MADRID, 09 Oct. 15 / 06:55 am (ACI).- Andrea Lago Ordóñez, la niña a la que sus padres retiraron el pasado lunes la alimentación artificial, ha fallecido esta mañana en el Complejo Hospitalario Universitario de Santiago de Compostela donde permanecía ingresada bajo sedación.
11. Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza[20]: llamándolo a la existencia por amor, lo ha llamado al mismo tiempo al amor. Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen y conservándola continuamente en el ser, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión. El amor es por tanto la vocación fundamental e innata de todo ser humano. ( F.C.)
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domingo, 11 de octubre de 2015
viernes, 18 de septiembre de 2015
Fue fácil
Me preguntaba si cuesta tanto entender la biología o estamos emperrados y enceguecidos en una postura egoísta que simplemente NO QUIERE dar lugar a la verdad. Recuerdo un encuentro de autoconvocadas en mi ciudad, en el cual se trataba de hablar y éstas arremetían con insultos y golpes (PALOS A CUESTA) a quienes manifestaran pensamientos disidentes, dejando en total evidencia la falta de tolerancia y coherencia.
NO me resultó difícil en ningún momento ni me pareció complicado enseñarles a mis hijitos, que la vida se respeta SIEMPRE y en todos los casos. Ellos no hacen diferencias ni discriminan por pobre, enfermo, no nacido o anciano.
Entiendo que quien tiene una mente en paz nunca traerá pensamientos de muerte sobre ninguna persona y buscará ayudar y dar soluciones... siiii, el bebé en gestación es PERSONA.
También conozco casos en los que han abortado y, en la creencia que han sanado y superado, siguen sugiriendo a otras mamás que el aborto es una salida... quiero creer que no se dan cuenta del resentimiento que llevan consigo y proyectan su propia FRUSTRACIÓN a otras mamás. Si!! salieron DAÑADAS y lo mejor es AYUDAR para SANAR.
Que el ODIO no nos impida buscar la VERDAD siempre en todas las cosas, pues mas allá de los criterios personales la NATURALEZA habla por si misma y no podemos ir contra ella. ¿Sabías que te dañas menos dando en adopción al bebé si no puedes criarlo? Hay miles de familias esperándolo. DEJALO VIVIR, es su DERECHO, es tu SALIDA.
NO me resultó difícil en ningún momento ni me pareció complicado enseñarles a mis hijitos, que la vida se respeta SIEMPRE y en todos los casos. Ellos no hacen diferencias ni discriminan por pobre, enfermo, no nacido o anciano.
Entiendo que quien tiene una mente en paz nunca traerá pensamientos de muerte sobre ninguna persona y buscará ayudar y dar soluciones... siiii, el bebé en gestación es PERSONA.
También conozco casos en los que han abortado y, en la creencia que han sanado y superado, siguen sugiriendo a otras mamás que el aborto es una salida... quiero creer que no se dan cuenta del resentimiento que llevan consigo y proyectan su propia FRUSTRACIÓN a otras mamás. Si!! salieron DAÑADAS y lo mejor es AYUDAR para SANAR.
Que el ODIO no nos impida buscar la VERDAD siempre en todas las cosas, pues mas allá de los criterios personales la NATURALEZA habla por si misma y no podemos ir contra ella. ¿Sabías que te dañas menos dando en adopción al bebé si no puedes criarlo? Hay miles de familias esperándolo. DEJALO VIVIR, es su DERECHO, es tu SALIDA.
lunes, 30 de julio de 2012
►Ginecólogos DAV, a Médicos sin frontera.
"Destruir una vida nunca forma parte de un deber médico"
La declaración de Médicos Sin Fronteras reconociendo que perpetra abortos, incluso ilegales, "no sólo muestra unos obsoletos conocimientos médicos, sino que supone la apología de una ideología que nada tiene ver con la Medicina".
MADRID, 17 DE ENERO DE 2012.- HO ya se había hecho eco de denuncias médicas anteriores, basadas en los propios informes de Médicos Sin Fronteras: la ONG reconocía que perpetraba abortos, aún siendo ilegales. En diciembre de 2007, era el presidente de la Federación Internacional de Asociaciones de Médicos Católicos, José María Simón, quien acusaba a la ONG de instar "a practicar abortos ilegales en los países en que está prohibido", indicando incluso el modo de "escapar de la Justicia". Ya la resolución del Consejo Internacional del MSF, de 21 de noviembre de 2004, decidió ofrecer el aborto "como una parte de los cuidados sanitarios especializados en reproducción, en todos los contextos que sea relevante".
La Gaceta ha publicado ahora que MSF, que cuenta con financiación pública, sigue realizando abortos, también incluso en países en los que la vida humana antes del parto sí está protegida por las leyes. En la noticia se señala que, para justificar su postura, MSF alega que «las consideraciones médicas tienen que estar por encima de las consideraciones legales».
El ginecólogo Esteban Rodríguez, portavoz de la ONG Ginecólogos DAV, responde que «en efecto las consideraciones médicas deben estar encima de las legales y de las políticas; por eso MSF debe recordar que destruir la vida humana mediante un aborto nunca es un acto médico», y añade que «si MSF viola este principio su actuación no es médica sino todo lo contrario».
El Dr. Rodríguez recuerda la declaración de la Comisión Central de Deontologia de Organización Médica Colegial (OMC) en defensa de la vida prenatal en la que se establece que:
«Este Consejo desea hacer constar que el aborto provocado no es un acto médico. Un acto no es médico porque se recurra a una técnica, a una sustancia o a un instrumento de los que se utilizan en medicina, ni tampoco por la circunstancia de que se lleve a cabo en un medio hospitalario por unos profesionales de la sanidad. Para que exista un acto médico, esas intervenciones deben ir dirigidas a salvar una vida o a mejorar su salud, a prevenir una enfermedad o a rehabilitar a un enfermo, en contra de lo que pretende el aborto provocado».
Mientras el portavoz de MSF se declaraba a favor de aborto terapéutico, diciendo que «allí donde se imponen restricciones legales al aborto, aunque MSF acatará la legislación nacional al respecto, la organización nunca discutirá el derecho a practicar un aborto terapéutico si una evaluación médica determina que la vida y la salud de la mujer están en peligro», el doctor Rodríguez considera que «el término ‘aborto terapéutico’ es inadmisible: un aborto no cura, sino que mata a un ser humano y daña la salud de la mujer» y recuerda la citada declaración de la OMC: «A la luz del progreso de la medicina resulta evidente que no procede considerar, como una excepción, a efectos legales, el llamado ‘aborto terapéutico’, término que conceptualmente es inadmisible. Cosa distinta es que para curar una enfermedad grave de la madre sea necesario un tratamiento médico que pueda tener como efecto secundario -no directamente provocado, pero inevitable- la muerte del feto. Basta una correcta aplicación de la ética médica -como ya se hace ahora- para tomar una decisión en estos casos siempre que no sea posible esperar hasta que el niño nazca ni emplear otro recurso efectivo».
Como señala el portavoz de Ginecólogos DAV, la declaración de MSF «no sólo muestra unos obsoletos conocimientos médicos, sino que supone la apología de una ideología que nada tiene ver con la medicina» abunda diciendo que «esos licenciados en medicina capaces de evaluar que la vida o la salud de la mujer están peligro y para ello la única solución que proponen es la destrucción del hijo son muy peligrosos para la mujeres».
Preguntado el doctor Rodríguez sobre la comisión de abortos en países en los que no es legal y sobre su «seguridad», sostiene que «si fuera cierto, no sólo traicionan a la ética medica sino que además serían delincuentes» y añade que «destruir la vida, ni siquiera como dicen ‘de forma segura’, nunca forma parte de los deberes exigibles a un médico. Hoy y siempre los médicos han tenido el poder destruir la vida, pero hoy y desde siempre los auténticos médicos, según puso Hipócrates por escrito hace 2.500 años, han protegido y cuidado la vida negándose a eliminarla o a cooperar en ello»:
«Y me serviré, según mi capacidad y mi criterio, del régimen que tienda al beneficio de los enfermos, pero me abstendré de cuanto lleve consigo perjuicio o afán de dañar.” Y no daré ninguna droga letal a nadie, aunque me la pidan, ni sugeriré un tal uso, y del mismo modo, tampoco a ninguna mujer daré pesario abortivo, sino que, a lo largo de mi vida, ejerceré mi arte pura y santamente». (Juramento Hipocrático).
►FARSANTES: MÉDICOS SIN FRONTERAS
El Congreso Mundial de Familias veta a Médicos sin Fronteras, organización que extermina seres humanos en los países donde se supone que está curando enfermos.
REDACCIÓN HO.- El Congreso Mundial de Familias denuncia el exterminio de seres humanos que está llevando a cabo la organización no gubernamental Médicos sin Fronteras.
Al amparo de sus actividades médicas, esta ONG practica abortos incluso en aquellos países donde el exterminio de seres humanos está prohibido por las leyes locales.
La resolución de 21 de noviembre de 2004 del Consejo Internacional del Médicos sin Fronteras dice que el aborto es "una parte de los cuidados sanitarios especializados en reproducción".
El Congreso Mundial de Familias veta a esta organización, que en España recibe aportaciones económicas de medio millón de ciudadanos bienintencionados que creen que su apoyo económico sirve para salvar vidas.
El Congreso Mundial de Familias Madrid 2012 ha lanzado además una campaña de denuncia de MSF, para la cual recaba la colaboración ciudadana.
Envía tu correo electrónico al presidente de Médicos sin Fronteras en España, José Antonio Bastos, y al presidente internacional de MSF en Suiza, Unni Karunakara:
viernes, 18 de mayo de 2012
►Análisis: Fuerte advertencia sobre la salud reproductiva y la planificación familiar
Luego de leer el siguiente informe que les presento mas abajo, me dirán si no les queda la sensación de ser tratados (las personas) como animales que no pueden controlarse, que no tienen disciplina, que no hacen uso de razón, y por ello deben recurrir a la barbarie del aborto porque en el descontrolado uso de la sexualidad hacen hijos y luego no queda otra que recurrir al feticidio...?
