan grande valentía, el P. Alejandro decidió buscar dinero por todos los medios posibles. Entre los amigos de la Universidad juntaron una buena cantidad de dinero, pero no llegaron a los 300,000 dólares que cuesta la operación. Y así, el 14 de marzo del 2011, Alina dejaba este mundo. 

Antes de su muerte, Alina se las arregló para escribir una carta para sus amigos: 

«No muestro ningún heroísmo. En realidad, no tengo otra opción, pues ya había hecho mi elección hace tiempo: soy cristiana ortodoxa. Tengo ante mí un documento del Ministerio de Interior de Israel. Un apartado reza así: “Acepto la ciudadanía / la ley / religión del país”. Y tienes que firmar. ¿Elijo? 

«Para mí, lo importante no es lo que queda en el papel, sino ¿qué pasa con mi alma? La confianza en Dios es más fuerte que cualquier valor, que cualquier derecho, país, diagnóstico o cualquier tiempo terrible. Incluso en los días más oscuros no me deja la sensación de que Dios sostiene mi mano. La única opción que hice por mi fe en Dios hace ya mucho tiempo no está vinculada a ninguna nacionalidad. Y no me importa qué venga: yo le daré gracias por aquello que suceda en mi vida». 

Al final, da gracias por quienes se preocupan por ella, volviendo a resaltar que no es un héroe. Aunque el verdadero heroísmo consiste precisamente en dejar a un lado tus cosas para cuidar a los demás. Y justamente sus últimas palabras fueron para sus amigos, invitándoles a optar por Dios siempre, sean cuales sean las dificultades en su vida. 

Fuente: Buenas noticias

miércoles, 1 de febrero de 2012

►Transmitir la fe (2)







Cuando se busca educar en la fe, no cabe separar la semilla de la doctrina de la semilla de la piedad[1]: es preciso unir el conocimiento con la virtud, la inteligencia con los afectos. En este campo, más que en muchos otros, los padres y educadores deben velar por el crecimiento armónico de los hijos. No bastan unas cuantas prácticas de piedad con un barniz de doctrina, ni una doctrina que no fortalezca la convicción de dar el culto debido a Dios, de tratarle, de vivir las exigencias del mensaje cristiano, de hacer apostolado. Es preciso que la doctrina se haga vida, que se resuelva en determinaciones, que no sea algo desligado del día a día, que desemboque en el compromiso, que lleve a amar a Cristo y a los demás. 



Elemento insustituible de la educación es el ejemplo concreto, el testimonio vivo de los padres: rezar con los hijos (al levantarse, al acostarse, al bendecir las comidas); dar la importancia debida al papel de la fe en el hogar (previendo la participación en la Santa Misa durante las vacaciones o buscando lugares adecuados –que no sean dispersivos– para veranear); enseñar de forma natural a defender y transmitir su fe, a difundir el amor a Jesús. «Así, los padres calan profundamente en el corazón de sus hijos, dejando huellas que los posteriores acontecimientos de la vida no lograrán borrar»[2].

Es necesario dedicar tiempo a los hijos: el tiempo es vida[3], y la vida –la de Cristo que vive en el cristiano– es lo mejor que se les puede dar. Pasear, organizar excursiones, hablar de sus preocupaciones, de sus conflictos: en la transmisión de la fe, es preciso, sobre todo, “estar y rezar”; y si nos equivocamos, pedir perdón. Por otro lado, los hijos también han de experimentar el perdón, que les lleva a sentir que el amor que se les tiene es incondicional.

DE PROFESIÓN, PADRE

Explica Benedicto XVI que los más jóvenes, «desde que son pequeños, tienen necesidad de Dios y tienen la capacidad de percibir su grandeza; saben apreciar el valor de la oración y de los ritos, así como intuir la diferencia entre el bien y el mal. Acompañadles, por tanto, en la fe, desde la edad más tierna»[4]. Lograr en los hijos la unidad entre lo que se cree y lo que se vive es un desafío que debe afrontarse evitando la improvisación, y con cierta mentalidad profesional. La educación en la fe debe ser equilibrada y sistemática. Se trata de transmitir un mensaje de salvación, que afecta a toda la persona, y que debe arraigar en la cabeza y el corazón de quien lo recibe: y esto, entre aquellos a quienes más queremos. Está en juego la amistad que los hijos tengan con Jesucristo, tarea que merece los mejores esfuerzos. Dios cuenta con nuestro interés por hacerles asequible la doctrina, para darles su gracia y asentarse en sus almas; por eso, el modo de comunicar no es algo añadido o secundario a la transmisión de la fe, sino que pertenece a su misma dinámica.



Para ser un buen médico no es suficiente atender a unos pacientes: hay que estudiar, leer, reflexionar, preguntar, investigar, asistir a congresos. Para ser padres, hay que dedicar tiempo a examinarse sobre cómo mejorar en la propia labor educadora. En nuestra vida familiar saber es importante, el saber hacer es indispensable y el querer hacer es determinante. Puede no ser fácil, pero no cabe auto-engañarse excusándose en las otras tareas que tenemos: conviene siempre sacar unos minutos al día, o unas horas en periodos de vacaciones, para dedicarlos a la propia formación pedagógica. 

No faltan recursos que pueden ayudar a este perfeccionamiento: abundan los libros, vídeos y portales de internet bien orientados en los que los padres encontrarán ideas para educar mejor. Además, son especialmente eficaces los cursos de Orientación Familiar, que no sólo transmiten un conocimiento, o unas técnicas, sino que ayudan a recorrer el camino de la educación de los hijos y el de la mejora personal, matrimonial y familiar. Conocer con más claridad las características propias de la edad de los hijos, así como el ambiente en el que se mueven sus coetáneos, forma parte del interés normal por saber qué piensan, qué les mueve, qué les interpela. En definitiva, permite conocerlos, y eso facilita educarlos de un modo más consciente y responsable.

