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miércoles, 25 de enero de 2012

►Audrey Frank. Decana de las sobrevivientes del aborto

"Yo sobreviví a un aborto"






Los esposos Frank y Ana Kucharski, descendientes de inmigrantes polacos, vivían en Trenton, en el estado de Nueva Jersey -muy cerca de la costa Atlántica- en el marco de ese bienestar mesocrático -el "sueño americano"- que les permitía trabajar duro y vivir con las relativas comodidades que se puede permitir un padre "blue collar" -El término "cuello azul" que se utiliza para describir a los trabajadores manuales- que saca adelante una familia numerosa sin que la esposa tenga que dejar el hogar y los hijos.

Ana, a los 39 años, se consideraba una mujer realizada en su vida familiar: sus cinco hijos habían salido todos de la "edad difícil" y llevaban vidas bien encaminadas. Dora, la mayor, y Elliott, tenían 22 y 21 años respectivamente, y ya estaban trabajando o en el College siguiendo estudios superiores; mientras que Eugene, Lean y "Fred" -Alfred, el menor de todos- de 20, 19 y 18 años estaban ya encaminados respecto de sus intereses y se preparaban para salir de la escuela.

Ana consideraba que estaba cerca de concluir su ciclo de "madre", y que pronto podría dedicarse a disfrutar de aquellos años "en blanco" que transcurren entre el ser madre y ser abuela.

De pronto, sus planes se vieron interferidos por un suceso que Ana jamás hubiera esperado: estaba embarazada. ¡A punto de cumplir 40!

Tras los primeros momentos de desconcierto, siguieron el temor y la duda… y para resolverlos, decidió buscar a sus amigas más cercanas para decidir qué hacer.

Una de ellas la más influyente sobre su ánimo y ciertamente la más decidida, no se anduvo con rodeos: "Ana tienes que olvidarte de esto", le dijo, y le propuso enfáticamente, insistentemente, que debía procurarse un aborto -entonces ilegal en Estados Unidos- porque con cinco hijos ya mayores y a su edad, simplemente se vería "ridícula" con un nuevo bebé.

Era 1952, 22 años antes que la Corte Suprema norteamericana convirtiera el aborto en un derecho constitucional. Por eso, para evitarse los riesgos legales de exponerse a buscar un médico dispuesto a practicar abortos "por lo bajo" -de los que no faltaban-, la "amiga" le enseñó a Ana un método casero para que pudiera hacerlo en casa.

Ana estaba temerosa e insegura. Por un lado, sus convicciones le decían que abortar estaba mal. Además, como madre de cinco hijos, no se imaginaba a sí misma como una de "esas" que abortan. Sin embargo, por otro lado, un bebé no estaba para nada en sus planes, y psicológicamente consideraba que ya había concluido con la exigente etapa de acompañar el crecimiento de una criatura. El argumento del "ridículo" de una mujer mayor con un bebé no pesaba tanto, pero ciertamente se sumaba en la lista de argumentos a favor del aborto.

Por la inseguridad y la duda, Ana pospuso la decisión hasta que ya tenía tres meses de embarazo. Entonces, la balanza en su mente -presionada por las insistencias de su "amiga"- se inclinó contra la vida y a favor de la idea del aborto.

Así, un día de junio, Ana se encerró, con la parafernalia recetada por la amiga para acabar con su embarazo, en un baño de la casa que de pronto se le hizo enorme y frío. Paradójicamente, aquel día escogido por Ana para abortar, era el cumpleaños de su hijo Elliott. En el día en que celebraba un año más de vida de uno de sus hijos, Ana decidía acabar con otro.

Conociendo la verdad

A los 8 años, Audrey era una niña tranquila y relativamente normal, aunque con algunos miedos secretos. Poco después de cumplir tres años, en 1955, su hermano Elliott, entonces de 27 años, murió trágicamente. Pese al evidente dolor, la desaparición del querido hermano mayor no parecía haber dejado una secuela grave en la niña. Por el contrario, a esa edad, Audrey se mostraba contenta con su cambio de una escuela pública a una privada, donde había conocido a nuevos amigos, y donde el ambiente hacía todo más llevadero y gentil.

Sin embargo, pese al transcurso normal de su vida en la mayoría de aspectos, una sombra alteraba su vida infantil: la pesadilla recurrente de estar huyendo y no encontrar salida, excepto una, a través de una ventana. Pero en esa ventana había un enorme cuchillo esperándola y pese a que su madre estaba cerca, no hacía nada al respecto.

Además de la pesadilla, Ana había notado que Audrey se resistía a dormir de otra forma que no fuera en posición fetal, acurrucada hasta la tensión, y siempre en el extremo inferior de la cama, como si el lecho fuera un lugar peligroso, o aguardara un peligro inminente. No importaba cómo la acostaran ni cómo la dejaran durmiendo después de contarle los cuentos de noche, la pequeña Audrey siempre aparecía en la misma, tensa posición protectiva que tanto inquietaba a sus padres.

