Con referencia a una niña violada, a la que han propiciado realizarse un aborto, se emplea nuevamente el “eufemismo” (dar otro nombre a algo que se realiza) de llamarlo “terapéutico”.
¿Puede la destrucción de la vida ser llamada “terapéutica”?:
Sí, en la línea de la“cultura de la muerte”, que, por ejemplo, por “salud reproductiva”, en el seno de algunos profesionales que juramentaron defender la vida, culmina en la muerte del inocente por nacer en el vientre de la que es su madre biológica. La “salud” llega cuando la vida quedó eliminada o rechazada.
¿Qué culpa tiene el no nacido de que su madre haya sido violada? ¿Debe por ello padecer la muerte sin consideración? ¿Debe tener la pena de muerte explícita en el paredón de fusilamiento de un succionador o un bisturí asesino?
¿Qué diferencia hay entre una bomba que impacta sobre un colectivo lleno de gente o sobre un barrio de viviendas, con el bisturí agresor que quiere destruir la vida inocente en ese colectivo que lo lleva o en ese barrio en el que vive, y que para el niño por nacer es el vientre de su madre?
Algo terapéutico es para defender la vida, no para causar la muerte.Es para curar, no para destruir. Es para sanar, no para eliminar.
Y aquí no cabe el argumento bioético del principio bioético del “doble efecto”:
Buscando un efecto bueno, surge uno malo que, aún previéndolo, no se lo puede evitar: Busco salvar la vida de la madre y, como efecto no deseado, se produce el aborto de la creatura inocente.
Muy distinto es buscar matar directamente al que no tiene posibilidades de defenderse ni de hacer valer sus derechos, como único efecto buscado, para que la mamá, el papá, los abuelos, no tengan el problema de tener en medio de ellos a alguien a quien no buscaron y al que odian de por sí, de acuerdo al método que emplearon para eliminarlo de la tierra de los vivos...
En el caso de la niña violada a la que hicieron abortar, directamente se ha asesinado a la creatura por nacer, cuya vida no pertenece a la madre, sino a la misma creatura (ser personal distinto de la madre) y a Dios en primera instancia.
No se buscó un efecto bueno del cual se derivó uno malo que, aunque previsto, no se pudo evitar.
Se buscó directamente el efecto malo que podía ser evitado, y que es la muerte del inocente indefenso.
De hecho, si los abuelos no querían cargar con un “nieto”, ya existían varias congregaciones religiosas femeninas que habían pedido encargarse de la vida del o de la por nacer.
Pero se prefirió la muerte, a pesar de todo. Así, sin verlo. No cuando tenía 2, 3, 4, 14, 16, 20 años. Así, cobardemente,encargándoselo a otro (“crimen pagado por encargo”) cuando no se lo veía, impactándolo y haciendo de esa personita una masa sanguinolenta que, entre gasas, va a parar al basurero del hospital, sin oración ni bautismo.
Así somos los humanos.
Preferimos matar.
Sacarnos el problema de encima, por más que así quitemos la vida a aquel que nos molesta.
Aún más que preferirlo lejos y con vida, preferimos, en la cercanía, hacerlo matar, por otro, sin verlo.
Pero el gusano de la conciencia, que no perece, remorderá por toda la eternidad...
El aparente “remedio” será pero que la aparente “enfermedad”.
El bien egoísta buscado acarreará males mayores.
Como en la guerra, nunca sirve el matar.
Gustavo Daniel D´Apice
Profesor Universitario cde Teología