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jueves, 2 de junio de 2011

El aborto como método de explotación capitalista


"Estamos en realidad ante una objetiva ‘conjura contra la vida’, que ve implicadas incluso a instituciones internacionales" 


Un estudio de hace unos años, realizado por Ermenegildo Spaziante, miembro de la Sociedad Italiana de Bioética y publicado por la Universitá Cattolica del Sacro Cuore de Roma, fijaba en 38.896.000 el número anual de abortos en el mundo (casi 110.000 diarios). Ahora estas cifras han aumentado significativamente. Por poco sensibilizado que esté uno hacia el tema, no puede negarse que se trata de un hecho sin igual en la historia de la especie humana y adquiere tintes de genocidio universal.

Por ello, debe evitar acometerse con puntos de vista estrechos y reduccionistas, que dejen el tema envuelto en brumas parciales. Y es que el problema del aborto en el mundo, por más que así se nos presente por quienes lo defienden, excede con mucho el problema de la liberación de la mujer: los fetos desechados pertenecen a ambos sexos –más aún, suele tenderse, al menos en el tercer mundo, a que pertenezcan mayoritariamente al género femenino-; como tampoco cabe, en sana lógica, situar una matanza de esta magnitud en el terreno de la revolución sexual, que se nos aparecería como desproporcionadamente cara por grandes que pudieran ser sus beneficios presentes y futuros.

Por eso, consciente de la dificultad de ligar el tema a una dinámica puramente ideológica, todo el orquestado discurso proabortista ha tendido a presentar el tema desde una óptica individual y hasta casuística, buscando propiciar en el ciudadano la sensación de que se trata de un “problema de conciencia” en el que no tiene arte ni parte nadie sino la mujer afectada. No es así, sin embargo; y no hablo aquí de entrar en polémica sobre si el feto es ya un ser humano o no lo es; ni si el varón tiene derecho alguno a intervenir; ni si lo tiene la Iglesia, o la sociedad. El aborto, a nivel mundial, es, por encima de todo, un acto de imperialismo brutal a cuenta de los países ricos sobre los pobres. Y esto, que puede sonar a demagógico, no lo es en absoluto. 

El meollo de toda la política antinatalista del mundo desarrollado sobre el subdesarrollado tiene su punto de origen en el problema de la competencia por mano de obra barata y en el fenómeno de la inmigración. Vayamos al segundo: es un hecho que, cada año desde hace treinta, un millón de inmigrantes del sur se instala en el norte. Lo es también que el norte no sabe ya cómo convencer al sur de que la causa de su pobreza es su sobredimensionado crecimiento demográfico. Y parece lógica esta dificultad: ¿no es verdad que la densidad de población de, por ejemplo, Japón (325 habitantes por Km2, y 23.000 dólares anuales de renta per cápita), sobrepasa con creces la de la mayoría de los países que se consideran “pobres” (como Tanzania, que con 25 habitantes por Km2, sólo alcanza los 130 dólares de renta per cápita)?. 

Cualquier persona medianamente informada –los países del Tercer Mundo son pobres, pero no tontos- sabe que una adecuada revolución demográfica es un factor esencial para cualquier proceso de promoción y expansión industrial de primera fase; más población es también más mano de obra –lo que la hace más barata-, y más mercado interior, elementos esenciales ambos para consolidar una mínima infraestructura industrial capaz de abrirse posteriormente a la competencia exterior. 

Europa, desde luego, tuvo su propia revolución demográfica, desde la inglesa, inaugurada a principios del siglo XIX, a la española, concluida en los años sesenta de nuestro siglo. Recordemos cómo, ya en el siglo XVII y XVIII, nuestros novatores e ilustrados supieron ver en la despoblación que entonces aquejaba a la península una de las causas de la decadencia nacional. Pero también es fácil colegir –y comprobar históricamente- que los beneficios de una expansión demográfica concluyen, e incluso comienzan a revertir negativamente, en el momento en que se alcanza un punto de saturación, si ésta no viene acompañada de un cualitativo empujón tecnológico. 

Europa solventó este problema mediante la emigración: chorros de europeos invadieron durante siglo y medio los continentes vecinos (África, América) y no tan vecinos (Oceanía, Extremo Oriente) hasta descongestionar sus respectivas poblaciones incluso a costa de sustituir a las poblaciones autóctonas en sus lugares de destino. En 1895, sir Cecil Rhodes afirmaba en el Parlamento británico que “para salvar los 40 millones del Reino Unido de una guerra civil funesta, nosotros, los políticos coloniales, hemos de tomar posesión de nuevos territorios para colocar en ellos el exceso de población, para encontrar nuevos mercados en los que vender los productos de nuestras fábricas y de nuestras minas”. 

A la vista de esto, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que una parte del Tercer Mundo pagó con la extinción el progreso del hombre blanco. Pues bien: el mundo en vías de desarrollo lleva veinte años necesitando del mismo modo, y con la misma urgencia, una descongestión demográfica que le arranque de la miseria y le aparte del peligro –ya peligrosamente constatable- de la guerra civil. El problema está en que, en ese camino, no ha hecho más que tropezar con el primer mundo, que sólo le ofrece parches, pero no soluciones efectivas. 

En la Conferencia de la Población de El Cairo, de 1994, por ejemplo, los países desarrollados se negaron repetidamente a ampliar sus cuotas de inmigración y a abrir las barreras aduaneras a la importación de productos del sur, tal como pedían los países pobres. En cambio, sí que supieron ofrecer notabilísimas ayudas encaminadas a la “planificación familiar” y, muy especialmente, al aborto. Resulta bien significativo que el presidente Billy Clinton, que no ha tenido empacho en negar al aborto, en su propio país, la cualificación de “método de planificación familiar”, impidiendo así que sea subvencionado con fondos federales, lo proponga en cambio como tal para el Tercer Mundo. 

Ya en la Conferencia de Población de Méjico (1984) el mundo rico intentó incluir el aborto en los países en desarrollo como “método de planificación familiar”, siendo rechazada la propuesta. En la de El Cairo se insistiría en las mismas pretensiones, fijando incluso un límite para la población del planeta, en 7.270 millones. El promotor de esta “luminosa” idea no es otro que el “Fondo para la Población de la Naciones Unidas”, fundación creada a iniciativa de los Estados Unidos para camuflar sus intereses en las campañas contra la natalidad para el Tercer Mundo. 

No es, como digo, demagogia mencionar los intereses que el gigante capitalista tiene a la hora de frenar la expansión demográfica de los países en desarrollo: el mismo Juan Pablo II así lo afirmó en su rotunda y reveladora encíclica Evangelium Vitae, del año 1995, cuando decía que “estamos en realidad ante una objetiva ‘conjura contra la vida’, que ve implicadas incluso a instituciones internacionales”. Como muestra, un botón: el 16 de marzo de 1994, poco antes de la Conferencia de El Cairo, el departamento de Estado norteamericano ordenó a sus embajadas que insistieran a sus gobiernos anfitriones en que los Estados Unidos consideraban el acceso al aborto voluntario un derecho fundamental de todas las mujeres, y, a comienzos del segundo mandato de Clinton, en febrero de 1997, el Congreso de los Estados Unidos aprobó una ley presupuestaria de 385 millones de dólares (53.900 millones de pesetas) destinados a la planificación familiar y al aborto en el Tercer Mundo.