"Nací prematuramente, un 21 de diciembre, cuando estaba previsto que naciera un 21 de enero; pero vine al mundo sin ningún problema médico, físicamente fui siempre una persona sana y lo sigo siendo ahora", cuenta Audrey. "Creo que el daño fue más bien emocional, al ver a mi madre sufrir tanto desde pequeña".

En efecto, Audrey no había conocido a la mujer jovial y enérgica de la que hablaban sus hermanos mayores. Para ella, su madre era una mujer triste, que lloraba con frecuencia, sin ella saber por qué.

Y fue justamente a los ocho años cuando Audrey, regresando un día de la escuela -estaba en tercer grado- encontró en casa un clima serio, casi solemne. Papá y mamá estaban en la sala y le dijeron que tenían algo que contarle.

Así recuerda Audrey ese duro y revelador momento.

"Mis padres estaban allí sentados, me dijeron que tenían algo que contarme y que me explicarían la razón de mis pesadillas y mi forma de dormir. Todos los días, cuando mi madre iba a verme dormir, no importaba cuánto ella tratara de que me enderezara o me pusiera al centro de la cama, siempre me encontraba de esa manera en la mañana. Decidió entonces decirme lo que a ella le torturaba cada día, y especialmente cada vez que me veía en esa posición: que ella había intentado abortarme".

La niña apenas entendía lo que eso significaba. Comprendía claro, que el aborto era matar a alguien pequeñito; pero matar no era una idea asociada con lo que hace una mamá, y menos con sus hijos. Sin embargo, a pesar del desconcierto, la pequeña Audrey decidió seguir escuchando, sobre todo porque entendía que lo que le estaban tratando de comunicar era más importante para su madre que para ella misma.

"Luego, -sigue Audrey- mi madre comenzó a contarme la historia de su embarazo a los 40 años y lo que le dijo su amiga, luego que ella confesara su horror frente a la idea de no poder 'vivir la vida', hacer viajes, tener un coche...y todas esas cosas. Me contó luego que le habían enseñado una técnica 'vieja y segura' y que el día 24 de junio, en el día del cumpleaños de mi hermano mayor, ella abortó en un baño de la casa."

Hasta allí, Audrey difícilmente podía comprender qué tenía que ver ella con la historia y qué relación tenía todo esto con su curiosa forma de dormir y con las terribles pesadillas que la desvelaban con frecuencia. Pero decidió seguir escuchando el tenso relato que su madre describía ante su padre silencioso.
wwww.aceprensa.com

►Melissa Ohden





Sobreviviente del aborto: debemos modificar nuestra forma de hablar sobre el embarazo y la adopción

Nota: Melissa Ohden, una activista y vocera pro-vida, es una sobreviviente de un aborto fallido por infusión de solución salina en 1977. Usted puede encontrar más información sobre este relato aquí en su página por la red cibernéica.

14 de octubre de 2011 (Notifam) – “¡Oh, ese segundo en el que uno cambia TODO!”. Es gracioso ver cómo, en un abrir y cerrar de ojos, todo cambia. Tu familia de tres es de repente una familia de cuatro, esperando la salida del niño # 2 del vientre materno hacia el mundo exterior. Tu enfoque externo sobre los tejemanejes del mundo se vuelve ahora más internamente a tu hijo en desarrollo y a tu familia que cambia, bien que felizmente. Y de repente, las mismas personas que se preguntaban en voz alta durante los últimos 3 ½ años, desde que tu primer hijo nació, cuándo ibas a darle un hermano, son las mismas personas que de repente se lamentan contigo respecto a las dificultades que ellas creen que tú experimentarás al tener un segundo hijo. 

Como oradora y defensora pro-vida, como sobreviviente del aborto, yo vivo de mi trabajo todos los días. Nunca me despertaré una mañana y de repente olvidaré el hecho que se suponía que mi vida iba a terminar en nombre de la elección de otra persona. Nunca seré capaz de mantener a mis hijos y no considerar que ellos nunca habrían existido si el aborto de mi madre biológica hubiera logrado acabar con mi vida. Nunca dejaré de sentir el llamado a salvar y transformar vidas. Nunca subestimaré el poder de las palabras, del lenguaje que utilizamos cuando hablamos de los niños, sobre el embarazo y la adopción, y cuán impactantes son en realidad esas palabras.

