Impresionante memorial epistolar ofrecido por el matrimonio Lanzani, tras experimentar como su pequeña hija Anna Michelle, recién nacida, se iba preparando para llegar al cielo... Un testimonio de la vida en el camino hacia la Pascua.
REDACCIÓN HO.- Publicamos a continuación, íntegro, el extraordinario testimonio que nos ofrecen Stefano y Maria Lanzani en esta carta.
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Queridos hermanos y amigos:
Con mucha dificultad he logrado encontrar un momento para escribir los acontecimientos que en estos últimos días nos han acompañado. He tenido muchas veces el deseo de encontrar un minuto para contar y también para tener un memorial de lo que Dios nos ha regalado en este tiempo tan precioso.
Hemos esperado el nacimiento de esta niña durante 9 meses y tres semanas, un tiempo que al final parecía no pasar, ya que según las previsiones de los médicos, Anna Michelle tenía que nacer prematura. Así que desde Diciembre ya estábamos esperando las primeras contracciones de un momento a otro, y el parto que también se suponía iba a ser rapidísimo.
Yo dejé de tener citas de trabajo lejos de casa para no arriesgarme a estar lejos cuando el parto comenzara, pero las contracciones no aparecían. El tiempo transcurría entre las visitas al hospital, matronas y médicos que nos preparaban para las posibles evoluciones de un nacimiento que tampoco para ellos resultaba nada claro. Pasada ya la tercera semana de retraso, después de 3 intentos fallidos para inducir el parto, donde los médicos trataban que se diera por vía natural, he tenido una fuerte pelea con la cirujana responsable de la zona neonatal, que quería intentar por cuarta vez inducir el parto, esta vez rompiendo la bolsa amniótica. Habrían así matado a la pequeñita ya que su cabecita, para nada protegida, se vería perjudicada por el instrumental médico que habrían utilizado. La pelea que he tenido con ella se basaba únicamente sobre el hecho que desde el punto de vista médico y ético-hospitalario, los médicos consideraban de menor importancia el valor de la vida de esta niña en comparación con los riesgos de una cesárea que tal vez podría tener consecuencias para María. Esto simplemente porque se trataba de una niña terminal que aún naciendo por cesárea su destino no iba a cambiar.
Con mucha insistencia e implorando por una cesárea que nos negaron inicialmente, los médicos nos concedieron la operación para el martes 7 de febrero. No podían darnos una fecha peor: Davide, el hermano de Maria, sacerdote en Roma, tendría que irse. Costanza, hermana de María y su marido Dario, también viajaban a Italia. Mi hermano Simon Pietro y su mujer Annalisa también regresaban a Roma el mismo día. Maurizia, la madre de María, iba a ser operada ese mismo día en el mismo hospital. En fin, muchas de las personas que habían estado a nuestro lado en estos momentos, justo ese martes ya no iban a estarlo.
El lunes por la mañana hemos vuelto al hospital, un poco preocupados pidiendo que adelantaran la cesárea un día antes del que habían programado, preocupados sobre todo por el hecho de que desde el día anterior María ya no sentía moverse a Anna Michelle como solía hacerlo en esos días. Pensábamos que la niña estaría sufriendo y que se estaría muriendo en el vientre materno por causa del retraso del parto, ya fuera de tiempo. Ese día hemos peregrinado de un departamento a otro del hospital, con la esperanza de que se liberara una cama y un sitio en la sala de operaciones, pero sin mucho éxito. He imaginado en esos momentos lo que ha tenido que sentir la Sagrada Familia de Nazareth cuando José y María iban de puerta en puerta pidiendo hospitalidad en los albergues donde pudiera nacer el niño Jesús y no encontraron lugar para quedarse. Con mucha aflicción, regresamos a casa después de que esta última esperanza se esfumara, pero con la certeza (después de un pequeño registro) que la niña estaba bien. Debo decir, sin embargo, que Dios siempre hace bien las cosas y con mucha más sabiduría de como nosotros pudiéramos pensar.
Fue así como el martes por la mañana Davide, Costanza y Dario pudieron cambiar sin demasiados problemas sus vuelos a Italia; Maurizia ya en la camilla de operaciones y lista para entrar en quirófano ha sido dada de alta sin ser sometida a la operación, y por último, para hacer que Simon Pietro y Annalisa pudieran estar junto a nosotros en estos momentos, la cesárea de María que estaba programada como tercera ese día, fue realizada con máxima prioridad, la primera de la mañana.