Simultáneamente, era rechazada una moción del congresista pro-vida Chris Smith que, aludiendo a lo que llamó “imperialismo demográfico”, ofrecía aumentar la partida hasta 713 millones siempre que del programa antinatalista fuera explícitamente excluido el fomento del aborto. Obviamente, las intenciones del presidente Clinton y de sus compañeros de viaje no pasaban por esa exclusión. La razón la dio explícitamente la entonces nueva secretaria de Estado, Madeleine Albrigth, alegando que el control de nacimientos en el Tercer Mundo es pieza fundamental de su política de promoción de los intereses norteamericanos. Algunos otros congresistas supieron ser algo más explícitos y aludieron a necesidad de reducir la competencia por mano de obra barata en el mercado internacional (ABC, 16-2-97). 

Pero no se crea que este planteamiento estratégico-defensivo proviene de estos últimos años, o está únicamente representado por Clinton; tiene su origen, más bien, en el famoso “Documento 2000” del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, aprobado el 10 de diciembre de 1974 por el presidente Gerald Ford, documento, como es obvio a tenor de la dureza de su contenido, originariamente secreto, y sin embargo desvelado en 1990 gracias a las presiones de algunos historiadores que supieron invocar con éxito las leyes de secretos oficiales. El documento, textualmente, afirma en algunos de sus apartados: 

Punto 19: Los actuales factores de población en los países menos desarrollados suponen un riesgo político e incluso problemas de seguridad nacional para los Estados Unidos”. 

Punto 30: Los países con interés político y estratégico especial para los Estados Unidos son India, Bangla Desh, Pakistán, Nigeria, México, Indonesia, Brasil, Filipinas, Tailandia, Egipto, Turquía, Etiopía y Colombia (...) El presidente y el secretario de Estado deben tratar específicamente del control de la población mundial como un asunto de la máxima importancia en sus contactos regulares con jefes de otros gobiernos, particularmente de países en desarrollo”. 

Punto 33: Debemos tener cuidado de que nuestras actividades no den a los países en desarrollo la apariencia de políticas de un país industrializado contra países en desarrollo. Hay que asegurar su apoyo en este terreno. Los líderes del Tercer Mundo deben figurar a la cabeza y recibir el aplauso por los programas eficaces”. 

Punto 34: Para tranquilizar a otros respecto de nuestras intenciones, debemos hacer énfasis en el derecho de los individuos y las parejas a decidir libre y responsablemente el número y el espaciamiento de sus hijos, el derecho a recibir la información, educación y nuestro continuo interés en mejorar el bienestar de todo el mundo. Debemos utilizar la autoridad del Plan Mundial de Población de las Naciones Unidas”. 

No sabemos si tendrá que ver con aquellas áreas de interés estratégico el hecho de que la primera conferencia de población se celebrase en Méjico, y la segunda en Egipto. Pero sí podemos constatar que el Fondo para la Población de las Naciones Unidas es una de las pocas oficinas de la O.N.U. que ve crecer sus presupuestos cada año, financiados en un 50 % por los Estados Unidos, y el resto por otros países del Primer Mundo.

En 1994, por ejemplo, contaba con 246 millones de dólares, más otros 1.000 millones en programas destinados expresamente a frenar la natalidad de los países pobres. Sus actividades se centran en la esterilización, anticoncepción y aborto en el mundo en desarrollo. Con todo, su más rutilante actuación en los últimos tiempos, ha sido la convocatoria de la polémica Conferencia de El Cairo, encaminada en un primer momento a conseguir que los países destinatarios de los programas antinatalistas contribuyesen económicamente al sostenimiento de éstos. 

Claro, que no es el Fondo de Población la única institución con que juegan los intereses estratégicos de los Estados Unidos: una gran parte de los 385 millones de dólares (al cambio, muchos millones de pesetas) que el Congreso norteamericano dedicó en febrero del 97 a la planificación familiar en el Tercer Mundo, habrían de ser encauzados a través de la International Planet Parenthood Federation (I.P.P.F.), una multinacional del aborto fundada a principios de este siglo en Estados Unidos (Brooklin, 1916) por Margaret Sanger a partir de una clínica abortiva. La I.P.P.F., por otro lado, tuvo mucho que ver con la redacción del documento propuesto –y afortunadamente rechazado- en El Cairo: el 31 de marzo de 1994, por ejemplo, I.P.P.F. se jactaba públicamente de que su presidente, Fred Sai, lo era a su vez de la tercera conferencia preparatoria, y de que la delegada de la organización abortista para el hemisferio occidental, Billie Miller, presidía el grupo de O.N.Gs y el comité de planificación. 

No decía, aunque era de dominio público, que Nafis Sadik, directora por entonces del Fondo para la Población de las Naciones Unidas, había trabajado con anterioridad para la I.P.P.F., lo mismo que el secretario de Estado adjunto para Cuestiones Globales de los Estados Unidos, antiguo director de la I.P.P.F. en Denver. Junto a esa verdadera “multinacional de la muerte”, hay que citar también la Fundación Ford, la Fundación Rockefeller, el Alan Guttmacher Institute, que depende del I.P.P.F., o el Population Council, financiado por el gobierno norteamericano. Pero quizá el más importante instrumento de presión del “lobby” antinatalista sea el Banco Mundial, con su política dirigida a condicionar los créditos a los países pobres al grado de cumplimiento de las directrices marcadas por el Fondo para la Población de las Naciones Unidas. Recordemos que la deuda externa es uno de los más dolorosos cánceres del Tercer Mundo. 

Mozambique, por ejemplo, tuvo que desembolsar en 1996, por este concepto, el doble de lo que dedicó a educación y salud. Y no caigamos en la trampa –claramente racista- de culpar del desastre a una nunca demostrada “incapacidad” de esos países para valerse por sí solos o para escapar de la corrupción política. Tengamos en cuenta que durante los años ochenta, según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, los tipos de interés para los países pobres fueron en conjunto cuatro veces más elevados que para los países ricos. 

Del mismo modo, conviene no olvidar que el problema de la deuda externa tiene orígenes relativamente cercanos, pues se remonta a la crisis del petróleo de 1973. En esas fechas, los grandes bancos mundiales vieron crecer sus fondos por las imposiciones provenientes de los países de la O.P.E.P., que habían acrecentado sobremanera sus ingresos después de cuadruplicar el precio del petróleo, y se lanzaron desaforadamente a una arriesgada política de préstamos sobre los países en desarrollo. 

Como es natural, éstos recibieron ávidos esta inopinada lluvia de millones que, en muchos casos, no fueron a parar al objetivo para el que habían sido solicitado. Por otra parte, y al mismo tiempo, el aumento del precio del crudo provocaba en el mundo industrializado un galopante proceso inflacionario de difícil solución sino con medidas radicales. 

