Aún cuando nos creemos con derecho a castigar a los niños, no debemos olvidar que nuestra primer responsabilidad es educar. No somos sus dueños, sino los encargados de saber guiar y encaminar a unas personitas en desarrollo, para la vida adulta. Con golpes demostramos que fracasamos como educadores, manifestamos nuestro egoísmo e inseguridad como papás. Un niño permanentemente castigado es muy probable que luego sea un adulto frustrado. Debemos ayudarles a crear su autoestima, a ser alegres y seguros de si mismos. El niño que recibe golpes pierde respeto por su golpeador. Por el momento es silenciado por el miedo, pero el día de mañana, no podrá exigir como padre que le cuide o le atienda como favor a la educación que le ha brindado, en cambio lo único que ha generado es desánimo, abatimiento, tristezas, cansancio y alejamiento.
No olvidamos los golpes, las marcas quedan gravadas a fuerza de fuego en el alma. Los golpes mas fuertes salen de la boca y solo cristianamente, aprendemos a perdonar y con mucha voluntad a olvidar... Los golpes nos formaron, y al igual que todo ser humano, necesitamos sabernos útiles y aceptados para insertarnos en la sociedad. Debemos fomentar la capacidad de tomar decisiones y responsabilidades poco a poco, que solo pueden lograrse en un ambiente sano, equilibrado y estimulador.
El trabajo de levantarse sobre toda la miseria que crecimos es permanente, requiere mucho esfuerzo, voluntad y la ayuda de Dios.
Los invito a rezar por cada niñito que sufre malos tratos en este mundo, para que siempre haya algún alma cerca que sea capáz de mostrarle otro rumbo que le aparte del odio y la amargura.
Dios los bendiga
Laura -estrellita-