Durante mi embarazo con Olivia, yo estaba tan emocionada de estar embarazada que no pensé mucho sobre las palabras que utilicé para describir su llegada a este mundo. “¡Estamos esperando! ¡Vamos a tener un bebé!”. Ryan y yo anegábamos con palabras a cualquiera que nos escuchaba. Ahora que estamos embarazados de nuestro segundo hijo, estas palabras no sientan bien conmigo cuando hablo sobre nuestra familia. Tal vez lo hacen con algunas personas, y estoy de acuerdo con eso. No estoy juzgando, sino simplemente haciendo una observación sobre nuestra familia y el lenguaje de la cultura en la que vivimos hoy en día, que fracasa, por lo general, al no reconocer que la vida comienza y merece ser protegida desde el momento de la concepción. El lenguaje es poderoso e inclusive insidioso. No estamos “esperando”, tampoco vamos a tener, en sentido estricto, tenemos y somos. Somos los padres de un niño que sólo está creciendo en mi vientre precisamente en este momento, preparándose para entrar en el mundo más grande en mayo de 2012. 

Cuando Ryan y yo decidimos conseguir una remera camiseta para Olivia, que ella pudiera usar para anunciar con orgullo a nuestra familia y amigos que ella es una hermana mayor, me arrojé una y otra vez sobre las remeras disponibles. “¡Voy a ser una hermana grande!”, exclamaba la mayoría de las remeras. Las miré decepcionada. Me lamentaba pensando que Olivia no va a ser una hermana mayor, ella ya es una hermana mayor. No había un momento mágico durante mi embarazo o en el momento del nacimiento que de repente su hermano o hermana iba a convertirse en su hermano –ellos ya son hermanos. El hecho que uno de mis hijos esté creciendo dentro de mí ahora mismo, mientras que el otro viene a escondidas a nuestra cama todas las noches para acurrucarse no cambia el hecho: Ryan y yo somos los padres de dos niños. Olivia es una hermana mayor. Nuestro segundo hijo existe, y estamos esperando ansiosamente verlo o verla cara a cara por primera vez. Tuvimos la suerte de encontrar la camisa adecuada para nosotros que refleja nuestros sentimientos, como se puede ver arriba en la foto de Olivia arriba (la sonrisa radiante y girando la batuta son un lustre adicional de nuestra hija). 

¿Cuántas veces a lo largo de un día cualquiera, sin embargo, usamos palabras como “esperando” y “va a ser la hermana mayor” para describir circunstancias de nuestra vida? Ciertamente, entiendo que es en beneficio de la brevedad que se usan estas palabras (confía en mí, he pasado más tiempo durante este embarazo explicando por qué usamos las palabras que nos hacen individuos insospechables), pero para alguien como yo, que como niña abortada que vivió por milagro, estas palabras son una pendiente resbaladiza en una cultura de la muerte. No me extraña que todavía estamos luchando contra la descripción de los niños como yo como un “masa de tejidos”, “grupo de células” o “producto de la concepción”, cuando, al igual que como los pro-vida, las palabras que utilizamos y las descripciones que hacemos de los niños están en el límite cuestionable en términos de su respeto por la vida humana.

Únete aquí a una página en Facebook para acabar con el aborto. 

La primera vez que le conté entusiasmada a un colega pro-vida que estaba embarazada con nuestro segundo hijo, en vez de abrazarme en una forma cálida como me hubiera esperado, me dio una palmada en la espalda y se rió con ganas. “¡Oh, ese segundo hijo lo cambia TODO! ¡Voy a rezar por tu paciencia y energía!”. Ahora bien, es difícil poner en papel el tono de las palabras que esa persona utilizó, pero puedo decir que el tono era hiriente y la risa fue demasiado fuerte y larga para mi gusto. Tal vez si esas palabras hubieran sido moderadas en sus comentarios con un “pero en realidad, estamos muy felices por tu familia”, me sentiría diferente respecto a la situación. Y tal vez si yo no hubiera seguido recibiendo comentarios como ese de amigos y colegas que amo y respeto, yo no habría pensado nada de esto. Pero esos mismos individuos que han estado esperando ansiosamente que nosotros tuviéramos otro hijo son los mismos individuos que describieron de esa manera la llegada de un segundo hijo. Sí, yo estaba decepcionada por este comportamiento, pero más aún, me dejó pensando: Si la gente me hablaba de esa manera, conociendo mis experiencias y profesión, ¿cómo le hablarían a otras personas? Y más aún, a pesar que yo tenía una gran cantidad de conocimientos y experiencia cuando me embaracé, sobre los hijos, la adopción y el aborto, la mayoría de las personas no tiene esa clase de base para aprovechar. ¿Cómo las afectan las palabras que usamos? ¿Las palabras que usamos, aunque sea inocentemente, se suman a la cultura de la muerte y a la falta de respeto a la vida humana desde el momento de la concepción?