Dobles discursos, para confundir, para que tomemos la actitud de transigir quedando asi debates inacabados, producto de la manipulación hacia una población que manifesta desinterés e intolerancia hacia temas que consideran tan personales. No terminan mas que convirtiendo el mundo en un puñado de aves de rapiña donde el mas fuerte se come al mas débil.
Mediten sobre lo expuesto, infórmense, muestren en las escuelas esta realidad para que no nos soprendamos un dia en la cama de un hospital con médicos a nuestro lado pensando como es mejor matarnos en vez de estarnos ayudando a vivir... porque es nuestro derecho, y tenemos obligación de ayudar a crear conciencia, tenemos obligación de defenderlo, por Cristo Jesús, pos nuestros hijos, por la dignidad del ser humano.
Vamos por una cultura de vida.
Saludos a todos
Laura
Por Austin Ruse y Stefano Gennarini, J.D.
NUEVA YORK, 18 de mayo (First Things/C-FAM)
En dos artículos recientes, Meghan Grizzle, de la World Youth Alliance, sostiene que las frases «salud reproductiva» y «planificación familiar» son perfectamente aceptables y que los provida deberían luchar por ellas. Argumenta que el aborto no forma parte de la salud reproductiva en el derecho internacional y que los anticonceptivos no son parte de la planificación familiar.
Grizzle tiene razón, en cierta medida. No existe un tratado internacional vinculante que defina la salud reproductiva como inclusiva del aborto. De hecho, este no se menciona en ningún tratado en absoluto. En uno se nombra la salud reproductiva: en la convención sobre discapacidad; cuando fue aprobada, 15 naciones insistieron en que no incluyera el aborto. Y es cierto que, a pesar de que la planificación familiar se menciona en tres tratados vinculantes, no se la define como inclusiva de la anticoncepción.
¿Se desprende de ello que no hay nada que temer con estas frases y que de hecho deberíamos adoptarlas? Sugerimos que Grizzle es demasiado positiva respecto de estos términos y de su amenaza. Se equivoca en una importante definición y es excesivamente optimista para pensar que estas frases puedan ser recogidas para usos buenos.
El derecho internacional se forma a través de tratados vinculantes y mediante el reconocimiento del derecho internacional consuetudinario que tiene lugar por medio de la práctica estatal universal con el conocimiento de la obligación legal.
Los tratados vinculantes no se pronuncian respecto del aborto. Incluso cuando se menciona la salud reproductiva en la convención sobre discapacidad, solo se la define como categoría de no discriminación. Pero hay más que temer en los tratados que las simples palabras. Cada uno de ellos viene con un órgano de supervisión. En los últimos años, estos órganos han asumido funciones cuasijudiciales y, básicamente, han reescrito los acuerdos.
El comité que supervisa la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (conocida como CEDAW, por sus siglas en inglés), ahora interpreta que el tratado incluye la salud reproductiva y el derecho al aborto. Hasta la fecha, han ordenado a más de 90 países que modifiquen sus leyes de aborto. Algunos tribunales nacionales han comenzado a hacerle caso, como lo hizo recientemente Argentina, que liberalizó su legislación en la materia basándose en esta reinterpretación. Grizzle tiene razón en señalar que estos comités actúan excediéndose en sus mandatos. Pero lo hacen, y con consecuencias patentes.
La otra manera por la que se compone el derecho internacional es mediante la costumbre. Los abogados proabortistas afirman falsamente que el uso reiterativo de la frase «salud reproductiva» en documentos de la ONU que no forman parte de tratados ha dado lugar a un derecho consuetudinario al aborto. En la mayoría de los casos apuntan al Programa de Acción de la Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo (El Cairo, 1994).
Grizzle insiste en que el documento de El Cairo no puede ser utilizado de ese modo porque, a pesar de usar la frase «salud reproductiva», no incluye el aborto. Grizzle está, simplemente, equivocada. El texto dice: «La atención de la salud reproductiva en el contexto de la atención primaria de la salud debería abarcar ... [la] interrupción del embarazo de conformidad con lo indicado en el párrafo 8.25». Ese párrafo dice que el aborto no debe promoverse como método de planificación familiar. Sostiene que cualquier cambio que se introduzca en la legislación sobre el aborto sólo puede ser decidido a nivel nacional, estatal o local, y en los lugares donde el aborto es legal, también debería ser seguro. El aborto, de cualquier modo, está presente en gran medida en el documento.
Hay aun más problemas con la aceptación de estas frases. Son peligrosamente imprecisas. El documento de El Cairo, al cual Grizzle califica de no polémico, define a la salud reproductiva como «un estado general de bienestar físico, mental y social, y no de mera ausencia de enfermedades o dolencias, en todos los aspectos relacionados con el sistema reproductivo y sus funciones y procesos. En consecuencia, la salud reproductiva entraña la capacidad de disfrutar de una vida sexual satisfactoria y sin riesgos y de procrear, y la libertad para decidir hacerlo o no hacerlo, cuándo y con qué frecuencia.» Grizzle dice que este tipo de galimatías legal es aceptable e incluso loable.
No hay forma de escapar del hecho de que estos términos son controvertidos. Cada vez que aparecen en el borrador de un documento de las Naciones Unidas causan revuelo entre las delegaciones. En la sesión de este año de la Comisión de la ONU sobre la Condición de la Mujer, algunas delegaciones fueron tan enérgicas en su promoción de la salud reproductiva y de la planificación familiar que las demás rechazaron el documento final. Además, si esos términos fueran inofensivos, la Santa Sede no intentaría constantemente bloquearlos, o, de no ser esto posible, definirlos de manera aceptable en las reservas a los documentos.
Haríamos bien en ver más allá del texto de los instrumentos internacionales, vinculantes o no, para comprender el riesgo que entrañan estos términos. El aborto y la anticoncepción son el alimento básico de la dieta promovida por los organismos de las Naciones Unidas. En pocas palabras, actores poderosos de la ONU (organismos, ONG, fundaciones, gobiernos) siguen incluyendo el aborto y la anticoncepción precisamente bajo el nombre de salud reproductiva y planificación familiar.
Si bien los artículos de Grizzle constituyen un grato alejamiento de las opiniones generalizadas de la comunidad internacional sobre la salud reproductiva y la planificación familiar, intentar cambiar el significado de esos términos es, en el mejor de los casos, una lucha quijotesca. Nadie cree realmente que la aceptación de estos términos por parte de la ONG de Grizzle (que, hay que admitirlo, es pequeña) convencerá a los Estados Unidos, a la ONU, a la UE, a los países donantes escandinavos, a las fundaciones multimillonarias y a poderosas ONG que decidan que estos términos ya no suponen el aborto y la anticoncepción.
La realidad es que en las últimas décadas, la «cultura de la muerte» ha transformado con éxito las normas sociales occidentales, especialmente aquellas vinculadas con la sexualidad. El acto conyugal es visto como una actividad recreativa separada de la unidad natural y fundamental de la sociedad: la familia. Por consiguiente, se trata a la vida humana en sí misma, que es fruto del acto conyugal, como un producto desechable.
Las propias nociones de salud reproductiva y planificación familiar se basan en el presupuesto de que el sexo es una actividad recreativa o un impulso incontrolable. Si realmente queremos derrotar a la cultura de la muerte, no debemos transigir en absoluto en los temas de la sexualidad y la familia. Los términos «salud reproductiva» y «planificación familiar» no son un caballo de Troya para cualquiera que los adopte como componente de su política social.
Este artículo se publicó originalmente en «First Things Online». Se reimprime aquí con autorización.
Traducido por Luciana María Palazzo de Castellano
lunes, 2 de abril de 2012
►No a la violencia contra la mujer
(Conferencia pronunciada en la Escuela de Magisterio de Son Serra. Palma de Mallorca)
El Papa Juan Pablo II, en sus palabras de la misa celebrada en el Paseo de la Castellana, de Madrid, ante más de un millón de personas,1 dijo: «Jamás se puede legitimar el quitar la vida a un inocente».
En efecto, condenar a muerte a un criminal profesional, que es un peligro para la sociedad, será una cosa discutible. Unos opinan que basta con la cadena perpetua. Otros opinan que de la cárcel se puede escapar y por lo tanto, la pena de muerte es el único modo de evitar que haya nuevas víctimas inocentes a quienes la autoridad civil tiene la obligación de proteger.
Hay razones en pro y en contra. Por eso es una cosa opinable. Pero condenar a muerte a un inocente, es una monstruosidad tal, que nadie puede considerarlo moral. Ni católico, ni no católico.
Pues eso es el aborto.
Por eso el Concilio Vaticano II lo llama «crimen abominable2. Y la Comisión Permanente de los Obispos Españoles dice, en el número 11 de su Declaración, «que la Ley que justifique el aborto es gravemente injusta»3.
Los abortistas se escudan en que en los primeros meses del embarazo no se sabe si es o no persona humana. Pero ni en caso de duda puede ser lícito el aborto.
En efecto, si a ti te dan un envoltorio para que lo tires al mar, diciendo que se trata de un gato muerto y tú sospechas que es un niño vivo, no puedes tirarlo al mar sin salir de la duda. Y si lo tiras con la duda de que quizás sea un niño vivo, y resulta que era así, serías responsable de su muerte.
De igual modo, un cazador no puede disparar sobre un objeto que se mueve entre unas matas con la duda de si es un hombre o un animal. Y si dispara sin salir de la duda y resulta que es un hombre, será responsable de un homicidio.
Para que el aborto fuera lícito, los abortistas tendrían que estar seguros de que no hay vida humana desde el primer momento. Y esto es imposible, pues los científicos afirman, que la vida humana comienza en el momento de la concepción.