En 1979, el gigante norteamericano se vería obligado a un duro ajuste monetario, que fue inmediatamente seguido por todos los otros países del bloque industrializado. La consecuencia para el Tercer Mundo, que vivía de sus exportaciones, no se hizo esperar: en breve plazo, aquellos países que habían contraído deudas a tipos de interés variable –que eran, lógicamente, casi todos- vieron cómo los intereses de sus préstamos se multiplicaban. 

Las más de las veces la deuda se convertía en un peso insalvable: los pagos anuales, efectuados con notables sacrificios por los deudores, no alcanzaban a cubrir ni siquiera el montante de los intereses. En 1996, por ejemplo, la deuda externa acumulada por Zambia duplicaba su P.N.B. Ese mismo año, el mundo en desarrollo debía al primer mundo globalmente el doble que diez años antes, sólo en calidad de acumulación de intereses impagados. 

Así las cosas, no es posible ignorar el funcionamiento interno por el que se rige la actividad del anteriormente mencionado Banco Mundial. Nacido, como el Fondo Monetario Internacional (F.M.I.), en julio de 1944 en Bretton Woods (EE.UU.), representó en su momento el deseo de diseñar las directrices económicas de un mundo que ya preveía la victoria en la Segunda Guerra Mundial, y anhelaba extender y globalizar su capitalismo a escala planetaria. 

No cabe duda de que sus objetivos están cerca de cumplirse, si es que no lo han hecho ya. A finales de 1991 la revista The Economist y el New York Times sacaron a la luz un memorándum interno del Banco Mundial según el cual esta institución debía estimular la instalación en el Tercer Mundo de las industrias más sucias, por varias razones: la misma lógica económica, que invita a alejar de la propia casa los residuos, los bajos niveles de contaminación de esos países, a causa de su menor densidad de población, y la escasa incidencia del cáncer sobre grupos de gente cuya esperanza de vida es de por sí pequeña. 

¿Puede extrañar a alguien, pues, que el primer mundo necesite perpetuar el déficit poblacional del mundo en desarrollo? Es preciso señalar que, en las decisiones del F.M.I., los Estados Unidos cuentan con un 17’80 % de los votos, y el mundo desarrollado en conjunto (unos quince países, de un total de poco más de ciento setenta y cinco), el 55 %. El porcentaje, por supuesto en un sistema cuya base es el dinero, viene determinado por las aportaciones económicas al Fondo, lo que deja fuera de juego a los países menos desarrollados. Por ejemplo, el grupo formado por Argentina, Chile, Bolivia, Paraguay, Perú y Uruguay no suma más del 2’15 % de los votos. 

El demógrafo Karl Zinsmeister ya demostró en 1994, en sendos artículos publicados por las revistas norteamericanas The National Interest y Population Research Institute Review, que el problema demográfico no existe en cuanto tal, sino como consecuencia de una injusta distribución de la riqueza. La misma División de la Población de la Naciones Unidas, organismo estadístico sin capacidad ejecutiva y por ello, hasta la fecha, libre de la infiltración estratégica de los países ricos, aseguró en 1994, en su documento anual “Perspectivas de la población mundial”, que el famoso “peligro demográfico” es cada vez menor, y que, por encima de pesimismos más o menos interesados, el crecimiento demográfico del planeta se está estabilizando. 

En 1960, la previsión mundial de población para el año 2000, era de casi 10.000 millones; a pocos meses del nuevo milenio, hay que revisar esa cifra notablemente a la baja. Y la razón, desde luego, no es la actividad antinatalista del F.P.N.U., sino la misma lógica demográfica, que determina que, a mayor nivel de vida, se corresponde un descenso en la cantidad del número de hijos por pareja. 

Por otro lado, no conviene magnificar desmesuradamente la triste situación económica del mundo. Hace sólo treinta años, el 80 % de la población de los países en vías de desarrollo vivían bajo el triste umbral de las 2.000 calorías per cápita, y en esos mismos países sólo un 2 % superaba las 2.700. Hoy no llega al 8’5 % la cantidad de población en vías de desarrollo que no alcanza el umbral mínimo, y supera el 15 % la que sobrepasa el de las 2.700 calorías. 

En este tiempo, y mientras la población mundial se duplicaba, el suministro medio de calorías per cápita del planeta pasaba de 1.950 a 2.475. En la actualidad existe, por ejemplo, un 60 % más de cereales disponibles por persona que en 1960. La F.A.O., en 1994, determinó que, de 1950 hasta ese año, la producción mundial de cereales se había multiplicado por tres, mientras la población sólo se había duplicado. Y, en 1996, durante la Cumbre Mundial sobre la Alimentación, este organismo internacional reveló que desde 1970 en los 55 países más pobres de la tierra la esperanza de vida se había disparado. 

En Tanzania, por ejemplo, ha pasado de los 41 a los 52 años; en Etiopía, de los 37 a los 47, y en Sudán, de los 40 a los 53. El catastrofismo, en todo caso, no es de hoy: ya en el siglo II después de Cristo, Tertuliano se quejaba de que el mundo no podía soportar más carga demográfica. De entonces ahora, algo ha llovido, y algo hemos avanzado. La realidad histórica demuestra que la capacidad de la técnica humana permite ampliar el ecúmene hasta límites insospechados. 

Roger Revelle, que fue director del Harvard Center for Population Studies, ha llegado a afirmar que las capacidades tecnológicas actuales, bien aplicadas, permitirían alimentar a 40.000 millones de personas en el mundo. Un buen ejemplo de esto es lo que se llamó la “revolución verde”, llevada a cabo por el doctor M.S. Swaminathan en la India a partir de un arroz de laboratorio, el I.R. 36, capaz de un rápido crecimiento y de una fuerte resistencia a las plagas y enfermedades, que permitió al país asiático, entre 1967 y 1987, multiplicar su producción de cereal por habitante en un período en que su población había crecido en 100 millones, e incluso acumular un stock de 50 millones de toneladas y convertirse, desde 1980, en país exportador. 

Por otra parte, la superficie cultivada es susceptible de aumentar: en China, por ejemplo, donde la política antinatalista se ha ejercido de la forma más brutal y donde su fracaso ha sido más evidente, la superficie apta para el cultivo de secano y no utilizada es de 2.500 millones de hectáreas, tres veces más que la que se dedica a la explotación. Lo mismo ocurre con el problema de la desertización. 

La F.A.O. ha prevenido frecuentemente contra la poca credibilidad de los mecanismos que se utilizan para evaluar la irrecuperabilidad de las tierras, y hay casos que desmienten muchas de estas clasificaciones, como el programa agrícola que devolvió la fertilidad a algunas zonas de Kenia, y que logró demostrar que una tierra clasificada como no restaurable puede dejar de serlo con sólo aplicar en ella la tecnología y los incentivos adecuados. Para qué hablar de las experiencias israelíes. 

El problema, en cualquier caso, no es demográfico, sino de reparto. Aunque los países pobres son cada día, en efecto, menos pobres, los ricos son más ricos, de modo que las diferencias se acrecientan. En el año 1800, el P.N.B. por habitante era de 200 dólares entre los países del norte, y de 206 en los del sur. 

