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martes, 6 de abril de 2010

Las consecuencias del aborto

Autor: P. LLucià Pou Sabaté
Las consecuencias del aborto. Jornada mundial en favor de la vida
"Veréis, son las siete menos cuarto de la mañana del 25 de diciembre del 2000, otra noche más en blanco. Hace cuatro días, a pesar de todo, dormía. Ahora el sueño es una utopía. Tengo 31 años y he matado deliberadamente a mi hijo"...

Recientemente, “pro-vida” difundió la carta de una mujer que pedía su publicación, y me parece interesante comentar algunos puntos breves de la misma: "Veréis, son las siete menos cuarto de la mañana del 25 de diciembre del 2000, otra noche más en blanco. Hace cuatro días, a pesar de todo, dormía. Ahora el sueño es una utopía. Tengo 31 años y he matado deliberadamente a mi hijo". Como se decía en la película “una historia verdadera”, también esta chica cuando supo que estaba embarazada decidió no contárselo a nadie, ni siquiera a su novio, con quien estaba pasando un tiempo en Estados Unidos. "Pasé un mes y medio de angustia controlada, fingiendo que todo iba bien, pero estaba embarazada y angustiada. Todas mis preguntas eran: ¿Qué voy a hacer? ¿engordaré? ¿se me notará? ¿que voy a hacer yo con un niño?"



Sumisa en pensamientos negativos sobre su vida, que le parecía “absurda”, seguía diciendo: “volví a España tan pronto como pude, calculando el tiempo que tenía para llevar a cabo mis planes: librarme de aquello que me incordiaba". Es la huida hacia delante, quitar el problema de la manera más rápida, sin saber que muchas veces la recta no es el camino más certero para llegar a los sitios. Fue a abortar acompañada de una amiga, hablando de cosas intrascendentes, como el que va “al dentista”, pero por dentro estaba confusa. Me recuerda el espléndido guión de la película “Solas”, en la que mientras que por un lado no desea el niño, y pasan por su cabeza los intentos de fuga (de la vida, o de la situación de maternidad a través del aborto) por otro lado la ayuda de los que le rodean le hace desear la vida: es la amistad de un “abuelete”, el cariño de la madre que está siempre presente aun cuando no está físicamente con ella porque se fue de casa...


Cuando falta este apoyo, puede pasar de todo, y luego suele venir el remordimiento... “¡Dios santo, que imbécil soy! Ahora, cada minuto pienso en mi niño, pienso que soy egoísta, fría, criminal... no puedo dejar de pensar en ello". Es tremenda la soledad de quien no tiene presente que no hay que actuar en los momentos bajos sino esperar, porque es posible salir adelante "como tantas y tantas mujeres", sigue diciendo la carta, que aunque se hagan tonterías siempre “se puede ir adelante”. Entonces vienen pensamientos negativos: “Y ahora ¿quién me perdonará esto? Mi niño ya no está, yo estoy vacía, completamente vacía".


"Quiero que Dios me perdone, pero creo que lo que he hecho es tan duro, tan cruel, tan bestial, que ni siquiera Dios puede perdonarme. Ni mi niño, que no ha tenido la oportunidad de ver el sol, ni el mar, ni de respirar... de nada". Aunque es comprensible este movimiento interior de amargura, y con la ayuda de una acogida de afecto por parte de quienes pueden ayudarles, ese dolor dará paso así a esperanza... Juan Pablo II, en un precioso texto de la Encíclica sobre la vida apunta que nunca es tarde para transformar el remordimiento en arrepentimiento, y anima a esas madres a que dirijan la energía que sienten por reparar hacia obras de apertura a los demás, y pidan perdón a sus hijos que están en el Señor (hay una comunicación aún con los que ya no están entre nosotros, por la oración).