¡Ha sido un momento emotivo el nacimiento de Anna, un milagro de la vida! Es el tercer hijo que veo venir al mundo y cada uno de ellos me ha conmovido profundamente el alma. Ver un niño nacer a la vida es como rozar la esencia del Amor que Dios tiene para cada hombre.
A las 9:09 del 7 de febrero de 2012 he visto nacer a nuestra hija Anna Michelle. Llegó al mundo con un pequeño gemido y con un cuerpecito débil y frágil… frágil… sí, pero con un deseo de vivir como si dijera al mundo: La vida vale la pena vivirla toda hasta el fondo… vale la pena vivirla plenamente, aunque parece que no tenga sentido y se sufra, porque en el fondo ¡quien sufre, ama! Nuestro catequista en el ultimo escrutinio del Padre Nuestro me ha recordado una frase de Santa Teresa de Calcuta que he llevado conmigo durante esta experiencia cerca de Anna Michelle: “Ama hasta que te duela”.
En su corta vida he visto sufrir a Anna y os aseguro que se me encogía el corazón. No tenía voz, no emitía ningún gemido cuando sufría, como si no quisiera dar muestra de rechazo ante aquel sufrimiento, pero sufría… La he visto fruncir los ojos, abrir la boca y arquear la espalda por los dolores. Cada vez que le hemos cambiado un vendaje, que le debíamos curar la cabecita, se lamentaba en silencio. Su vida me ha recordado muchísimo la de muchos niños inocentes matados con los abortos, que sufren en el mismo silencio.
¡Ha nacido por cesárea y por gracia de Dios! ¡Ha nacido viva! ¡Ha nacido entre María y yo, que tanto la hemos querido!
En un lado del quirófano se preparaban los médicos colocando sobre una mesa el bisturí, las jeringuillas para la anestesia y demás instrumental necesario para la operación, mientras Davide, que había recibido permiso para entrar en quirófano, en el lado opuesto, sobre otra mesita, preparaba el agua para el Bautismo y los Santos Óleos para la Unción Crismal y la Santa Eucaristía.
Sin un gemido ha nacido como Jesús, entre un buey y una mula que de poco servían, solamente para darle calor con su aliento. Así como ellos, nosotros los padres en nuestro pequeño servicio prestado a la obra mucho más grande que Dios estaba empezando en ella, hemos simplemente decidido aceptar el Don de su vida entre nosotros. En cuanto salió del vientre, los médicos la apoyaron sobre el pecho de María y mientras empezaban a coser la herida de la cesárea, Anna Michelle ha recibido el Bautismo, con agua santificada del Jordán, derramada sobre su cabeza tan frágil. ¡Qué emoción! ¡Qué belleza! ¡Qué bien! ¡Es difícil expresar mi felicidad en ese momento! No pedíamos otra cosa al Señor: que nos la concediera viva por unos momentos. ¡Viva para que pudiera recibir este Sacramento!
Dayenú, dicen los hebreos, esto nos habría bastado, ¡nos habría bastado que hubiera recibido el bautismo, pero no!, Dios ha sido más generoso y le ha dado más. Pensar que después de una hora desde su nacimiento, estábamos en una habitación privada, toda para nosotros, en un hospital lleno de pacientes “aparcados”, hasta en los pasillos porque no había sitio. Y bien, nosotros estábamos en la habitación más grande que hubiéramos podido desear, rodeados de todos los hermanos de Maria, de sus padres, de mi hermano Simon Pietro y su mujer Annalisa.
En esta maravillosa circunstancia Anna Michelle ha podido recibir la plenitud de los sacramentos de la iniciación cristiana: la Primera Comunión y el Sacramento del Espíritu Santo, la Confirmación. ¡Dayenú! Ha celebrado su primer día de vida con muchas dificultades para respirar, luchando por respirar. Durante muchas horas ha tenido la carita morada, como si estuviera muriéndose en cada momento, pero ha vivido 12 días. ¡Ha vivido la vida plena! ¡Como la deseo yo también una vida así de plena y maravillosa en el abandono de los brazos de Dios Padre!