El Dr. D. Ramiro Rivera, Presidente del Consejo General de los Colegios Médicos de España, dijo por Televisión Española la noche del 5 de enero de 1983, en el espacio «Estudio abierto»: «Para un médico es indiscutible que desde el primer momento de la concepción tenemos un nuevo ser humano».
El 19 de febrero de 1983 se reunió en Madrid el Consejo General de los Colegios Médicos de España. En esta asamblea se elaboró un documento que se presentó a los medios informativos. El manifiesto fue aprobado por los Presidentes de todos los Colegios Médicos de España, por 47 votos a favor y una sola abstención. En la declaración se recoge una serie de resoluciones y estudios internacionales sobre aspectos científicos relacionados con el aborto, en los que se ratifica la existencia de vida humana independiente de la de la madre desde el primer momento de la concepción4.
Lo mismo opina el Dr. D Jerónimo Lejeune, especialista en el estudio de los cromosomas y una de las más altas autoridades en el mundo actual sobre genética y biología humana, Catedrático de Genética de la Universidad de la Sorbona de París, y Director del Centro de Investigación Científica de Francia5 dice: «La condición humana del nuevo ser desde la concepción, no es opinable, es una evidencia experimental»6.
El Premio Nobel de Medicina, Dr. Alfredo Kastler, afirma: «Desde el primer momento de la concepción empieza una nueva vida. El feto es un ser humano, un ser completo, con un código genético irrepetible»7.
Apoyando esta idea, dijo el Dr. Botella Llusiá, Catedrático de Ginecología de la Universidad Complutense de Madrid, en el periódico YA: «Desde el primer momento el nuevo ser tiene su código genético individual distinto de los códigos genéticos de los padres». En ese código genético está programado ya si esa nueva persona va a ser hombre o mujer, alta o baja, rubia o morena, ojos azules o negros, sus enfermedades, su carácter, etc.
El Dr.D. Luis Zamorano, Catedrático de Histología y Embriología General de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, ha dicho en la Revista del Consejo General de los Colegios Médicos de España: «El óvulo fecundado es un ser vivo que pertenece a la especie de sus progenitores. Es por lo tanto un individuo completo de esa especie en fase de embrión. Tiene su personalidad biológica propia. Es un individuo como puede serlo un adulto de su especie.
Querer justificar el aborto basándose en que el embrión o el feto no es un ser humano vivo es muestra de incultura, de hipocresía o de cinismo, cuando no de las tres cosas»8.
***
Esta confirmación científica de que la persona humana se constituye en el momento de la concepción, es lo que ha hecho rectificar al Dr. Bernard Nathanson, que ha realizado personalmente cinco mil abortos y ha estado al frente de una clínica en Nueva York en la que durante su dirección se han practicado setenta mil abortos; aproximadamente 120 diarios. En una conferencia que ha pronunciado en Camberra (Australia), en febrero de 1981, dijo:
«Ahora veo el aborto como un mal. Indefendible éticamente a la luz de los conocimientos actuales sobre el niño aún no nacido»9. Este mismo Dr. Nathanson que hoy es Catedrático de Ginecología de la Universidad de Cornell, de Nueva York, dijo por TVE, en el espacio «La Clave» del 30-IX-83: «Hoy sabemos de modo indiscutible que la vida comienza en el momento de la concepción». Y añadió: «La ley actual española da pie al aborto libre. En Estados Unidos, empezamos con una ley similar a la española, y hoy el aborto es libre. La diferencia está en que cuando yo practicaba el aborto, no era claro que el aborto fuera un crimen, y hoy es indiscutible que lo es». Dijo también el Dr. Nathanson: «Por eso los argumentos a favor del aborto sólo son válidos si sirven para justificar la condena a muerte de un inocente».
Dice el Dr. Rubio: «Argumentar que sólo cuando llega a su nacimiento o sólo cuando adquiere capacidad de viabilidad, es ser humano, es una absoluta falacia. El ser humano existe con su propia y exclusiva identidad genética desde el primer momento de la concepción « Desde el primer instante de la concepción hasta la muerte el individuo humano está en etapas distintas de un mismo proceso evolutivo con sólo diferencias morfogenéticas cuantitativas, pero no cualitativas»10. Hay continuidad de naturaleza entre lo que hay en el útero y lo que después nace. Es una célula humana desde el primer momento. Tiene los 46 cromosomas característicos de la especie humana. Lo concebido por padres humanos es humano. Aunque no puede vivir fuera del seno materno hasta los 6 ó 7 meses, a los tres meses comienza la actividad cerebral; a los seis meses ya puede ser viable, y a los dos años podrá hablar. Pero siempre en línea humana de desarrollo.
Como dice el biólogo, padre jesuita Javier Gafo, Profesor de la Universidad de Comillas en Madrid: «La realidad que se constituye en la concepción es vida humana, ya que los factores genéticos del cigoto son indiscutiblemente humanos: los factores hereditarios contenidos en los 50.000 genes del cigoto son los característicos de la especie humana»11.
A veces se oye decir a alguno que se autodenomina católico e incluso a algún clérigo, palabras ambiguas sobre la despenalización del aborto. A este respecto es muy acertado lo que dice el periódico YA, en un editorial: «Los obispos han hablado como obispos de la Iglesia Católica. Y en materia gravísima de moral. Y en un tema en el que la unanimidad del magisterio católico es absoluta. Por consiguiente, nadie que se considere católico puede no compartir la norma recordada por los obispos españoles en materia de aborto... En la Iglesia Católica los maestros son el Papa, los Concilios y el Episcopado entero con el Papa. Y nadie más»12.
La Asamblea General de la Asociación Médica Mundial declaró en Ginebra y confirmó después en Sidney (Australia), como obligación del médico, la de «velar por la vida humana desde el primer momento de la concepción».
Y la ONU: «El niño necesita una apropiada protección legal antes y después de nacido».
La Organización Mundial de la Salud, en un documento que aprobó en el año 1979, invita a los gobiernos que reconozcan el derecho a la vida desde el momento de la concepción, en que comienza la vida humana13.
La Declaración del Parlamento Europeo sobre los derechos del niño (1980), dice en su Principio Primero: «El niño que va a nacer debe gozar desde el momento de su concepción de todos los derechos enunciados en la presente Declaración».
El artículo 15 de la Constitución del Consejo de Europa dice: «Que se promueva la defensa de la vida desde el momento de la concepción»14.
El artículo tercero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos dice: «Todo individuo tiene derecho a la vida»15.
La Real Academia de Doctores de todas las Academias de España, en un documento publicado el 25 de abril de 1983, ha estudiado el aborto desde los puntos de vista biológico, jurídico, ético y político y emite su opinión contraria a la despenalización del aborto.
Por lo tanto es claro que desde el primer momento ese nuevo ser es una persona humana. Está amparada por los Derechos Humanos. Eliminarlo es eliminar a un hombre. Un homicidio.
Y un hombre que, además del derecho que él tiene a la vida, lleva en sí el derecho a vivir de toda una cadena de otros posibles seres humanos en el futuro; entre ellos puede haber genios, artistas, sabios y santos.
Esa muerte injusta de un niño inocente puede privar de grandes hombres a la Humanidad.
***
En el artículo 29 del Código Civil Español se dice: «El concebido se tiene por nacido para todos los efectos que le sean favorables». Por ejemplo, recibir una herencia. ¿Es que el feto es persona humana para recibir una herencia y no lo es para tener derecho a vivir? ¡Esto es un contrasentido! «Vivir es el primero de los derechos humanos, raíz y condición de todos los demás» (nº 5), como dice la Declaración de la Comisión Permanente del Episcopado Español. El derecho a vivir es anterior al Estado. El Estado tiene obligación de proteger el derecho a vivir de los ciudadanos, pero no es el Estado quien le concede el derecho a vivir.
Y aunque no sea persona jurídica hasta después de nacer, no hay duda de que se es persona humana desde la concepción, según dicen los médicos, que son los que saben de esto.
Incluso puede decirse que el mismo Derecho considera persona humana al concebido no nacido, pues le concede el derecho a recibir una herencia.
Es paradójico que el niño tenga más derechos -se vea más protegido-, fuera del claustro materno que en el seno de su madre. ¿Podemos admitir que el cuerpo materno sea para el niño un patíbulo o pelotón de ejecución?
Decir que la mujer puede hacer de su cuerpo lo que quiera, es otra falacia. El nuevo ser que una mujer lleva en sus entrañas no es como una verruga que ella puede extirpar sin problema moral. Lo que esa mujer lleva en sus entrañas es un ser humano inocente a quien no se puede eliminar impunemente. Si se permite asesinar impunemente a un ser inocente e indefenso, ¿qué otra cosa más grave se puede castigar? Estarían de sobra todas las cárceles.
Y si se quiere dar permiso a una madre para que mate a su hijo no deseado, ¿por qué no dar también permiso a un hijo para que mate a su madre cuando ésta le estorbe?
Es una hipocresía que los mismos que niegan la pena de muerte para asesinos evidentes, que son un auténtico peligro para la sociedad, condenen a muerte a un inocente.
Está muy bien defender los pajaritos y las flores, como hacen los ecologistas; pero mucho más importante es defender la vida de un ser humano inocente.
Los medios de comunicación social bombardean al pueblo insistentemente, con viejos y manidos sofismas, para convencerle de que la despenalización del aborto es un signo de progreso. ¿Progreso condenar a muerte a un niño inocente por comodidad de los mayores? ¡Qué hipocresía!
***
Y si quien desea la muerte de ese niño inocente es la propia madre, eso no lo hacen ni las fieras. Todas las fieras defienden a sus crías. Las madres que asesinan a sus propios hijos son peores que !as fieras. Es horrible el cuadro de Goya donde pinta a Saturno devorando a sus hijos.