"He sido su juez y le he condenado a muerte sólo por el hecho de ser, de estar dentro de mí, ¡¡¡pobrecito mío!!!! mi niño, por el que ahora estoy llorando, y del que no tenía conciencia antes", agrega la angustiada misiva. "Ahora le pido perdón, con todo el dolor de mi alma y me sigo sintiendo mal, cada vez peor. No sé por que no salí adelante, con mi tripita, tan contenta".


"Ahora le pongo carita, lo veo en cualquier sitio, el pobre, mi niño, estaba ahí, sin hacer nada, tan solo estando, sin saber nada, sin pedir nada, estaba por que sí, pero estaba, ahora ya no está, no se donde está, no se lo que siente... sólo quiero que este bien, a salvo de mí". Quien piensa estas conmovedoras palabras ya no está dentro de la “cultura de la muerte” sino que se está abriendo a la vida, aunque la herida quede abierta, a modo de hacer así penitencia: "no creo que esté neurótica, sólo pienso que he liquidado textualmente a mi propio hijo y me siento sola, vacía e insensible. Incluso pienso que no sé si alguna vez sabré ser madre. Necesitaré ayuda por muchos años, y creo que no lo olvidaré jamás".


Se hace nuevas preguntas: "¿Por qué no me hice cargo? ¿por qué no le dejé vivir? ¿por qué he sido tan calculadora?... ¿Sólo hay un ‘por qué’ con respuesta: ¿por qué me siento tan mal? Es sencillo, porque lo he matado, sin pensarlo apenas, sin el más mínimo remordimiento inicial, pero ahora me gustaría tenerlo dentro de mí, creciendo, esperando su momento para llegar al mundo, y esperar el momento de tenerlo entre mis brazos, de besar esa piel tan suave que tienen los bebés, de decirle que es mi hijo y que le quiero, que le cuidare ¡ya no puedo! mi niño o mi niña no está, lo maté, y yo sigo caminando, y el mundo se sigue moviendo sin el, sin ella, y yo ya no soy la misma, ahora no me quiero, me desprecio profundamente, ahora cuando ya no tiene solución me arrepiento... ya ves que estúpida, que inútil, ahora lo quiero sentir, como antes".


El final de la carta es de petición de perdón: "Pero ya, no puede ser... espero mi niño, que algún día me puedas perdonar… yo no me lo perdonaré mientras viva". Quizá el perdón más profundo, el que aún no ha conseguido la autora de este relato, sea el perdón de sí mismo. Quizá sea el mal más fuerte del mundo de hoy, el no perdonarse a sí mismo y de ahí viene el resentimiento...

Para las mujeres víctimas del aborto

 
 
La actitud ante la pena y el dolor

Tú, como otras muchas mujeres has descubierto que después de practicarte el aborto has quedado más o menos incapacitada psicológicamente. Sufres y a veces no sabes por qué. Te duele el alma. Te vienen pesadillas, o tu autoestima está por los suelos Te sientes deprimida, o con ira, o intranquila, o temerosa. Tal vez estás preocupada cuando llega el aniversario en que hubiese nacido el bebé; o anhelas tener otro bebé , un bebé de "expiación", y sufres porque ya no puedes. O bien, te dejas llevar por una conducta autodestructiva, abusando de las drogas o del alcohol. Te vienen ideas de suicidio o has perdido el apetito.

Cualquiera que sea el dolor que estés experimentando, no eres la única. Muchos hombres y mujeres están sufriendo como tú; algunos se han abierto paso a través de su dolor. Por ello, queremos ayudarte con nuestra experiencia y darte a conocer un tema sobre el que se ha escrito poco y del que se conoce poco, expecto por nosotras, las víctimas sobrevivientes del aborto.

No permitas que nadie trivialice o menosprecie tu pena

Tu pena es un signo saludable, una señal de que estás haciendo frente a una realidad, en vez de tratar inútilmente de olvidarla, o de intentar sepultarla dentro de ti misma. Las lágrimas purifican. El primer paso para ser curado de las heridas emocionales es admitir su existencia y reconocer su causa.