Esa misma noche han venido a la capilla del hospital todas las comunidades de nuestra parroquia que han estado a nuestro lado en este momento. ¡Qué maravilla ha sido tocar la belleza de la Iglesia Católica que en la Comunión de los Santos se reúne a hacer Pascua con una hermana que está a punto de irse, de pasar al cielo! ¡Hemos cantado las Vísperas!, ¡hemos dado gracias a Dios por su vida! Cantábamos ¡“Que amables son tus moradas Señor… solo estar en el umbral de Tu casa es con mucho lo mejor… pasando por el valle del llanto, Él lo cambia en bendición”! En esta liturgia, con los hermanos de nuestra parroquia alrededor, Anna ha recibido la vestidura blanca, ha recibido la vela del bautismo y la parte del rito del Effetha. Los hermanos han sido muy generosos, nos han regalado una tarta nupcial maravillosa, otros han llegado con el mejor champán que se podía encontrar en el mercado, hemos celebrado, hemos descorchado esta botella en el refectorio del hospital que en esta ocasión me pareció tan hermoso como la sala real de las recepciones.
La noche pasó, el día siguiente también, y el siguiente. Días en el hospital marcados por las visitas de tantos peregrinos que llegaban también desde muy lejos. El jueves de esa misma semana los médicos nos han dejado salir del hospital y han trasladado a María y Anna Michellea una casa de cura para niños terminales durante un par de días. Una casa de voluntariado con un espíritu maravilloso que me ha recordado mucho el de la Domus Galilae. Todo estaba al servicio de las personas y por amor a las personas, pacientes y no pacientes, y de manera especial para los que sufrían casos difíciles que se estaban curando allí. Es una estructura entre un hospital y una casa muy acogedora. Nos hemos quedado allí hasta el Sábado, llevando con nosotros también a Paolo y Rebecca, nuestros otros dos hijos, que sumergidos en el paraíso de juguetes que han encontrado allí, ¡han estado con una enorme sonrisa todo el día marcada en lacara! No nos parecía verdad, y esa misma noche ¡hemos regresado a casa con nuestra hija en brazos! He arreglado una cunita que tenía en el trastero a prisa y corriendo, no estaba preparado, no habíamos pensado en volver a casa con Anna Michelle viva, y aún así esa noche ha dormido en la habitación entre María y yo.
Ha sido una niña buenísima, nunca ha llorado, solamente una vez la escuché emitir un gemido, quizás por el dolor, quizás por los cólicos, quizás por la sed, no sabría. Pero ha sido ciertamente muy buena. Daba ternura ver como trataba de digerir la leche que le dábamos a través del pequeño tubo que le entraba por la nariz. Maria no tenía leche, en el hospital nos habían dado un poco antes de volver a casa, leche materna de otras madres que la habían donado, leche que lógicamente pronto terminó. Se dice que Dios provee, ¡pues si!, ¡nos ha conmovido ver su Providencia! Las hermanas de comunidad que daban de mamar a sus hijos, nos han traído a casa su propia leche, ¡la leche de sus hijos! ¡Imaginaos que las matronas y las enfermeras que pasaban por nuestra casa cada día para controlar la situación, no podían creer lo que estaban viendo!
Los días pasaban y Anna Michelle parecía estar cada vez mejor, dándonos la esperanza de que aun pudiera vivir durante muchos días. Mientras tanto ya formaba parte de ese 5% de niños que con su misma patología sobrepasan los 5 días de vida ¡Dayenú… Dayenú… esto nos habría bastado!
Los días que hemos pasado con ella han sido maravillosos. Es cierto que Dios acompaña las pruebas con gracias particulares. Lo que hemos experimentado es que estas gracias son dulcísimas y que las pruebas con las que Dios las acompaña Él nos las vuelve suaves. Finalmente he entendido la palabra que dice el Señor: “mi yugo es suave y mi carga ligera”.
El sábado 18 de Febrero, nos hemos preparado para ir a la Eucaristía con nuestra comunidad. Habían venido los hermanos a preparar a nuestra casa la noche antes, y esa noche hemos descorchado otra botella de champán, siempre del bueno, junto con unas galletas deliciosas.
A Anna Michelle, lógicamente, nos la hemos llevado a la celebración. Una Eucaristía estupenda, festiva, con el Evangelio de ese Domingo, que hablaba de la curación que Cristo ha hecho, la tercera contada en los últimos tres Domingos. Ha estado junto a nosotros, y también en esta ocasión ha recibido la Santa Eucaristía. A menudo nos han recordado durante estos pasados días cómo teníamos un Ángel entre nosotros, pero en este momento de la Comunión, una cosa estábamos pensando: Anna Michelle tenía en el fondo más de lo que un Ángel desearía: los Ángeles anhelan recibir la Comunión, y no pueden; en cambio, ¡Anna Michelle ha podido alimentarse de ella!