Quizás esas madres asesinas no sean castigadas por las leyes de los hombres, pero lo serán por Dios. Porque las cosas malas no se convierten en buenas por leyes humanas. La calumnia seguirá siendo una injusticia aunque hubiera leyes humanas que la admitieran. Las cosas tienen un valor objetivo independientemente de lo que digan los hombres. Por mucho que repitieran algunos que los ríos corren del mar a la montaña, la verdad será siempre lo contrario. Por mucho que algunos quieran justificar el aborto, siempre seguirá siendo verdad que condenar a muerte a un inocente es una monstruosidad. Las leyes humanas podrán despenalizar el aborto, pero lo que jamás podrán hacer las leyes humanas es quitar el remordimiento a las mujeres que abortan.
Me decía una chica que había abortado: «Muchas noches me despierto sobresaltada y me parece ver al niño que asesiné».
Y un ginecólogo me dijo hace poco que era frecuente que muchas mujeres abortistas terminaran enfermas mentales.
De momento es fácil salir del niño que estorba. Pero cuando después ven a un niño bonito, un niño gracioso, un niño acariciando a su madre, es inevitable que piensen: «Así podría ser el mío, si yo no lo hubiera asesinado». Esto lleva a perturbaciones mentales.
Eso de que no hay derecho que las mujeres ricas puedan ir a Londres a abortar y las pobres no tengan ese privilegio, es una barbaridad. EI que una madre pueda asesinar a sus hijos no es ningún privilegio, sino una desgracia. La justicia no está en dar facilidades a todas las mujeres para que maten a sus hijos, sino que en todo el mundo se castigue a las madres que asesinan a sus hijos.
***
Y que no se nos diga que la despenalización del aborto no obliga a nadie a abortar. ¡Faltaría más, que la ley obligara a las madres a que maten a sus hijos! Es ya una monstruosidad permitir a algunas madres que asesinen a sus hijos.
No se trata de imponer a todos los principios religiosos católicos, sino de defender el derecho a la vida de seres humanos inocentes. Derecho a la vida que deben proteger las leyes, atendiendo al bien común. Se trata de prestar nuestra voz a quienes carecen aún de ella, y no pueden hacer valer el primero y más elemental de sus derechos16.
Tampoco podemos decir que si de hecho hay abortos haya por eso que despenalizarlos. Eso es un error. Las cosas no se convierten en buenas por ser frecuentes. En ese caso habría que permitir también los asesinatos de los terroristas y los atracos a los Bancos y comerciantes.
Aparte de que de todos es sabido que se exageran las cifras de los abortos clandestinos, para impresionar a la opinión pública. Dicen que en España se dan 300.000 abortos clandestinos al año. Pero los abortos clandestinos son difíciles de contabilizar, en cambio los nacimientos es muy fácil. Si las estadísticas dan 600.000 nacimientos al año,17 es evidente que en España no aborta una mujer por cada dos que dan a luz.
***
Decir que hay que despenalizar el aborto, porque los abortos clandestinos suponen mayores riesgos para la mujer que aborta, es tan absurdo como decir que deban permitirse los asesinatos para evitar riesgos a los asesinos.
Ni siquiera se puede permitir eliminar la vida de un inocente en los casos límite, como son: peligro de muerte de la madre, posibilidad de que el niño nazca anormal o un embarazo consecuencia de una violación.
El mismo Dr. Rivera, antes citado, en el periódico YA del 5 de enero de 1983, dice que «hoy la técnica médica puede salvar cualquier situación difícil en una mujer embarazada». Y el Dr. Rubio, en el mismo artículo antes citado dice: «Tanto mi experiencia profesional, como las comunicaciones de las más prestigiosas autoridades nacionales e internacionales niegan rotundamente que tal circunstancia se dé en la medicina actual».
El Dr. D. Fernando Muñoz Ferrer, Jefe del Servicio de Obstetricia y Ginecología de la Residencia de la Seguridad Social de Cádiz, que ha cumplido recientemente cuarenta años como profesional de la Medicina y ha asistido a unos 60.000 partos, afirma: «En mis cuarenta años de profesión, nunca he tenido que escoger entre la vida de la madre y del hijo»18. El peligro de vida para la madre es sólo una excusa para poder justificar el «aborto libre».
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El permitir una aborto cuando se teme un niño anormal es otra barbaridad. El modo de acabar con una enfermedad no es matar al enfermo. El mismo derecho a la vida tiene el niño no nacido que el ya nacido. Y, ¿es que vamos a quitar la vida a todos los niños enfermos o a los ancianos decrépitos? ¿Qué sociedad egoísta queremos montar? ¿Qué clase de sociedad es ésa que permite «liquidar» a todo el que nos estorbe?
Además, la previsión de la anormalidad en los fetos, según dicen los médicos, tiene un enorme margen de error. La prueba es que a las embarazadas de Seveso (Italia), cuando la nube tóxica, se les recomendó abortar. Pues las mil quinientas madres que no quisieron abortar dieron a luz hijos perfectamente sanos19.
Y en España, a las embarazadas enfermas de la colza se les recomendó el aborto, porque podían tener hijos anormales. Luego resultó, según el Dr. Zamarriego, Presidente del Consejo del Plan Nacional de Prevención de la Subnormalidad, que de 450 partos de mujeres afectadas por el síndrome tóxico, ninguno de los nacidos ha presentado malformaciones. Si se hubiera hecho caso de las predicciones, se hubieran cometido 450 asesinatos de niños inocentes20.
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Incluso en caso de violación no es lícito el aborto.
¿Es que vamos a remediar una injusticia con otra mayor? Si la violación es una injusticia, que se castigue al violador, pero no condenar a muerte al niño que no tiene culpa de nada. Si el hijo no deseado traumatiza a la madre, puede entregarlo a un matrimonio que desee adoptarlo. Pero no matarlo, que ese pobre niño no ha hecho nada malo para que lo condenen a muerte.
La adopción traería la felicidad para todos: para la madre, a la que se libra del trauma de asesinar a su hijo; al hijo a quien se salva de la muerte, y finalmente a los adoptantes a quienes se les permite alcanzar la ilusión de tener un hijo.
Recuerdo la frase de la Madre Teresa de Calcuta, Premio Nobel de la Paz: «Los hijos que vosotras no queráis, no los matéis. Dádmelos a mí. Yo los cuidaré».
El hijo no querido, puede ser acogido en una asociación para la adopción y entregarlo a uno de los muchos matrimonios que no pueden tener hijos y lo están deseando.
En Madrid, la Asociación para la Protección de la Adopción (A.E.P.A.), está en la calle Fernández de la Hoz, n.º 35, teléfono (91) 448 96 96.
Las madres solteras con problemas serán atendidas en ADEVIDA, calle Fuencarral n.º 41, 1º, 5, Madrid, teléfono (91 ) 231 93 15.
Todo católico está obligado a oponerse al aborto con todos los medios legales a su alcance. Así lo recomiendan los Obispos en su Declaración de la Comisión Permanente.
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Por lo tanto, está claro que es inmoral, injusto, egoísta y criminal el aborto voluntario. Por eso el nuevo Código de Derecho Canónico confirma la excomunión para los que provoquen un aborto voluntario. Los responsables del aborto tienen las manos manchadas de sangre inocente.
1 YA, 6-III-83.pg. 13.
2 Gaudium et Spes: 51,3
3 YA, 6-II-83.
4 YA, 21-IV-83, pg.3 y 44.
5 YA, 21-IV-83, pg.38.
6 YA, 8-V-84, pg.26.
7 YA, 17-II-83, pg.35.
8 YA, 11-II-83, pg.40.
9 La Voz del Bajo Ebro, Tortosa, 4-II-83
10 Diario de Cádiz, 11-III-83, pg.6.
11 YA, 5-VI-83, pg.5.
12 YA, 13-II-82, pg.5.
13 YA, 20-I-83, pg.21.
14 YA, 9-II-83, pg.32.
15 YA, 9-II-83, pg.32.
16 Declaración de la Comisión Permanente del Episcopado Español, nº3. YA, 6-II-83, pg.3.
17 Revista ECCLESIA nº 2218, 27-IV-85, pg.20
18 Diario de Cádiz, 30-I-83.
19 YA, 13-V-83, pg.28.
20 YA, 15-II-83, pg.25.
N.B.: Esta conferencia está disponible en vídeo. Todos los sistemas.
Pedidos al autor:
JORGE LORING, S.I.- Apartado 2564-11080.Cádiz.
Tel.:956 222 838 - FAX: 956 229 450.
Correo electrónico (e-mail): jorge loring@cdz.servicom.es
domingo, 25 de marzo de 2012
►Es un bebé para mi hijita de un año !
Discusiones aquí y allá sobre si antes de salir del vientre materno el niño es o no es bebé... tanta mentira de la que se prenden a conveniencia políticos, padres, médicos, con estudios, sin estudios... pero todos libertinos e indiferentes... ¿Qué me importa tanto si es la vida de otros? ¡¡Porque no me es indiferente el Cristo que crucificamos hace mas de mil años... lo seguimos matando con indiferencia, con actos tan siniestros y demoníacos que no caben en la mente humana, en el corazón cristiano.
Mi pequeña de tan solo un año y 4 meses de edad ha exclamado ante esta foto al verle: -"Bebé, bebé, bebé"... es un bebé, un niño no deseado, no querido, no amado... tan triste señores... matarlo asi porque no podamos amarlo?
Hay cristianos defendiendo el derecho a elegir... no se si es ignorancia o cobardía, pero hay que hacer mentalidad basada en el amor, porque es a lo que Cristo vino al mundo, no podemos omitir el primer MANDAMIENTO!
Que tengan un bendecido dia del Señor
Que Dios y nuestra Santa Madre de Guadalupe bendigan a todos los niños asesinados en vientre materno... no les olvidemos, ofrezcamos Misas especialmente hoy 25 de Marzo, dia del niño no nacido.