Tienes el derecho a sentir pena y dolor. Si perdieras un niño muy pequeño por enfermedad o accidente, la sociedad comprendería la razón de tu pena. El aborto espontáneo de un hijo deseado también es una razón legítima para afligirse. Sin embargo, muchas mujeres y hombres se sorprenden de encontrarse apenadas por la pérdida de su(s) hijo(s) porque el aborto era -más o menos- un acto voluntario. La voluntariedad del acto no elimina la pena, sino al contrario. A la pérdida se le añade la responsabilidad -o culpabilidad- de haber desechado el hijo que Dios había puesto en entrañas, lo la cual intensifica la pena.

Puedes ser inducida a creer, apoyada por cualquier persona -profesionales, asesores, otras mujeres, amigas, miembros de la familia, cónyuges o parejas- que tu pena es ilegítima, que no hay razón para tener la conciencia atormentada o para cargar con ese dolor. Esto frecuentemente lleva a las mujeres y a los hombres a sentirse ridículos o culpables por su propia pena, aumenta su confusión y les hace sentir como si estuvieran "perdiendo los estribos".

Tu pena no sólo es justificable, es normal, pues en el mismo momento de iniciar un embarazo comienzan todos los cambios hormonales del organismo, cuyo fin es transformar a la mujer en madre. La maquinaria del cuerpo se prepara para traer al mundo una criatura; y al mismo tiempo que el cuerpo se prepara para la maternidad se prepara también la mente. Cualquier impedimento a este proceso natural como el aborto, destruye la ecología del cuerpo y deja cicatrices en la psíquis de la que iba a ser madre. Por este motivo, después de un aborto, lo que anormal es la ausencia de la sensación de pérdida, de vacío, de pena o de aflicción. Reconoce que estás respondiendo normalmente a una trágica experiencia de la vida. El hecho de que cooperaste en causarte esa tragedia no niega tu pena, sino más bien la intensifica.

No seas demasiado dura contigo misma

Cierto doctor ha dicho que el fenómeno de las dudas que siente la mujer sobre la aceptación o rechazo de tener al hijo al principio del embarazo es tan universal, que en sí constituye un síntoma de embarazo. Se te pidió que tomaras una importante decisión cuando tu estado de ánimo no estaba equilibrado, influenciado en parte por los cambios hormonales que estaban ocurriendo en tu interior al principio del embarazo, cuando tu capacidad para tomar decisiones no estaba en su mejor momento.Por otro lado, es probable que no tomaste sola tu decisión.

Quizás el padre del bebé no quiso o no pudo apayarte para no aceptar la responsabilidad de tener un hijo. Puede que te haya sugerido el aborto -quizás incluso haya usado su influencia emocional y/o económica para persuadirte, presionarte o coaccionarte para que abortaras.

Frecuentemente los padres, en el deseo de evitarte pasar verguenza, dolor, o ver interrumpidos tus planes (de educación, de trabajo, etc.); incitan al aborto como una "solución" del "problema", del embarazo "problemático" o inoportuno.

Si una mujer o un hombre están solteros, pueden sentir que, porque su conducta sexual ha sido bastante irresponsable, han renunciado a su derecho a tomar una decisión de tener al niño, en contra de los deseos expresos de sus padres. Sienten que no tienen derecho a avergonzarlos aún más, ni a "turbar" o aplazar los planes que habían trazado para para su futuro. En un sincero deseo de ahorrarles el dolor, muchas mujeres y hombres consideran equivocadamente el aborto como una manera de resolver una situación que está haciendo sufrir a los que más aman.

Tus familiares, tu mejor amiga, todos ellos pueden haberte sugerido que el aborto es realmente la solución más viable para una situación difícil.

