11. Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza[20]: llamándolo a la existencia por amor, lo ha llamado al mismo tiempo al amor. Dios es amor y vive en sí mismo un misterio de comunión personal de amor. Creándola a su imagen y conservándola continuamente en el ser, Dios inscribe en la humanidad del hombre y de la mujer la vocación y consiguientemente la capacidad y la responsabilidad del amor y de la comunión. El amor es por tanto la vocación fundamental e innata de todo ser humano. ( F.C.)
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jueves, 26 de enero de 2012
miércoles, 25 de enero de 2012
► La Mujer decide sobre su maternidad
“Corresponde a la mujer decidir si va a ser madre”, dicen, y parece justo; pero una vez concebido el hijo, la mujer ya no es libre de ser o no ser madre. Es ya una madre... aunque no permita que su hijo viva. “Mi vientre es mío”, gritan; como si el niño fuera parte de las vísceras de la mujer. El feto está en la madre pero no es la madre. Una vez nacido o abortado el feto, a la madre no le falta nada, sigue tan entera como antes, cosa que no ocurriría si le quitaran un órgano. Si el embrión no fuera distinto a su madre, no tendría otro corazón.
Ciertamente que el ideal es que todo hijo sea deseado; pero dejar el derecho a nacer en manos del gusto o del disgusto, ¿no es introducir un elemento caprichoso en el Derecho? Por otra parte, hay que señalar, con la mayoría de los ginecólogos, que el hijo inicialmente no deseado, suele ser aceptado con ilusión a la hora del parto.
“Regular el aborto” no es limitarlo, sino impulsarlo. Donde se legaliza el aborto, éste aumenta. El aborto legalizado no termina con el aborto clandestino. Más de la mitad de los abortos que se realizan en el mundo son clandestinos, porque las mujeres se avergüenzan ante los demás y buscan la clandestinidad aun cuando puedan hacerlo legalmente (Cfr. Antonio Molina Melia, Razones del aborto, España)
Los partidarios del aborto exageran el número de mujeres que mueren a causa de la gestación o del parto, cuando la medicina ha logrado que desaparezca el dilema de tener que escoger entre el hijo y la madre. Otros aducen la salud mental de la madre, y olvidan que es más fácil sacar un bebé del útero de la madre que sacarlo de su pensamiento. La OMS (Organización Mundial de la Salud) afirma que “las mujeres para las que se justifica el aborto por razones psiquiátricas son las mismas que corren mayor riesgo de problemas mentales una vez realizado el aborto” (Cf. “Vida Nueva” n. 1.113). En California, el 98,2% de abortos se justificó por este motivo. Este tipo de soluciones, en vez de arreglar los problemas los agrandan.
El aborto legal y en clínicas salubres es la quinta causa de muerte materna en Estados Unidos. La muerte de la mujer por aborto no disminuyó en Estados Unidos al legalizarse en 1973, sino por el descubrimiento y la aplicación de antibióticos (Elliot Institute).
La verdadera razón que mueve a ciertos grupos a luchar por la despenalización del aborto es la liberación sexual de la mujer. Algunos piensan que “la mujer no logrará jamás su emancipación sin el derecho al aborto” (Giséle Hamili). Las otras razones son la “máscara” con que se encubre el motivo profundo. La aspiración de las mujeres a su liberación es justa y merece ser apoyada, el problema está en determinar de qué se trata esa liberación. Si la mujer pide más cultura, igualdad de oportunidades y que la sexualidad vaya unida al verdadero amor, debe apoyarse esa liberación. Actualmente estamos probando los frutos amargos de la Revolución Sexual: SIDA, infidelidades, utilización de la mujer como objeto de placer, violaciones, pornografía y más 40 nuevas enfermedades de transmisión sexual. ¿Será esa la verdadera liberación? La liberación sexual de las mujeres es el sueño de muchos varones que quieren mujeres fáciles y sin compromisos ulteriores.
Via: www.vidasiempre
►Es el aborto
Juan Manuel de Prada.
El ser humano tritura a sus propios hijos, como quien parte una nuez con una piedra, o pinta un graffiti en la pared de un vertedero.
Que nuestra época padece una hipertrofia ideológica no creo que sea asunto que requiera mayor explicación. Durante siglos, la esclavitud fue aceptada sin empacho, hasta el extremo de que el funcionamiento mismo de la sociedad era inconcebible sin la existencia de la esclavitud: el orden social y económico, las instituciones jurídicas demandaban hombres esclavizados que garantizasen la prosperidad de los «hombres libres»; sin embargo, aquella sociedad era constitutivamente inhumana. Y para desembarazarse de aquella gangrena que devoraba su humanidad, la sociedad hubo de renunciar a las ventajas de las que disfrutaba, hubo de abolir una serie de instituciones jurídicas que reducían a una porción nada desdeñable de seres humanos a la condición de esclavos.
Desembarazarse de aquella “gangrena” tan beneficiosa no fue una cuestión sencilla: los hombres que habían aceptado que otros hombres fuesen meras máquinas adiestradas para la obtención de un rédito tuvieron que aprender a mirar, tuvieron que volver a descubrir en ellos su dignidad. Fue un proceso que no sobrevino de la noche a la mañana, sino que se alargó durante miles de años. Si finalmente tal proceso se impuso fue porque la sociedad comprendió que su misma supervivencia dependía de eso.
Como ocurrió durante siglos con la esclavitud, ocurre en nuestra época con el aborto. Se ha impuesto un orden injusto, según el cual las generaciones presentes pueden decidir según su interés sobre las generaciones venideras, del mismo modo que antaño los «hombres libres» decidían sobre los esclavos. Todas las razones ideológicas que se invocan a favor del aborto son a la postre sinrazones humanas, manifestaciones ideológicas enloquecidas mediante las cuales anteponemos nuestro provecho propio sobre ese meollo irrenunciable de humanidad que nos constituye. Pero renunciar a lo que es irrenunciable no se consigue impunemente; exige una degradación de lo humano que conduce a su consunción final. Aceptar socialmente el aborto, arbitrar leyes que lo amparen corrompe nuestra humanidad y funda un orden inhumano. No debemos olvidar que, si bien abortos se perpetraron desde que el mundo es mundo (como, por lo demás, se perpetraron asesinatos o latrocinios), porque está en la naturaleza humana sacar provecho de sus crímenes, fueron las sociedades constituvamente inhumanas que florecieron tras la Primera Guerra Mundial las que otorgaron ufanamente al aborto un reconocimiento legal. La propaganda de nuestra época no se cansa de execrar la perversidad de aquellas sociedades inhumanas; pero tales execraciones no son sino aderezos cosméticos: a la postre, en lo que es constitutivamente humano, las democracias actuales no se distinguen del nazismo o el comunismo, puesto que, al igual que ellos, conciben el aborto como un puro acto de disposición.
La cuestión del aborto es el gran caballo de batalla de nuestro tiempo, como antaño lo fue la esclavitud. Llegará el día en que nuestros hijos se avergüencen de llevar en su sangre el legado de generaciones inhumanas. El aborto no puede combatirse desde postulados ideológicos; hace falta apartarse las anteojeras que estrechan nuestro horizonte humano. El político verdadero, esto es, el hombre que ame la supervivencia de la polis, de la organización humana, tiene que rebelarse contra la gangrena que la está devorando. Es una batalla que tal vez dure mil años, pero entretanto se requieren hombres dispuestos a inmolarse en la primera línea de vanguardia.
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