Cuando me presenté en la conferencia de Real Choices Australia, en Sydney, Australia, el pasado mes de mayo, yo había preparado un Powerpoint marcado en profundidad por estadísticas y experiencias de la tríada de la adopción al tratar este tema. Yo estaba preparada para dirigir una discusión sobre por qué tantas mujeres jóvenes me dicen que preferirían acabar con la vida de sus hijos mediante el aborto en lugar de hacer un plan de adopción para ellos debido a su percepción que ellas no podrían “renunciar” a sus hijos. Pero cuando los bien informados y profesionales pro-vida de las diferentes áreas de los centros de embarazo, de las organizaciones por el derecho a la vida, de las familias sustitutas, de las agencias de adopción y del campo de la educación se involucraron en conversaciones conmigo y entre sí a lo largo de los días de la conferencia, yo sabía que había algo mucho más importante que tenía que hacer. Yo debía centrar su atención en las palabras que ellos estaban usando para discutir el proceso de adopción, los adoptados y los padres biológicos. “Ellos renunciaron a ellos. Fueron abandonados”, fueron los temas predominantes, como en otros tantos lugares en la actualidad, incluso en nuestras propias organizaciones e incluso en nuestras propias casas. Solamente esta semana, en un banquete en un Centro de Embarazos en Nebraska y en una charla educativa en la Universidad de Ohio, he oído las palabras “entregado” más veces de las que podía contar, incluso después que traje a colación el tema.

Aunque como adoptada puedo entender el sentimiento que una fue “abandonada”, y sólo puedo asumir lo doloroso que debe ser hacer un plan de adopción para tu hijo y dejar que se vayan de tus brazos, de tu cuidado, en el gran esquema de cosas, como adoptados, se nos dio la vida, y como padres biológicos ellos nos dieron la vida. ¡Éste es un regalo hermoso! Y como orador y abogado que viaja y habla a las personas en todo el mundo en forma frecuente, puedo decir que nuestras palabras son tan increíblemente poderosas a la hora de hablar sobre la adopción. Nadie quiere ser percibida como una mala madre o un mal padre, como alguien que “abandonó” a su hijo. Lamentablemente, muchas mujeres comparten conmigo que abortaron a su hijo para evitar el juicio y la condena de quienes los rodean. Aunque en última instancia cada mujer tiene una opción, creo que tenemos la responsabilidad de utilizar un lenguaje que fortalezca y apoye a las personas, que ponga de relieve el amor y el desinterés que viene con la adopción.

Al igual que muchos, he leído hoy con gran tristeza sobre el fallecimiento de Steve Jobs, el fundador y ex CEO de Apple. Y al igual que muchos, yo no sabía antes de leer el artículo que Steve era un adoptado. He aquí una breve cita de la página web de ABC respecto a su vida y su muerte: “Pero esa vida personal – al nacer fue entregado en adopción, tuvo un hijo ilegítimo…”. ¡Qué lenguaje interesante se utilizó para describir su adopción y su paternidad de un hijo fuera del matrimonio! ¿Esas palabras están ensalzando a un hombre increíble cuyos dones a nuestro mundo son legendarios? ¿Esas palabras están ensalzando a la mujer que dio vida a un hombre extraordinariamente brillante e hizo un plan de adopción para él? ¿Esas palabras están ensalzando a su hijo que ahora está de luto por la pérdida de su padre?

El lenguaje es ciertamente poderoso. Una palabra puede comunicar tanto. El tono que uno imprime a sus palabras puede reflejar una connotación negativa o positiva que es hábilmente captada por los oídos de aquéllos que están en crisis o necesitados. Cada niño es una bendición. La adopción es un regalo para todos los miembros de la tríada de la adopción ¡Qué diferente suenan esas frases de sonido, luego de ‘Oh, ese segundo hijo’ y ‘abandonado’. Sí, a menudo se tarda algún tiempo en volver a entrenar la forma de hablar para reflejar nuestros verdaderos pensamientos y valores, pero creo que vale la pena. En sólo dos meses, mi segundo hijo me ha dado la capacidad no sólo de pensar, sino de hablar de su vida y el papel importante en nuestra familia, de una manera que refleja mejor mi creencia sobre la importancia de cada vida humana desde el momento de la concepción. 

Una simple palabra que pronuncias hoy puede marcar la diferencia entre elevar a alguien o derribarlo. Una simple palabra que pronuncias hoy puede marcar la diferencia entre la vida o la muerte de un niño. Rezo para que tus palabras irradien vida en todos aquéllos con los que te pongas en contacto.

Versión original en inglés en http://www.lifesitenews.com/news/abortion-survivor-we-need-to-change-the-way-we-speak-about-pregnancy-and-ad

Traducción por José Arturo Quarracino
Fuente: Notifam

►Esperanza Puente

Testimonio de una de las protagonistas del libro ‘Yo aborté’ (Sara Martín García) asegura que no tuvo libertad para decidir, y apuesta por “romper la ley del silencio”






-Esperanza, ¿qué explica el libro Yo aborté?