O puede ser que los consejeros del centro de planificación familiar no te dieron toda la información necesaria para ayudarte a tomar una decisión informada y libre. Negaron la humanidad a tu hijo aún no nacido. Le llamaron un "puñado de células", "un pedazo de tejido" o "el producto de la concepción". No te informaron de las secuelas físicas y psicológicas del aborto. Apenas te informaron del tipo de procedimiento "seguro y sencillo" con el que "matarían" al niño. Y no te dijeron nada del dolor que tú y tu hijo sufriríais. Es por ello probable que no tomaste tu decisión basándote en una información adecuada y completa.

Finalmente, quizás equiparaste lo que es legal con lo que es correcto. Después de todo, el Tribunal Supremo de los EE.UU. declaró que el aborto es un "derecho" y ¿van a estar equivocadas el millón y seiscientas mil mujeres que abortan cada año en este país? Normalmente confías en la ley como una pauta para dirigir tu vida. No es tu culpa que no te dieses cuenta de la tragedia que ha supuesto la aplicación errónea de la justicia. Es un fracaso de la sociedad, no sólo tuyo.

Las cuestión puede ser muy clara ahora, de vida o muerte. Eso no quiere decir que fuera tan clara entonces. Fue una decisión trágica, pero no fue totalmente "incomprensible".

Perdona a los personas que colaboraron en tu aborto

Es natural que te sientas enfadada con las personas cercanas a ti, las que debieran haberte apoyado en ese momento difícil de tu vida, pero que te fallaron tan miserablemente. Pero no permitas que la ira y la rabia sigan anidando en tu corazón, pues te destruirán, acabando en amargura y enfermedad.

Tienes que darte cuenta de que a lo mejor el padre de la criatura puede haberse sentido entre la "espada y la pared". Quizás renegó de todos los compromisos verbales o no que te hizo. Si has sido generosa contigo misma, ahora sé generosa con él. El aborto frecuentemente acaba con la relación que produjo el embarazo. Si esto te ha sucedido, que así sea. Pero perdónale. Perdona a tus padres, y amigos. Estaban equivocados, aunque buscaban lo mejor para ti. Sus juicios fueron errados pero solo Dios podrá juzgarlos.

Perdona a los profesionales sanitarios que te atendieron y quizás te mintieron, sin darte la información pertinente que podía haber cambiado tu decisión. Se dejaron llevar de una actitud paternalista, pensando que una decisión no informada es menos dolorosa. Aunque nosotras ahora ya sabemos que lo contrario es lo menos doloroso a la larga.

Busca la curación en Dios

Muchas mujeres y hombres nos han expresado que se sienten indignas del perdón de Dios: que, en efecto, están esperando, o sienten que están bajo el juicio de Dios. Pero lee lo que Dios dice: "Porque Dios amó tanto al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3:16). "El que crea" incluye a cualquiera que haya pecado y Romanos 3:23 dice: "Porque todos han pecado". El aborto no sólo es un acto mal aconsejado, un llevar a cabo una decisión desgraciada, es un pecado. Confiésalo a Dios como pecado y sentirás que "Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y para purificarnos de toda iniquidad"(I Carta de San Juan 1:9). Esto puedes hacerlo, si eres católica, acudiendo al Sacramento de la Confesión o Reconciliación.

No permitas que el enemigo de tu alma te diga que tu pecado fue demasiado grande, o demasiado premeditado, o demasiado egoísta o demasiado destructivo para que Dios te pueda perdonar. ¡No hay ningún pecado demasiado grande, premeditado, egoísta o destructivo que Dios no esté deseoso de perdonar con tal que se lo pidan!

Nota: Tomado del folleto "Surviving abortión" de la organización WEBA (Women Exploited by abortion - Mujeres explotadas por el aborto). Dirección: WEBA; Route 1, Box 821; Venus, Texas 76084. Teléf.:(214) 366-3600

jueves, 19 de noviembre de 2009

Impacto en el hombre de las leyes proabortistas de EE.UU.

Impacto en el hombre de las leyes proabortistas de EE.UU.



