Queridos hermanas y hermanos
En este cuarto y último Domingo de Adviento la liturgia nos presenta este año el relato del anuncio del ángel a María. Contemplando el estupendo icono de la Virgen Santísima, en el momento en que recibe el mensaje divino y da su respuesta, nos ilumina interiormente la luz de verdad que proviene, siempre nueva, de ese misterio. En particular, quiero reflexionar brevemente sobre la importancia de la virginidad de María, es decir, del hecho de que Ella concibió a Jesús permaneciendo virgen.
En el trasfondo del acontecimiento de Nazaret se halla la profecía de Isaías. «Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emanuel» (Is 7, 14). Esta antigua promesa encontró cumplimiento superabundante en la Encarnación del Hijo de Dios.
De hecho, la Virgen María no sólo concibió, sino que lo hizo por obra del Espíritu Santo, es decir, de Dios mismo. El ser humano que comienza a vivir en su seno toma la carne de María, pero su existencia deriva totalmente de Dios. Es plenamente hombre, hecho de tierra —para usar el símbolo bíblico—, pero viene de lo alto, del Cielo. El hecho de que María conciba permaneciendo virgen es, por consiguiente, esencial para el conocimiento de Jesús y para nuestra fe, porque atestigua que la iniciativa fue de Dios y sobre todo revela Quién es el concebido. Como dice el Evangelio: «Por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios» (Lc 1, 35). En este sentido, la divinidad de Jesús y la virginidad de María se garantizan recíprocamente.
Por eso es tan importante aquella única pregunta que María, «turbada grandemente», dirige al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?» (Lc 1, 34). En su sencillez, María es muy sabia: no duda del poder de Dios, pero quiere entender mejor su Voluntad, para adecuarse completamente a esa Voluntad. María es superada infinitamente por el Misterio, y sin embargo ocupa perfectamente el lugar que le ha sido asignado en su centro. Su corazón y su mente son plenamente humildes, y, precisamente por su singular humildad, Dios espera el «sí» de esa joven para realizar su designio. Respeta su dignidad y su libertad. El «sí» de María implica a la vez la maternidad y la virginidad, y desea que todo en Ella sea para gloria de Dios, y que el Hijo que nacerá de Ella sea totalmente don de Gracia.
Queridos amigos, la virginidad de María es única e irrepetible; pero su significado espiritual atañe a todo cristiano. En definitiva, está vinculado a la fe: de hecho, quien confía profundamente en el Amor de Dios, acoge en sí a Jesús, su vida divina, por la acción del Espíritu Santo. ¡Este es el misterio de la Navidad! A todos os deseo que lo viváis con íntima alegría.
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