Esa misma noche nuestra pequeñita era más débil de lo normal y llevaba ya algunos días sin poder abrir los ojos. María, en un dialogo entre madre e hija, le había susurrado: “Querida Anna, cuando quieras irte, hazlo, nosotros hemos estado contentísimos de haberte tenido en este tiempo…” Es como si la hubiera escuchado en ese momento…
Eran casi las 4 de la mañana y Maria se despertó para darle la leche a través del pequeño tubo que le entraba por la nariz y ha notado una respiración muy irregular con momentos muy largos de apnea. Poco a poco se estaba apagando. Hemos empezado a rezar el Rosario con ella a nuestro lado. Le di la última bendición paterna. Así terminado el rosario, al finalizar ya las letanías marianas, después de haber recibido la Eucaristía unas horas antes, Anna Michelle, con las últimas fuerzas, ha levantado su cabecita, ha abierto los ojos por última vez como para despedirse, ¡y expiró! Ha sido un momento sorprendente, Anna Michelle ha esperado hasta el amanecer del Domingo por la mañana, momento en el que Cristo Resucitó, para parecerse al esposo que iba a su encuentro, ¡hasta en la hora en la que resucitó! Al alba del primer día de la semana, a las 5:20 del domingo por la mañana, ha subido al Padre entre mis brazos y los de Maria.
La sensación a esa hora para mí ha sido igual a la del Domingo de Pascua cuando salimos a las 6 de la mañana de una vigilia que ha durado toda la noche, de la cual salimos cansadísimos, pero ciertamente con una alegría en el corazón que nadie te la puede robar. Estaba cansado, al final de 12 días bastante intensos, pero con una alegría en el corazón bastante difícil de describir.
He pensado como verdaderamente no hay alegría más grande para un padre y una madre. Traer al mundo un hijo y saber ¡que lo hemos acompañado a la vida celeste, a la vida eterna! Pensaba como un padre se sacrifica en darle a un hijo lo mejor que puede, el mejor par de zapatos, la mejor oportunidad en los estudios, el curso de violín… yo que sé, y aun así todo lo que realmente al final nos queda y que verdaderamente vale la pena, es que el hijo se salve, y se salve para la eternidad. Tener la certeza de que nuestra hija ahora está en el cielo, es el consuelo más grande que un padre puede recibir en la vida.
La hemos mimado un poco, acariciándola, besándola, luego la hemos limpiado, cambiado, la hemos vestido de blanco y la hemos puesto de nuevo entre nosotros. Unas horas más tarde junto con nuestros otros dos hijos, hemos rezado los Laudes del domingo, poniendo a Anna Michelle entre ellos en el sofá, explicándoles que su aliento había subido al Paraíso. Hemos leído y comentado el Evangelio de la Resurrección y cantado con mucha conmoción “Quienes son y de donde vienen… son los que vienen de la gran tribulación, y han lavado sus túnicas y las blanquearon en la sangre del cordero” (Apocalipsis).
Unas horas más tarde estábamos celebrando otra vez la Eucaristía, la misma que habíamos celebrado la víspera anterior en la asamblea de nuestra Comunidad, pero esta vez solo con el cuerpo de Anna Michelle. Ahora la celebraba con nosotros pero desde la otra orilla. No cuento todos los detalles, si no debería escribir un libro, pero muchos han sido los memoriales de estos días ¡y esta Eucaristía ha sido uno de ellos! ¡Dayenú, esto nos habría bastado! ¡Dios ha sido tan generoso… mucho… mucho!
Queremos dar gracias a Dios por la vida de Anna Michelle, por sus doce días de vida, por lo que ella ha recibido y lo que hemos recibido nosotros a través de ella, por la cercanía y las oraciones de tantos hermanos y hermanas que aunque sin nosotros saberlo, nos han sostenido con sus oraciones. Damos gracias a Dios por el Don de nuestras Comunidades Neocatecumenales.
“Mil años a tus ojos son como el ayer, que ya pasó, como una vigilia de la noche. ¡Más tu Señor estas cerca! ¡Enséñanos a contar nuestros días para que entre la sabiduría en nuestro corazón!” (Salmo 89)
El viernes 2 de Marzo de 2012 a las 10:30 en nuestra parroquia “Our Lady Of Sorrows” en Peckham (Inglaterra) celebraremos los funerales. ¡Estáis todos invitados! ¡Venid a hacer Pascua con nosotros!
Os pedimos que sigáis rezando por nosotros, pienso que pronto llegarán los momentos difíciles en los que el demonio querrá hacernos blasfemar contra la vida. Rezar para que podamos resistirle.