En 1900, ya el norte dispone de 528 dólares de P.N.B. por habitante, y el sur sólo de 179. A la altura de 1987, la diferencia es escandalosa: el norte disfruta de un P.N.B. medio por habitante de 14.430 dólares, y el sur sólo de 700. No cabe la menor duda de que, objetivamente, el sur ha mejorado en este tiempo; pero la pobreza es tanto más evidente, y se hace más injusta, cuando se la coteja con el lujo. 

Baste señalar que los Estados Unidos, por sí solos, podrían alimentar adecuadamente a los 6.000 millones de habitantes que viven hoy sobre la Tierra (un solo niño norteamericano consume anualmente lo que 422 etíopes), y que sólo poniendo en juego un 10 % de los stocks del mundo desarrollado, podría acabarse con los problemas de malnutrición del Tercer Mundo. Cada occidental consume y, en consecuencia, ensucia cuatro veces más que cada habitante del Tercer Mundo. 

Es significativo que la riqueza de 225 personas en el mundo equivalga a la de la mitad de la Humanidad, y que las tres personas más ricas del mundo (entre ellas Bill Gates) superen en conjunto el presupuesto de los 48 países más pobres, según denunció en septiembre de 1998 el director regional del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo de América Latina y el Caribe, Alfonso Zumbado, en su Informe Anual de Desarrollo Humano

Claro que estas cifras cobran su verdadera dimensión cuando se sabe que serían suficientes 13.000 millones de dólares para lograr que todos los seres humanos tuvieran acceso a unos mínimos servicios de salud. Baste conocer, en suma, que el 40 % de la humanidad ha de valerse con tan sólo el 3’3 % de los recursos, mientras el 20 % del planeta consume el 82’7 % y, lo que es más escandaloso, produce simultáneamente el 80 % de la contaminación. 

A este respecto, no deja de resultar curioso que sean precisamente los países industrializados –es decir: aquéllos que contaminan en mayor medida- quienes abanderen el movimiento de la ecología como dogma ético de la globalidad mundialista, conminando a los países del Tercer Mundo a conservar vírgenes sus bosques y selvas (los “pulmones del planeta”) aunque ello les suponga a medio plazo el estancamiento económico. Curioso -y hasta cínico-, cuando comprobamos, como ha sucedido hace poco en la cumbre de Kioto, que el llamado “primer mundo” no está dispuesto a reducir su carrera hacia la opulencia ni siquiera ante la posibilidad más que probable de dejar la biosfera hecha unos zorros. 

Sin duda, es más fácil pedir al mendigo que limpie el basurero global mientras nosotros lo llenamos; en suma: que siga siendo pobre, para que podamos nosotros seguir siendo ricos. No podemos evadirnos de nuestra responsabilidad; y nótese que al utilizar la primera persona del plural incluyo en ese capítulo también a España, como parte del mundo rico. Debemos ser conscientes de que una parte –no me atrevo a asegurar que pequeña- de nuestra riqueza es espuria, sustraída al esfuerzo universal de la Humanidad gracias a una privilegiada –y no siempre honestamente conquistada- posición en la parrilla de salida. 

Está claro que la solución no puede pasar por pedir a los países pobres que lo sigan siendo y abandonen sus expectativas de industrializarse, mientras el mundo “rico” continúa contaminando y disfrutando de los mismos niveles de producción y consumo que hasta ahora. La única solución ha de ser, fundamentalmente, asumir la interdependencia como un reto de futuro y como un compromiso moral, y no sólo como paisaje-escenario para el enriquecimiento rápido y para la explotación. 

El mundialismo económico, si ha de serlo, tendrá que reportar a sus protagonistas no sólo beneficios, sino también responsabilidades. Para ello, se haría preciso que los países ricos asumieran su parte alícuota de sacrificio sin reservas. Y ello, no sólo por un elemental deber de justicia (se calcula que por cada dólar que el mundo desarrollado invierte en el Tercer Mundo, recupera cuatro), sino también –para el caso en que lo anterior no fuera suficiente-, que tendría que serlo- como único modo verdaderamente eficaz de evitar el previsible big bang migratorio que se avecina y ya se apunta. 

El camino para ello, aunque suene a paradójico, pasa por la eliminación, o en su defecto por la ampliación, de las cuotas de inmigración en los países ricos y la desaparición de sus barreras aduaneras proteccionistas a las importaciones provenientes del mundo en vías de desarrollo. Sin olvidar la urgente condonación de al menos una parte de su deuda externa. Con ello, sin duda, se conseguiría a medio plazo una mínima descongestión demográfica y económica en esos lugares y, en un período más largo, seguramente una tendencia a un cierto grado de igualación en el nivel de vida de todos los habitantes del Planeta. 

A cambio, el primer mundo ganaría algunos siglos de paz. Claro, que tales medidas supondrían algunos notables sacrificios, tales como la inmediata caída de los salarios y la reducción en gran medida del bienestar individual y social, con la consiguiente pérdida de votos y de influencia de partidos políticos y sindicatos, cosa que, por otra parte, se me aparece precisamente como una de las causas de que sea hoy por hoy tan difícil poner en marcha un verdadero programa de estabilización económica mundial. Aunque hay otras, mucho más importantes y decisivas, y menos explicitables: el primer mundo, convencido en gran medida de su superioridad biológica como WASP (White, anglo-saxon and protestant), ha ido viendo cómo, en las últimas décadas, perdía puntos porcentuales en los patrones demográficos (mientras el total de los países “ricos” crecía, entre 1950 y 1990, de 832 millones a 1.207, los países “pobres” lo hacían de 1.684 a 4.086), lo que ofrece al Tercer Mundo unas posibilidades de futuro hasta ahora difícilmente alcanzables en el marco geopolítico. 

Es evidente que el siglo XXI no es, sin duda, el de la raza blanca: si en la O.N.U. los distintos países estuvieran representados democráticamente en función de su número de habitantes, los Estados Unidos contarían con cinco veces menos votos que la India, y con seis veces menos que China. Un hipotético –pero no imposible- cambio de reglas del juego político internacional supondría, pues, una verdadera revolución copernicana en el escenario geo-estratégico. 

Lo cierto es que el mundo “rico” anhela mantener su status y su ritmo de vida sin perder, además, la hegemonía política. Por eso necesita detener con urgencia el crecimiento demográfico de los países en vías de desarrollo, y, para ello, trata de convencer a éste de que su pobreza se debe a su exceso de población, mientras restringe las cuotas de inmigración y fortifica su proteccionismo. Es significativo, en este sentido, el formidable atasco en que los intereses egoístas de las superpotencias económicas tuvieron sumida a la llamada “Ronda de Uruguay”, desde 1986 y durante casi diez años, hasta la firma del G.A.T.T. 

Los países en desarrollo, por el contrario, alegan que su pobreza se debe a la carencia de medios para mejorar su productividad, y que tal carencia se hace insalvable ante su continua discriminación en los intercambios internacionales y las barreras aduaneras a sus productos en los países ricos. Señalemos al respecto que el precio de las materias primas –principal fuente de ingresos del Tercer Mundo- sigue una carrera “convenientemente” descendente en el mercado mundial, lo que resta a los países en vías de desarrollo la capacidad efectiva de acumular divisas. Crece así el déficit de su balanza de pagos corriente, que en 1991 era de 100.000 millones de dólares, y, con él, su deuda externa, arma fundamental que el mundo “rico” utiliza para su política antinatalista. 