El libro presenta, por primera vez en España, testimonios de mujeres que han abortado y para las cuales ese paso ha supuesto y supone un sufrimiento, como sucede de hecho con todas. Viene a demostrar que el síndrome post-aborto existe, tanto si se es consciente como si no, y que esto sucede en todas las mujeres más allá del credo, la raza o el estatus social en que se encuentra. En todas, el síndrome post-aborto es real. Puede manifestarse desde principio, justo tras abortar, hasta años después. También puede suceder que una mujer lo viva sin saber que el detonante de esa pesadilla o forma de vida es un aborto.
-Uno de los argumentos que utilizan los defensores del aborto es el de la “libertad de decidir”. ¿Puede demostrar usted, desde su testimonio, que los abortos que se practican hoy en España no responden a decisiones libres?
Desde mi testimonio y como portavoz y colaboradora de las víctimas del aborto, puedo asegurar que no me sentí libre para decidir. A mí no me dieron ningún tipo de información y tampoco alternativas, que es lo mínimo que se pide desde la Asociación de Víctimas del Aborto (AVA). Ciertamente yo era mucho más joven que ahora, pero independientemente de las circunstancias que pueden rodearte, desde problemas psicológicos hasta económicos, no tuve las condiciones de libertad. En algunos casos, incluso, se sabe que hay mujeres que han sido obligadas a abortar. A la asociación, están llegando testimonios de chicas de 16, 18 y 20 años cuyos padres e incluso novios o parejas las llevan forzadas a abortar. También existen mujeres de más edad obligadas por los maridos a deshacerse del feto. Eso no es libertad, sobre todo porque todos son ejemplos sin información y sin alternativa.
-¿Existe demanda de esa información entre adolescentes y jóvenes que se quedan embarazadas?
Sí. Y eso es un problema mayor. Las chicas entre 15 y 20 años, cuando se ven embarazadas por una relación esporádica o con su pareja pero sin desear la concepción de un hijo, van muchas veces a un centro de planificación familiar pidiendo información, pero no se les da nada y, sin ningún tipo de reflexión, se ven casi directamente en una clínica abortando.
-¿Esta falta de libertad puede ser denunciado? ¿Se ha emprendido alguna acción legal?
Hay una ley del silencio desde que se aprobó la ley del aborto en España. No interesa hablar de esta normativa. Y desde la AVA, lo que se está intentando es romper esa ley del silencio y decir a gritos, a quien quiera escucharnos, que no se cumple la legalidad vigente, que es clara en lo que se refiere a lo que debe hacer una mujer o una chica cuando se encuentra en una situación de embarazo con los condicionantes despenalizadores que contempla el texto. En las clínicas abortistas, además, tampoco te dan ningún tipo de información. Hay un documento que se llama “consentimiento informado”, que es el que hay que firmar y en el cual, en principio, lo que viene son consecuencias físicas (no todas) pero no aparece ninguna consecuencia psicológica. Y eso es ilegal. Por otro lado, esos centros no dan ninguna información porque no les interesa. El aborto, en cualquier parte del mundo y en España también, es un negocio redondo.
-De hecho, la ley despenalizadora del aborto es restrictiva porque sólo afecta a casos de violación, malformación del feto y peligro para la salud física o psíquica de la madre. ¿Verdad que, si se aplicase con rigor, no se producirían los más de 70.000 abortos anuales que tenemos ahora?
Evidentemente que no. Si tú explicas a una mujer, también las mayores de 29 años (cada vez son más las que abortan a partir de esa edad), lo que realmente es la intervención, muy probablemente se replantearía su decisión de abortar si es que ya la tiene tomada. Desde la industria abortista, siempre te cuentan que la intervención es sencilla, rápida y nada dolorosa. Enseguida te dicen que no te preocupes porque “el problema se acaba en cuanto pase la intervención”. No cabe mayor falsedad, porque precisamente el problema empieza cuando finaliza la intervención. En una operación de esta envergadura, no hay marcha atrás. Y eso la mujer lo siente precisamente cuando ya ha abortado.
-A partir de los casos que recoge el libro Yo aborté, ¿cuáles son los principales problemas psíquicos después del aborto?
Por supuesto depresión, ansiedad, pesadillas, el recuerdo constante de la edad que podría tener tu hijo cuando ves a un niño, el autocastigo... Yo precisamente me autocastigaba, porque no quería ver bebés pero, cuando sabía que los tenía cerca, volvía la cabeza para verlos. Era una manera de decirme: “¡Mira lo que has hecho!”. Es algo inconsciente. De todas formas, cada caso es distinto en uno y otro sentido. Hay chicas que se han suicidado porque no han soportado el síndrome post-aborto.
-Cuéntenos lo que quiera de su testimonio personal. ¿Qué explica en el libro?
En el libro, cuento la realidad que yo viví. No fui libre a la hora de tomar la decisión de abortar, porque tuve todavía mucha menos información que la que existe ahora. Nadie me dijo que existían ya entonces asociaciones que ayudaban a mujeres a tomar una decisión beneficiosa para ellas, como siguen haciéndolo ahora. En mi caso, no fue así. Me pasaron directamente el teléfono de la clínica y me dieron muy poco tiempo para decidir. Éste, por cierto, es otro de los grandes problemas. Mis circunstancias personales son muy concretas. Yo arrastraba un trauma anterior, ya que tuve un hijo a los 18 años. Ese embarazo y maternidad prematura me hizo vivir una pesadilla, un verdadero infierno por ser madre soltera en mi pueblo de la provincia de Toledo. Luego, en el momento de volver a quedarme embarazada, reviví todo aquello y los trágicos hechos se precipitaron. No tuve ningún tipo de ayuda y no sabía dónde buscarla. Estaba sola en Madrid con un hijo pequeño, muy asustada y sin saber dónde acudir. En la clínica abortista a la que fui, el psicólogo que debía atenderme prácticamente no me atendió. La entrevista duró 10 minutos escasos, y lo único que me dijo es que todo saldría muy bien, sin dolores, y que todo se acabaría.
-Vaya, que se lo pusieron muy fácil...
Sí. Pero aun así, me sorprendió porque yo, que no conocía el funcionamiento del centro médico y no sabía que iba a hablar con un psicólogo, esperaba que este profesional me diese algún tipo de explicación: que me preguntase si era soltera o casada, si tenía algún problema, si era una cuestión económica... Seguramente no me esperaba que me propusiese no abortar, pero sí que hubiera un mínimo de interés.
-¿Le dijeron algo de la ley?
