- Una manera de amar a María, la más eficaz, que supone otros ejercicios previos, es la imitación de sus virtudes, con ella enraizamos en nuestra vida la auténtica devoción y la limpiamos de estériles sentimentalismos, convirtiendo en frutos de virtudes los deseos de amar.
En María han florecido todas las virtudes evangélicas, por eso el ejercicio de cualquier virtud supone un transplante en nuestra vida del amor de María hacia Dios, si nos fijamos directamente en María es por el ánimo que nos infunde la posibilidad de ejercitarla, al mismo tiempo que nos agrada el parecernos a nuestra Madre.
En la medida que crece en nosotros el amor a María crece el amor a Dios. Todo amor tiende a la perfección y ésta está en Dios, por eso el amor a María, que debe terminar en el amor a Dios, tiende a reproducir en nosotros las virtudes, las perfecciones, que encuentran en Dios la máxima expresión y en María la mejor reproducción.
- Ante el cúmulo de virtudes que sobresalen en la Virgen podemos seleccionar las disposiciones fundamentales en las que aquellas se cultivan. Juan Pablo II en una oración que le dirige nos marca a nosotros el camino a seguir, imitando a María, para conseguir tantas virtudes que en Ella florecieron:
"Tú creíste en su amor y obedeciste a su palabra. El Hijo de Dios te quiso como Madre suya, al hacerse hombre para salvar a la humanidad. Tú lo acogiste con solícita obediencia y corazón indiviso."
- La virtud es una faceta del amor a Dios y es el término de una correcta disposición, por eso nuestro amor a Dios, pasando por María, debe encontrar en la correcta disponibilidad que nos indica el Papa en la anterior oración:
Creer en el amor de Dios,
Obediencia a su palabra.
Lo segundo es consecuencia de lo primero. Si creemos en el amor de Dios, aceptamos lo esencial del ser divino, que San Juan claramente nos lo ha dicho: "Dios es Amor" (1Jn. 4, 8). Todo el obrar de Dios procede de su esencia, de ahí que si aceptamos que Dios todo lo hace por amor, lo lógico es que le obedezcamos, que nos pongamos a su entera disposición, ya que Dios busca siempre nuestro bien, como nos lo recuerda San Pablo: "Para el que ama a Dios, todo colabora para su bien" ( Rom. 8, 28 ).
- María se fió plenamente de la Palabra de Dios: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu Palabra" (Lc. 1, 38). El aceptar incondicionalmente lo que Dios le proponía, a pesar de tirar por tierra sus proyectos humanos, implícitamente admite que Dios la ama, que busca su bien, aunque a primera vista no lo entienda, era consciente de lo que San Pablo nos diría: Discernir la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo que es perfecto (Rom. 12, 2).
- El seguir la voluntad de Dios es la imitación de su perfección y la manera práctica de amarle. María así lo hizo en su vida y nos invita a que la imitemos, para que pasemos de la teoría a la práctica, del deseo a la realidad de amar a Dios.
- La actitud de una solícita obediencia a la voluntad divina conlleva lo que Juan Pablo II nos dice en la mencionada oración:
Tú lo acogiste con solícita obediencia y corazón indiviso.
- No podemos negar que el aceptar a Dios como Amor Supremo, nos exige el estar en continua sintonía con la voluntad divina y ponernos totalmente a su entera y constante disposición, sin fisuras en nuestro corazón, pues, el seguimiento de la voluntad de Dios nos ocupará toda nuestra actividad humana con el deseo de acomodarnos a lo que Dios quiere. María nos ayudará con su ejemplo de fidelidad a que nosotros no le demos a Dios el corazón partido, sino todo y en exclusiva.
- Decía Juan Pablo II en el Santuario de Nuestra Señora del Rocío (14-6-93): "La verdadera devoción a la Virgen os llevará a la imitación de sus virtudes. A través de Ella y por su mediación, descubriréis a Jesucristo, su Hijo, Dios y Hombre verdadero, que es el único mediador entre Dios y los hombres".
Padre Tomás Rodríguez Carbajo
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