El debate sobre el aborto se ha enfocado casi exclusivamente desde la perspectiva de las mujeres, haciendo caso omiso de los hombres. En un momento en que los hombres se comprometen cada vez más en la crianza de sus hijos, la ley en los Estados Unidos les niega sistemáticamente el derecho a estar implicados en decisiones de vida o muerte que afectan a sus hijos aún no nacidos.
Esta impotencia tiene su efecto no sólo en la imagen que el varón tiene de sí mismo, sino que también puede causar conflictos de funciones, culpabilidad, depresión y, con frecuencia, el final de la relación con su cónyuge.
Se ha defendido el aborto como un sencillo procedimiento quirúrgico que produce poco o ningún impacto psicológico tanto en la mujer como en el hombre. En realidad, la mayoría de los hombres, lo mismo que las mujeres, niegan cualquier consecuencia emocional negativa del aborto. Sin embargo, cuando los hombres deciden reconocer sus sentimientos, describen con frecuencia la experiencia del aborto como desconcertante y dolorosa. Un estudio arrojó que tres de cada cuatro varones dijeron que pasaron por un momento difícil con la experiencia del aborto y una minoría relató sueños continuos de día y de noche sobre el niño que nunca nació, así como culpabilidad, remordimiento y tristeza considerables.
Lo mismo para los hombres que para las mujeres, la sensación de vacío puede durar toda una vida, puesto que los padres son padres para siempre, incluso del niño muerto. El problema emocional es casi imposible de resolver porque no es perceptible, sólo se trata de un recuerdo. Como al niño no nacido le fue negada la humanidad, le es negada también una sepultura o una señal.
En la decisión del aborto, con demasiada frecuencia el cometido del varón es marginal y pasivo. Puede que sea pasado por alto por su mujer, ignorado en la clínica abortista y desamparado en el acto y las secuelas del propio aborto. Este conflicto de funciones bien puede ser responsable parcialmente del aumento en la disfunción sexual masculina. La experiencia clínica demuestra que los hombres se vuelven hostiles cuando han sido excluídos de la toma de decisiones y cuando descubren que han sido engañados y manipulados.
Convertirse en padre es, por supuesto, mucho más complejo que el contacto sexual y la concepción. Es un proceso que incluye el desarrollo de ciertas cualidades, objetivos, actitudes, etc. Para los hombres lo mismo que para las mujeres, el aborto detiene bruscamente este proceso y crea un vacío en el que abundan la confusión, la ambivalencia, la culpabilidad y la hostilidad.
En ninguna parte se siente más dolorosamente la experiencia del aborto que en el campo de la expectativa del padre, responsable y protector de sus seres queridos. Los resultados de una encuesta nacional indican que tres de cada cuatro personas que respondieron creen aún que el hombre ideal es aquel que lucha para proteger a su familia. Sin embargo, ¿cómo podrá un hombre proteger a su hijo cuando la ley no le permite involucrarse en una decisión de vida o muerte?
Realmente, con el aborto se ha comprobado la doble escala de valores para los hombres y las mujeres. Mientras está garantizado el (falso) "derecho" a abdicar de la futura maternidad, no lo está el derecho del padre a proteger su futura paternidad. Cuando las mujeres escogen el aborto, aún por encima de los deseos del varón, se habla de la proclamación de los "derechos" de las mujeres, de la libertad, de la opresión masculina, etc. Pero cuando los hombres fomentan el aborto para sus parejas, está tipificado (y con toda razón) como coacción, falta de afecto, insensibilidad y egoísmo.
Por otra parte, el renunciar a la responsabilidad encaja bien en el pensamiento abortista. Para los hombres que no se interesan en las mujeres que dejan embarazadas, el aborto es un elegante sistema de abdicación de su responsabilidad.
Sin embargo, una vez que ha tenido lugar el aborto, los varones pueden requerir tanta ayuda emocional como las mujeres. Para cualquiera de los dos sexos, la pérdida de un hijo no es una pérdida como otra cualquiera. La culpa y la pena pueden ser persistentes, y no pueden quitarse a base de fuerza de voluntad.
Uno de los mejores remedios para disminuir la culpabilidad es la revelación de uno mismo. Hablar de los viejos asuntos inacabados ayuda a disipar la culpabilidad y con ello se consiguen pequeños milagros.
La reconciliación con la muerte del hijo aún no nacido implica finalmente el acto del perdón. El perdón por el aborto cometido surge tras estar dispuesto a reconocer su verdad y a expresarla.
En el problema del aborto, tanto investigadores, como consejeros y mujeres no han caído en la cuenta de las consecuencias trágicas que resultan para los padres. Los hombres también son víctimas del aborto junto con las mujeres y los niños aún no nacidos. Con frecuencia sufren en silencio, desconcertados y frustrados. La solución no vendrá hasta que impere el amor, se garantice una auténtica igualdad de los sexos y se reconozca que el aborto nunca es la solución.