Por supuesto. Y ése es el problema que engloba todo lo demás. Todas nos acogemos a la ley bajo el paraguas de la salud psíquica de la madre. Aunque no lo explico en el libro, ahora puedo decir que he pasado por las dos circunstancias, siempre sola: la de tener un hijo y la de no tenerlo. A pesar de las adversidades de la vida, para mí ha sido mucho más satisfactorio tenerlo, criarlo, perder sueño y pasar fatiga que el no haberlo tenido. Esto último, desde luego, lo que seguro que no me ha producido es libertad y prosperidad. En cambio, me ha dado más pesadillas todavía.
-¿Y usted ha superado todo esto?
Nunca se supera totalmente pero miro adelante. Pedí ayuda psiquiátrica privada (la Seguridad Social no te la proporciona), y lo hice porque llegó un momento en que me di cuenta de que había un problema serio y yo no podía con mi vida. El gran problema de ahora es que, por mucha libertad y mucha modernidad que se dice que tenemos, vivimos instalados en la mentira. De estos temas no se habla. Una mujer que aborta no lo cuenta, y la mayor parte de los testimonios no quieren dar la cara porque sus familias y sus entornos no lo saben. Además, también existe mucho cinismo. Se habla alegremente del aborto como si fuera algo natural o normal, pero a la hora de la verdad, cuando aborta una amiga o te enteras de que la vecina ha pasado por ello, el juicio es radical. Y eso es precisamente lo que da más miedo al ser humano: ser juzgado.
-¿Cuántos años tiene ahora su hijo?
18. Lo he pasado muy mal en muchos momentos, pero llevo 19 años con él, desde el embarazo hasta ahora, y puedo decir que estoy muy contenta, lo cual me ayuda a superar, aunque sea lentamente, la terrible experiencia posterior: la del aborto. Uno de los grandes problemas con que se encuentra la mujer que aborta es que no se perdona a sí misma. No es un acto cualquiera porque, si las mujeres nos deshumanizamos, ¿por qué nos va a extrañar la violencia, por ejemplo, de nuestros hijos? Quiero decir, con esto, que el aborto es un acto violento que cometemos las mujeres desde nuestro propio cuerpo. Y eso te acaba deshumanizando también porque te lo ponen muy fácil. Por eso la juventud, que recibe constantemente mensajes en los que se sustituye la palabra aborto por anticoncepción, todavía lo ve más normal.
-¿La soledad es la gran culpable de lo que le pasó a usted?
Sin duda. Yo estuve siempre sola, ya desde que pasé por la experiencia anterior de tener un hijo con 18 años. Luego, cuando aborté, el padre había desaparecido. Me faltaba afecto, y eso es decisivo porque anula cualquier posible alternativa que yo habría podido valorar frente a la posibilidad de deshacerse de un hijo concebido aunque no nacido.
-¿Cómo valora usted la edición de este libro Yo aborté?
Es una buena muestra de lo que han vivido muchas mujeres y sus familias. Los testimonios son más o menos cortos. El libro, con una letra grande y asequible, es ameno y tiene el atractivo de la variedad de los casos. Entre las personas que comentan sus experiencias, también hay hombres que han pasado por el síndrome post-aborto. Esto ciertamente sucede porque muchos hombres también se han implicado en el aborto, bien porque han obligado a la novia o bien porque se ha enterado después. Y aquí se destapa otro de los problemas de la legislación actual: que se deja todo en manos de la mujer. No interesa extender esa responsabilidad al hombre y, además, nadie quiere reivindicarlo. También es verdad que, en la mayoría de los casos, el padre de una criatura concebida desaparece cuando la mujer decide seguir adelante con su embarazo. Los testimonios masculinos del libro, en cualquier caso, cuentan lo que ha supuesto para ellos el haber acompañado a su novia o su mujer a abortar e incluso el no haberse enterado a tiempo. También escriben prestigiosos psiquiatras, como Aquilino Polaino, y otros profesionales. Recomiendo leer los testimonios por separado.
-¿Se siente ahora más comprometida que nunca con la defensa de la vida?
Sí, sobre todo porque, en marzo, estuve en la sede de la ONU, en Nueva York. Expliqué mi caso en lo que ha sido el primer testimonio de este tipo expuesto públicamente ante el organismo internacional. La experiencia de hablar ante gente de todo el mundo me ha ayudado a estar más convencida de que los argumentos de los defensores del aborto no tienen ninguna base. Se trata de dar la cara de una vez y reconocer que el problema del aborto no afecta sólo a las mujeres, sino a toda la sociedad. Si la solución es hacer que la mujer sufra más, estamos provocando un mal a la sociedad. Esto no es bien común y, por tanto, nunca puede ser positivo.
-¿Y cómo podemos acabar con esta lacra?
Sobre todo con la educación. Es sorprendente que nuestros jóvenes no tengan ni idea ni de cómo defender el aborto ni de cómo no defenderlo. Hace unos meses, di una charla a unos jóvenes toledanos que tenían entre 18 y 21 años. Me sirvió para comprobar que no tienen criterio, lo cual les convierte en mucho más manipulables. Los medios de comunicación, por otro lado, no favorecen tampoco que esta situación cambie. El error está en que se considera el aborto una conquista social. No es así sencillamente porque hace daño y no es salud.
-¿Aumenta el número de personas que defienden la vida después de abortar o realizar esa práctica?
Sí, porque el aborto crea problemas para todo el mundo. Después del niño no nacido, la primera víctima es la mujer y, luego, todas las personas de su entorno. Ahí está el ejemplo del doctor Nathanson, la primera persona que creó una clínica abortista en el mundo y luego cambió cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Dejó la clínica y se fue a estudiar fetología, para ver con sus propios ojos todo lo que había hecho. Pero una de las razones por las que abandonó el negocio del aborto es que, sobre todo en las comidas o en las fiestas de empresas, las parejas de la gente que trabajaba con él le contaban las pesadillas y los problemas psicológicos que tenían sus subordinados. Es decir, que el drama afecta incluso al personal de los centros médicos donde se practican abortos. De hecho, a esos trabajadores, los cambian cada cierto tiempo porque es insoportable. Hay que contarlo todo, y lamentablemente no se hace.
-Seguro que usted ha pedido a mujeres embarazadas que no aborten...
Sí. El primer domingo de febrero de este año, salí en el programa de TVE-2 Últimas preguntas, y allí expliqué mi testimonio. Después de aquella intervención, he sabido que, aunque tengo un hijo en el cielo, ya tengo al menos tres en el mundo. Tres chicas que tenían cita para abortar esa semana cambiaron de opinión tras escucharme. Esto es muy importante para mí. Es el mayor triunfo.
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♥Consagración a la Virgen María