Laura
jueves, 22 de marzo de 2012
►Romano Guardini, "El derecho a la vida antes del nacimiento"
El problema y la norma
La cuestión que nos interesa, se suele formular del siguiente modo: ¿es lícito destruir la vida del niño que está madurando en las entrañas de la madre?
Esta pregunta surge, en primer lugar, del hecho de que se trata de un ser singular que, sin embargo, influye sobre otros seres igualmente singulares y sobre grupos enteros. Primero, sobre la misma madre; y después, más ampliamente, sobre la familia y sobre el pueblo. La existencia de este ser podría significar la amenaza de un peligro para la madre, la familia y la colectividad. ¿Es lícito matarlo para evitar este peligro?
Sin embargo, la cuestión es más amplia. El individuo humano es concebido sin contar con su voluntad. Su desarrollo depende de la madre hasta el momento del nacimiento; después, de la familia y de la sociedad. Así pues, todos los que cooperan a su desarrollo, sobre todo los padres y el Estado, son responsables de él. Siendo así, ¿no deben, quizá, en determinadas circunstancias, representar el interés de un ser que todavía no es independiente, incluso en lo que respecta a su presencia física en el mundo? Si están persuadidos de que la vida de este futuro hombre será desventurada, ¿no es acaso su deber preservarlo de la desventura?
Estos problemas han sido siempre actuales, pero durante mucho tiempo fueron resueltos con fe en la divina providencia. Se convirtieron en agobiantes cuando muchos perdieron la conciencia de esta guía celestial y llegaron a una concepción del hombre como dueño y único responsable de su existencia. A la vez, paralelamente a este desarrollo, la sociología y la medicina crearon las premisas que hicieron posible una acción metódica en este campo. Finalmente, en la sociedad de masas de la existencia moderna, se fue perdiendo cada vez más el sentido —antes muy vivo— de la intangibilidad fundamental de la vida humana. Después, he aquí que se agrava la situación externa: alimentación y vivienda, educación y carrera universitaria, asistencia y cuidados médicos, son puestos de tal manera en entredicho, como sucede hoy de hecho, que aquellos problemas aumentan de intensidad de un modo amenazador. Tanto más cuanto que, en los últimos tiempos, el gobierno del estado y la educación del pueblo niegan radicalmente la dignidad del hombre y se han aliado con todo lo que de violento hay en su naturaleza. Estos hechos han ejercido un influjo grande sobre el modo de sentir y de juzgar de la mayoría de las personas. Y conviene —mencionándolo ya desde el principio— no dar por supuesto con demasiada facilidad que, discutiendo problemas como el que ahora nos ocupa, seamos personalmente inmunes a semejantes influencias.
En la medida en que el hombre salía de la barbarie, se hacía a la luz cada vez con más nitidez el principio que dice: no es lícito tocar la vida del hombre mientras no ha cometido un delito para el cual, según el derecho vigente, está fijada la pena de muerte; o bien mientras no ataca a otra persona, que sólo puede salvarse matando al agresor. Un tercer caso es el de la guerra. Pero en el juicio acerca de ella, de una generación a esta parte se hace evidente una crisis cada vez más profunda: cada vez se aprecia con más claridad que la guerra, tal como viene organizada por la "técnica", es bien distinta de aquella otra en la que estaban presente los valores, del todo obvios, de la fidelidad a la Patria, el honor, el valor del coraje y del sacrificio. Así, parece que el derecho a matar que se deriva de ella, no es ya tan indiscutible como antes.
De cuanto hemos visto hasta ahora, podemos concluir que no es lícito destruir la vida del ser humano que madura en el seno materno, puesto que no ha cometido ningún delito ni ha puesto a otro hombre en situación de legítima defensa. Y a pesar de todo, la vida de la madre puede ser puesta en peligro por el niño de manera tal, que se pueda deducir, de este "índice médico", un derecho a sacrificar la vida del hijo. La justificación para intervenir ante semejante peligro no es, sin embargo, tan evidente como a menudo se afirma: requiere un examen más detenido. Pero no vamos a ocuparnos ahora de eso. Lo que nos interesa ahora no es el "índice médico", sino el "social".
Quien da por justificado este índice, afirma: el ser humano en desarrollo está en relación inmediata con la vida de la familia y de la sociedad, a través de las cuales recibe una influencia y sobre las que, a su vez, ejerce un influjo. Ahora bien, la relación puede llegar a ser en tal modo desfavorable, que sea lícito preservar de sus consecuencias tanto a la familia como al hijo en cuestión, matando —digámoslo así— a este último. No pretendemos hacer una descripción minuciosa de la situación actual, cuya gravedad supera todo cuanto la memoria de Europa puede recordar. Me atrevo a esperar que el lector querrá creer que el autor —sin necesidad de esta descripción— sabe algo sobre ella; y que reconozca la obligación de hacer lo posible por dejar de lado tanta calamidad.
Quien trata de conservar limpia su conciencia en la discusión de nuestro tema, debe insistir en este punto si no quiere parecer un monstruo. Es muy fácil estimular el sentimiento y la fantasía contra los que defienden la inviolabilidad de este norma: la propaganda recientísima a favor de la así llamada "eutanasia" y todos sus efectos, resuena con estridencia todavía en nuestra memoria. A nosotros, lo que nos importa es preguntarnos con objetividad y precisión sobre los que es justo.
Por tanto, ¿es lícito matar un ser humano que no ha cometido ningún delito ni ha usado la violencia, porque pone en peligro a los otros con su existencia; y no en un peligro cualquiera, sino precisamente en un peligro grande?
Si se comienza a considerar el daño como razón suficiente para violar la vida humana, no se puede ya mantener ningún límite de modo conveniente.
Esta experiencia ha sido siempre válida, y hoy más que nunca. En el curso de la edad moderna, sobre todo en la última generación, se ha ido debilitando cada vez más el freno inmediato y eficaz de la vida instintiva y sentimental, o de la sujeción religiosa; los principios éticos e incluso los sociales son, sin embargo, vacilantes y ceden con facilidad ante una presión vital más fuerte. Por eso, el hombre ha llegado a ser —no sólo con respecto a las cosas sino también con respecto a los demás hombres— muy "funcional"; es decir, inclinado a tratar a sus semejantes como cosas que caen bajo la categoría de la utilidad. De lo cual se deriva lo que ya hemos dicho antes: que nuestro tiempo va disolviendo cada vez más a la persona singular en la masa. La unicidad, en cuanto cualidad esencial de cada hombre es, para muchos, algo muerto. Más o menos claramente, con un consenso más o menos grande, en muchas personas está vivo el planteamiento de que los hombres son tan numerosos, que la persona singular no tiene ya importancia. Es preciso no olvidar dos hechos oscuros y peligrosos: una educación y una praxis que impregna el comportamientos en sus mismas raíces y seis años de un conflicto enorme, han desatado el espíritu de la muerte que, hasta el momento, no ha sido todavía dominado.
No nos queda pues otra cosa por hacer que atenernos clara y decididamente a la norma ética, por la cual no es lícito matar un ser humano si esa acción no está justificada por el código penal o por la legítima defensa.
Objeciones
Se podría objetar que existe una evolución también en el ámbito de las costumbres de la humanidad y, por esa razón, no se deberían poner principios absolutos, sino tratar de alcanzar las normas nuevas de las nuevas situaciones. Luego, con tiempo y buena voluntad, se encontrará el camino justo. Es preciso, pues, examinar con cuidado la sustancia de este hecho.
Antes de nada, afirmamos que la intervención es siempre una intervención. Las experiencias demuestran que no se trata de algo sin importancia, como tan a menudo se la considera, sino de algo que compromete verdaderamente la salud física. Compromiso que es tanto más grave cuanto menos propicios son el estado general de la madre, la posibilidad de nutrición, de tranquilidad y de cuidados. Las mismas condiciones que deberían probar el derecho del índice social, se convierten al mismo tiempo en una protesta en su contra.
Todavía menos que la lesión física, es valorada la espiritual. El ser humano que madura en el seno materno no es, de ninguna manera, un apéndice (escrecencia) del tipo que sea, cuya extracción tan sólo puede resultar beneficiosa: está profundamente unido a todo el ser de la mujer y al "ethos" de su existencia. La madre se orienta, en cuerpo y alma, hacia la criatura no nacida, preparándose a la inminente maternidad. Por tanto, la intervención interrumpe un desarrollo que conforma (impregna) toda la vida física, espiritual y caracteriológica de la madre. Verdaderamente, da miedo ver cómo se toman a la ligera estas cosas por aquellas mujeres y, sobre todo, por aquellos hombres que, de ordinario, tienden a ignorar la relación que hay entre los distintos procesos de la vida femenina, tanto entre sí mismos como con toda su existencia como mujer. Para encontrar una situación semejante por parte del varón, sería necesario pensar en un golpe tal que destruyese una obra en la que el artífice hubiese puesto en juego todo su ser (a la que el artífice hubiese dedicado toda su existencia).
De otra parte, es preciso observar que no sólo existen efectos claramente perceptibles, sino también efectos que no se advierten: las heridas íntimas y profundas del ánimo, que tal vez no se muestran ni siquiera a quien las sufre, pero que amenazan toda su estructura interior; las turbaciones de la conciencia vital, que constituyen un inexorable autocastigo, a menudo en cuestiones y en ocasiones que parecen no tener nada que ver con aquel hecho que ha sucedido. Una melancolía imprevista, una interrupción inexplicable de la iniciativa vital, una inseguridad aparentemente infundada de las relaciones ambientales... Si se siguieran con cuidado los hilos hacia atrás, conducirían hacia aquel daño provocado en las raíces de la vida, aun cuando los motivos aducidos en su justificación aparecieran razonables y urgentes.