FUENTE: Vincent Rue, Ph.D., Forgotten Fathers (Lewiston, Nueva York/Toronto, Canadá: Life Cycle Books, 1986. (Se han hecho correcciones de estilo.)
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CONSAGRACIÓN DEL MATRIMONIO AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

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"Oh, Corazón Inmaculado de María, refugio seguro de nosotros pecadores y ancla firme de salvación, a Ti queremos hoy consagrar nuestro matrimonio. En estos tiempos de gran batalla espiritual entre los valores familiares auténticos y la mentalidad permisiva del mundo, te pedimos que Tu, Madre y Maestra, nos muestres el camino verdadero del amor, del compromiso, de la fidelidad, del sacrificio y del servicio. Te pedimos que hoy, al consagrarnos a Ti, nos recibas en tu Corazón, nos refugies en tu manto virginal, nos protejas con tus brazos maternales y nos lleves por camino seguro hacia el Corazón de tu Hijo, Jesús. Tu que eres la Madre de Cristo, te pedimos nos formes y moldees, para que ambos seamos imágenes vivientes de Jesús en nuestra familia, en la Iglesia y en el mundo. Tu que eres Virgen y Madre, derrama sobre nosotros el espíritu de pureza de corazón, de mente y de cuerpo. Tu que eres nuestra Madre espiritual, ayúdanos a crecer en la vida de la gracia y de la santidad, y no permitas que caigamos en pecado mortal o que desperdiciemos las gracias ganadas por tu Hijo en la Cruz. Tu que eres Maestra de las almas, enséñanos a ser dóciles como Tu, para acoger con obediencia y agradecimiento toda la Verdad revelada por Cristo en su Palabra y en la Iglesia. Tu que eres Mediadora de las gracias, se el canal seguro por el cual nosotros recibamos las gracias de conversión, de amor, de paz, de comunicación, de unidad y comprensión. Tu que eres Intercesora ante tu Hijo, mantén tu mirada misericordiosa sobre nosotros, y acércate siempre a tu Hijo, implorando como en Caná, por el milagro del vino que nos hace falta. Tu que eres Corredentora, enséñanos a ser fieles, el uno al otro, en los momentos de sufrimiento y de cruz. Que no busquemos cada uno nuestro propio bienestar, sino el bien del otro. Que nos mantengamos fieles al compromiso adquirido ante Dios, y que los sacrificios y luchas sepamos vivirlos en unión a tu Hijo Crucificado. En virtud de la unión del Inmaculado Corazón de María con el Sagrado Corazón de Jesús, pedimos que nuestro matrimonio sea fortalecido en la unidad, en el amor, en la responsabilidad a nuestros deberes, en la entrega generosa del uno al otro y a los hijos que el Señor nos envíe. Que nuestro hogar sea un santuario doméstico donde oremos juntos y nos comuniquemos con alegría y entusiasmo. Que siempre nuestra relación sea, ante todos, un signo visible del amor y la fidelidad. Te pedimos, Oh Madre, que en virtud de esta consagración, nuestro matrimonio sea protegido de todo mal espiritual, físico o material. Que tu Corazón Inmaculado reine en nuestro hogar para que así Jesucristo sea amado y obedecido en nuestra familia. Qué sostenidos por Su amor y Su gracia nos dispongamos a construir, día a día, la civilización del amor: el Reinado de los Dos Corazones. Amén. -Madre Adela Galindo, Fundadora SCTJM