Stefano y Maria Lanzani
REDACCIÓN HO.- Publicamos a continuación, íntegro, el extraordinario testimonio que nos ofrecen Stefano y Maria Lanzani en esta carta.
Anna Michelle Lanzani
Nacida y bautizada el 7 de Febrero de 2012
Nacida para el Cielo el 19 de Febrero de 2012
Bendito sea el Señor
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Queridos hermanos y amigos:
Con mucha dificultad he logrado encontrar un momento para escribir los acontecimientos que en estos últimos días nos han acompañado. He tenido muchas veces el deseo de encontrar un minuto para contar y también para tener un memorial de lo que Dios nos ha regalado en este tiempo tan precioso.
Hemos esperado el nacimiento de esta niña durante 9 meses y tres semanas, un tiempo que al final parecía no pasar, ya que según las previsiones de los médicos, Anna Michelle tenía que nacer prematura. Así que desde Diciembre ya estábamos esperando las primeras contracciones de un momento a otro, y el parto que también se suponía iba a ser rapidísimo.
Yo dejé de tener citas de trabajo lejos de casa para no arriesgarme a estar lejos cuando el parto comenzara, pero las contracciones no aparecían. El tiempo transcurría entre las visitas al hospital, matronas y médicos que nos preparaban para las posibles evoluciones de un nacimiento que tampoco para ellos resultaba nada claro. Pasada ya la tercera semana de retraso, después de 3 intentos fallidos para inducir el parto, donde los médicos trataban que se diera por vía natural, he tenido una fuerte pelea con la cirujana responsable de la zona neonatal, que quería intentar por cuarta vez inducir el parto, esta vez rompiendo la bolsa amniótica. Habrían así matado a la pequeñita ya que su cabecita, para nada protegida, se vería perjudicada por el instrumental médico que habrían utilizado. La pelea que he tenido con ella se basaba únicamente sobre el hecho que desde el punto de vista médico y ético-hospitalario, los médicos consideraban de menor importancia el valor de la vida de esta niña en comparación con los riesgos de una cesárea que tal vez podría tener consecuencias para María. Esto simplemente porque se trataba de una niña terminal que aún naciendo por cesárea su destino no iba a cambiar.
Con mucha insistencia e implorando por una cesárea que nos negaron inicialmente, los médicos nos concedieron la operación para el martes 7 de febrero. No podían darnos una fecha peor: Davide, el hermano de Maria, sacerdote en Roma, tendría que irse. Costanza, hermana de María y su marido Dario, también viajaban a Italia. Mi hermano Simon Pietro y su mujer Annalisa también regresaban a Roma el mismo día. Maurizia, la madre de María, iba a ser operada ese mismo día en el mismo hospital. En fin, muchas de las personas que habían estado a nuestro lado en estos momentos, justo ese martes ya no iban a estarlo.
El lunes por la mañana hemos vuelto al hospital, un poco preocupados pidiendo que adelantaran la cesárea un día antes del que habían programado, preocupados sobre todo por el hecho de que desde el día anterior María ya no sentía moverse a Anna Michelle como solía hacerlo en esos días. Pensábamos que la niña estaría sufriendo y que se estaría muriendo en el vientre materno por causa del retraso del parto, ya fuera de tiempo. Ese día hemos peregrinado de un departamento a otro del hospital, con la esperanza de que se liberara una cama y un sitio en la sala de operaciones, pero sin mucho éxito. He imaginado en esos momentos lo que ha tenido que sentir la Sagrada Familia de Nazareth cuando José y María iban de puerta en puerta pidiendo hospitalidad en los albergues donde pudiera nacer el niño Jesús y no encontraron lugar para quedarse. Con mucha aflicción, regresamos a casa después de que esta última esperanza se esfumara, pero con la certeza (después de un pequeño registro) que la niña estaba bien. Debo decir, sin embargo, que Dios siempre hace bien las cosas y con mucha más sabiduría de como nosotros pudiéramos pensar.
Fue así como el martes por la mañana Davide, Costanza y Dario pudieron cambiar sin demasiados problemas sus vuelos a Italia; Maurizia ya en la camilla de operaciones y lista para entrar en quirófano ha sido dada de alta sin ser sometida a la operación, y por último, para hacer que Simon Pietro y Annalisa pudieran estar junto a nosotros en estos momentos, la cesárea de María que estaba programada como tercera ese día, fue realizada con máxima prioridad, la primera de la mañana.