MOSTRAR LA BELLEZA DE LA FE

Lograr que los hijos interioricen la fe requiere aprovechar las diferentes situaciones de modo que adviertan la consonancia entre las razones humanas y las sobrenaturales. Los padres y educadores deben, sí, proponer metas, pero mostrando la belleza de la virtud y de una existencia cristiana plena. Conviene, pues, abrir horizontes, sin limitarse a señalar lo que está prohibido o es obligatorio. Si no fuera así, podríamos inducir a pensar que la fe es una dura y fría normativa que coarta, o un código de pecados e imposiciones; nuestros hijos acabarían fijándose sólo en la parte áspera del sendero, sin tener en cuenta la promesa de Jesús: "mi yugo es suave"[5]. Por el contrario, en la educación debe estar muy presente que los mandamientos del Señor vigorizan a la persona, la aúpan a un desarrollo más pleno: no son insensibles negaciones, sino propuestas de acción para proteger y fomentar la vida, la confianza, la paz en las relaciones familiares y sociales. Es intentar imitar a Jesús en el camino de las bienaventuranzas. 

Sería, por eso, un error asociar “motivos sobrenaturales” al cumplimiento de encargos, o de tareas, o de “obligaciones” que les resultan costosas. No es bueno, por ejemplo, abusar del recurso de pedir al niño que se tome la sopa como un sacrificio para el Señor: dependiendo de su vida de piedad y de su edad, puede resultar conveniente, pero hay que buscar otros motivos que le muevan. Dios no puede ser el “antagonista” de los caprichos; más bien hay que intentar que no tengan caprichos, y lleguen a estar en condiciones de alcanzar una vida feliz, desasida, guiada por el amor a Dios y a los demás. 

La familia cristiana transmite la belleza de la fe y del amor a Cristo, cuando se vive en armonía familiar por caridad, sabiendo sonreír y olvidarse de las propias preocupaciones para atender a los demás, a pasar por alto menudos roces sin importancia que el egoísmo podría convertir en montañas; a poner un gran amor en los pequeños servicios de que está compuesta la convivencia diaria[6].

Una vida orientada por el olvido propio es, en sí misma, un ideal atractivo para una persona joven. Somos los educadores los que a veces no nos lo creemos del todo, tal vez porque aún nos queda mucho que caminar. El secreto está en relacionar los objetivos de la educación con motivos que nuestros interlocutores entiendan y valoren: ayudar a los amigos, ser útiles o valientes… Cada chico tendrá sus propias inquietudes, que haremos aparecer cuando se planteen por qué vivir la castidad, la templanza, la laboriosidad, el desprendimiento; por qué ser prudentes con internet, o por qué no conviene que pasen horas y horas ante los videojuegos. Así, el mensaje cristiano será percibido en su racionalidad y en su hermosura. Los hijos descubrirán a Dios no como un “instrumento” con el que los padres logran pequeñas metas domésticas, sino como quien es: el Padre que nos ama por encima de todas las cosas, y a quien hemos de querer y adorar; el Creador del universo, al que debemos nuestra existencia; el Maestro bueno, el Amigo que nunca defrauda, y al que no queremos ni podemos decepcionar.

AYUDARLES A ENCONTRAR SU CAMINO

Pero sobre todo, educar en este campo es poner los medios para que los hijos conviertan su entera existencia en un acto de adoración a Dios. Como enseña el Concilio, «la criatura sin el Creador desaparece»[7]: en la adoración encontramos el verdadero fundamento de la madurez personal: si las gentes no adoran a Dios, se adorarán a sí mismas en las diversas formas que registra la historia: el poder, el placer, la riqueza, la ciencia, la belleza…[8]. Promover esta actitud pasa necesariamente por que los chicos descubran en primera persona la figura de Jesús; algo que puede fomentarse desde que son pequeños, propiciando que aprendan a hablar personalmente con Él. ¿No es acaso hacer oración con los hijos contarles cosas de Jesús y sus amigos, o entrar con ellos en las escenas del Evangelio, a raíz de algún incidente cotidiano?

En el fondo, fomentar la piedad en los niños quiere decir facilitar que pongan el corazón en Jesús, que le expliquen los sucesos buenos y los malos; que escuchen la voz de la conciencia, en la que Dios mismo revela su voluntad, y que intenten ponerla en práctica. Los niños adquieren estos hábitos casi como por ósmosis, viendo cómo sus padres tratan al Señor, o lo tienen presente en su día a día. Pues la fe, más que con contenidos o deberes, tiene que ver en primer término con una persona, a la que asentimos sin reservas: nos confiamos. Si se pretende mostrar cómo una Vida –la de Jesús– cambia la existencia del hombre, implicando todas las facultades de la persona, es lógico que los hijos noten que, en primer lugar, nos ha cambiado a nosotros. Ser buenos transmisores de la fe en Jesucristo implica manifestar con nuestra vida nuestra adhesión a su Persona[9]. Ser un buen padre es, en gran medida, ser un padre bueno, que lucha por ser santo: los hijos lo ven, y pueden admirar ese esfuerzo e intentar imitarlo.



Los buenos padres desean que sus hijos alcancen la excelencia y sean felices en todos los aspectos de la existencia: en lo profesional, en lo cultural, en lo afectivo; es lógico, por tanto, que deseen también que no se queden en la mediocridad espiritual. No hay proyecto más maravilloso que el que Dios tiene previsto para cada uno. El mejor servicio que se puede prestar a una persona –a un hijo de modo muy especial– es apoyarla para que responda plenamente a su vocación cristiana, y atine con lo que Dios quiere para él. Porque no se trata de una cuestión accesoria, de la que depende sólo un poco más de felicidad, sino que afecta al resultado global de su vida.

Descubrir cómo se concreta la propia llamada a la santidad es hallar la piedrecita blanca, con un nombre nuevo que nadie conoce sino el que lo recibe[10]: es el encuentro con la verdad sobre uno mismo que dota de sentido a la existencia entera. La biografía de un hombre será distinta según la generosidad con que afronte las distintas opciones que Dios le presentará: pero, en todo caso, la felicidad propia y la de muchas otras personas dependerá de esas respuestas.

VOCACIÓN DE LOS HIJOS, VOCACIÓN DE LOS PADRES

La fe es por naturaleza un acto libre, que no se puede imponer, ni siquiera indirectamente, mediante argumentos “irrefutables”: creer es un don que hunde sus raíces en el misterio de la gracia de Dios y la libre correspondencia humana. Por eso, es natural que los padres cristianos recen por sus hijos, pidiendo que la semilla de la fe que están sembrando en sus almas fructifique; con frecuencia, el Espíritu Santo se servirá de ese afán para suscitar, en el seno de las familias cristianas, vocaciones de muy diverso tipo, para el bien de la Iglesia.