Lo que los países “pobres” piden no es otra cosa que juego limpio en las relaciones económicas internacionales. Y también que el Banco Mundial y el FMI dejen de condicionar sus créditos al cumplimiento de los programas demográficos del F.P.N.U. En lugar de eso, se les fuerza a un durísimo –yo diría que inhumano- corsé demográfico, mientras se palian sus hambrunas y sus crisis con bondadosos envíos de ayuda humanitaria, ciertamente útiles en primera instancia frente a la urgencia de la muerte, pero que, al final, sólo sirven para que los beneficiarios se acostumbren a depender del exterior y pierdan el interés por su propia producción, sometida a una competencia desleal desde el punto y hora en que el suministro humanitario es de carácter gratuito. 

Lo que los países en desarrollo necesitan no es tanto una ayuda permanente, y menos aún una grosera e interesada presión sobre sus hábitos demográficos, sino tecnología y comercio, y sobre todo una válvula de escape para sus excedentes de población. Con razón, los países suramericanos supieron responder en El Cairo a las pretensiones de Estados Unidos, el Banco Mundial y el F.P.N.U., afirmando que el alarmismo apocalíptico de los países ricos sólo responde a una concepción pesimista –y seguramente protestante- de la existencia, que no acaba de comprender que el ser humano no sólo dispone de una boca para comer, sino de una mente para pensar y de unos brazos para trabajar. 

Yo añadiría que responde también a una inconfesada falta de fe en la capacidad de la civilización occidental para absorber, y occidentalizar también, los aportes culturales que recibe y que espera recibir. Claro que una sociedad que no confía en la capacidad de su propio bagaje espiritual para atraer y convencer al recién llegado, no merece sino desaparecer. Los españoles, y los mediterráneos en general, que sabemos algo de mestizaje biológico y cultural porque hemos sabido enriquecernos con él y también exportarlo a lo largo de la Historia, deberíamos ser un buen referente para atender a las nuevas necesidades a que obliga el fenómeno de la inmigración. 

Más aún: tendremos que serlo, de grado o por fuerza, pues nadie puede poner vallas al campo, y seguramente sea imposible frenar el curso natural de las pateras. Aprendamos, pues, a manifestar sobre el recién llegado aquel proverbial sentido hispánico de la hospitalidad, y reforcemos, a la vez, los pilares sobre los que se asienta nuestra civilización, no sólo para no perderla en el marasmo étnico que se nos viene encima, sino porque seguramente descansen precisamente ahí los mecanismos del más hondo, eficaz e indoloro mestizaje. Por más que el ario se empeñe en ignorarlo. 

Miguel Argaya Roca 
www.arbil.org 

Aborto: Un breve Catecismo para los votantes católicos




La conciencia no es lo mismo que tus opiniones o sentimientos. La conciencia no puede ser idéntica a tus sentimientos porque la conciencia es la actividad de tu intelecto en la valoración de la bondad de tus acciones u omisiones pasadas, presentes


1. ¿La conciencia no es lo mismo que mis propias opiniones y sentimientos? ¿Y cada uno no tiene el derecho a su propia conciencia? 

La conciencia no es lo mismo que tus opiniones o sentimientos. La conciencia no puede ser idéntica a tus sentimientos porque la conciencia es la actividad de tu intelecto en la valoración de la bondad de tus acciones u omisiones pasadas, presentes o futuras, mientras que tus sentimientos vienen de otra parte de tu alma y deberían ser gobernados por tu intelecto y voluntad. 

La conciencia no es idéntica a tus opiniones porque tu intelecto basa su juicio en la ley natural moral, que es inherente en su naturaleza humana y es idéntica a los Diez Mandamientos. A diferencia de los derechos civiles hechos por legisladores o las opiniones que sostienes, la ley natural moral no es nada que inventes, por el contrario es algo que descubres dentro de ti mismo y es la norma gobernante de tu conciencia. Sencillamente, la Conciencia es la voz que te indica la verdad dentro de ti, y tus opiniones tienen que estar en la armonía con aquella verdad. 

Como católico, tienes la ventaja de haber recibido la enseñanza de la Iglesia o aprendido el Magisterio. El Magisterio te asiste a ti y a toda la gente de buena voluntad en el entendimiento de la ley natural moral cuando esta se relaciona con cuestiones específicas. Como católico, tienes la obligación de estar correctamente informado y formado por la enseñanza del Magisterio de la Iglesia. En cuanto a tus sentimientos, tienen que estar educados por la virtud para estar en plena armonía con la voz de la conciencia. De este modo, tendrás una conciencia sana, según la cual te sentirás culpable cuando seas culpable, y te sentirás moralmente tranquilo cuando seas moralmente correcto. Nosotros deberíamos esforzarnos por evitar los dos extremos: una conciencia floja y una conciencia escrupulosa. 

Cumpliendo con la obligación de asistir continuamente a esta formación de conciencia aumentará la probabilidad que en la actividad de conciencia actúes con una cierta conciencia, que claramente percibe que una acción concreta dada es una acción buena que fue hecha o debería ser hecha correctamente. Estar correctamente informado y seguro de lo que se hace es el objetivo de la formación continua de la conciencia. Dicho de otra forma, deberías esforzarte por evitar estar incorrectamente informado y titubeante o dubitativo en el juicio real de la conciencia sobre una acción particular o su omisión. Nunca deberías actuar sobre una conciencia dudosa. 



2. ¿Moralmente está permitido votar a favor de todos los candidatos de un solo partido? 


Esto dependería de las posiciones sostenidas por los candidatos de un partido. Si alguno o más de ellos sostienen posiciones opuestas a la ley natural moral, entonces no sería moralmente permitido de votar a favor de todos los candidatos de éste el partido. Tu conciencia correctamente informada supera los límites de cualquier partido político. 



3. Si pienso que un candidato pro aborto hará mucho más para la cultura de la vida que un candidato contra el aborto, ¿por qué no puedo votar a favor del candidato pro aborto? 

Si un candidato político apoyara el aborto, o cualquier otro mal moral, como el suicidio asistido y la eutanasia, en realidad, no estaría moralmente permitido que votases a favor de aquella persona porque, en la votación por tal persona, te harías un cómplice del mal moral en disputa. 

Por esta razón, males morales como el aborto, la eutanasia y el suicidio asistido son ejemplos de ´´cuestiones descalificadoras´´ de un candidato. Una cuestión descalificadora es aquella de tal gravedad e importancia que no tiene en cuenta ninguna maniobra política. Es una cuestión que golpea en el corazón de la persona humana y no puede ser negociada. 

Una cuestión de descalificación es aquella de tal importancia que por sí misma considera como inaceptable a un candidato independientemente de su posición sobre otros asuntos. Debes sacrificar tus sentimientos sobre otras cuestiones porque sabes que no puedes participar de ningún modo en una aprobación de una violación de los derechos humanos básicos. Un candidato que apoya derechos de aborto o cualquier otro mal moral se ha descalificado como persona. No tienes que votar a favor de una persona que está en contra del aborto pero no puedes votar a aquellos que lo apoyan. 