¡Ha sido un momento emotivo el nacimiento de Anna, un milagro de la vida! Es el tercer hijo que veo venir al mundo y cada uno de ellos me ha conmovido profundamente el alma. Ver un niño nacer a la vida es como rozar la esencia del Amor que Dios tiene para cada hombre.
A las 9:09 del 7 de febrero de 2012 he visto nacer a nuestra hija Anna Michelle. Llegó al mundo con un pequeño gemido y con un cuerpecito débil y frágil… frágil… sí, pero con un deseo de vivir como si dijera al mundo: La vida vale la pena vivirla toda hasta el fondo… vale la pena vivirla plenamente, aunque parece que no tenga sentido y se sufra, porque en el fondo ¡quien sufre, ama! Nuestro catequista en el ultimo escrutinio del Padre Nuestro me ha recordado una frase de Santa Teresa de Calcuta que he llevado conmigo durante esta experiencia cerca de Anna Michelle: “Ama hasta que te duela”.
En su corta vida he visto sufrir a Anna y os aseguro que se me encogía el corazón. No tenía voz, no emitía ningún gemido cuando sufría, como si no quisiera dar muestra de rechazo ante aquel sufrimiento, pero sufría… La he visto fruncir los ojos, abrir la boca y arquear la espalda por los dolores. Cada vez que le hemos cambiado un vendaje, que le debíamos curar la cabecita, se lamentaba en silencio. Su vida me ha recordado muchísimo la de muchos niños inocentes matados con los abortos, que sufren en el mismo silencio.
¡Ha nacido por cesárea y por gracia de Dios! ¡Ha nacido viva! ¡Ha nacido entre María y yo, que tanto la hemos querido!
En un lado del quirófano se preparaban los médicos colocando sobre una mesa el bisturí, las jeringuillas para la anestesia y demás instrumental necesario para la operación, mientras Davide, que había recibido permiso para entrar en quirófano, en el lado opuesto, sobre otra mesita, preparaba el agua para el Bautismo y los Santos Óleos para la Unción Crismal y la Santa Eucaristía.
Sin un gemido ha nacido como Jesús, entre un buey y una mula que de poco servían, solamente para darle calor con su aliento. Así como ellos, nosotros los padres en nuestro pequeño servicio prestado a la obra mucho más grande que Dios estaba empezando en ella, hemos simplemente decidido aceptar el Don de su vida entre nosotros. En cuanto salió del vientre, los médicos la apoyaron sobre el pecho de María y mientras empezaban a coser la herida de la cesárea, Anna Michelle ha recibido el Bautismo, con agua santificada del Jordán, derramada sobre su cabeza tan frágil. ¡Qué emoción! ¡Qué belleza! ¡Qué bien! ¡Es difícil expresar mi felicidad en ese momento! No pedíamos otra cosa al Señor: que nos la concediera viva por unos momentos. ¡Viva para que pudiera recibir este Sacramento!
Dayenú, dicen los hebreos, esto nos habría bastado, ¡nos habría bastado que hubiera recibido el bautismo, pero no!, Dios ha sido más generoso y le ha dado más. Pensar que después de una hora desde su nacimiento, estábamos en una habitación privada, toda para nosotros, en un hospital lleno de pacientes “aparcados”, hasta en los pasillos porque no había sitio. Y bien, nosotros estábamos en la habitación más grande que hubiéramos podido desear, rodeados de todos los hermanos de Maria, de sus padres, de mi hermano Simon Pietro y su mujer Annalisa.
En esta maravillosa circunstancia Anna Michelle ha podido recibir la plenitud de los sacramentos de la iniciación cristiana: la Primera Comunión y el Sacramento del Espíritu Santo, la Confirmación. ¡Dayenú! Ha celebrado su primer día de vida con muchas dificultades para respirar, luchando por respirar. Durante muchas horas ha tenido la carita morada, como si estuviera muriéndose en cada momento, pero ha vivido 12 días. ¡Ha vivido la vida plena! ¡Como la deseo yo también una vida así de plena y maravillosa en el abandono de los brazos de Dios Padre!