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CONSAGRACIÓN DEL MATRIMONIO AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

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"Oh, Corazón Inmaculado de María, refugio seguro de nosotros pecadores y ancla firme de salvación, a Ti queremos hoy consagrar nuestro matrimonio. En estos tiempos de gran batalla espiritual entre los valores familiares auténticos y la mentalidad permisiva del mundo, te pedimos que Tu, Madre y Maestra, nos muestres el camino verdadero del amor, del compromiso, de la fidelidad, del sacrificio y del servicio. Te pedimos que hoy, al consagrarnos a Ti, nos recibas en tu Corazón, nos refugies en tu manto virginal, nos protejas con tus brazos maternales y nos lleves por camino seguro hacia el Corazón de tu Hijo, Jesús. Tu que eres la Madre de Cristo, te pedimos nos formes y moldees, para que ambos seamos imágenes vivientes de Jesús en nuestra familia, en la Iglesia y en el mundo. Tu que eres Virgen y Madre, derrama sobre nosotros el espíritu de pureza de corazón, de mente y de cuerpo. Tu que eres nuestra Madre espiritual, ayúdanos a crecer en la vida de la gracia y de la santidad, y no permitas que caigamos en pecado mortal o que desperdiciemos las gracias ganadas por tu Hijo en la Cruz. Tu que eres Maestra de las almas, enséñanos a ser dóciles como Tu, para acoger con obediencia y agradecimiento toda la Verdad revelada por Cristo en su Palabra y en la Iglesia. Tu que eres Mediadora de las gracias, se el canal seguro por el cual nosotros recibamos las gracias de conversión, de amor, de paz, de comunicación, de unidad y comprensión. Tu que eres Intercesora ante tu Hijo, mantén tu mirada misericordiosa sobre nosotros, y acércate siempre a tu Hijo, implorando como en Caná, por el milagro del vino que nos hace falta. Tu que eres Corredentora, enséñanos a ser fieles, el uno al otro, en los momentos de sufrimiento y de cruz. Que no busquemos cada uno nuestro propio bienestar, sino el bien del otro. Que nos mantengamos fieles al compromiso adquirido ante Dios, y que los sacrificios y luchas sepamos vivirlos en unión a tu Hijo Crucificado. En virtud de la unión del Inmaculado Corazón de María con el Sagrado Corazón de Jesús, pedimos que nuestro matrimonio sea fortalecido en la unidad, en el amor, en la responsabilidad a nuestros deberes, en la entrega generosa del uno al otro y a los hijos que el Señor nos envíe. Que nuestro hogar sea un santuario doméstico donde oremos juntos y nos comuniquemos con alegría y entusiasmo. Que siempre nuestra relación sea, ante todos, un signo visible del amor y la fidelidad. Te pedimos, Oh Madre, que en virtud de esta consagración, nuestro matrimonio sea protegido de todo mal espiritual, físico o material. Que tu Corazón Inmaculado reine en nuestro hogar para que así Jesucristo sea amado y obedecido en nuestra familia. Qué sostenidos por Su amor y Su gracia nos dispongamos a construir, día a día, la civilización del amor: el Reinado de los Dos Corazones. Amén. -Madre Adela Galindo, Fundadora SCTJM

