Ser profesor católico de medicina es enseñar al médico a ser la caricia amorosa de Dios que cuida de sus hijos en la enfermedad y en la muerte
Al médico católico, su profesión le exige ser custodio y servidor de la vida humana. Debe hacerlo mediante una presencia vigilante y solícita al lado de los enfermos. La actividad médico-sanitaria se funda sobre una relación interpersonal, es un encuentro entre una confianza y una conciencia. La confianza de un hombre marcado por el sufrimiento y la enfermedad que se confía a otro hombre que puede hacerse cargo de su necesidad y que lo va a encontrar para asistirlo, cuidarlo y sanarlo.
El paciente no es sólo un caso clínico sino un hombre enfermo hacia el cual el médico deberá adoptar una actitud de sincera simpatía, padeciendo junto con él, mediante una participación personal en las situaciones concretas del paciente individual. Enfermedad y sufrimiento son fenómenos que tocados a fondo van más allá de la medicina y tocan la esencia de la condición humana en este mundo.
El médico que se ocupa de ellos deberá se consciente de que allí esta implicada toda la humanidad y le es requerida una entrega total. Esta es la misión que lo constituye, y es el fruto de una llamada o vocación que el médico escucha, personificada en el rostro sufriente e invocante del paciente confiado a sus cuidados. Aquí se enlaza la misión del médico de dar la vida, con la del mismo Cristo que vino a dar la vida y darla en abundancia (Jn 10,10). Esta vida trasciende la vida física hasta llegar a la altura de la Santísima Trinidad, es la vida nueva y eterna que consiste en la comunión con el Padre a la que todo hom-bre está llamado gratuitamente en el Hijo, por obra del Espíritu Santo.
El médico es como el buen samaritano que se detiene al lado del enfermo haciéndose su próximo (prójimo) por su comprensión y simpatía, en una palabra, por su caridad. Así el médico participa del amor de Dios como su instrumento difusivo y a la vez se contagia del amor de Dios hacia el hombre.
Esta es la caridad terapéutica de Cristo que pasó haciendo el bien y sanando a todos (Hch 10,38). Y al mismo tiempo, la caridad hacia Cristo representado en cada paciente. El es el que es curado en cada hombre o mujer, "cuando estaba enfermo, me fuiste a ver", como dirá el Señor en el Juicio final (Mt 25,31-40).
De aquí resulta que la identidad del médico es la identidad recibida por su ministerio terapéutico, su ministerio de la vida. Es un colaborador de Dios en la recuperación de la salud en el cuerpo del enfermo. La Iglesia asume el trabajo del médico como un momento de su ministerio, pues considera el servicio a los enfermos, parte integrante de su misión; sabe bien que el mal físico aprisiona al espíritu, así como el mal del espíritu somete al cuerpo. De esta manera, el médico con su ministerio terapéutico participa de la acción pastoral y evangelizadora de la Iglesia. Los caminos por los que debe caminar son los marcados por la dignidad de la persona humana y por tanto de la ley Moral. En especial cuando trata de ejercer su actividad en el campo de la Biogenética y la Biotecnología. La Bioética le dará sus cauces delineándole sus principios de acción .
La identidad del médico
En esta posición del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud se encuentra una síntesis apretada de la identidad cristiana del médico; como lo había ya mencionado, me esforzaré por reflexionar sobre dicha identidad fijándome en especial en que se trata de una identidad recibida por una vocación y una misión que funda un ministerio del to-do especial, el ministerio terapéutico, el ministerio de la vida, el minis-terio de la salud.
La Vocación y la Iglesia
Empezamos refiriéndonos a la significación de la vocación en la Iglesia. Muchas veces las etimologías ayudan a remontarnos al sentido original de palabras que usamos con frecuencia y que parecen desgastadas por el uso. Una de ellas es la palabra Iglesia. Nos situamos en dos etimologías, la griega y la latina. Su etimología griega nos lleva al verbo ´EKKALEIN, llamar. La Iglesia, "EKKLESIA", sería el participio plural del verbo ´ekkalein, y significaría los llamados.