Sin duda, la llamada del hijo puede suponer para los padres la entrega de planes y proyectos muy queridos. Pero eso no es un simple imprevisto, pues forma parte de la maravillosa vocación a la maternidad y a la paternidad. Podría decirse que la llamada divina es doble: la del hijo que se da, y la de los padres que lo dan; y, a veces, puede ser mayor el mérito de estos últimos, elegidos por Dios para entregar lo que más quieren, y hacerlo con alegría.

La vocación de un hijo se convierte así en un motivo de santo orgullo[11], que lleva a los padres a secundarla con su oración y con su cariño. Así lo explicaba el Beato Juan Pablo II: «Estad abiertos a las vocaciones que surjan entre vosotros. Orad para que, como señal de su amor especial, el Señor se digne llamar a uno o más miembros de vuestras familias a servirle. Vivid vuestra fe con una alegría y un fervor que sean capaces de alentar dichas vocaciones. Sed generosos cuando vuestro hijo o vuestra hija, vuestro hermano o vuestra hermana decida seguir a Cristo por este camino especial. Dejad que su vocación vaya creciendo y fortaleciéndose. Prestad todo vuestro apoyo a una elección hecha con libertad»[12].

Las decisiones de entrega a Dios germinan en el seno de una educación cristiana: se podría decir que son como su culmen. La familia se convierte así, gracias a la solicitud de los padres, en una verdadera Iglesia doméstica[13], donde el Espíritu Santo promueve sus carismas. De este modo, la tarea educadora de los padres trasciende la felicidad de los hijos, y llega a ser fuente de vida divina en ambientes hasta entonces ajenos a Cristo.

A.    Aguiló

[1] Forja, n. 918.
[2] Juan Pablo II, Exhort. apost. Familiaris consortio, 22-XI-1981, n. 60.
[3] Surco, n. 963.
[4] Benedicto XVI, Discurso al congreso eclesial de la diócesis de Roma, 13-VI-2011.
[5] Surco, n. 198.
[6] Es Cristo que pasa, n. 23.
[7] Conc. Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, n. 36.
[8] Mons. Javier Echevarría, Carta pastoral, 1-VI-2011 
[9] Santo Tomás, S. Th. II-II, q. 11, a. 1: «dado que el que cree asiente a las palabras de otro, parece que lo principal y como fin de cualquier acto de creer es aquel en cuya aserción se cree; son, en cambio, secundarias las verdades a las que se asiente creyendo en él».
[10] Ap, 2, 17.
[11] Forja, n. 17.
[12] Juan Pablo II, Homilía, 25-II-1981.
[13] Cfr. Conc. Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 11.

►Transmitir la fe (1)




En la propia familia se forja el carácter, la personalidad, las costumbres... y también se aprende a tratar a Dios. Una tarea que cada día resulta más necesaria, como se señala en este editorial.

05 de septiembre de 2011
Cada hijo es una muestra de confianza de Dios con los padres, que les encomienda el cuidado y la guía de una criatura llamada a la felicidad eterna. La fe es el mejor legado que se les puede transmitir; más aún: es lo único verdaderamente importante, pues es lo que da sentido último a la existencia. Dios, por lo demás, nunca encarga una misión sin dar los medios imprescindibles para llevarla a cabo; y así, ninguna comunidad humana está tan bien dotada como la familia para facilitar que la fe arraigue en los corazones. 



EL TESTIMONIO PERSONAL

La educación de la fe no es una mera enseñanza, sino la transmisión de un mensaje de vida. Aunque la palabra de Dios es eficaz en sí misma, para difundirla el Señor ha querido servirse del testimonio y de la mediación de los hombres: el Evangelio resulta convincente cuando se ve encarnado. 

Esto vale de manera particular cuando nos referimos a los niños, que distinguen con dificultad entre lo que se dice y quién lo dice; y adquiere aún más fuerza cuando pensamos en los propios hijos, pues no diferencian claramente entre la madre o el padre que reza y la oración misma: más aún, la oración tiene valor especial, es amable y significativa, porque quien reza es su madre o su padre. 

Esto hace que los padres tengan todo a su favor para comunicar la fe a sus hijos: lo que Dios espera de ellos, más que palabras, es que sean piadosos, coherentes. Su testimonio personal debe estar presente ante los hijos en todo momento, con naturalidad, sin pretender dar lecciones constantemente. 

A veces, basta con que los hijos vean la alegría de sus padres al confesarse, para que la fe se haga fuerte en sus corazones. No cabe minusvalorar la perspicacia de los niños, aunque parezcan ingenuos: en realidad, conocen a sus padres, en lo bueno y en lo menos bueno, y todo lo que éstos hacen –u omiten– es para ellos un mensaje que ayuda a formarlos o los deforma.


Benedicto XVI ha explicado muchas veces que los cambios profundos en las instituciones y en las personas suelen promoverlos los santos, no quienes son más sabios o poderosos: «En las vicisitudes de la historia, [los santos] han sido los verdaderos reformadores que tantas veces han remontado a la humanidad de los valles oscuros en los cuales está siempre en peligro de precipitar; la han iluminado siempre de nuevo» [1]. 

En la familia sucede algo parecido. Sin duda, hay que pensar en cuál es el modo más pedagógico de transmitir la fe, y formarse para ser buenos educadores; pero lo decisivo es el empeño de los padres por querer ser santos. Es la santidad personal la que permitirá acertar con la mejor pedagogía. 

"En todos los ambientes cristianos se sabe, por experiencia, qué buenos resultados da esa natural y sobrenatural iniciación a la vida de piedad, hecha en el calor del hogar. El niño aprende a colocar al Señor en la línea de los primeros y más fundamentales afectos; aprende a tratar a Dios como Padre y a la Virgen como Madre; aprende a rezar, siguiendo el ejemplo de sus padres. Cuando se comprende eso, se ve la gran tarea apostólica que pueden realizar los padres, y cómo están obligados a ser sinceramente piadosos, para poder transmitir –más que enseñar– esa piedad a los hijos" [2].