La clave para entender el tema de la ´´cuestión descalificadora´´ es la distinción entre el principio de política y moral. Por un lado, puede haber una variedad legítima de accesos al logro de un objetivo moralmente aceptable. Por ejemplo, en el esfuerzo de una sociedad para distribuir los bienes de asistencia médica a sus ciudadanos, puede haber desacuerdo legítimo entre ciudadanos y candidatos políticos sobre dos planes de asistencia médica que pretenden lograr de distintas maneras el objetivo de la sociedad de ser más eficaz. 

En la búsqueda de la mejor política o estrategia, la técnica como distinta (aunque no separada) de la razón moral es posible. La razón técnica es la clase de razonamiento que intenta lograr el resultado más eficiente o eficaz. Por otro lado, ninguna política o estrategia que está opuesta a los principios morales de la ley natural es moralmente aceptable. Así, la razón técnica siempre debería estar subordinada a las normas de la razón moral, el razonamiento es la actividad de la conciencia que debe cumplir con la ley natural moral. 


4. Si tengo una opinión muy consolidada en favor de un candidato en particular que es pro aborto, ¿por qué no puedo votar a favor de él? 

Como hemos explicado en la cuestión primera, ni tus sentimientos ni tus opiniones son idénticas a su conciencia. Ni tus sentimientos ni tus opiniones pueden tomar el lugar de tu conciencia. Tus sentimientos y opiniones deberían estar gobernadas por tu conciencia. Si el candidato sobre quien tienes una opinión muy segura es el pro aborto, entonces tus sentimientos y opiniones deben ser corregidas por tu conciencia correctamente informada, que te diría que te equivocas al permitir que tus sentimientos y opiniones tengan un peso menor al hecho que tu candidato apoya un mal moral. 


5. Si no puedo votar a favor de un candidato pro aborto, ¿entonces tampoco debería votar a favor de un candidato pro pena capital? 

No es correcto pensar en el aborto y la pena capital como la misma clase de cuestión moral. Por un lado, el aborto directo es un mal intrínseco, y no puede ser justificado para ningún objetivo o en ninguna circunstancia. 

Por otro lado, la Iglesia siempre ha enseñado el derecho y la responsabilidad de la autoridad legítima temporal para defender y conservar el bien común, y más expresamente defender a los ciudadanos contra el agresor. Esta defensa contra el agresor puede recurrir a la pena si ningún otro medio de defensa es suficiente. El punto aquí es que la pena es entendida como un acto de defensa propia por parte de la sociedad civil. 

En ocasiones más recientes, en su encíclica Evangelium Vitae , el Papa Juan Pablo II ha enseñado que la necesidad de tal defensa propia para recurrir a la pena es ´´ rara, si no prácticamente inexistente. ´´ Así, mientras el Papa dice que la carga de demostrar la necesidad de la pena en casos específicos debería descansar sobre los hombros de la autoridad legítima temporal, es igualmente verdadero que la autoridad legítima temporal solo tiene autoridad para determinar si y cuando existe un caso muy poco frecuente que permitiría aplicar la pena capital. 

Además, si un caso tan poco frecuente realmente surge y requiere el recurso a la pena capital, este acto social de defensa propia sería una acción moralmente buena incluso si esta realmente tuviese efecto malo, no planeado e inevitable para el agresor. Así, a diferencia del caso del aborto, sería moralmente irresponsable excluir todas esas posibilidades ´´raras´´ a priori, tal como sería moralmente irresponsable aplicar la pena capital indiscriminadamente. 


6. Si pienso que un candidato pro aborto tiene ideas más favorables a los pobres que el candidato en contra del aborto, ¿por qué no debería votar a favor del primero? 

Servir a los pobres no es solamente admirable sino obligatorio para los Católicos como un ejercicio de solidaridad. La solidaridad tiene que ver con compartir bienes materiales y espirituales, y con lo que la Iglesia llama la opción preferencial por los pobres. Esta preferencia quiere decir que tenemos la obligación de dar prioridad en ayudar a los más necesitados tanto materialmente como espiritualmente. Empezando por la familia, la solidaridad debe extenderse a cada asociación humanitaria e incluso al orden moral internacional. 

En base a la respuesta a la tercera pregunta, debemos hacer hincapié en dos cuestiones. Primero, cuando debemos determinar qué política social y económica puede servir mejor a los pobres, existe una gran variedad de opiniones y por tanto es legítimo que sobre el tema exista una discrepancia entre los distintos candidatos. 

Segundo, la solidaridad nunca debe suponer aceptar una ´´cuestión descalificadora´´. Cuando estamos hablando de los concebidos pero no nacidos, el aborto es una ofensa gravísima contra la solidaridad a favor de éstos y seguramente a favor de los más necesitados de la propia sociedad. 

El derecho a la vida es una cuestión irrenunciable porque el Papa Juan Pablo II dice que ´´el primer derecho es el derecho a la vida sobre el cual los demás derechos se basan y que no puede ser recuperado una vez se ha infringido´´. Si un candidato rechaza la solidaridad con los no nacidos, habrá cultivado las bases para no ser solidario con nadie más. 


7. Si un candidato dice que él personalmente está en contra del aborto pero siente la necesidad de votar a favor dadas las circunstancias, ¿esta oposición personal del candidato contra el aborto me permite moralmente votar a favor de él, sobre todo si pienso que sus otras opiniones son lo mejor para la gente y sobre todo para los pobres? 

Si un candidato que dice que él personalmente está en contra del aborto, pero en realidad vota a favor o se engaña o intenta engañar. Fuera del caso muy poco frecuente en el que obligan a un rehén contra su voluntad a realizar malas acciones con sus captores, una persona que realiza una mala acción, como votar a favor del aborto, realiza un acto inmoral y su declaración de oposición personal es un autoengaño o una mentira. Si votases a favor de tal candidato, serías un cómplice en el avance del mal moral de aborto. Y no sería legítimo votar a este candidato por el hecho de tener posiciones más favorables a los pobres, tal y como hemos señalado en las preguntas 3 y 6. 


8. ¿Y si ninguno de los candidatos está completamente en contra del aborto? 

El Papa Juan Pablo II explica en su encíclica Evangelium Vitae que, ´´…cuando no es posible derogar o invalidar una ley pro aborto, un político elegido que personalmente y de forma pública está en contra del aborto, lícitamente podría apoyar ofertas apuntadas a la limitación del daño hecho según tal ley y en la disminución de sus consecuencias negativas en el nivel de opinión general y la moralidad. 

Esto de hecho no representa una cooperación ilícita con una ley injusta sino más bien una tentativa legítima y apropiada de limitar sus malos aspectos.´´ Lógicamente, de estas palabras del Papa, se deduce que un votante puede votar a favor de aquel candidato que muy probablemente limitará los males de aborto o cualquier otro mal moral en disputa. 


9. ¿Qué debo hacer cuando existe la siguiente situación: un candidato con posibilidades de ganar es antiaborto excepto en los casos de violación o incesto, otro candidato también bien situado es completamente pro aborto, y un candidato con poca probabilidad de ganar es completamente antiaborto? ¿Estoy obligado a votar al candidato con poca probabilidad ganar? 

