Testimonio de una de las protagonistas del libro ‘Yo aborté’ (Sara Martín García) asegura que no tuvo libertad para decidir, y apuesta por “romper la ley del silencio”
-Esperanza, ¿qué explica el libro Yo aborté?
El libro presenta, por primera vez en España, testimonios de mujeres que han abortado y para las cuales ese paso ha supuesto y supone un sufrimiento, como sucede de hecho con todas. Viene a demostrar que el síndrome post-aborto existe, tanto si se es consciente como si no, y que esto sucede en todas las mujeres más allá del credo, la raza o el estatus social en que se encuentra. En todas, el síndrome post-aborto es real. Puede manifestarse desde principio, justo tras abortar, hasta años después. También puede suceder que una mujer lo viva sin saber que el detonante de esa pesadilla o forma de vida es un aborto.
-Uno de los argumentos que utilizan los defensores del aborto es el de la “libertad de decidir”. ¿Puede demostrar usted, desde su testimonio, que los abortos que se practican hoy en España no responden a decisiones libres?
Desde mi testimonio y como portavoz y colaboradora de las víctimas del aborto, puedo asegurar que no me sentí libre para decidir. A mí no me dieron ningún tipo de información y tampoco alternativas, que es lo mínimo que se pide desde la Asociación de Víctimas del Aborto (AVA). Ciertamente yo era mucho más joven que ahora, pero independientemente de las circunstancias que pueden rodearte, desde problemas psicológicos hasta económicos, no tuve las condiciones de libertad. En algunos casos, incluso, se sabe que hay mujeres que han sido obligadas a abortar. A la asociación, están llegando testimonios de chicas de 16, 18 y 20 años cuyos padres e incluso novios o parejas las llevan forzadas a abortar. También existen mujeres de más edad obligadas por los maridos a deshacerse del feto. Eso no es libertad, sobre todo porque todos son ejemplos sin información y sin alternativa.
-¿Existe demanda de esa información entre adolescentes y jóvenes que se quedan embarazadas?
Sí. Y eso es un problema mayor. Las chicas entre 15 y 20 años, cuando se ven embarazadas por una relación esporádica o con su pareja pero sin desear la concepción de un hijo, van muchas veces a un centro de planificación familiar pidiendo información, pero no se les da nada y, sin ningún tipo de reflexión, se ven casi directamente en una clínica abortando.
-¿Esta falta de libertad puede ser denunciado? ¿Se ha emprendido alguna acción legal?
Hay una ley del silencio desde que se aprobó la ley del aborto en España. No interesa hablar de esta normativa. Y desde la AVA, lo que se está intentando es romper esa ley del silencio y decir a gritos, a quien quiera escucharnos, que no se cumple la legalidad vigente, que es clara en lo que se refiere a lo que debe hacer una mujer o una chica cuando se encuentra en una situación de embarazo con los condicionantes despenalizadores que contempla el texto. En las clínicas abortistas, además, tampoco te dan ningún tipo de información. Hay un documento que se llama “consentimiento informado”, que es el que hay que firmar y en el cual, en principio, lo que viene son consecuencias físicas (no todas) pero no aparece ninguna consecuencia psicológica. Y eso es ilegal. Por otro lado, esos centros no dan ninguna información porque no les interesa. El aborto, en cualquier parte del mundo y en España también, es un negocio redondo.
-De hecho, la ley despenalizadora del aborto es restrictiva porque sólo afecta a casos de violación, malformación del feto y peligro para la salud física o psíquica de la madre. ¿Verdad que, si se aplicase con rigor, no se producirían los más de 70.000 abortos anuales que tenemos ahora?
Evidentemente que no. Si tú explicas a una mujer, también las mayores de 29 años (cada vez son más las que abortan a partir de esa edad), lo que realmente es la intervención, muy probablemente se replantearía su decisión de abortar si es que ya la tiene tomada. Desde la industria abortista, siempre te cuentan que la intervención es sencilla, rápida y nada dolorosa. Enseguida te dicen que no te preocupes porque “el problema se acaba en cuanto pase la intervención”. No cabe mayor falsedad, porque precisamente el problema empieza cuando finaliza la intervención. En una operación de esta envergadura, no hay marcha atrás. Y eso la mujer lo siente precisamente cuando ya ha abortado.
-A partir de los casos que recoge el libro Yo aborté, ¿cuáles son los principales problemas psíquicos después del aborto?
