Para más de uno, el tema de la maternidad debería quedar como algo exclusivo de las mujeres. Los hombres deberían callar, no decir ni palabra, porque no pueden quedar embarazados.
Si se lleva a su máximo extremo la postura anterior, media humanidad no podría emitir ningún juicio sobre el tema. Lo cual es caer en una doble injusticia.
La primera injusticia: se atentaría contra el derecho a la libertad de expresión. Excluir a todo un “colectivo”, el de los hombres, sobre un tema tan importante es una injusticia digna de ser condenada con firmeza.
La segunda injusticia: los hombres y las mujeres nacen gracias a la unión entre hombres y mujeres. No hay maternidad si no hay paternidad, no hay niños sin que cada uno nazca de un hombre y de una mujer. Es decir, la maternidad no es un asunto privado ni exclusivo de la mujer.
Los hombres tienen, por lo tanto, mucho que ver con la maternidad. Porque cada uno de ellos ha nacido gracias a mujeres que han dicho “sí” a su maternidad. Sin mujeres que acojan a sus hijos, no nacería ningún hombre. Ni ninguna mujer, también hay que decirlo.
Además, como ya dijimos, no hay mujer que sea madre si no es con la ayuda de un hombre que también llega a ser padre.
Los problemas surgen cuando los hombres se esconden, huyen de sus responsabilidades como padres. Algunos no quieren saben nada de un embarazo que inicia, de un hijo que también es de ellos. Es entonces cuando dejan sola a la mujer, como si la maternidad fuese un asunto privado, como si sus actos no tuviesen responsabilidades en la nueva vida que ha iniciado.
Hay que considerar, también, la vida del hijo. No es justo ver al hijo, durante los meses de embarazo, como un asunto privado de la mujer. Los que hoy disfrutamos de la vida un día estuvimos en el útero de nuestras madres. Si nacimos fue porque antes fuimos embriones y fetos. No éramos un objeto, ni algo que estaba allí a disposición de lo que decidiesen en total libertad los adultos.
Ciertos movimientos que se autodeclaran defensores de la mujer necesitan abrir los ojos ante esta realidad. La maternidad afecta a tres seres humanos: el padre, la madre, el hijo. Negar los derechos de uno de ellos en función de los gustos o caprichos sólo de la mujer (o del hombre y de la mujer cuando se “alían” para acabar con la vida de su hijo, o del hombre cuando obliga a la mujer a abortar) es promover una cultura del dominio y de la muerte. Lo contrario de lo que estaría llamado a buscar cualquier feminismo que se propusiese defender seriamente la dignidad de las mujeres.
El feminismo auténtico, verdadero, serio, será respetuoso de toda vida humana. Será justo y solidario. Estará dispuesto a tutelar y a asistir a cualquier mujer madre que viva en situaciones de pobreza, falta de higiene, desprecio o marginación. Será capaz de responsabilizar al hombre-padre en la vida de cada nuevo hijo. Protegerá y buscará el bien de los hijos. Que son los hombres y las mujeres del mañana. Lo cual es el fruto más maduro y más rico de cualquier movimiento que quiera defender, auténticamente, los derechos humanos.
Si se lleva a su máximo extremo la postura anterior, media humanidad no podría emitir ningún juicio sobre el tema. Lo cual es caer en una doble injusticia.
La primera injusticia: se atentaría contra el derecho a la libertad de expresión. Excluir a todo un “colectivo”, el de los hombres, sobre un tema tan importante es una injusticia digna de ser condenada con firmeza.
La segunda injusticia: los hombres y las mujeres nacen gracias a la unión entre hombres y mujeres. No hay maternidad si no hay paternidad, no hay niños sin que cada uno nazca de un hombre y de una mujer. Es decir, la maternidad no es un asunto privado ni exclusivo de la mujer.
Los hombres tienen, por lo tanto, mucho que ver con la maternidad. Porque cada uno de ellos ha nacido gracias a mujeres que han dicho “sí” a su maternidad. Sin mujeres que acojan a sus hijos, no nacería ningún hombre. Ni ninguna mujer, también hay que decirlo.
Además, como ya dijimos, no hay mujer que sea madre si no es con la ayuda de un hombre que también llega a ser padre.
Los problemas surgen cuando los hombres se esconden, huyen de sus responsabilidades como padres. Algunos no quieren saben nada de un embarazo que inicia, de un hijo que también es de ellos. Es entonces cuando dejan sola a la mujer, como si la maternidad fuese un asunto privado, como si sus actos no tuviesen responsabilidades en la nueva vida que ha iniciado.
Hay que considerar, también, la vida del hijo. No es justo ver al hijo, durante los meses de embarazo, como un asunto privado de la mujer. Los que hoy disfrutamos de la vida un día estuvimos en el útero de nuestras madres. Si nacimos fue porque antes fuimos embriones y fetos. No éramos un objeto, ni algo que estaba allí a disposición de lo que decidiesen en total libertad los adultos.
Ciertos movimientos que se autodeclaran defensores de la mujer necesitan abrir los ojos ante esta realidad. La maternidad afecta a tres seres humanos: el padre, la madre, el hijo. Negar los derechos de uno de ellos en función de los gustos o caprichos sólo de la mujer (o del hombre y de la mujer cuando se “alían” para acabar con la vida de su hijo, o del hombre cuando obliga a la mujer a abortar) es promover una cultura del dominio y de la muerte. Lo contrario de lo que estaría llamado a buscar cualquier feminismo que se propusiese defender seriamente la dignidad de las mujeres.
El feminismo auténtico, verdadero, serio, será respetuoso de toda vida humana. Será justo y solidario. Estará dispuesto a tutelar y a asistir a cualquier mujer madre que viva en situaciones de pobreza, falta de higiene, desprecio o marginación. Será capaz de responsabilizar al hombre-padre en la vida de cada nuevo hijo. Protegerá y buscará el bien de los hijos. Que son los hombres y las mujeres del mañana. Lo cual es el fruto más maduro y más rico de cualquier movimiento que quiera defender, auténticamente, los derechos humanos.