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lunes, 1 de julio de 2013

►SILENCIO Y PAZ -IGNACIO LARRAÑAGA




'Silencio y paz.
Fue llevado al país de la vida.
¿Para qué hacer preguntas?
Su morada, desde ahora, es el descanso
y su vestido, la luz. Para siempre.
Silencio y paz. ¿Qué sabemos nosotros?
Dios mío, Señor de la historia y dueño del ayer y del mañana,
en tus manos están las llaves de la vida y de la muerte.
Sin preguntarnos, lo llevaste contigo a la morada santa,
y nosotros cerramos nuestros ojos,
bajamos la frente y simplemente te decimos: Está bien, sea.

Silencio y paz.
La música fue sumergida en las aguas profundas, y
todas las nostalgias gravitan sobre las llanuras infinitas.
Se acabó el combate. Ya no habrá para él lágrimas, ni luto, ni sobresaltos.
El sol brillará para siempre sobre su frente,
y una paz intangible asegurará definitivamente sus fronteras.
Señor de la vida y dueño de nuestros destinos,
en tus manos depositamos silenciosamente este ser entrañable que se nos fue.
Mientras aquí abajo entregamos a la tierra sus despojos
transitorios, duerma su alma inmortal para siempre en la paz eterna,
en todo seno insondable y amoroso, oh Padre de misericordia.
Silencio y paz".

Ignacio Larrañaga.



Elaboré este video en memoria de Paolita Mercado, hija de una amiga, hermana: Ilsen Chopitea, a quien quiero, respeto y agradezco profundamente su presencia en mi vida.
Para mi la muerte de un hijo significa que hemos entregado nuestros hijos a Dios. Hay paz, porque creemos en Dios Padre, conocemos Su amor, Su entrega. Con confianza en Él esperamos ese anhelado re-encuentro con nuestros hijos. Nuestra paz está con Dios.

Les comparto de Anselm Grün y Magdalena Bogner en su libro "La Aventura de la Vida." 

"En los cursos para padres que han perdido hijos puedo percibir el inconmensurable dolor de los padres cuando muere un hijo. El duelo parece no tener fin. Los padres se sienten como si les hubiesen arrancado parte de sí con violencia. Es una herida que no quiere sanar. Al mismo tiempo, se sieten abandonados en su dolor. Observan cómo amigos o conocidos se cruzan al otro lado de la calle cuando ellos se acercan. Se sienten como si fueran leprosos. Tienen la impresión de que no tienen derecho a vivir con su duelo. Se preguntan si los demás se sienten desvalidos frente a esta situación o si no quieren saber nada porque les da mucho miedo e inseguridad. Tratan de disculparlos, pero esto no mitiga su dolor.
Cuando la virgen María perdió a su hijo en la cruz no se retrajo ni se aisló. Lloró la muerte de su hijo orando junto a los apóstoles. La oración en común le ayudó. Se llenó del Espíritu Santo y despertó a una nueva vida. Muchos padres que han perdido hijos carecen de un grupo donde puedan llorar la muerte del hijo junto con otras personas. Muchos forman grupos de auto ayuda. Tienen necesidad de hablar de su dolor y expresarlo con llanto, sin reprobación por parte de otros. Pero pese a la ayuda que puede brindar el grupo, los padres sienten que la vida se ha vuelto tenebrosa. Pierde sentido. El niño al que dedicaron tanto amor y desvelos ya no existe. La dicha de imaginar lo que podría ir surgiendo en el niño está destruída. Está muerto. Ya nada podrá desarrollarse en él. Ya nunca les deparará alegrías. La muerte de un niño también pone en tela de juicio la imagen de Dios. Se ha quebrado la imagen del Dios bueno y misericordioso que cuida de la familia y protege a los niños, todavía no se hace presente en los deudos una nueva imagen viable de este Dios.
No obstante, hay padres que se nutren de su fe en Dios para desarrollar la fortaleza que necesitan para hacer frente a la muerte de un hijo. Ni padres ni allegados pueden saltear el duelo. Estos deben abstenerse de intentar consolar vanamente con palabras a los padres. Lo que los padres necesitan es contar con personas que no se acobarden ante su duelo; que están a su lado en silencio sin palabras piadosas; que soporten su dolor, su llanto, su ira sin pretender apaciguarlos. Sólo cuando los padres hayan hecho el duelo por el hijo muerto, podrán recuperar fuerzas y cambiarán su actitud frente a la vida. En algún momento sentirán que muchas cosas a las que adjudicaban valor ya no tienen importancia. El hijo muerto les hará recordar una y otra vez lo que realmente importa en la vida. Es indiferente cuánto rindo, cuánto vivo. Sólo importa la intensidad con que vivo y la huella que dejo en este mundo.
...La tragedia trastorna la estructura familiar. Hay veces en que la muerte une más a los padres; otras, en que los distancia. En lugar de llorar la muerte del hijo se hacen reproches, se acusan de ser culpables o de haber descuidado al cónyuge durante la enfermedad del niño. A menudo están tan absortos en su duelo que ignoran a los otros hijos. Los hermanos, que ya de por sí sufren la muerte del hermano, sufren además el abandono de los padres. Pero también ellos tienen necesidades. Necesitan que se les dedique atención; necesitan una vida normal con sus problemas propios. Tienen la impresión de que deben reprimir sus necesidades y preocuparse por que les vaya bien a los padres. Esto hace que pasen por alto sus propios sentimientos. Un hombre reconoció mucho después de la muerte de su hermano que lo único que le interesaba era hacer felices a sus padres. Esto se transformó en modelo de vida: hacer feliz a todo el mundo. Pero en este intento se excedió de una manera atroz y terminó totalmente descarriado a causa de las desilusiones que debió soportar. No es fácil para los padres ocuparse adecuadamente de los hermanos durante la enfermedad de un niño o tras su muerte repentina por accidente o suicidio. No es fácil tener en cuenta sus necesidades y conflictos internos. Tampoco ellos deben exigirse por demás. Necesitan disponer de tiempo para sí. Pero también los otros hijos los necesitan. En ocasiones, éstos, con problemas totalmente diferentes, pueden ayudar a los padres a volver a interesarse por la vida y tomar, por momentos, distancia del duelo.
...El cometido que deben cumplir el padre y la madre después de la muerte de un hijo es percibir lo que está sucediendo con los hermanos, mostrar comprensión y estar atentos a la ayuda que puedan necesitar. Hace falta mucha sensibilidad para hacerse justicia uno mismo y, a la vez, estar a la altura de los requerimientos de los hijos".

 Con mucho amor en el corazón les deseo una bendita semana.
Laura



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