Ahora, situándonos en la perspectiva etimológica latina, La Iglesia es el efecto de la "Vocación"; La "Vocación", etimológicamente hablando, es la acepción latina sustantivada del verbo latino VOCARE, llamar, (lo mismo que "ekkalein") significaría así la misma llamada que congrega a los llamados, esto es, que congrega a la Iglesia. La vocación pues hace la Iglesia.
La única "Vocación" o llamada fundamental es la que hace Dios con la Palabra con la que llama a la existencia a todo lo que existe, y esta llamada, esta "vocación" primigenia, es Cristo; que es la Palabra de Dios por la que todo lo que existe y cada uno de nosotros, se llama a la existencia (Cf Ef 1,3-10; Col 1,15-20). Es en particular interesante constatar que la forma máxima de llamar hoy de parte de Dios a todo lo que existe, la máxima presencia de Cristo en el mundo, tenga su realización en la Eucaristía, pues es el memorial, la presencialización de Cristo en el hoy de la historia (Cf Lc 22,19).
En esta llamada de Dios, descubrimos tres momentos esenciales de la misma que la constituyen y que podemos sintetizar con tres palabras: "SER", "CON", "PARA". Esto es, somos llamados para ser (existir), con Dios, para los demás.
Así por ejemplo lo podemos comprobar en la llamada que Cristo hace a sus apóstoles (Mc 3,14-15), y muy en especial en la llamada que hace a la Virgen María para que sea la Madre de Dios, el Mesías (Lc 1,26-38). Pero se trata de un paradigma que se extiende por toda la historia de la Salvación.
Estas tres palabras de la Vocación nos van a servir como pauta para reflexionar sobre la doctrina pontificia acerca de la identidad del médico católico que expusimos en la Carta del Pontificio Consejo.
1. "SER"
Cuando hablamos del "Ser" en la vocación, hablamos de la existencia total. Dios habla y todo empieza a existir. Dice el Génesis: "Entonces dijo Dios: que haya luz. Y hubo luz...(1,3). Cuando Dios pronuncia su Palabra, ésta es práctica: hace lo que dice, y todo tiene en ella su consistencia, su inicio y su fin, su totalidad.
Cuando hablamos del auténtico médico católico, éste es tal por una verdadera vocación recibida de Dios mismo del cual recibe toda su existencia, por supuesto que sin excluir la colaboración al llamado de parte del mismo médico. ¿Cómo y en qué consiste la vocación médi-ca, a qué llama Dios al médico?: diseñamos a continuación algunos rasgos del "ser" de esta llamada.
1.1. La profesión
En primer lugar diremos que Dios llama al médico para una profesión, que no es lo mismo que para un oficio. Profesiones propiamente se reconocen en la historia tres, la del sacerdote, la del médico y la del gobernante o del juez. Hay que notar que como decíamos anteriormente la profesión es algo ligado con la profesión de la fe, es algo re-igioso. La profesión no es algo propiamente jurídico, pues lo jurídico en sentido positivo puede llevarse a cabo o no, o cambiarse según la voluntad de los que contraen una obligación, en cambio, la profesión es una obligación y una responsabilidad que se contrae con Dios mismo. Es una responsabilidad, y una responsabilidad significa origi-nariamente la capacidad de responder, responder viene del griego "Spenden" que originariamente significa ofrecer un sacrificio de liba-ción a Dios. La responsabilidad profesional médica significa un com-promiso (Compromiso es syngrafein en griego, significa escribir jun-tos) que se escribe a partida doble entre el hombre y Dios.
De esta sacralidad de la profesión médica se origina el juramento de Hipócrates, es el juramento de no hacer el mal al paciente, hacerle siempre el bien y estar totalmente por la vida en todas sus etapas, juramento que no es una promesa que se hace al paciente, sino que se hace directamente a Dios. La vocación del médico en este contexto es una vocación que nace del amor de Dios, es a Dios a quien el médico sigue en esta profesión, como el Bien sumamente amable .