AMBIENTE DE CONFIANZA Y AMISTAD

Por otra parte, vemos que muchos chicos y chicas –sobre todo, en la juventud y adolescencia– acaban flaqueando en la fe que han recibido cuando sufren algún tipo de prueba. El origen de estas crisis puede ser muy diverso –la presión de un ambiente paganizado, unos amigos que ridiculizan las convicciones religiosas, un profesor que da sus lecciones desde una perspectiva atea o que pone a Dios entre paréntesis–, pero estas crisis cobran fuerza sólo cuando quienes las sufren no aciertan a plantear a las personas adecuadas lo que les pasa. 

Es importante facilitar la confianza con los hijos, y que éstos encuentren siempre disponibles a sus padres para dedicarles tiempo. Los chicos –aun los que parecen más díscolos y despegados– desean siempre ese acercamiento, esa fraternidad con sus padres. La clave suele estar en la confianza: que los padres sepan educar en un clima de familiaridad, que no den jamás la impresión de que desconfían, que den libertad y que enseñen a administrarla con responsabilidad personal. Es preferible que se dejen engañar alguna vez: la confianza, que se pone en los hijos, hace que ellos mismos se avergüencen de haber abusado, y se corrijan; en cambio, si no tienen libertad, si ven que no se confía en ellos, se sentirán movidos a engañar [3]. No hay que esperar a la adolescencia para poner en práctica estos consejos: se puede propiciar desde edades muy tempranas.


Hablar con los hijos es de las cosas más gratas que existen, y la puerta más directa para entablar una profunda amistad con ellos. Cuando una persona adquiere confianza con otra, se establece un puente de mutua satisfacción, y pocas veces desaprovechará la oportunidad de conversar sobre sus inquietudes y sus sentimientos; que es, por otra parte, una manera de conocerse mejor a uno mismo. Aunque hay edades más difíciles que otras para lograr esa cercanía, los padres no deben cejar en su ilusión por llegar a ser amigos de sus hijos: amigos a los que se confían las inquietudes, con quienes se consultan los problemas, de los que se espera una ayuda eficaz y amable [4]. 

En ese ambiente de amistad, los hijos oyen hablar de Dios de un modo grato y atrayente. Todo esto requiere que los padres encuentren tiempo para estar con sus hijos, y un tiempo que sea “de calidad”: el hijo debe percibir que sus cosas nos interesan más que el resto de nuestras ocupaciones. Esto implica acciones concretas, que las circunstancias no pueden llevar a omitir o retrasar una y otra vez: apagar la televisión o el ordenador –o dejar, claramente, de prestarle atención– cuando la chica o el chico pregunta por nosotros y se nota que quiere hablar; recortar la dedicación al trabajo; buscar formas de recreo y entretenimiento que faciliten la conversación y vida familiar, etc. 

EL MISTERIO DE LA LIBERTAD

Cuando está por medio la libertad personal, no siempre las personas hacen lo que más les conviene, o lo que parecería previsible en virtud de los medios que hemos puesto. A veces las cosas se hacen bien pero salen mal –al menos, aparentemente–, y sirve de poco culpabilizarse –o echar la culpa a otros– de esos resultados.

Lo más sensato es pensar cómo educar cada vez mejor, y cómo ayudar a otros a hacer lo mismo; no hay, en este ámbito, fórmulas mágicas. Cada uno tiene un modo propio de ser, que le lleva a explicar y plantear las cosas de un modo diverso; y lo mismo puede decirse de los educandos que, aunque vivan en un ambiente semejante, poseen intereses y sensibilidades diversas.

Tal variedad no es, sin embargo, un obstáculo. Más aún, amplia los horizontes educativos: por una parte, posibilita que la educación se encuadre, realmente, dentro de una relación única, ajena a estereotipos; por otra, la relación con los temperamentos y caracteres de los diversos hijos favorece la pluralidad de situaciones educativas.

Por eso, si bien el camino de la fe de es el más personal que existe –pues hace referencia a lo más íntimo de la persona, su relación con Dios–, podemos ayudar a recorrerlo: eso es la educación. Si consideramos despacio en nuestra oración personal el modo de ser de cada persona, Dios nos dará luces para acertar. 

Transmitir la fe no es tanto una cuestión de estrategia o de programación, como de facilitar que cada uno descubra el designio de Dios para su vida. Ayudarle a que vea por sí mismo que debe mejorar, y en qué, porque nosotros propiamente no cambiamos a nadie: cambian ellos porque quieren.

DIVERSOS ÁMBITOS DE ATENCIÓN

Podrían señalarse diversos aspectos que tienen gran importancia para transmitir la fe. Uno primero es quizá la vida de piedad en la familia, la cercanía a Dios en la oración y los sacramentos. Cuando los padres no la “esconden” –a veces involuntariamente– ese trato con Dios se manifiesta en acciones que lo hacen presente en la familia, de un modo natural y que respeta la autonomía de los hijos. Bendecir la mesa, o rezar con los hijos pequeños las oraciones de la mañana o la noche, o enseñarles a recurrir a los Ángeles Custodios o a tener detalles de cariño con la Virgen, son modos concretos de favorecer la virtud de la piedad en los niños, tantas veces dándoles recursos que les acompañarán toda la vida. 

Otro medio es la doctrina: una piedad sin doctrina es muy vulnerable ante el acoso intelectual que sufren o sufrirán los hijos a lo largo de su vida; necesitan una formación apologética profunda y, al mismo tiempo, práctica. 

Lógicamente, también en este campo es importante saber respetar las peculiaridades propias de cada edad. Muchas veces, hablar sobre un tema de actualidad o un libro podrá ser una ocasión de enseñar la doctrina a los hijos mayores (esto, cuando no sean ellos mismos los que se dirijan a nosotros para preguntarnos). 

Con los pequeños, la formación catequética que pueden recibir en la parroquia o en la escuela es una ocasión ideal. Repasar con ellos las lecciones que han recibido o enseñarles de un modo sugerente aspectos del catecismo que tal vez se han omitido, hacen que los niños entiendan la importancia del estudio de la doctrina de Jesús, gracias al cariño que muestran los padres por ella.

Otro aspecto relevante es la educación en las virtudes, porque si hay piedad y hay doctrina, pero poca virtud, esos chicos o chicas acabarán pensando y sintiendo como viven, no como les dicte la razón iluminada por la fe, o la fe asumida porque pensada. Formar las virtudes requiere resaltar la importancia de la exigencia personal, del empeño en el trabajo, de la generosidad y de la templanza. 

