Fuente: maristas.com.ar
Consejos, lecciones, máximas y enseñanzas de San Marcelino Champagnat para apreciar la disciplina, su dignidad e importancia y del cómo adquirir la autoridad con los alumnos.
Consejos, lecciones, máximas y enseñanzas de San Marcelino Champagnat para apreciar la disciplina, su dignidad e importancia y del cómo adquirir la autoridad con los alumnos.
CAPÍTULO XXXIX
INSTRUCCIÓN SOBRE LA DISCIPLINA
Un jueves salimos de excursión por los montes del Pilat. Tras haber habla. do de muy distintos temas, los hermanos más formales se pusieron a discutir sobre los medios de atraer a los niños a la escuela y aficionarlos al estudio.
Lo que mejor resultado me da afirmó uno son las recompensas. Con un punto bueno, una estampa, una remisión, consigo lo que quiero de los niños y me comprometería a llevarlos al cabo del mundo.
Pues a mí continuó otro la emulación me parece el medio más adecuado: en cuanto se logra establecerla, ya no les cuesta nada el trabajo a los niños, el estudio les resulta ameno y se entregan gustosos a él.
Yo opino añadió el tercero que las dotes del profesor y su abnegación valen más que todo eso.
Pues yo creo hubo quien replicó que para atraer a los niños a la escuela, no hay nada tan bueno como las hermosas muestras de caligrafía y los diseños lindamente perfilados.
Entonces, el venerado padre, que había estado escuchando la discusión, nos dijo:
Todos esos recursos son buenos, pero no bastan, ni aun empleándolos todos a la vez, si no están sostenidos y reforzados por una disciplina a la vez recia y paternal.
Algunos de vosotros no tenéis el debido aprecio de la disciplina, ni comprendéis bien su dignidad e importancia. Es más, hay quien se imagina que aleja de la escuela a los niños, cuando es lo contrario: la experiencia está demostrando cada día que un centro escolar en el que reina un orden perfecto, gusta a los niños y se gana el aprecio de los padres. Es natural: el orden agrada a todo el mundo, y a nadie agrada el desorden. Los niños están contentos y se hallan a gusto en una escuela donde hay disciplina, mientras sufren y aborrecen el estudio en una clase desordenada. En las aulas, la carencia de disciplina es igual que la pasión dominante en las personas: origen de todos los males, causa directa o indirecta de todas las faltas que se cometen. La falta de disciplina compromete o, más bien, desbarata todos los demás medios de conquistar a los niños para Dios y atraerlos a la escuela.
La disciplina, en mi opinión, es tan necesaria que, sin ella, no hay instrucción ni educación posibles. Por eso Platón, aun siendo pagano, llegó a decir que toda la fuerza y el éxito de la educación estriban en una disciplina bien ordenada.
Expongamos ahora brevemente los felices resultados de la disciplina:
1. Es gloria y prez de un centro de educación y le atrae alumnos. La gente se deja cautivar fácilmente por las cosas exteriores, y juzga de la educación de una escuela por la disciplina que en ella observa. Una disciplina vigorosa llama la atención y gusta a todo el mundo, gana la estima y confianza del público, y basta a menudo ella sola para dar fama a la escuela y atraerle alumnos.
2. Es prenda de instrucción sólida y adelanto, pues guarda las buenas costumbres de los niños y mantiene el orden y silencio en el aula; es acicate de la pereza por medio de la emulación que establece y el cuidado que pone en no permitir a ningún alumno el eludir los deberes comunes, y en asegurar el buen empleo del tiempo. La clase disciplinada y fiel al horario establecido es siempre una clase diligente, un plantel de alumnos ejemplares
3. Fomenta la piedad de los alumnos. Con tal fin vela por el cumplimiento de los deberes religiosos, exige que los niños estén con reverencia y recato durante la oración, que contesten clara y devotamente; destierra cualquier palabra o acto que pueda ofender a la fe, debilitar el respeto debido a la religión y la fidelidad a las prácticas de devoción cristiana.
4. Conserva la honestidad de los alumnos y, por ende, su salud corporal; al ejercer sobre ellos vigilancia continua y no dejarlos nunca solos, los preserva de las malas compañías, de la pereza, y los mantiene siempre ocupados.
5. Inspira a los niños buen espíritu, porque les hace reverenciar a los educadores, luchar contra los defectos y pasiones, y les infunde docilidad, confianza, amor recíproco y todas las virtudes que acompañan al espíritu de familia.
6. Previene las faltas de los alumnos y ahorra castigos. Cuanta más disciplina hay en un aula, menos penitencias hay que imponer a los niños. Los maestros más flojos de carácter y los que no quieren molestarse en mantener el orden mediante la vigilancia, la asiduidad y exacto cumplimiento de las normas reglamentarias, son los que maltratan a los niños.