Ciertamente, a estas consideraciones se puede oponer que existen peligros físicos y espirituales también si la intervención no se realiza a propósito. Con los argumentos aducidos, la cuestión no queda resuelta aún.
Podría tener más peso la indicación de otro peligro. Según el punto de vista de sus defensores, el "índice social" establece el derecho a matar al hombre en desarrollo en la medida en que con su nacimiento se produzcan daños relevantes a su familia y a él mismo. Pero una vez admitido este principio, ¿se limitaría al "índice social"? ¿Acaso no se ha delineado otro índice en los pasados años: el "político"? ¿No ha sido declarado por la máxima autoridad que promulga y exige el cumplimiento de las leyes, o sea, por el Estado, que le corresponde decidir si uno de sus súbditos puede conservar la vida o perderla? Y perderla, no porque haya cometido un delito o porque su existencia cause daños a los otros, sino más bien por el simple hecho de que ese súbdito concreto le parece un indeseable al Estado a causa de una cualidad singular: por ejemplo, su pertenencia a un determinado pueblo. Parece una fantasía de novela de intriga, pero durante doce años fue la teoría y la praxis oficial. Pero de una concepción similar se puede aún deducir, sin duda, que el Estado tiene el derecho de determinar qué niños pueden llegar a nacer y cuales no. ¿Y quién puede decir qué posibilidades esconde el futuro si caminamos en esta dirección? ¿Qué pueblo resultará indeseable y a cual estado se lo parecerá?
En este tipo de cuestiones, apenas desaparece el principio absoluto y ocupa su lugar un juicio práctico de utilidad o nocividad, no hay forma de establecer un límite, y todo empieza a caminar de mal en peor. Puede ser proclamado un índice tras otro, con una gran cantidad de argumentos muy convincentes a disposición del público, por no hablar de las técnicas para llevarlos a la práctica. Y esto no significa sino que la razón moral, cuando esta se encarna en el Estado, a la hora de distinguir entre lo que es recto y lo que no lo es, capitula frente a la"vida misma" y sus fines.
Pero enumerar estas posibilidades, no resuelve todavía la cuestión de un modo definitivo.
El punto de vista decisivo
La respuesta definitiva la da el hecho de que la vida en desarrollo es un hombre. Y el hombre, a causa de la dignidad de su persona, no se puede matar sino en legítima defensa o con fundamento en el derecho.
Una persona humana es inviolable, no ya porque viva y tenga, por tanto, "derecho a la vida". Un derecho similar lo tendría también el animal, puesto que también él vive; y si se compara un hermoso animal en libertad a un hombre enfermo o maltratado por el destino, aquél parece tener bastante más valor que este. Pero la vida del hombre no puede ser violada porque el hombre es persona.
Persona significa capacidad para el autodominio y para la responsabilidad personal, para vivir en la verdad y en el orden moral. La persona no es un algo de naturaleza psicológica, sino existencial. No depende fundamentalmente de la edad, o de las condiciones físico-psíquicas, o de los dones naturales, sino de su alma espiritual singular. La personalidad puede estar desconectada, como sucede en la persona que duerme; sin embargo, ya existe una protección moral. En general, es también posible que no se actúe porque faltan los presupuestos fisiológicos y psicológicos, como sucede en el caso de los locos y de los idiotas. Pero el hombre civilizado se distingue del bárbaro precisamente porque respeta también a la persona cuando se encuentra en semejante situación. También puede estar escondida, como sucede en el embrión; pero ya existe y con derecho propio.
La personalidad da al hombre su dignidad: lo distingue de las cosas y hace de él un sujeto. Una cosa, tiene consistencia, pero no en sí misma; causa determinados efectos, pero no tiene responsabilidad; tiene valor, pero no dignidad. Se trata algo como una cosa en cuanto que se la posee, se la usa y, al final, se la destruye; referido a los seres vivos, cuando se la mata. La prohibición de matar al hombre representa el grado más alto de no tratarlo como cosa. Era, sin duda, lógico que el Estado, si niega en su "concepción del mundo" la dignidad espiritual de la persona y considera al hombre un mero ser genérico, es decir, un elemento más de la estructura social, se arrogase también el derecho de matarlo, si eso estaba conforme con sus objetivos.
El respeto del hombre en cuanto persona es una de las exigencias que no admiten discusión: depende de ello la dignidad, pero también el bienestar y, en definitiva, la duración de la humanidad. Si esta exigencia se pone en duda, se cae en la barbarie. Es imposible hacerse una idea de cuales son las amenazas que pueden surgir para la vida y el alma del hombre si, privado del baluarte de este respeto, acaba siendo puesto en manos del Estado moderno y de su técnica.
De aquí se deriva precisamente la respuesta a la afirmación, siempre recurrente, de que la mujer tiene el derecho de disponer de su propio cuerpo y puede, por tanto, pretender que esa situación de su cuerpo que se llama embarazo sea transformada mediante las medidas oportunas. Ahora bien, el hijo no es simplemente "cuerpo de la madre", no es una parte de ella en el mismo sentido en que es parte un órgano o una escrecencia, sino que es un hombre en desarrollo. En esta realidad de echo se expresa la esencia más íntima de la maternidad y, con respecto a ella, la esencia de la feminidad en general. Ser madre no significa "producir vida": también los animales hacen esto; sino "dar la vida a un hombre". Y un hombre es una persona, primero de todo como dormida y después, despertándose lentamente. De este modo, en inmediata relación con la madre, crece un ser que, formándose, se sustrae a ella siguiendo la propia determinación interior. En eso reside la grandeza y también el elemento trágico de la maternidad. El hijo está tan íntimamente unido con la madre, que forma con ella un único ámbito de vida. Sin embargo, no se disuelve en ella sino que está, simultáneamente y desde el primer momento de su vida, en inmediata relación con la existencia, con las normas absolutas, con Dios.
Sobre la maternidad ha caído un diluvio de sentimentalismo. Especialmente por parte de aquellos que, cuando estaban en juego sus intereses, se la saltaban a la torera sin la más mínima preocupación por la dignidad y el derecho de la madre. Debería resultar sospechoso el tono con el que se hablaba —y con el que todavía se habla— de estas cosas. Quien habla de tal guisa, no es sincero. El asentimiento y la exaltación que expresan las palabras son de naturaleza instintiva y sentimental, y pueden volverse de un momento a otro en su contrario: en irreverencia, abuso e incluso crueldad, porque falta en ellas la única cosa verdaderamente importante en este caso: la persona de la madre y la del hijo. Y precisamente aquí se resuelve el carácter de la maternidad y se resuelve, a priori, la relación con el propio cuerpo. No es verdad que la mujer tenga simplemente "el derecho a disponer del propio cuerpo": tiene tan poco derecho a ello como el varón. Hombre y mujer tienen este derecho frente al derecho de otro, frente al derecho del Estado; y no gozan de él en sentido absoluto, puesto que el cuerpo no es un cuerpo animal, sino un cuerpo humano sometido, también frente a la voluntad de quien lo posee, a la tutela de las normas que determinan la existencia personal. Sin embargo, no es este el aspecto del problema que debe ocuparnos. Lo que nos interesa es que el niño, en el seno de la madre, si bien por un lado le pertenece y vive de ella, por otro lado le es sustraído, puesto que está sometido a la ley de la propia personalidad, ciertamente todavía latente, pero ya poseída. La madre no es la dueña de la vida en desarrollo, sino que ésta le es confiada a su custodia. Así pues, sustancialmente, no tiene sobre ella mayores derechos de los que tenga —por la misma causa— cualquier ser humano sobre otro ser humano.
Otra comparación, sin duda más eficaz, permite ver el núcleo de la cuestión: la afirmación de que el hijo en el seno de la madre sea simplemente una parte del cuerpo de ella, equivale a firmar que la persona, en el Estado, no es más que una simple parte del todo estatal. La opinión que permite a la madre disponer del niño que vive en ella, debe también conceder al Estado el derecho de disponer de los hombres que forman parte de él. Y precisamente ante una perspectiva tal, se horroriza el ánimo del hombre contemporáneo: estar en las manos de una autoridad dominante que niega el derecho individual de la persona, su referencia a las normas supremas, su inmediatez con respecto a Dios; una autoridad que asegura que el hombre es una parte suya y que tiene una relación con la existencia en la medida de la función que desempeñe; una autoridad jerárquica que dispone de un poder cada vez mayor y de una técnica cada vez más segura para poner en práctica su pretensión de poder. Y esto, no sólo oponiéndose a la voluntad de la persona singular, sino también penetrando en su interior mediante la sugestión y la propaganda, de manera que el juicio del oprimido capitule frente al del opresor, y la teoría conduzca al delito.
Finalmente, no podemos olvidarnos de otra cosa: si con base en el "índice social", se le reconoce a los padres el derecho de hacer matar al hombre en formación, entonces, a este derecho le corresponde un deber concreto en otra sede: el deber de llevar a cabo la matanza. El Estado no puede dejar en manos de la iniciativa privada el cumplimiento de la intervención, pues de ello se derivaría un daño imprevisible. Así pues, si el Estado declara que, en determinadas condiciones desesperadas, los padres pueden solicitar la interrupción del embarazo, en consecuencia debe también poner los medios necesarios para que alguien la lleve a cabo. Cada médico puede negarse; sin embargo, si se diese el caso límite de que todos los médicos rehusaran realizar esa intervención, el Estado debería obligar a uno a que lo haga.
Mostrar la situación límite sirve para revelar lo que se oculta en la norma y que no se nota usualmente. Así pues, hemos llegado precisamente al punto en el cual —como en aquellos oscuros doce años— un hombre es puesto frente a un dilema: o hacer lo que para su conciencia es un asesinato, o bien perder su trabajo: una de las peores formas de desgarro social que pueda darse nunca.