Educar en esos bienes impulsa al hombre por encima de las apetencias materiales; le hace más lúcido, más apto para entender las realidades del espíritu. Quienes educan a sus hijos con poca exigencia –nunca les dicen que “no” a nada y buscan satisfacer todos sus deseos–, ciegan con eso las puertas del espíritu.

Es una condescendencia que puede nacer del cariño, pero también del querer ahorrarse el esfuerzo que supone educar mejor, poner límites a los apetitos, enseñar a obedecer o a esperar. Y como la dinámica del consumismo es de por sí insaciable, caer en ese error lleva a las personas a estilos de vida caprichosos y antojadizos, y les introducen en una espiral de búsqueda de comodidad que supone siempre un déficit de virtudes humanas y de interés por los asuntos de los demás. 

Crecer en un mundo en el que todos los caprichos se cumplen es un pesado lastre para la vida espiritual, que incapacita al alma –casi en la raíz– para la donación y el compromiso.

Otro aspecto que conviene considerar es el ambiente, pues tiene una gran fuerza de persuasión. Todos conocemos chicos educados en la piedad que se han visto arrastrados por un ambiente que no estaban preparados para superar. Por eso, es preciso estar pendientes de dónde se educan los hijos, y crear o buscar entornos que faciliten el crecimiento de la fe y de la virtud. Es algo parecido a lo que sucede en un jardín: nosotros no hacemos crecer a las plantas, pero sí podemos proporcionar los medios –abono, agua, etc.– y el clima adecuados para que crezcan. 

Como aconsejaba san Josemaría a unos padres: "procurad darles buen ejemplo, procurad no esconder vuestra piedad, procurad ser limpios en vuestra conducta: entonces aprenderán, y serán la corona de vuestra madurez y de vuestra vejez" [5].

A. Aguiló

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[1] Benedicto XVI, Discurso en la Vigilia de la Jornada Mundial de la Juventud de Colonia, 20-VIII-2005.
[2] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Conversaciones, n. 103.
[3] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Conversaciones, n. 100.
[4] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, n. 27.
[5] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Tertulia, 12-XI-1972, en http://www.es.josemariaescriva.info/articulo/la-educacion-de-los-hijos