CONSAGRACIÓN DEL MATRIMONIO A LOS DOS CORAZONES EN SU RENOVACIÓN DE VOTOS

CONSAGRACIÓN DEL MATRIMONIO A LOS DOS CORAZONES EN SU RENOVACIÓN DE VOTOS
Oh Corazones de Jesús y María, cuya perfecta unidad y comunión ha sido definida como una alianza, término que es también característico del sacramento del matrimonio, por que conlleva una constante reciprocidad en el amor y en la dedicación total del uno al otro. Es la alianza de Sus Corazones la que nos revela la identidad y misión fundamental del matrimonio y la familia: ser una comunidad de amor y vida. Hoy queremos dar gracias a los Corazones de Jesús y María, ante todo, por que en ellos hemos encontrado la realización plena de nuestra vocación matrimonial y por que dentro de Sus Corazones, hemos aprendido las virtudes de la caridad ardiente, de la fidelidad y permanencia, de la abnegación y búsqueda del bien del otro. También damos gracias por que en los Corazones de Jesús y María hemos encontrado nuestro refugio seguro ante los peligros de estos tiempos en que las dos grandes culturas la del egoísmo y de la muerte, quieren ahogar como fuerte diluvio la vida matrimonial y familiar. Hoy deseamos renovar nuestros votos matrimoniales dentro de los Corazones de Jesús y María, para que dentro de sus Corazones permanezcamos siempre unidos en el amor que es mas fuerte que la muerte y en la fidelidad que es capaz de mantenerse firme en los momentos de prueba. Deseamos consagrar los años pasados, para que el Señor reciba como ofrenda de amor todo lo que en ellos ha sido manifestación de amor, de entrega, servicio y sacrificio incondicional. Queremos también ofrecer reparación por lo que no hayamos vivido como expresión sublime de nuestro sacramento. Consagramos el presente, para que sea una oportunidad de gracia y santificación de nuestras vidas personales, de nuestro matrimonio y de la vida de toda nuestra familia. Que sepamos hoy escuchar los designios de los Corazones de Jesús y María, y respondamos con generosidad y prontitud a todo lo que Ellos nos indiquen y deseen hacer con nosotros. Que hoy nos dispongamos, por el fruto de esta consagración a construir la civilización del amor y la vida. Consagramos los años venideros, para que atentos a Sus designios de amor y misericordia, nos dispongamos a vivir cada momento dentro de los Corazones de Jesús y María, manifestando entre nosotros y a los demás, sus virtudes, disposiciones internas y externas. Consagramos todas las alegrías y las tristezas, las pruebas y los gozos, todo ofrecido en reparación y consolación a Sus Corazones. Consagramos toda nuestra familia para que sea un santuario doméstico de los Dos Corazones, en donde se viva en oración, comunión, comunicación, generosidad y fidelidad en el sufrimiento. Que los Corazones de Jesús y María nos protejan de todo mal espiritual, físico o material. Que los Dos Corazones reinen en nuestro matrimonio y en nuestra familia, para que Ellos sean los que dirijan nuestros corazones y vivamos así, cada día, construyendo el reinado de sus Corazones: la civilización del amor y la vida. Amén! Nombre de esposos______________________________ Fecha________________________ -Madre Adela Galindo, Fundadora SCTJM

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