Una nueva objeción
Pero aún se eleva una importante protesta contra todo lo que vamos exponiendo. Protesta a la que se debe responder, si no se quiere poner de nuevo todo en tela de juicio. Y puede enunciarse así: según las declaraciones de este escrito, matar al ser en desarrollo estaría sometido a una norma que vale para el ser humano, ¿pero es un ser humano el fruto que hay en el seno materno?
Que lo sea en los últimos meses de su desarrollo es incuestionable, porque afirmar que llega a serlo tan sólo en el momento en que se independiza del seno materno sería demasiado ingenuo. La psicología está en condiciones de avanzar en el camino del inconsciente hasta en la vida psíquica del nasciturus, y la pedagogía habla de una educación pre-natal. ¿Pero es un ser humano desde el primer momento de su desarrollo. O bien lo llega a ser en un momento cualquiera, que se determina con exactitud, entre la concepción y el nacimiento? Porque entonces, por lo que se refiere a nuestro problema, es verdaderamente importante determinar tal momento, donde poder efectuar la intervención sin escrúpulos morales.
Se dice que en la primera etapa, o sea, hasta que han pasado los cien días, el embrión no es todavía un verdadero y propio ser humano, sino más bien —y aquí retomamos desde un nuevo punto de vista un razonamiento iniciado más arriba— una formación totalmente dependiente del organismo materno. Apenas se examina, libre de prejuicios, esta afirmación, de ve de inmediato que no está dictada necesariamente por el mismo objeto, sino desde el exterior, por motivos que tienen que ver con determinados intereses vitales. Y se comprueba, por otra parte, que se fundamenta sobre una concepción materialista del ser viviente.
¿Qué se podría objetar si alguno asegurase que un determinado vegetal existe como tal sólo cuando se manifiesta claramente el carácter de árbol? ¿O si alguno asegurase que un animal, cuyo desarrollo tiene lugar fuera del organismo materno, por ejemplo, un pez, es este pez sólo cuando tiene escamas y espinas y todo cuanto pertenece a su forma característica? Se podría responder que se trata de un absurdo, puesto que el modo de existir del viviente proviene de un inicio simple: partiendo de la división de una célula o de la unión de dos, pasa por una serie de transformaciones hasta el pleno desarrollo morfológico, para después, a través de las distintas formas de estabilización y del decaimiento, alcanzar la muerte. Estos estadios singulares —y esto es esencial— no se siguen unos a otros yuxtapuestos exteriormente en serie, sino que forman un todo, una figura en el sentido estricto del término.
Lo que llamamos organismo, desde este punto de vista, presenta dos formas fenoménicas. Una, en la contemporaneidad, donde las distintas formaciones —desde las moléculas de albúmina hasta los órganos más complejos— se reúnen en una estructura unitaria y con consistencia propia; dicho de otra manera: cada momento singular se forma a priori de acuerdo con la estructura total, digamos, con la forma tectónica. Pero hay también otra forma: la que se da en la sucesión, donde los distintos estados a través de los cuales ha pasado o debe pasar todavía el individuo —desde la primera forma de las células originarias que se separan o desde las células de los padres que se unen, hasta alcanzar y dejar atrás la plena madurez y llegar al último decaimiento—, forman una estructura igualmente unitaria y consistente de por sí; expresándolo de otro modo: cada fase se coordina en la totalidad de la serie evolutiva, de —por decirlo así— la forma en desarrollo. Esta forma en devenir es tan necesaria y característica para el ser viviente en cuestión como la forma tectónica, y no es posible suprimir una fase de aquella ni un miembro de esta. Por su parte, ambas formas —tectónica y en desarrollo— se pertenecen mutuamente; podríamos decir precisamente que entre ambas representan el organismo: la primera, en el espacio; la otra, en el tiempo. En cualquier caso, se trata de una unidad indivisible, puesto que cada elemento viene determinado por el todo y al revés, el todo necesita de cada elemento. El "árbol" es aquella figura que está en la presencia del espacio dispuesta en raíz, tronco, ramas, hojas; pero es también aquella serie de fases que van haciéndose realidad en la sucesión temporal de simiente, embrión, arbusto, árbol adulto desarrollado. En cada fase, siempre idéntico a sí mismo; totalmente realizado en la serie completa, hasta el último morir de la raíz. Sostener que el ser considerado por nosotros comienza a ser él mismo sólo cuando ha recorrido ya un cierto número de formas evolutivas, sería mecanicismo puro y rudo, que considera una cantidad de partículas al margen de una totalidad viviente. Quien ha comprendido de algún modo qué es un "organismo", no puede por menos dejar de decir que el ser viviente en cuestión comienza por la división de la primera célula, o bien por la unión de las dos células de los progenitores.
Y esto vale también para el hombre. La curva de su forma en devenir se inicia con la unión de las células de los padres, culmina en la perfección morfológica y acaba con la muerte. Así pues, esa forma es ya un ser humano desde el omento de la concepción. Como lo es en el último momento: el de la muerte. No es posible, en buena lógica, pensar de otro modo.
Si, no obstante, se quiere objetar cómo cómo es posible que los primeros estadios de la evolución pueden llevar consigo la importancia espiritual de la dignidad humana, se debe responder de nuevo que es un planteamiento materialista poner un pensar según la cantidad en lugar de un pensar según la calidad. Puesto que las primeras células poseen, en efecto, toda la potencialidad estructural de la vida futura, contienen también en potencia todas las formas que se generan, no sólo mediante el desarrollo embrionario, sino también en el que seguirá al momento del nacimiento, a través de la infancia edad madura decaimiento. A fin de que de la cantidad 2 resulte la cantidad 5, es necesario añadirle la cantidad 3; de otro modo, permanece todavía 2. Pero a fin de que del primer estadio del organismo se formen los siguientes, no es necesario ningún añadido, sino tan sólo un desarrollo: existe ya en potencia todo lo que será.
Una concepción mecanicista no puede hacerse cargo del ser vivo, puesto que lo ve como yuxtaposición exterior, como una máquina. Además, lleva consigo un gran peligro respecto a la comprensión del valor: el de recibir la impronta de la cantidad, ya sea de la masa, ya sea del número de los elementos formados en acto. Quien piensa de esta manera, tanto menos verá a la persona humana en el embrión cuanto menor sea el tamaño y menos diferenciada sea la organización del estadio de evolución en que se encuentre; y, como consecuencia, siempre tendrá menos impedimentos para intervenir en la vida embrionaria.
Por otra parte, no debemos olvidar las demás consecuencias de semejante modo de ver las cosas que, en términos generales, sostiene que el ser humano no tiene un carácter esencial, sino que es algo que existe en grado superior o inferior : precisamente en la medida en que el estadio de desarrollo que se considera se acerca al "optimum", a la situación suprema de riqueza formal y de energía vital. De esta manera se va manifestando una graduación no sólo en la evolución embrionaria que hasta el momento estamos examinando, sino también en otros aspectos del complejo vital. La distancia del punto óptimo puede ser considerada marcha atrás, hacia el principio, con esta conclusión: cuanto más primitivo es el estadio de la evolución embrionaria, tanto menos humano es el producto. Pero también puede ser considerada según el momento más avanzado, para concluir: cuando el estadio de la evolución autónoma está más distante del culmen, o sea, cuanto más viejo es el individuo, es tanto menos persona. La distancia del "optimum" puede, por otra parte, manifestarse mediante todas aquellas minusvaloraciones que se llaman enfermedad, debilidad, desventura; y entonces se concluye: cuanto más enfermo débil desventurado es un individuo, tanto menos puede pretender el carácter verdadero de ser humano.
Pero entonces, todo depende de como se fije la escala explicativa del índice de eliminación de las formas minusválidas, ya sea embrionarias como después del nacimiento. Y se debe recordar de nuevo cómo la teoría y la praxis del más reciente pasado han llegado en realidad a esta conclusión, con plena conciencia, admitiendo el horrible concepto de una "vida privada de valor vital".
Las primeras víctimas fueron los locos y los idiotas; hubieran seguido por los enfermos incurables —los cuales ya, en realidad, no siguieron—, y los viejos y los incapaces para el trabajo hubieran cerrado la serie. Pero llegar a este punto significa que el ámbito de la existencia digna del hombre ha sido definitivamente abandonado, porque una mentalidad tal es barbarie desnuda y cruda.
Verdaderamente, concepción y muerte, ascenso y decadencia, infancia y madurez, salud y enfermedad, pertenecen a ese todo que llamamos "hombre". Son elementos de la totalidad de su existencia, que no es sólo naturaleza, sino también historia; que no tiene sólo un desarrollo, sino un destino; que no supone sólo enriquecimiento y daño, sino también conservación y alteración, victoria y derrota, superación y expiación. Y la enfermedad superada con coraje, la incapacidad de rendimiento de la que florecen bondad, sabiduría, madurez, son mucho más "valores vitales" que una salud que vuelve al hombre brutal y una bravura que desnaturaliza la existencia.
Quien piensa de manera coherente con lo anterior, no puede dejar de concluir que el ser humano es verdaderamente una persona desde el primer momento de su desarrollo, o sea, desde la unión de las células de los padres, de manera que todos los estadios de su desarrollo están sometidos a las normas que valen para el hombre.
Más aún: se puede decir con toda precisión que si alguno, empujado por el hecho de que la semejanza exterior del embrión con la persona humana disminuye cada vez más según se mira hacia atrás, se siente inducido a no considerarlo como hombre y ,sin embargo, protege la humanidad todavía latente en el embrión con vigilante conciencia, ha alcanzado verdadera y propiamente una madurez ética.
