"Yo sobreviví a un aborto"
Los esposos Frank y Ana Kucharski, descendientes de inmigrantes polacos, vivían en Trenton, en el estado de Nueva Jersey -muy cerca de la costa Atlántica- en el marco de ese bienestar mesocrático -el "sueño americano"- que les permitía trabajar duro y vivir con las relativas comodidades que se puede permitir un padre "blue collar" -El término "cuello azul" que se utiliza para describir a los trabajadores manuales- que saca adelante una familia numerosa sin que la esposa tenga que dejar el hogar y los hijos.
Ana, a los 39 años, se consideraba una mujer realizada en su vida familiar: sus cinco hijos habían salido todos de la "edad difícil" y llevaban vidas bien encaminadas. Dora, la mayor, y Elliott, tenían 22 y 21 años respectivamente, y ya estaban trabajando o en el College siguiendo estudios superiores; mientras que Eugene, Lean y "Fred" -Alfred, el menor de todos- de 20, 19 y 18 años estaban ya encaminados respecto de sus intereses y se preparaban para salir de la escuela.
Ana consideraba que estaba cerca de concluir su ciclo de "madre", y que pronto podría dedicarse a disfrutar de aquellos años "en blanco" que transcurren entre el ser madre y ser abuela.
De pronto, sus planes se vieron interferidos por un suceso que Ana jamás hubiera esperado: estaba embarazada. ¡A punto de cumplir 40!
Tras los primeros momentos de desconcierto, siguieron el temor y la duda… y para resolverlos, decidió buscar a sus amigas más cercanas para decidir qué hacer.
Una de ellas la más influyente sobre su ánimo y ciertamente la más decidida, no se anduvo con rodeos: "Ana tienes que olvidarte de esto", le dijo, y le propuso enfáticamente, insistentemente, que debía procurarse un aborto -entonces ilegal en Estados Unidos- porque con cinco hijos ya mayores y a su edad, simplemente se vería "ridícula" con un nuevo bebé.
Era 1952, 22 años antes que la Corte Suprema norteamericana convirtiera el aborto en un derecho constitucional. Por eso, para evitarse los riesgos legales de exponerse a buscar un médico dispuesto a practicar abortos "por lo bajo" -de los que no faltaban-, la "amiga" le enseñó a Ana un método casero para que pudiera hacerlo en casa.
Ana estaba temerosa e insegura. Por un lado, sus convicciones le decían que abortar estaba mal. Además, como madre de cinco hijos, no se imaginaba a sí misma como una de "esas" que abortan. Sin embargo, por otro lado, un bebé no estaba para nada en sus planes, y psicológicamente consideraba que ya había concluido con la exigente etapa de acompañar el crecimiento de una criatura. El argumento del "ridículo" de una mujer mayor con un bebé no pesaba tanto, pero ciertamente se sumaba en la lista de argumentos a favor del aborto.
Por la inseguridad y la duda, Ana pospuso la decisión hasta que ya tenía tres meses de embarazo. Entonces, la balanza en su mente -presionada por las insistencias de su "amiga"- se inclinó contra la vida y a favor de la idea del aborto.
Así, un día de junio, Ana se encerró, con la parafernalia recetada por la amiga para acabar con su embarazo, en un baño de la casa que de pronto se le hizo enorme y frío. Paradójicamente, aquel día escogido por Ana para abortar, era el cumpleaños de su hijo Elliott. En el día en que celebraba un año más de vida de uno de sus hijos, Ana decidía acabar con otro.
Conociendo la verdad
A los 8 años, Audrey era una niña tranquila y relativamente normal, aunque con algunos miedos secretos. Poco después de cumplir tres años, en 1955, su hermano Elliott, entonces de 27 años, murió trágicamente. Pese al evidente dolor, la desaparición del querido hermano mayor no parecía haber dejado una secuela grave en la niña. Por el contrario, a esa edad, Audrey se mostraba contenta con su cambio de una escuela pública a una privada, donde había conocido a nuevos amigos, y donde el ambiente hacía todo más llevadero y gentil.
Sin embargo, pese al transcurso normal de su vida en la mayoría de aspectos, una sombra alteraba su vida infantil: la pesadilla recurrente de estar huyendo y no encontrar salida, excepto una, a través de una ventana. Pero en esa ventana había un enorme cuchillo esperándola y pese a que su madre estaba cerca, no hacía nada al respecto.
Además de la pesadilla, Ana había notado que Audrey se resistía a dormir de otra forma que no fuera en posición fetal, acurrucada hasta la tensión, y siempre en el extremo inferior de la cama, como si el lecho fuera un lugar peligroso, o aguardara un peligro inminente. No importaba cómo la acostaran ni cómo la dejaran durmiendo después de contarle los cuentos de noche, la pequeña Audrey siempre aparecía en la misma, tensa posición protectiva que tanto inquietaba a sus padres.
"Nací prematuramente, un 21 de diciembre, cuando estaba previsto que naciera un 21 de enero; pero vine al mundo sin ningún problema médico, físicamente fui siempre una persona sana y lo sigo siendo ahora", cuenta Audrey. "Creo que el daño fue más bien emocional, al ver a mi madre sufrir tanto desde pequeña".
En efecto, Audrey no había conocido a la mujer jovial y enérgica de la que hablaban sus hermanos mayores. Para ella, su madre era una mujer triste, que lloraba con frecuencia, sin ella saber por qué.
Y fue justamente a los ocho años cuando Audrey, regresando un día de la escuela -estaba en tercer grado- encontró en casa un clima serio, casi solemne. Papá y mamá estaban en la sala y le dijeron que tenían algo que contarle.
Así recuerda Audrey ese duro y revelador momento.
"Mis padres estaban allí sentados, me dijeron que tenían algo que contarme y que me explicarían la razón de mis pesadillas y mi forma de dormir. Todos los días, cuando mi madre iba a verme dormir, no importaba cuánto ella tratara de que me enderezara o me pusiera al centro de la cama, siempre me encontraba de esa manera en la mañana. Decidió entonces decirme lo que a ella le torturaba cada día, y especialmente cada vez que me veía en esa posición: que ella había intentado abortarme".
La niña apenas entendía lo que eso significaba. Comprendía claro, que el aborto era matar a alguien pequeñito; pero matar no era una idea asociada con lo que hace una mamá, y menos con sus hijos. Sin embargo, a pesar del desconcierto, la pequeña Audrey decidió seguir escuchando, sobre todo porque entendía que lo que le estaban tratando de comunicar era más importante para su madre que para ella misma.
"Luego, -sigue Audrey- mi madre comenzó a contarme la historia de su embarazo a los 40 años y lo que le dijo su amiga, luego que ella confesara su horror frente a la idea de no poder 'vivir la vida', hacer viajes, tener un coche...y todas esas cosas. Me contó luego que le habían enseñado una técnica 'vieja y segura' y que el día 24 de junio, en el día del cumpleaños de mi hermano mayor, ella abortó en un baño de la casa."
Hasta allí, Audrey difícilmente podía comprender qué tenía que ver ella con la historia y qué relación tenía todo esto con su curiosa forma de dormir y con las terribles pesadillas que la desvelaban con frecuencia. Pero decidió seguir escuchando el tenso relato que su madre describía ante su padre silencioso.
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