Esa misma noche han venido a la capilla del hospital todas las comunidades de nuestra parroquia que han estado a nuestro lado en este momento. ¡Qué maravilla ha sido tocar la belleza de la Iglesia Católica que en la Comunión de los Santos se reúne a hacer Pascua con una hermana que está a punto de irse, de pasar al cielo! ¡Hemos cantado las Vísperas!, ¡hemos dado gracias a Dios por su vida! Cantábamos ¡“Que amables son tus moradas Señor… solo estar en el umbral de Tu casa es con mucho lo mejor… pasando por el valle del llanto, Él lo cambia en bendición”! En esta liturgia, con los hermanos de nuestra parroquia alrededor, Anna ha recibido la vestidura blanca, ha recibido la vela del bautismo y la parte del rito del Effetha. Los hermanos han sido muy generosos, nos han regalado una tarta nupcial maravillosa, otros han llegado con el mejor champán que se podía encontrar en el mercado, hemos celebrado, hemos descorchado esta botella en el refectorio del hospital que en esta ocasión me pareció tan hermoso como la sala real de las recepciones.
La noche pasó, el día siguiente también, y el siguiente. Días en el hospital marcados por las visitas de tantos peregrinos que llegaban también desde muy lejos. El jueves de esa misma semana los médicos nos han dejado salir del hospital y han trasladado a María y Anna Michellea una casa de cura para niños terminales durante un par de días. Una casa de voluntariado con un espíritu maravilloso que me ha recordado mucho el de la Domus Galilae. Todo estaba al servicio de las personas y por amor a las personas, pacientes y no pacientes, y de manera especial para los que sufrían casos difíciles que se estaban curando allí. Es una estructura entre un hospital y una casa muy acogedora. Nos hemos quedado allí hasta el Sábado, llevando con nosotros también a Paolo y Rebecca, nuestros otros dos hijos, que sumergidos en el paraíso de juguetes que han encontrado allí, ¡han estado con una enorme sonrisa todo el día marcada en lacara! No nos parecía verdad, y esa misma noche ¡hemos regresado a casa con nuestra hija en brazos! He arreglado una cunita que tenía en el trastero a prisa y corriendo, no estaba preparado, no habíamos pensado en volver a casa con Anna Michelle viva, y aún así esa noche ha dormido en la habitación entre María y yo.
Ha sido una niña buenísima, nunca ha llorado, solamente una vez la escuché emitir un gemido, quizás por el dolor, quizás por los cólicos, quizás por la sed, no sabría. Pero ha sido ciertamente muy buena. Daba ternura ver como trataba de digerir la leche que le dábamos a través del pequeño tubo que le entraba por la nariz. Maria no tenía leche, en el hospital nos habían dado un poco antes de volver a casa, leche materna de otras madres que la habían donado, leche que lógicamente pronto terminó. Se dice que Dios provee, ¡pues si!, ¡nos ha conmovido ver su Providencia! Las hermanas de comunidad que daban de mamar a sus hijos, nos han traído a casa su propia leche, ¡la leche de sus hijos! ¡Imaginaos que las matronas y las enfermeras que pasaban por nuestra casa cada día para controlar la situación, no podían creer lo que estaban viendo!
Los días pasaban y Anna Michelle parecía estar cada vez mejor, dándonos la esperanza de que aun pudiera vivir durante muchos días. Mientras tanto ya formaba parte de ese 5% de niños que con su misma patología sobrepasan los 5 días de vida ¡Dayenú… Dayenú… esto nos habría bastado!
Los días que hemos pasado con ella han sido maravillosos. Es cierto que Dios acompaña las pruebas con gracias particulares. Lo que hemos experimentado es que estas gracias son dulcísimas y que las pruebas con las que Dios las acompaña Él nos las vuelve suaves. Finalmente he entendido la palabra que dice el Señor: “mi yugo es suave y mi carga ligera”.
El sábado 18 de Febrero, nos hemos preparado para ir a la Eucaristía con nuestra comunidad. Habían venido los hermanos a preparar a nuestra casa la noche antes, y esa noche hemos descorchado otra botella de champán, siempre del bueno, junto con unas galletas deliciosas.
A Anna Michelle, lógicamente, nos la hemos llevado a la celebración. Una Eucaristía estupenda, festiva, con el Evangelio de ese Domingo, que hablaba de la curación que Cristo ha hecho, la tercera contada en los últimos tres Domingos. Ha estado junto a nosotros, y también en esta ocasión ha recibido la Santa Eucaristía. A menudo nos han recordado durante estos pasados días cómo teníamos un Ángel entre nosotros, pero en este momento de la Comunión, una cosa estábamos pensando: Anna Michelle tenía en el fondo más de lo que un Ángel desearía: los Ángeles anhelan recibir la Comunión, y no pueden; en cambio, ¡Anna Michelle ha podido alimentarse de ella!