Porque el indefenso es confiado al fuerte, y en el hecho de que el hombre use su superioridad para proteger al otro radica la diferencia entre fuerza y prepotencia. Esta protección, allí donde se trata de la vida en desarrollo, asume un especial carácter decisivo para la vida humana. Por eso nos conmueve siempre el sacrificio que la verdadera madre lleva a cabo en pro de esta tarea. La misma tarea que lleva a cabo el padre cuando protege a la madre y al niño que se forma en ella. Y lo mismo el médico, que sabe ver al ser humano allí donde el ojo inexperto no lo reconoce todavía, y se hace casi su procurador y defensor contra las consideraciones utilitarias que lo solicitan.
Aquí se ha dicho algo que establece el más profundo "ethos" médico. El decano de la pedagogía, Hermann Nohl, definió una vez al educador como aquel hombre que representa el sentido de la juventud no sólo frente a la pretensión autoritaria de la sociedad, sino también frente a sus impulsos instintivos. Del médico se puede decir algo similar: él representa el derecho del hombre enfermo frente a la brutalidad de los sanos, y representa el derecho del hombre en desarrollo frente al egoísmo de los adultos, también del que proviene de la necesidad. Sucede aquí que la incorruptibilidad descansa sobre una clara visión de la esencia del hombre y de la obligación incondicionada de tutelar su dignidad. El médico conoce mejor que cualquier otro el dolor y la miseria de la vida; sabe también que el dolor y la miseria de los hombres es de una naturaleza distinta a los de las bestias, puesto que es una persona inalienable en su dignidad espiritual, insustituible en su responsabilidad eterna. A él le es confiada la situación de enfermedad y de imperfección de cada uno, no sólo como fenómeno físico-psíquico o como un elemento de la asistencia pública, sino en cuanto contenido de la persona, de su existir y de su conservación. Por eso no debe actuar nunca como si la persona no existiese, como si no fuese persona; todo lo contrario: está obligado a protegerla en el ámbito de su competencia, también contra las presiones de motivos en sí buenos, pero que deben permanecer subordinados a razones superiores, ante todo y sobre todo a la inviolabilidad de la persona.
El principio y la miseria
Pero, ¿acaso no hemos olvidado, en el curso de nuestras consideraciones, que la indigencia de muchos hombres, es tan grande, que no se sabe bien cómo puede prosperar la nueva vida?
Creo que no, porque existen dos maneras de salir al encuentro de las tribulaciones humanas.
Una es evidente. Consiste en disminuir los dolores y eliminar las causas inmediatas de los daños. La otra no es tan evidente, pero es igualmente importante; más aún, es más importante. Consiste en ayudar al hombre a fin de que, en las tribulaciones, conserve la visión de la vida en su totalidad, el sentimiento de lo que en ella es esencial, el sentido de las distinciones absolutas; y supere, con tal ánimo, todo lo que le sucede.
Por muy importante que sea el primer modo, si contradice al segundo, se transforma en daño. Quien libra a una familia de una futura restricción de sus posibilidades de vida y alimento, matando la vida que se forma, a corto plazo ha solucionado el problema de modo providencial; pero a largo plazo y referido a la totalidad, ha acrecentado la calamidad. Sería como uno que, para poder encender el fuego, despedazase las vigas de la casa: de momento, se calentaría, pero la casa quedaría en ruinas.
En el problema del que nos estamos ocupando, se entrecruzan las cuestiones más variadas: jurídicas, económicas, sociales y psicológicas, sin olvidar las referentes a la más amarga miseria personal y general. Son tan urgentes, que la tentación de decir que sería necesario resolverlas inmediatamente, está siempre presente; después, ya veremos qué pasa. Este sentimiento es comprensible y digno de alabanza, pero no es justo.
A través de lo intrincado de todas las consideraciones, debe quedar definitivamente claro que sólo una pregunta es importante. Una pregunta que va más allá del problema particular del que hemos partido y conduce al punto fundamental: el hombre, ¿se pertenece a sí mismo, a la familia, al Estado, o bien está sometido a la majestad de una instancia absoluta cuya norma regula, ya sea los deseos personales, ya sea las pretensiones sociales?
Si es verdad lo primero, entonces el hombre está abandonado no sólo a sí mismo, a sus deseos, a sus necesidades y a sus concepciones de la vida, ideas, etc., sino también a la situación social y a su más poderosa expresión: el Estado. Tanto cada uno en particular como el Estado encontrarán siempre razones —a menudo óptimas y convincentes, pero nunca definitivas y, por tanto, falsas desde el punto de vista de la totalidad— para dar un carácter de justicia estricta a lo que quieran. Lo hemos experimentado.
Si es verdad el segundo planteamiento, entonces los deseos y las tribulaciones de cada uno, así como la fuerza sugestiva de la situación social y la violencia del Estado, están frente a un límite moral absoluto. Y este límite, no sólo inhibe, sino que también salva: salva al hombre y al Estado —lo que es propio del hombre y lo que es propio del Estado— de la confusión que nace de ellos mismos. Una tutela de este tipo deriva de una norma, y cada norma obliga. En determinadas circunstancias, quizá cueste sacrificio; un sacrificio particularmente grave para aquellos que no comprenden por qué deben realizarlo, o que tienen la impresión de que esa norma tutela sólo a ciertos grupos, o que es la expresión de una justicia de clase; y así tantas otras cosas. Pero verdaderamente, por encima de cualquier otra consideración significa, lisa y llanamente, la tutela y la defensa del ser humano.
Al igual que existe una lógica de la ciencia, existe también una lógica de la vida. La primera es evidente: por ejemplo, cuando dice que una piedra, atraída por la fuerza de la gravedad hacia el centro de la tierra, no puede moverse hacia lo alto. La otra lógica es más difícil de entender, pero es tan inexorable como la primera: afirma que las acciones normalmente equivocadas, aunque parezcan útiles, al final conducen a la ruina. Mentir puede tener ventajas una, diez, cien veces; pero finalmente, siega de raíz aquello sobre lo que se apoya la vida: en la propia interioridad, el respeto a sí mismo; y en la relación con los demás, la confianza. Un daño que no tiene remedio. Esta consecuencia es inexorable: al igual que lo es la ley de la gravedad. Una lógica de este tipo funciona también en nuestro caso. En el hombre existe algo que no puede ser tocado por su misma esencia: la sublimidad de la persona viviente. Pueden ser aducidas razones importantes para hacerlo, y pueden incluso hacerse tan urgentes que, quien se resista, puede parecer un doctrinario sin entrañas. Pero, ceder en esto, es la destrucción final, la destrucción, precisamente, de lo que debería ser salvado.
Se apela al derecho de intervención —el que nootros estamos poniendo en tela de juicio— en nombre de la libertad y de la posibilidad de que el desarrollo de ser humano tenga una calidad de vida adecuada. Pero entonces, el resultado del balance final será que la vida está en las manos del egoísmo de cada uno y del punto de vista del Estado. Y ya va siendo hora de que aprendamos a ver cuales son las consecuencias. Hemos experimentado qué significa ceder primero en una cosa, después en otra y después en una tercera, asegurando cada vez que no se podía hacer otra cosa, que era inevitable actuar así; buscando cada vez el modo de convencernos a nosotros mismos que no sucedería lo peor. Hasta que nos encontramos de sopetón con lo peor a la vuelta de la esquina... Toda violación de la persona, especialmente cuando se efectúa bajo el amparo de la ley, prepara el camino al Estado totalitario. Rechazar esto y aprobar aquello, no denota precisamente claridad de pensamiento ni una conciencia despierta y recta.
De todas formas, en el principio claramente intuido se encuentra una ayuda práctica inmediata. Médicos de gran experiencia afirman que el médico que rechaza destruir la vida del ser humano en desarrollo por razones médicas, se vuelve más prudente e ingenioso, y es capaz de conducir a buen fin muchos casos que, a primera vista, parecían desesperados. Lo mismo vale decir también aquí.
Problemas como los que hemos considerando, deben ser discutidos partiendo de la totalidad y de la duración de la existencia de la familia y del pueblo, si no se quiere resolverlos a la ligera. No hay ninguna duda de que una mentalidad que aprueba el "índice social", hace enfermar las fuerzas del carácter y la iniciativa de la vida. Al contrario: si los padres están convencidos de que toda vida humana está sometida desde sus comienzos a la ley moral que prohibe el asesinato, esta convicción los hará más delicados de conciencia, más prontos a la renuncia y más fuertes en la actuación coherente. En eso consiste, tanto en la totalidad como en la duración, la ayuda que verdaderamente importa.
Antes de concluir, una última cosa que no debemos omitir. Los partidarios del "índice social" sostienen y declaran que mucha gente dispone de tan pobre alimentación, vivienda y posibilidad de vida, que estarían obligados a matar a un ser humano todavía en desarrollo, si no quieren disminuir en el futuro la disponibilidad de esos bienes a los que ya existen. Ahora bien, eso significa que el ordenamiento económico-social está afectado desde sus mismo cimientos.
Antes de que el Estado recurra al medio de la matanza para disminuir la calamidad presente en este desorden, antes de que anime a las madres a desear o a permitir la muerte del hijo que está formándose en sus entrañas, debería comprobar con toda seriedad y a conciencia que se ha hecho todo lo posible —todo, verdaderamente— para restablecer el orden adecuado. Y entonces, sin duda, llegará a este resultado: si el Estado quiere —si quiere realmente—, no hay necesidad de matar para que se pueda vivir. Basta con tomar medidas y sacrificarse.
Sobre un tema como el que estamos tratando, se podrían decir muchas más cosas: si esta responsabilidad es o no efectivamente captada y asumida plenamente; si tiene todo su peso en el empleo del dinero público, en la administración de los víveres y de las viviendas, y tantas otras cosas. También esto sería una materia a tratar en particular. Aquí se toca lo esencial. Lo que está en el fundamento no es, como cree el sedicente "hombre práctico", superflua teoría, sino esclarecimiento y confirmación de la "razón" sobre lo que todo se apoya, también la praxis justa.
Tomado de http://www.unav.es/capellaniauniversitaria/
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