En tal caso, el votante católico claramente debe decidir votar a favor del candidato con poca probabilidad ganar. Pero el votante católico puede llegar a la conclusión de que votar por aquel candidato sólo beneficiará al candidato completamente pro aborto, y, para acortar el mal del aborto, puede decidir votar a favor del candidato principal que es el antiaborto pero no en todos los casos. Esta decisión estaría de acuerdo con las palabras del Papa citadas en cuestión octava. 


10. Si todos los candidatos que tengo que escoger son pro aborto, ¿tengo que abstenerme de votar? ¿Qué hago? 

Obviamente, uno de estos candidatos va a ganar la elección. Así, en este dilema, deberías hacer todo lo posible en juzgar qué candidato haría el menor daño moral. Sin embargo, como en la quinta pregunta, no deberías colocar a un candidato que es pro pena capital (y antiaborto) en la misma categoría moral que un candidato que es pro aborto. Contrapuesto a tal juego de candidatos, no habría ningún dilema moral, y la obligación moral sería votar a favor del candidato que es pro pena capital, no necesariamente porque él es pro pena capital, sino porque él es antiaborto. 


11. ¿No es el apoyo de la Iglesia a que el aborto debe ser ilegal una excepción? ¿La Iglesia generalmente no sostiene que el gobierno restrinja su legislación de moralidad considerablemente? 

La enseñanza de la Iglesia en el sentido de que el aborto debería ser ilegal no es una excepción. Según Santo Tomás de Aquino, ´´las leyes humanas no prohíben todos los vicios, de los que el virtuoso se abstiene, sino sólo los vicios más penosos, aquellos que causan daño de otros, sin cuya prohibición la sociedad humana no podía ser mantenida´´. El aborto se licencia como un vicio penoso que hace daño a otros, y la carencia de prohibición de este mal por la sociedad es algo por lo que la sociedad humana no puede ser mantenida. Como el Papa Juan Pablo II ha acentuado, la negación del derecho a la vida, en principio, establece la base, en principio, para la negación de todos los otros derechos. 


12. ¿Los candidatos de un partido cometen un pecado por el hecho de estar en un partido pro aborto? ¿Ellos son culpables por la asociación? 

Estando en el mismo partido político que los que abogan por el pro aborto realizan un mal serio SI pertenecen a este partido político PARA ADHERIRSE a la propugnación de aquel partido de política de pro aborto. Sin embargo, también puede ser verdadero que ser de tal partido político tiene como objetivo cambiar la política del partido. Desde luego, si el objetivo es eso, uno tendría que considerar si es razonable pensar que la política del partido político puede ser cambiada. Si es razonable pensar que es posible, entonces sería moralmente justificable permanecer en aquel partido político. Pero el permanecer en aquel partido político no debe contribuir, en ningún caso, al avance de la política de pro aborto. 


13. En cuanto a la votación de una persona pro aborto para un cargo como el de tesorero estatal, en el caso de que el candidato no tuviese influencia sobre los asuntos de la vida y su posición sólo tuviese valor personal, ¿sería un pecado optar por él? 

Si alguien optara por el cargo de tesorero estatal y aquel candidato hubiese declarado públicamente que estaba a favor de exterminar a la gente de más de 70 años, ¿usted votaría a favor de él? El hecho de que el candidato tenga un mal en su mente supone que fácilmente tendrá otros males; y el hecho de que él públicamente hubiese declarado esto es una señal de peligro. Un candidato que públicamente declara que está a favor del mal de exterminar a la gente de más de 70 años también se ha descalificado para recibir el voto de un católico. Tal candidato, en principio -y bajo la luz de la ley natural - se descalifica en el ámbito de la política. 


14. ¿Es un pecado mortal votar a favor de un candidato de pro aborto? 

Excepto en el caso de que un votante vea que todos los candidatos son pro aborto(pregunta octava), un candidato pro aborto queda descalificado para recibir el voto de un católico. Quien es pro aborto simplemente no puede ocupar cargos en las áreas de Sanidad o Trabajo, por ejemplo; y esto es porque el aborto es intrínsecamente malo y moralmente no puede ser justificado por ninguna razón o circunstancia. Quien vota a favor de tal candidato con el conocimiento que el candidato es pro aborto se hace cómplice en el mal moral del aborto y el votante al conocer esto comete un pecado mortal. 


Stephen F. Torraco 
www.e-cristians.net 

El aborto de una niña violada.


Con referencia a una niña violada, a la que han propiciado realizarse un aborto, se emplea nuevamente el “eufemismo” (dar otro nombre a algo que se realiza) de llamarlo “terapéutico”.

¿Puede la destrucción de la vida ser llamada “terapéutica”?:

Sí, en la línea de la“cultura de la muerte”, que, por ejemplo, por “salud reproductiva”, en el seno de algunos profesionales que juramentaron defender la vida, culmina en la muerte del inocente por nacer en el vientre de la que es su madre biológica. La “salud” llega cuando la vida quedó eliminada o rechazada.

¿Qué culpa tiene el no nacido de que su madre haya sido violada? ¿Debe por ello padecer la muerte sin consideración? ¿Debe tener la pena de muerte explícita en el paredón de fusilamiento de un succionador o un bisturí asesino?

¿Qué diferencia hay entre una bomba que impacta sobre un colectivo lleno de gente o sobre un barrio de viviendas, con el bisturí agresor que quiere destruir la vida inocente en ese colectivo que lo lleva o en ese barrio en el que vive, y que para el niño por nacer es el vientre de su madre?

Algo terapéutico es para defender la vida, no para causar la muerte.Es para curar, no para destruir. Es para sanar, no para eliminar.

Y aquí no cabe el argumento bioético del principio bioético del “doble efecto”:
Buscando un efecto bueno, surge uno malo que, aún previéndolo, no se lo puede evitar: Busco salvar la vida de la madre y, como efecto no deseado, se produce el aborto de la creatura inocente.

Muy distinto es buscar matar directamente al que no tiene posibilidades de defenderse ni de hacer valer sus derechos, como único efecto buscado, para que la mamá, el papá, los abuelos, no tengan el problema de tener en medio de ellos a alguien a quien no buscaron y al que odian de por sí, de acuerdo al método que emplearon para eliminarlo de la tierra de los vivos...

En el caso de la niña violada a la que hicieron abortar, directamente se ha asesinado a la creatura por nacer, cuya vida no pertenece a la madre, sino a la misma creatura (ser personal distinto de la madre) y a Dios en primera instancia.

No se buscó un efecto bueno del cual se derivó uno malo que, aunque previsto, no se pudo evitar.

Se buscó directamente el efecto malo que podía ser evitado, y que es la muerte del inocente indefenso.

De hecho, si los abuelos no querían cargar con un “nieto”, ya existían varias congregaciones religiosas femeninas que habían pedido encargarse de la vida del o de la por nacer.

Pero se prefirió la muerte, a pesar de todo. Así, sin verlo. No cuando tenía 2, 3, 4, 14, 16, 20 años. Así, cobardemente,encargándoselo a otro (“crimen pagado por encargo”) cuando no se lo veía, impactándolo y haciendo de esa personita una masa sanguinolenta que, entre gasas, va a parar al basurero del hospital, sin oración ni bautismo.