Esa misma noche nuestra pequeñita era más débil de lo normal y llevaba ya algunos días sin poder abrir los ojos. María, en un dialogo entre madre e hija, le había susurrado: “Querida Anna, cuando quieras irte, hazlo, nosotros hemos estado contentísimos de haberte tenido en este tiempo…” Es como si la hubiera escuchado en ese momento…
Eran casi las 4 de la mañana y Maria se despertó para darle la leche a través del pequeño tubo que le entraba por la nariz y ha notado una respiración muy irregular con momentos muy largos de apnea. Poco a poco se estaba apagando. Hemos empezado a rezar el Rosario con ella a nuestro lado. Le di la última bendición paterna. Así terminado el rosario, al finalizar ya las letanías marianas, después de haber recibido la Eucaristía unas horas antes, Anna Michelle, con las últimas fuerzas, ha levantado su cabecita, ha abierto los ojos por última vez como para despedirse, ¡y expiró! Ha sido un momento sorprendente, Anna Michelle ha esperado hasta el amanecer del Domingo por la mañana, momento en el que Cristo Resucitó, para parecerse al esposo que iba a su encuentro, ¡hasta en la hora en la que resucitó! Al alba del primer día de la semana, a las 5:20 del domingo por la mañana, ha subido al Padre entre mis brazos y los de Maria.
La sensación a esa hora para mí ha sido igual a la del Domingo de Pascua cuando salimos a las 6 de la mañana de una vigilia que ha durado toda la noche, de la cual salimos cansadísimos, pero ciertamente con una alegría en el corazón que nadie te la puede robar. Estaba cansado, al final de 12 días bastante intensos, pero con una alegría en el corazón bastante difícil de describir.
He pensado como verdaderamente no hay alegría más grande para un padre y una madre. Traer al mundo un hijo y saber ¡que lo hemos acompañado a la vida celeste, a la vida eterna! Pensaba como un padre se sacrifica en darle a un hijo lo mejor que puede, el mejor par de zapatos, la mejor oportunidad en los estudios, el curso de violín… yo que sé, y aun así todo lo que realmente al final nos queda y que verdaderamente vale la pena, es que el hijo se salve, y se salve para la eternidad. Tener la certeza de que nuestra hija ahora está en el cielo, es el consuelo más grande que un padre puede recibir en la vida.
La hemos mimado un poco, acariciándola, besándola, luego la hemos limpiado, cambiado, la hemos vestido de blanco y la hemos puesto de nuevo entre nosotros. Unas horas más tarde junto con nuestros otros dos hijos, hemos rezado los Laudes del domingo, poniendo a Anna Michelle entre ellos en el sofá, explicándoles que su aliento había subido al Paraíso. Hemos leído y comentado el Evangelio de la Resurrección y cantado con mucha conmoción “Quienes son y de donde vienen… son los que vienen de la gran tribulación, y han lavado sus túnicas y las blanquearon en la sangre del cordero” (Apocalipsis).
Unas horas más tarde estábamos celebrando otra vez la Eucaristía, la misma que habíamos celebrado la víspera anterior en la asamblea de nuestra Comunidad, pero esta vez solo con el cuerpo de Anna Michelle. Ahora la celebraba con nosotros pero desde la otra orilla. No cuento todos los detalles, si no debería escribir un libro, pero muchos han sido los memoriales de estos días ¡y esta Eucaristía ha sido uno de ellos! ¡Dayenú, esto nos habría bastado! ¡Dios ha sido tan generoso… mucho… mucho!
Queremos dar gracias a Dios por la vida de Anna Michelle, por sus doce días de vida, por lo que ella ha recibido y lo que hemos recibido nosotros a través de ella, por la cercanía y las oraciones de tantos hermanos y hermanas que aunque sin nosotros saberlo, nos han sostenido con sus oraciones. Damos gracias a Dios por el Don de nuestras Comunidades Neocatecumenales.
“Mil años a tus ojos son como el ayer, que ya pasó, como una vigilia de la noche. ¡Más tu Señor estas cerca! ¡Enséñanos a contar nuestros días para que entre la sabiduría en nuestro corazón!” (Salmo 89)
El viernes 2 de Marzo de 2012 a las 10:30 en nuestra parroquia “Our Lady Of Sorrows” en Peckham (Inglaterra) celebraremos los funerales. ¡Estáis todos invitados! ¡Venid a hacer Pascua con nosotros!
Os pedimos que sigáis rezando por nosotros, pienso que pronto llegarán los momentos difíciles en los que el demonio querrá hacernos blasfemar contra la vida. Rezar para que podamos resistirle.
Stefano y Maria Lanzani
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