Fuente www.opusdei

miércoles, 18 de agosto de 2010

El plan de Dios en la familia




11. La participación en la vida de la iglesia
a) Función religiosa de la familia
118. ¿Cuál es la misión de la familia en la Iglesia?
La familia está llamada a edificar el Reino de Dios y a participar activamente en la vida y misión de la Iglesia. Los miembros de la familia, enseñados por la Palabra de Dios, confortados con los sacramentos y los auxilios de la gracia, e irradiando el espíritu del Evangelio, vienen a ser una pequeña porción viva de la Iglesia.
119. ¿Qué relación tiene la familia con la fe?
La Iglesia siempre ha enseñado que la familia cristiana es una comunidad creyente y evangelizadora, que testimonia la presencia salvadora de Cristo en el mundo a través de la unidad y fidelidad de los esposos, y la conservación y transmisión de la fe a los hijos.
120. ¿Por qué se dice que la familia es evangelizadora?
En la familia los padres deben comunicar el Evangelio a los hijos, pero también pueden recibirlo de ellos. La familia debe transmitir la fe a otras familias y a los ambientes donde se desenvuelve su vida ordinaria.
121. ¿Cómo se puede concretar la evangelización en la familia?
Los padres deben dar ejemplo con naturalidad de cómo vivir la vida y las tradiciones cristianas. Los hijos deben saber que sus padres tratan a Dios todos los días, que procuran recibir los sacramentos con frecuencia y asistir a la Santa Misa los domingos y otras fiestas. Que veneran al Papa y a la jerarquía de la Iglesia. También evangelizarán con su ejemplo y su palabra, transmitiendo los valores humanos y cristianos: el amor al trabajo, el sentido de responsabilidad, el respeto a los mayores y al buen nombre de los demás; el amor a la verdad, la sinceridad, la vida sencilla, austera y limpia; el saber compartir con los demás los bienes que tenemos, el ser agradecidos con Dios por todo, etc.: porque todas esas virtudes las vivió Jesucristo.
122. ¿Cómo pueden las familias contribuir socialmente a la evangelización?
Las familias son testimonio y fermento de vida cristiana en la sociedad en la medida en que los esposos viven bien las exigencias de su vocación matrimonial. Ese clima de amor y generosidad cristiana facilitará prestar ayuda espiritual o material a otras familias que lo necesiten. También pueden hacerse presentes en las actividades propias de la pastoral evangelizadora de la Iglesia a través de las parroquias o movimientos apostólicos.
123. ¿Debe aprenderse el Catecismo en la familia?
Los padres son los primeros iniciadores de la fe en sus hijos. Deben enseñarlos a rezar y comenzar a explicarles las principales verdades contenidas en el Catecismo. La parroquia o la escuela perfeccionará más tarde esa enseñanza. Lo que los padres enseñan en la infancia, tiene una gran importancia para la vida futura de los hijos.
124. ¿Es necesario orar en familia?
Jesucristo nos enseñó que "cuando hay dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 17,19). Alabar a Dios, darle gracias y pedirle sus dones forma parte esencial de la vida de una familia cristiana.
125. ¿Qué motivos tenemos para oraren familia?
Los motivos son las mismas circunstancias ordinarias de la vida que debemos y podemos referir a Dios: estar juntos en alegrías y dolores; esperanzas y tristezas; nacimientos y cumpleaños; aniversarios de bodas; viajes, alejamientos y regresos; momentos importantes; fallecimiento de personas queridas, etc.
126. ¿Quiénes deben iniciar a los hijos en la vida de oración?
Los padres son los principales educadores en la oración. Deben enseñar a sus hijos a orar y a tratar a Dios en ocasiones ordinarias de la vida: al acostarse y al levantarse; antes y después de las comidas; a dar gracias por los beneficios; en la asistencia a la Misa dominical; a celebrar los misterios cristianos: Navidad, Semana Santa, etc.; la celebración de las fiestas de Jesucristo, de la Virgen y de algunos Santos; a orar por las necesidades espirituales y materiales de los demás; etc. La principal educación para la oración será siempre el testimonio de los padres.
127. ¿Qué otras oraciones pueden ejercitarse en la familia?
El rezo y la meditación del Santo Rosario, principalmente en familia, han sido especialmente recomendados como una de las más excelentes oraciones para conservar su unidad.
128. ¿Qué otras devociones se pueden practicar en las familias?
La presencia de imágenes piadosas en los principales sitios de la vivienda: el crucifijo, imágenes de la Virgen; la imposición del escapulario. En Venezuela hay una costumbre muy cristiana, que es la bendición que piden los hijos a los padres. A la petición de la bendición por los hijos, los padres contestan: "que Dios te bendiga". Es una costumbre que muestra la devoción por los padres y parientes mayores, y que tiene una honda raíz cristiana. Debemos mantenerla y propagarla.
b) Gracia de Dios y sacramentos
129. ¿El sacramento del matrimonio confiere la gracia de Dios para toda la vida matrimonial?
El sacramento del matrimonio, recibido con las debidas disposiciones, confiere la gracia de Jesucristo que ayudará a los esposos a santificarse en todas las circunstancias de su vida conyugal, porque Dios no nos abandona nunca en nuestra vocación, y el matrimonio es una vocación, un camino hacia la santidad.
130. ¿Qué relación existe entre Eucaristía y Matrimonio?
En la Eucaristía el mismo Jesucristo se entrega como alimento, vivificando espiritualmente a los esposos y asemejándolos a Él. La Eucaristía es el sacrificio de la Nueva Alianza, alianza que encarnan los esposos entre sí en la vivencia cristiana de su matrimonio. Además, la Eucaristía es fuente de caridad y vínculo de unidad, virtudes muy necesarias para la estabilidad y armonía de toda la familia.
131. ¿Qué relación hay entre el sacramento de la Penitencia y el Matrimonio?
Los esposos y los demás miembros de la familia deben recibir el sacramento de la Penitencia cuando en sus vidas esté presente el pecado o cuando quieran crecer en el fervor y en el amor de Dios. La Confesión es fuente de purificación y de fortaleza, necesaria para afrontar las dificultades de la vida conyugal.
c) La preparación para el matrimonio
132. ¿Por qué es necesaria una preparación para el matrimonio?
En otros tiempos la preparación para el matrimonio no era tan necesaria porque las jóvenes parejas se hallaban como protegidas por un ambiente naturalmente cristiano, que las defendía. En nuestro tiempo se ha dado un cambio cultural fuertemente opuesto al matrimonio y a los valores familiares, y es necesario que los jóvenes aprendan a defender y asumir con responsabilidad su compromiso matrimonial. La verdadera preparación al matrimonio se inicia en la propia familia, que es la primera formadora de los valores humanos y cristianos. Allí se inicia el conocimiento y el respeto de la dignidad del hombre y de la mujer y la grandeza del matrimonio y la familia. Durante el noviazgo debe continuar esa formación que permita a los novios cultivar el conocimiento mutuo y la aceptación y el respeto a las ideas, sentimientos y modos de ser del futuro cónyuge.
133. ¿Qué otros aspectos abarca la preparación para el matrimonio?
Esa preparación requiere un camino suficientemente largo para que los novios lleguen a la boda con la requerida disposición para la entrega total del uno al otro, que se perfeccionará después durante la vida conyugal. Si el noviazgo no persigue ese objetivo, las expresiones de intimidad que serían propias de los esposos, en el noviazgo son sólo debilidades. Parte importante de la preparación para el amor conyugal y el matrimonio está en el respeto que los novios deben tenerse mutuamente. Ese respeto en el noviazgo abarca: las ideas, los modos de ser, la intimidad, los cuerpos y los sentimientos. Ese respeto es una señal de verdadero amor, destinado a crecer y fortalecerse en el matrimonio.
134. ¿Exige la Iglesia a los novios cierta preparación para recibir el sacramento del matrimonio?
En muchos sitios la iglesia pide a los novios que van a contraer matrimonio, que participen de un "curso prematrimonial". En él se deben tratar los aspectos humanos, doctrinales y espirituales que cualquier matrimonio cristiano debe conocer. Los novios deben ver en este curso prematrimonial no sólo un requisito para su boda, sino una ayuda que les facilita recibir digna y provechosamente el sacramento.