Por supuesto depresión, ansiedad, pesadillas, el recuerdo constante de la edad que podría tener tu hijo cuando ves a un niño, el autocastigo... Yo precisamente me autocastigaba, porque no quería ver bebés pero, cuando sabía que los tenía cerca, volvía la cabeza para verlos. Era una manera de decirme: “¡Mira lo que has hecho!”. Es algo inconsciente. De todas formas, cada caso es distinto en uno y otro sentido. Hay chicas que se han suicidado porque no han soportado el síndrome post-aborto.
-Cuéntenos lo que quiera de su testimonio personal. ¿Qué explica en el libro?
En el libro, cuento la realidad que yo viví. No fui libre a la hora de tomar la decisión de abortar, porque tuve todavía mucha menos información que la que existe ahora. Nadie me dijo que existían ya entonces asociaciones que ayudaban a mujeres a tomar una decisión beneficiosa para ellas, como siguen haciéndolo ahora. En mi caso, no fue así. Me pasaron directamente el teléfono de la clínica y me dieron muy poco tiempo para decidir. Éste, por cierto, es otro de los grandes problemas. Mis circunstancias personales son muy concretas. Yo arrastraba un trauma anterior, ya que tuve un hijo a los 18 años. Ese embarazo y maternidad prematura me hizo vivir una pesadilla, un verdadero infierno por ser madre soltera en mi pueblo de la provincia de Toledo. Luego, en el momento de volver a quedarme embarazada, reviví todo aquello y los trágicos hechos se precipitaron. No tuve ningún tipo de ayuda y no sabía dónde buscarla. Estaba sola en Madrid con un hijo pequeño, muy asustada y sin saber dónde acudir. En la clínica abortista a la que fui, el psicólogo que debía atenderme prácticamente no me atendió. La entrevista duró 10 minutos escasos, y lo único que me dijo es que todo saldría muy bien, sin dolores, y que todo se acabaría.
-Vaya, que se lo pusieron muy fácil...
Sí. Pero aun así, me sorprendió porque yo, que no conocía el funcionamiento del centro médico y no sabía que iba a hablar con un psicólogo, esperaba que este profesional me diese algún tipo de explicación: que me preguntase si era soltera o casada, si tenía algún problema, si era una cuestión económica... Seguramente no me esperaba que me propusiese no abortar, pero sí que hubiera un mínimo de interés.
-¿Le dijeron algo de la ley?
Por supuesto. Y ése es el problema que engloba todo lo demás. Todas nos acogemos a la ley bajo el paraguas de la salud psíquica de la madre. Aunque no lo explico en el libro, ahora puedo decir que he pasado por las dos circunstancias, siempre sola: la de tener un hijo y la de no tenerlo. A pesar de las adversidades de la vida, para mí ha sido mucho más satisfactorio tenerlo, criarlo, perder sueño y pasar fatiga que el no haberlo tenido. Esto último, desde luego, lo que seguro que no me ha producido es libertad y prosperidad. En cambio, me ha dado más pesadillas todavía.
-¿Y usted ha superado todo esto?
Nunca se supera totalmente pero miro adelante. Pedí ayuda psiquiátrica privada (la Seguridad Social no te la proporciona), y lo hice porque llegó un momento en que me di cuenta de que había un problema serio y yo no podía con mi vida. El gran problema de ahora es que, por mucha libertad y mucha modernidad que se dice que tenemos, vivimos instalados en la mentira. De estos temas no se habla. Una mujer que aborta no lo cuenta, y la mayor parte de los testimonios no quieren dar la cara porque sus familias y sus entornos no lo saben. Además, también existe mucho cinismo. Se habla alegremente del aborto como si fuera algo natural o normal, pero a la hora de la verdad, cuando aborta una amiga o te enteras de que la vecina ha pasado por ello, el juicio es radical. Y eso es precisamente lo que da más miedo al ser humano: ser juzgado.
-¿Cuántos años tiene ahora su hijo?
18. Lo he pasado muy mal en muchos momentos, pero llevo 19 años con él, desde el embarazo hasta ahora, y puedo decir que estoy muy contenta, lo cual me ayuda a superar, aunque sea lentamente, la terrible experiencia posterior: la del aborto. Uno de los grandes problemas con que se encuentra la mujer que aborta es que no se perdona a sí misma. No es un acto cualquiera porque, si las mujeres nos deshumanizamos, ¿por qué nos va a extrañar la violencia, por ejemplo, de nuestros hijos? Quiero decir, con esto, que el aborto es un acto violento que cometemos las mujeres desde nuestro propio cuerpo. Y eso te acaba deshumanizando también porque te lo ponen muy fácil. Por eso la juventud, que recibe constantemente mensajes en los que se sustituye la palabra aborto por anticoncepción, todavía lo ve más normal.