CONSAGRACIÓN DEL MATRIMONIO A LOS DOS CORAZONES EN SU RENOVACIÓN DE VOTOS

CONSAGRACIÓN DEL MATRIMONIO A LOS DOS CORAZONES EN SU RENOVACIÓN DE VOTOS
Oh Corazones de Jesús y María, cuya perfecta unidad y comunión ha sido definida como una alianza, término que es también característico del sacramento del matrimonio, por que conlleva una constante reciprocidad en el amor y en la dedicación total del uno al otro. Es la alianza de Sus Corazones la que nos revela la identidad y misión fundamental del matrimonio y la familia: ser una comunidad de amor y vida. Hoy queremos dar gracias a los Corazones de Jesús y María, ante todo, por que en ellos hemos encontrado la realización plena de nuestra vocación matrimonial y por que dentro de Sus Corazones, hemos aprendido las virtudes de la caridad ardiente, de la fidelidad y permanencia, de la abnegación y búsqueda del bien del otro. También damos gracias por que en los Corazones de Jesús y María hemos encontrado nuestro refugio seguro ante los peligros de estos tiempos en que las dos grandes culturas la del egoísmo y de la muerte, quieren ahogar como fuerte diluvio la vida matrimonial y familiar. Hoy deseamos renovar nuestros votos matrimoniales dentro de los Corazones de Jesús y María, para que dentro de sus Corazones permanezcamos siempre unidos en el amor que es mas fuerte que la muerte y en la fidelidad que es capaz de mantenerse firme en los momentos de prueba. Deseamos consagrar los años pasados, para que el Señor reciba como ofrenda de amor todo lo que en ellos ha sido manifestación de amor, de entrega, servicio y sacrificio incondicional. Queremos también ofrecer reparación por lo que no hayamos vivido como expresión sublime de nuestro sacramento. Consagramos el presente, para que sea una oportunidad de gracia y santificación de nuestras vidas personales, de nuestro matrimonio y de la vida de toda nuestra familia. Que sepamos hoy escuchar los designios de los Corazones de Jesús y María, y respondamos con generosidad y prontitud a todo lo que Ellos nos indiquen y deseen hacer con nosotros. Que hoy nos dispongamos, por el fruto de esta consagración a construir la civilización del amor y la vida. Consagramos los años venideros, para que atentos a Sus designios de amor y misericordia, nos dispongamos a vivir cada momento dentro de los Corazones de Jesús y María, manifestando entre nosotros y a los demás, sus virtudes, disposiciones internas y externas. Consagramos todas las alegrías y las tristezas, las pruebas y los gozos, todo ofrecido en reparación y consolación a Sus Corazones. Consagramos toda nuestra familia para que sea un santuario doméstico de los Dos Corazones, en donde se viva en oración, comunión, comunicación, generosidad y fidelidad en el sufrimiento. Que los Corazones de Jesús y María nos protejan de todo mal espiritual, físico o material. Que los Dos Corazones reinen en nuestro matrimonio y en nuestra familia, para que Ellos sean los que dirijan nuestros corazones y vivamos así, cada día, construyendo el reinado de sus Corazones: la civilización del amor y la vida. Amén! Nombre de esposos______________________________ Fecha________________________ -Madre Adela Galindo, Fundadora SCTJM

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