Así somos los humanos.
Preferimos matar.
Sacarnos el problema de encima, por más que así quitemos la vida a aquel que nos molesta.

Aún más que preferirlo lejos y con vida, preferimos, en la cercanía, hacerlo matar, por otro, sin verlo.

Pero el gusano de la conciencia, que no perece, remorderá por toda la eternidad...

El aparente “remedio” será pero que la aparente “enfermedad”.

El bien egoísta buscado acarreará males mayores.

Como en la guerra, nunca sirve el matar.


Gustavo Daniel D´Apice
Profesor Universitario cde Teología
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CONSAGRACIÓN DEL MATRIMONIO AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

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"Oh, Corazón Inmaculado de María, refugio seguro de nosotros pecadores y ancla firme de salvación, a Ti queremos hoy consagrar nuestro matrimonio. En estos tiempos de gran batalla espiritual entre los valores familiares auténticos y la mentalidad permisiva del mundo, te pedimos que Tu, Madre y Maestra, nos muestres el camino verdadero del amor, del compromiso, de la fidelidad, del sacrificio y del servicio. Te pedimos que hoy, al consagrarnos a Ti, nos recibas en tu Corazón, nos refugies en tu manto virginal, nos protejas con tus brazos maternales y nos lleves por camino seguro hacia el Corazón de tu Hijo, Jesús. Tu que eres la Madre de Cristo, te pedimos nos formes y moldees, para que ambos seamos imágenes vivientes de Jesús en nuestra familia, en la Iglesia y en el mundo. Tu que eres Virgen y Madre, derrama sobre nosotros el espíritu de pureza de corazón, de mente y de cuerpo. Tu que eres nuestra Madre espiritual, ayúdanos a crecer en la vida de la gracia y de la santidad, y no permitas que caigamos en pecado mortal o que desperdiciemos las gracias ganadas por tu Hijo en la Cruz. Tu que eres Maestra de las almas, enséñanos a ser dóciles como Tu, para acoger con obediencia y agradecimiento toda la Verdad revelada por Cristo en su Palabra y en la Iglesia. Tu que eres Mediadora de las gracias, se el canal seguro por el cual nosotros recibamos las gracias de conversión, de amor, de paz, de comunicación, de unidad y comprensión. Tu que eres Intercesora ante tu Hijo, mantén tu mirada misericordiosa sobre nosotros, y acércate siempre a tu Hijo, implorando como en Caná, por el milagro del vino que nos hace falta. Tu que eres Corredentora, enséñanos a ser fieles, el uno al otro, en los momentos de sufrimiento y de cruz. Que no busquemos cada uno nuestro propio bienestar, sino el bien del otro. Que nos mantengamos fieles al compromiso adquirido ante Dios, y que los sacrificios y luchas sepamos vivirlos en unión a tu Hijo Crucificado. En virtud de la unión del Inmaculado Corazón de María con el Sagrado Corazón de Jesús, pedimos que nuestro matrimonio sea fortalecido en la unidad, en el amor, en la responsabilidad a nuestros deberes, en la entrega generosa del uno al otro y a los hijos que el Señor nos envíe. Que nuestro hogar sea un santuario doméstico donde oremos juntos y nos comuniquemos con alegría y entusiasmo. Que siempre nuestra relación sea, ante todos, un signo visible del amor y la fidelidad. Te pedimos, Oh Madre, que en virtud de esta consagración, nuestro matrimonio sea protegido de todo mal espiritual, físico o material. Que tu Corazón Inmaculado reine en nuestro hogar para que así Jesucristo sea amado y obedecido en nuestra familia. Qué sostenidos por Su amor y Su gracia nos dispongamos a construir, día a día, la civilización del amor: el Reinado de los Dos Corazones. Amén. -Madre Adela Galindo, Fundadora SCTJM

CONSAGRACIÓN DEL MATRIMONIO A LOS DOS CORAZONES EN SU RENOVACIÓN DE VOTOS

CONSAGRACIÓN DEL MATRIMONIO A LOS DOS CORAZONES EN SU RENOVACIÓN DE VOTOS
Oh Corazones de Jesús y María, cuya perfecta unidad y comunión ha sido definida como una alianza, término que es también característico del sacramento del matrimonio, por que conlleva una constante reciprocidad en el amor y en la dedicación total del uno al otro. Es la alianza de Sus Corazones la que nos revela la identidad y misión fundamental del matrimonio y la familia: ser una comunidad de amor y vida. Hoy queremos dar gracias a los Corazones de Jesús y María, ante todo, por que en ellos hemos encontrado la realización plena de nuestra vocación matrimonial y por que dentro de Sus Corazones, hemos aprendido las virtudes de la caridad ardiente, de la fidelidad y permanencia, de la abnegación y búsqueda del bien del otro. También damos gracias por que en los Corazones de Jesús y María hemos encontrado nuestro refugio seguro ante los peligros de estos tiempos en que las dos grandes culturas la del egoísmo y de la muerte, quieren ahogar como fuerte diluvio la vida matrimonial y familiar. Hoy deseamos renovar nuestros votos matrimoniales dentro de los Corazones de Jesús y María, para que dentro de sus Corazones permanezcamos siempre unidos en el amor que es mas fuerte que la muerte y en la fidelidad que es capaz de mantenerse firme en los momentos de prueba. Deseamos consagrar los años pasados, para que el Señor reciba como ofrenda de amor todo lo que en ellos ha sido manifestación de amor, de entrega, servicio y sacrificio incondicional. Queremos también ofrecer reparación por lo que no hayamos vivido como expresión sublime de nuestro sacramento. Consagramos el presente, para que sea una oportunidad de gracia y santificación de nuestras vidas personales, de nuestro matrimonio y de la vida de toda nuestra familia. Que sepamos hoy escuchar los designios de los Corazones de Jesús y María, y respondamos con generosidad y prontitud a todo lo que Ellos nos indiquen y deseen hacer con nosotros. Que hoy nos dispongamos, por el fruto de esta consagración a construir la civilización del amor y la vida. Consagramos los años venideros, para que atentos a Sus designios de amor y misericordia, nos dispongamos a vivir cada momento dentro de los Corazones de Jesús y María, manifestando entre nosotros y a los demás, sus virtudes, disposiciones internas y externas. Consagramos todas las alegrías y las tristezas, las pruebas y los gozos, todo ofrecido en reparación y consolación a Sus Corazones. Consagramos toda nuestra familia para que sea un santuario doméstico de los Dos Corazones, en donde se viva en oración, comunión, comunicación, generosidad y fidelidad en el sufrimiento. Que los Corazones de Jesús y María nos protejan de todo mal espiritual, físico o material. Que los Dos Corazones reinen en nuestro matrimonio y en nuestra familia, para que Ellos sean los que dirijan nuestros corazones y vivamos así, cada día, construyendo el reinado de sus Corazones: la civilización del amor y la vida. Amén! Nombre de esposos______________________________ Fecha________________________ -Madre Adela Galindo, Fundadora SCTJM

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