-¿La soledad es la gran culpable de lo que le pasó a usted?
Sin duda. Yo estuve siempre sola, ya desde que pasé por la experiencia anterior de tener un hijo con 18 años. Luego, cuando aborté, el padre había desaparecido. Me faltaba afecto, y eso es decisivo porque anula cualquier posible alternativa que yo habría podido valorar frente a la posibilidad de deshacerse de un hijo concebido aunque no nacido.
-¿Cómo valora usted la edición de este libro Yo aborté?
Es una buena muestra de lo que han vivido muchas mujeres y sus familias. Los testimonios son más o menos cortos. El libro, con una letra grande y asequible, es ameno y tiene el atractivo de la variedad de los casos. Entre las personas que comentan sus experiencias, también hay hombres que han pasado por el síndrome post-aborto. Esto ciertamente sucede porque muchos hombres también se han implicado en el aborto, bien porque han obligado a la novia o bien porque se ha enterado después. Y aquí se destapa otro de los problemas de la legislación actual: que se deja todo en manos de la mujer. No interesa extender esa responsabilidad al hombre y, además, nadie quiere reivindicarlo. También es verdad que, en la mayoría de los casos, el padre de una criatura concebida desaparece cuando la mujer decide seguir adelante con su embarazo. Los testimonios masculinos del libro, en cualquier caso, cuentan lo que ha supuesto para ellos el haber acompañado a su novia o su mujer a abortar e incluso el no haberse enterado a tiempo. También escriben prestigiosos psiquiatras, como Aquilino Polaino, y otros profesionales. Recomiendo leer los testimonios por separado.
-¿Se siente ahora más comprometida que nunca con la defensa de la vida?
Sí, sobre todo porque, en marzo, estuve en la sede de la ONU, en Nueva York. Expliqué mi caso en lo que ha sido el primer testimonio de este tipo expuesto públicamente ante el organismo internacional. La experiencia de hablar ante gente de todo el mundo me ha ayudado a estar más convencida de que los argumentos de los defensores del aborto no tienen ninguna base. Se trata de dar la cara de una vez y reconocer que el problema del aborto no afecta sólo a las mujeres, sino a toda la sociedad. Si la solución es hacer que la mujer sufra más, estamos provocando un mal a la sociedad. Esto no es bien común y, por tanto, nunca puede ser positivo.
-¿Y cómo podemos acabar con esta lacra?
Sobre todo con la educación. Es sorprendente que nuestros jóvenes no tengan ni idea ni de cómo defender el aborto ni de cómo no defenderlo. Hace unos meses, di una charla a unos jóvenes toledanos que tenían entre 18 y 21 años. Me sirvió para comprobar que no tienen criterio, lo cual les convierte en mucho más manipulables. Los medios de comunicación, por otro lado, no favorecen tampoco que esta situación cambie. El error está en que se considera el aborto una conquista social. No es así sencillamente porque hace daño y no es salud.
-¿Aumenta el número de personas que defienden la vida después de abortar o realizar esa práctica?
Sí, porque el aborto crea problemas para todo el mundo. Después del niño no nacido, la primera víctima es la mujer y, luego, todas las personas de su entorno. Ahí está el ejemplo del doctor Nathanson, la primera persona que creó una clínica abortista en el mundo y luego cambió cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Dejó la clínica y se fue a estudiar fetología, para ver con sus propios ojos todo lo que había hecho. Pero una de las razones por las que abandonó el negocio del aborto es que, sobre todo en las comidas o en las fiestas de empresas, las parejas de la gente que trabajaba con él le contaban las pesadillas y los problemas psicológicos que tenían sus subordinados. Es decir, que el drama afecta incluso al personal de los centros médicos donde se practican abortos. De hecho, a esos trabajadores, los cambian cada cierto tiempo porque es insoportable. Hay que contarlo todo, y lamentablemente no se hace.
-Seguro que usted ha pedido a mujeres embarazadas que no aborten...
Sí. El primer domingo de febrero de este año, salí en el programa de TVE-2 Últimas preguntas, y allí expliqué mi testimonio. Después de aquella intervención, he sabido que, aunque tengo un hijo en el cielo, ya tengo al menos tres en el mundo. Tres chicas que tenían cita para abortar esa semana cambiaron de opinión tras escucharme. Esto es muy importante para mí. Es el mayor triunfo.
forumlibertas