LAS DOS PETICIONES DE JESUS
(F.Gàmez, Mayo 2000)
En este día, mi buen Jesús,
deseo cumplir una vez más Tu Santa voluntad,
de ese momento en el que, agonizante en la cruz,
solicitaste de mí aquel acto de piedad:
en medio de Tu amarga agonía,
cuando mi alma redimías,
me entregaste a Tu Madre muy amada
y me pediste que la llevara a mi casa y mi vida,
a mi interior, a mi morada,
para que, así como siempre estuvo Contigo,
esté igualmente por siempre conmigo.
Así lo has querido, Señor, que en mi vida
diera yo a ella la bienvenida:
a Tu dulce y Santa Madre, la siempre Virgen, María.
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A ella también dejaste un mandado:
que me tuviera por siempre a su lado
y que, con amor de Madre y bajo su cuidado,
me recibiera como su pequeña criatura,
para que, amparado por su maternal ternura,
me educara cada día y formara en mí Tu Santa Figura.
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Ahora, mi Señor, con pena reconozco
que mientras su parte de Madre, María,
la ha cumplido a cabal perfección,
de mil maneras he fallado yo en la mía,
como hijo y como Cristiano, según Tú me pediste
en aquella última hora de Tu dolorosa Pasión.
Por eso me acerco hoy de nuevo a Tu cruz,
para imitar Tu ejemplo, mi buen Jesús,
de caminar en obediencia y santidad
y tomar dignamente a María conmigo,
tal y como Tú me lo has pedido.
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Te recibo una vez más, María,
en mi corazón y en mi vida,
para que, con tu ayuda,
ser santo y buen hijo tuyo,
sea mi ilusión y alegría.
Haz de mí un buen hijo de Dios,
humilde, obediente y de oración.
Sé tú mi fuente de fe, pureza y de luz,
de caridad y dulzura, humildad y mortificación,
de sabiduría, paciencia y alegría.
Aleja de mí el orgullo y el egoísmo, la frialdad y la rebeldía.
Ayúdame a que yo disminuya para que crezca Jesús,
transfórmame para que piense según Su sabiduría,
que sea como El en su manera de amar y de vivir,
de hablar, actuar y sufrir.
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Te saludo y felicito por las obras de Dios en ti, Gran Señora,
como anunciaste en el Magníficat que yo lo haría un día,
y te agradezco de corazón por todas tus bondades.
Y ahora, avergonzado por mi condición de pecador,
me arrojo, María querida, a tus pies y tus manos
y te suplico que, como Madre llena de amor,
me obtengas de Jesús, tu hijo amado,
mi conversión, el arrepentimiento y perdón de mis pecados.
Amén.