135. ¿Qué se debe decir a quienes afirman que las parejas deben, tener relaciones íntimas previas al matrimonio?
Esas relaciones sexuales, llamadas prematrimoniales, no son una preparación para el matrimonio, sino un pecado grave y un abuso de la sexualidad. Muchas veces esas relaciones son efecto de la debilidad, de un enamoramiento romántico, o sentimental, que está muy lejos del verdadero amor. Los novios, como aún no son esposos y no se pertenecen, no tienen derecho a esa intimidad que puede afectar gravemente su amor y también los derechos de otras personas, y en concreto los del hijo que fruto de esas relaciones puedan concebir. Por otea parte es muy sabido que las relaciones prematrimoniales con frecuencia destruyen el noviazgo y otras muchas veces preparan la infidelidad extraconyugal.
136. La preparación para el matrimonio que proporciona la iglesia ¿tiene otros motivos?
A veces se acude al matrimonio con falta de libertad, o forzando una situación que requeriría un tiempo de prudente espera, que la preparación previa puede ayudar a discernir. El embarazo, como fruto de relaciones prematrimoniales, puede ser una de las causas que apresuré irresponsablemente la boda en parejas que aún no están preparadas ni física, ni emocional, ni espiritualmente para ello. Las estadísticas demuestran que los matrimonios de adolescentes suelen terminar en divorcios muy pronto: tanto más pronto cuanto más jóvenes se casaron.
137. ¿Que hacer para evitar esas situaciones?
Los novios deben evitar las ocasiones en que puedan darse relaciones prematrimoniales -permanecer solos mucho tiempo, o en lugares aislados-, así como las manifestaciones de ternura que serían propias de los esposos, pues no sólo deben evitar las relaciones íntimas, sino que tampoco deben iniciarlas. Deben saber resistir las presiones del ambiente que impulsan a los novios a vivir como si fueran personas casadas. Y saber que el esfuerzo por vivir limpiamente su amor tendrá la garantía de su duración. Además, siempre hay que pensar que Dios no pide imposibles, y que el noviazgo se puede vivir limpiamente con la ayuda de su gracia, frecuentando los sacramentos y siendo amigos de Dios.
d) La celebración del matrimonio
138. ¿Qué características debe tener la celebración del matrimonio?
El matrimonio cristiano requiere una celebración litúrgica que exprese ante la Iglesia, representada ante unos testigos, la naturaleza sacramental de la alianza conyugal que establece. Los esposos deben saber que expresan las promesas de su alianza ante el mismo Jesucristo representado por el ministro de la Iglesia y los testigos que asisten al matrimonio. La ceremonia de la boda se lleva a cabo una vez aclarado que no existen impedimentos, que dicho acuerdo se realiza responsable y libremente, que se expresa con claridad el consentimiento que realiza la alianza conyugal, y que se observan las formas establecidas por la Iglesia con una ceremonia sencilla y digna.
139. ¿Qué manifiesta la celebración del matrimonio cristiano?
El matrimonio cristiano manifiesta de modo público que los esposos -aquel hombre y aquella mujer- han sido llamados por Dios para establecer libremente una comunidad de vida y de amor que debe ser un camino hacia la santidad. En él, se ceden mutuamente el derecho sobre sus cuerpos para realizar los actos propios de la generación y educación de sus hijos. Este derecho es perpetuo y sólo exclusivo de ellos.
e) Situaciones irregulares y difíciles en las familias
140. ¿Cuales son las principales situaciones irregulares en la familia?
Las principales situaciones irregulares que contradicen el plan de Dios sobre la familia son: el llamado "matrimonio a prueba"; las uniones libres; los católicos unidos sólo por el matrimonio civil; las personas separadas o divorciadas no casadas de nuevo; las personas divorciadas y vueltas a casar; los privados de familia.
141. ¿Qué es el "matrimonio a prueba"?
Se llama así a la cohabitación de una pareja que prueba su compatibilidad durante un tiempo, pensando en la posibilidad de contraer- posteriormente un enlace definitivo. Propiamente hablando, esta "prueba" no se trata de un matrimonio, porque en él se prevé la posibilidad de una futura ruptura; y esto es incompatible con el verdadero matrimonio.
142. ¿Qué son las uniones libres?
Son uniones constituidas por un hombre y una mujer que deciden vivir juntos, sin ningún tipo de compromiso entre ellos. Estas situaciones pueden ser fruto de determinadas circunstancias económicas o culturales; de la inmadurez afectiva y sicológica de la pareja, o consecuencia de la búsqueda desordenada del placer. En todo caso estas uniones reflejan una gran inmadurez humana, porque indican que no se es capaz de asumir el compromiso de formar una familia.
143. ¿Cómo es posible evitar esas situaciones?
Es necesario averiguar las causas en cada caso para ponerles remedio. En general, es preciso promover la educación de los jóvenes mostrando los grandes bienes de la fidelidad, del matrimonio y de la familia, y la conveniencia de construir hogares estables.
144. ¿Cuál es la situación dentro de la Iglesia de los católicos unidos en matrimonio civil?
Hay que distinguir dos grupos de personas: los que nunca recibieron el sacramento del matrimonio; y los que lo recibieron y se divorciaron para volver a contraer matrimonio civil. Los primeros tienen una situación distinta a las uniones libres, porque aceptan de alguna manera las obligaciones del matrimonio. Sé les debe animar a que santifiquen su hogar recibiendo el sacramento del matrimonio, para que sean coherentes con la fe que profesan y el estilo de vida que llevan. En todo caso, no pueden acceder a los sacramentos de la Iglesia mientras perdure esa situación, porque entre católicos el único matrimonio válido y licito es el sacramental.
145. ¿Puede una persona católica divorciarse cuando la convivencia con el otro cónyuge es imposible?
Si la convivencia conyugal se hace imposible por problemas de infidelidad, o de violencia, malos ejemplos para los hijos, etc., el cónyuge inocente puede pedir lícitamente la separación -pues el otro cónyuge perdió sus derechos-, pero convendrá que se aconseje previamente con un sacerdote.
146. ¿Cuál es la situación dentro de la Iglesia de las personas divorciadas que han vuelto a contraer un matrimonio civil?
La Iglesia ruega por todos ellos y desea atenderles como a miembros especialmente necesitados de su ayuda, porque las palabras de Jesús sobre la ilicitud de su situación son claras: Yo les digo: cualquiera que repudie a su mujer y se una con otra, comete adulterio (Mt 19,9); y en otro pasaje: el que repudie a su mujer la expone a cometer adulterio, y el que se una con la repudiada comete adulterio (Mt 5,32). Así pues, deben tratar de resolver su situación: sea investigando la posible nulidad de su primer matrimonio con intención de contraer legítimamente el actual; sea disolviendo la segunda unión civil y tratando de recomponer su primera unión matrimonial; o viviendo con su, actual cónyuge, si así lo exigen las obligaciones de justicia adquiridas por los hijos que se tengan, pero sin tener relaciones con él. Sólo en este último caso, cuando ambos viven como hermano y hermana, y quitando toda posibilidad de causar escándalo a otros fieles, podrían participar de los sacramentos. En todo caso deben recibir el consejo de un sacerdote prudente y experimentado
147. ¿Estas personas están separadas de la Iglesia?
De ningún modo. Pueden y deben como todos los católicos acudir a la oración, escuchar la Palabra de Dios, participar de la Misa, y procurar realizar obras de caridad y misericordia. Pueden también fomentar las iniciativas en favor de la justicia, educar a los hijos en la fe cristiana y cultivar el espíritu y las obras de penitencia. De este modo se disponen también a recibir la ayuda de Dios para regularizar su situación.
148. ¿Cuáles son los sentimientos de la Iglesia respecto a los que no tienen familia?
Estas personas son valoradas con afecto y consideración por parte de la Iglesia. El Santo Padre, Juan Pablo II, siempre ha animado a que se les abra todavía más la puerta de la iglesia a las personas que no tienen familia, porque la Iglesia es la casa de todos, especialmente de los fatigados y necesitados.