7. Da temple a la voluntad del niño, y fuerza para resistir al mal y luchar contra las inclinaciones torcidas; le dispone para la práctica de la virtud, logra que adquiera el hábito de cumplir con el deber y le infunde docilidad a las inspiraciones de la gracia. ¿Cuál es la causa de que, hoy día, la mayor parte de los hombres sean volubles, sensuales, no sepan negarse nada ni puedan tolerar nada que contraríe a la naturaleza? Es que les han educado sin disciplina, no les han enseñado a obedecer, a gobernarse, a imponerse algo de violencia y combatir las malas inclinaciones. Mantener al niño bajo una disciplina a la vez vigorosa y paternal, acostumbrarle a obedecer, es prestarle el mejor servicio.
8. Protege la salud del maestro. En un aula disciplinada, los alumnos escuchan con atención y el maestro ahorra el tener que repetir muchas veces las mismas explicaciones y esforzar la voz, saliendo así muy favorecidos los pulmones. En una clase debidamente disciplinada, el orden, la calma, la paz y el buen espíritu que allí reinan, aseguran al maestro una serenidad ideal, preservándole de enfados y distintas penas morales que le agotan las fuerzas y la salud. En una palabra, en la clase disciplinada, los enojos son cien veces menores, y los consuelos cien veces mayores que en la clase desordenada. No es difícil, pues, comprender que la disciplina ahorra fuerzas al maestro y le protege la salud.
Vengamos ahora a los medios para alcanzar esa disciplina vigorosa y paternal que da resultados tan felices.
La disciplina paternal y religiosa sin la cual no pueden darse la educación de la voluntad ni el desarrollo de las facultades del niño es fruto de la autoridad moral.
Hay dos clases de autoridad: la autoridad de derecho y la moral.
La primera es la que el cargo confiere. No se precisa más para obtener disciplina y formar cuadros militares, pero es incapaz de formar cristianos. Son tres las atribuciones de esta autoridad: dar órdenes, castigar y premiar. Ahora bien, en una escuela no se trata de dominar a los niños por la fuerza, sino de formarlos en la virtud y someterlos al deber mediante el sentimiento religioso y el freno de la conciencia. Aquí, la autoridad de derecho con sus tres atribuciones de mandato, castigo y premio, no es más que un medio muy secundario de conseguir disciplina. Y si se hace uso indebido de dicha autoridad, es decir, si uno se sirve de ella sin reflexión, de modo imprudente y con rigor excesivo, irrita a los alumnos, les infunde mal espíritu e introduce en el aula malestar y desorden.
La autoridad moral, la que de veras educa al niño, es la influencia que el maestro ejerce sobre los alumnos por su virtud, capacitación, conducta ejemplar y gobierno prudente. Esta autoridad se atrae el respeto, estima, confianza, amor, agradecimiento, sumisión, temor de disgustar y deseo de complacer al maestro.
¿Cómo se adquiere?
1. Con virtud y conducta ejemplar.
2. Con la aptitud profesional y la entrega a la instrucción de los niños. Ciro el Joven preguntó a su abuelo Artajerjes, de qué medios podría valerse para someter a los pueblos y ganarse su estima y cariño. «Demuéstrales siempre le contestó que eres el hombre más virtuoso e idóneo: entonces los pueblos se te han de someter sin dificultad».
3. Actuando con la razón, el buen criterio y el sentido práctico. Virtud, razón e idoneidad empuñan el cetro del mundo y señorean en todas partes; nadie se niega a someterse a su imperio; por eso dijo un autor antiguo: «Siempre es el hombre más virtuoso y razonable el que gobierna; impone la ley sin pretenderlo; todos aceptan su opinión y se rinden a su autoridad sin darse cuenta».
4. Mediante la seriedad, la modestia, la moderación y el recato en las relaciones con los alumnos, y el empeño en respetarlos y hacerse respetar de ellos.
5. Velando por que no asomen los propios defectos, faltas, imperfecciones e incapacidad.
6. Con el uso muy moderado de castigos y premios, y el esmero en evitar cualquier acto de rudeza o de severidad excesiva.
7. Con un modo de obrar tan prudente y atinado, que jamás dé pie a los niños para criticar con razón al maestro.
Así es como se adquiere autoridad moral. Solamente ella educa, sólo ella puede lograr que los niños lleguen a ser caballeros cristianos.
No hay suficiente autoridad moral cuando el maestro no consigue el respeto, la docilidad y el cariño de los alumnos. Es indudablemente floja, cuando los alumnos no tienen la convicción de que el maestro es hombre virtuoso, idóneo y razonable, y de que les quiere con amor de padre.
Otra señal de autoridad muy floja es la falta de respeto para con los monitores o sustitutos ocasionales del maestro, la carencia de disciplina cuando falta el maestro. Si veis que, en cuanto éste se ausenta, se altera el orden, es que no tiene autoridad moral sobre los alumnos y los domina únicamente por la fuerza material. En un aula semejante no hay educación posible. El maestro desempeña en ella el papel de un guardia civil.