CATECISMO DE LA FAMILIA 


Y DEL MATRIMONIO


Padres Fernando Castro y Jaime Molina
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CONSAGRACIÓN DEL MATRIMONIO AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

CONSAGRACIÓN DEL MATRIMONIO AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA
"Oh, Corazón Inmaculado de María, refugio seguro de nosotros pecadores y ancla firme de salvación, a Ti queremos hoy consagrar nuestro matrimonio. En estos tiempos de gran batalla espiritual entre los valores familiares auténticos y la mentalidad permisiva del mundo, te pedimos que Tu, Madre y Maestra, nos muestres el camino verdadero del amor, del compromiso, de la fidelidad, del sacrificio y del servicio. Te pedimos que hoy, al consagrarnos a Ti, nos recibas en tu Corazón, nos refugies en tu manto virginal, nos protejas con tus brazos maternales y nos lleves por camino seguro hacia el Corazón de tu Hijo, Jesús. Tu que eres la Madre de Cristo, te pedimos nos formes y moldees, para que ambos seamos imágenes vivientes de Jesús en nuestra familia, en la Iglesia y en el mundo. Tu que eres Virgen y Madre, derrama sobre nosotros el espíritu de pureza de corazón, de mente y de cuerpo. Tu que eres nuestra Madre espiritual, ayúdanos a crecer en la vida de la gracia y de la santidad, y no permitas que caigamos en pecado mortal o que desperdiciemos las gracias ganadas por tu Hijo en la Cruz. Tu que eres Maestra de las almas, enséñanos a ser dóciles como Tu, para acoger con obediencia y agradecimiento toda la Verdad revelada por Cristo en su Palabra y en la Iglesia. Tu que eres Mediadora de las gracias, se el canal seguro por el cual nosotros recibamos las gracias de conversión, de amor, de paz, de comunicación, de unidad y comprensión. Tu que eres Intercesora ante tu Hijo, mantén tu mirada misericordiosa sobre nosotros, y acércate siempre a tu Hijo, implorando como en Caná, por el milagro del vino que nos hace falta. Tu que eres Corredentora, enséñanos a ser fieles, el uno al otro, en los momentos de sufrimiento y de cruz. Que no busquemos cada uno nuestro propio bienestar, sino el bien del otro. Que nos mantengamos fieles al compromiso adquirido ante Dios, y que los sacrificios y luchas sepamos vivirlos en unión a tu Hijo Crucificado. En virtud de la unión del Inmaculado Corazón de María con el Sagrado Corazón de Jesús, pedimos que nuestro matrimonio sea fortalecido en la unidad, en el amor, en la responsabilidad a nuestros deberes, en la entrega generosa del uno al otro y a los hijos que el Señor nos envíe. Que nuestro hogar sea un santuario doméstico donde oremos juntos y nos comuniquemos con alegría y entusiasmo. Que siempre nuestra relación sea, ante todos, un signo visible del amor y la fidelidad. Te pedimos, Oh Madre, que en virtud de esta consagración, nuestro matrimonio sea protegido de todo mal espiritual, físico o material. Que tu Corazón Inmaculado reine en nuestro hogar para que así Jesucristo sea amado y obedecido en nuestra familia. Qué sostenidos por Su amor y Su gracia nos dispongamos a construir, día a día, la civilización del amor: el Reinado de los Dos Corazones. Amén. -Madre Adela Galindo, Fundadora SCTJM

CONSAGRACIÓN DEL MATRIMONIO A LOS DOS CORAZONES EN SU RENOVACIÓN DE VOTOS

CONSAGRACIÓN DEL MATRIMONIO A LOS DOS CORAZONES EN SU RENOVACIÓN DE VOTOS
Oh Corazones de Jesús y María, cuya perfecta unidad y comunión ha sido definida como una alianza, término que es también característico del sacramento del matrimonio, por que conlleva una constante reciprocidad en el amor y en la dedicación total del uno al otro. Es la alianza de Sus Corazones la que nos revela la identidad y misión fundamental del matrimonio y la familia: ser una comunidad de amor y vida. Hoy queremos dar gracias a los Corazones de Jesús y María, ante todo, por que en ellos hemos encontrado la realización plena de nuestra vocación matrimonial y por que dentro de Sus Corazones, hemos aprendido las virtudes de la caridad ardiente, de la fidelidad y permanencia, de la abnegación y búsqueda del bien del otro. También damos gracias por que en los Corazones de Jesús y María hemos encontrado nuestro refugio seguro ante los peligros de estos tiempos en que las dos grandes culturas la del egoísmo y de la muerte, quieren ahogar como fuerte diluvio la vida matrimonial y familiar. Hoy deseamos renovar nuestros votos matrimoniales dentro de los Corazones de Jesús y María, para que dentro de sus Corazones permanezcamos siempre unidos en el amor que es mas fuerte que la muerte y en la fidelidad que es capaz de mantenerse firme en los momentos de prueba. Deseamos consagrar los años pasados, para que el Señor reciba como ofrenda de amor todo lo que en ellos ha sido manifestación de amor, de entrega, servicio y sacrificio incondicional. Queremos también ofrecer reparación por lo que no hayamos vivido como expresión sublime de nuestro sacramento. Consagramos el presente, para que sea una oportunidad de gracia y santificación de nuestras vidas personales, de nuestro matrimonio y de la vida de toda nuestra familia. Que sepamos hoy escuchar los designios de los Corazones de Jesús y María, y respondamos con generosidad y prontitud a todo lo que Ellos nos indiquen y deseen hacer con nosotros. Que hoy nos dispongamos, por el fruto de esta consagración a construir la civilización del amor y la vida. Consagramos los años venideros, para que atentos a Sus designios de amor y misericordia, nos dispongamos a vivir cada momento dentro de los Corazones de Jesús y María, manifestando entre nosotros y a los demás, sus virtudes, disposiciones internas y externas. Consagramos todas las alegrías y las tristezas, las pruebas y los gozos, todo ofrecido en reparación y consolación a Sus Corazones. Consagramos toda nuestra familia para que sea un santuario doméstico de los Dos Corazones, en donde se viva en oración, comunión, comunicación, generosidad y fidelidad en el sufrimiento. Que los Corazones de Jesús y María nos protejan de todo mal espiritual, físico o material. Que los Dos Corazones reinen en nuestro matrimonio y en nuestra familia, para que Ellos sean los que dirijan nuestros corazones y vivamos así, cada día, construyendo el reinado de sus Corazones: la civilización del amor y la vida. Amén! Nombre de esposos______________________________ Fecha________________________ -Madre Adela Galindo, Fundadora SCTJM

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