1.2. El amor de Dios en el médico
Sin embargo, a pesar de lo sublime de esta posición hipocrática, ésta es limitada y defectuosa. Hablábamos del amor de Dios, pero este amor, de acuerdo con la mentalidad griega clásica, la mentalidad de Sócrates y Platón, de la cual participaba Hipócrates, es algo defectuoso pues presupone necesidad y nunca es plenitud. De hecho, para la Filosofía clásica griega, Dios no ama. Es sumamente amable, pero no ama, pues amar significaría carencia y Dios no puede carecer de nada. El amor es propio sólo del hombre necesitado e interesado en sa-ciarse, no de Dios el Omniperfecto. En la Mitología griega, el amor na-ce de Poros y Penia en las bodas de Afrodita. Poros representa el expediente, la necesidad, y Penia, la pobreza; juntando necesidad con pobreza, nace el amor como deseo interesado.
Esta mentalidad es totalmente corregida por la Revelación divina: Dios mismo es Amor. Es esta la definición más profunda de Dios. Su amor no consiste en que carezca de algo, sino en la máxima difusión de su propia bondad, que en tal forma se presenta que Dios Padre llega a amar tanto al mundo al que ha creado por amor difusivo de sí, que le entrega hasta la muerte a su Hijo Unigénito (Jn 3,16).
Por eso la profesión cristiana médica se centra en el amor, pero no en el amor interesado y pobre, hipocrático, sino que imita al amor perfecto de Dios y tiene su paradigma en el Buen Samaritano que en tal manera padece juntamente con el enfermo, en tal forma lo compadece, que provee a todo lo que éste necesita para su curación. En esta forma el Buen samaritano viene a ser el ejemplo a imitar por el médi-co cristiano. El Buen samaritano es la figura de Cristo que se ha com-padecido de toda la humanidad enferma y caída, y la ha levantado hasta su deificación; es el amor infinito y está tanto en el que ama como en el que es amado, está en ambos como plenitud. Y así el Buen Samaritano es la figura que identifica al médico que se compa-dece en hasta tal punto del paciente que hace todo lo que está de su parte para devolverle la salud, por amor de plenitud .
Hablando del amor que el médico debe tener a Dios y así a sus pacientes, el Papa Pío XII nos habla de los mandamientos de la ley de Dios en el ámbito de la medicina. Nos habla del primer mandamiento que es amar a Dios sobre todas las cosas y del segundo que es amar al prójimo como a uno mismo y en este amor hace consistir la identidad del médico cuando sus relaciones con el paciente están rodeadas de humanidad y comprensión, de delicadeza y solicitud.
El mismo Papa Pío XII complementa los rasgos del ser del médico aludiendo a otros dos mandamientos en especial, al quinto, "no matarás" y al octavo, "no mentirás" .
1.3. Respeto y Defensa de la Vida
En cuanto al quinto mandamiento nos recuerda cómo la identidad del médico cristiano consiste en que por el amor que está obligado a tener a Dios y a su paciente, está totalmente obligado a defender la vida en cualquier etapa en la que ésta se encuentre, pero en especial en las etapas en las que más débil se sienta, como son las iniciales y terminales. Su personalidad se diseña desde un claro y absoluto no al aborto y no a la eutanasia. En el quinto mandamiento se comprende toda la significación de la vida humana, como un don dado por Dios en mera administración al hombre y a la mujer, y que sólo deberá tener su origen dentro del matrimonio.
1.4. La formación médica
En el octavo mandamiento, "no mentirás", nos habla del compromiso claro del médico hacia la verdad, tanto a la verdad de la enfermedad y de la salud, como a la verdad de la ciencia médica .
La identidad del médico viene desde la formación que recibe, ahora bien, si atendemos a la que viene dándose en muchas Facultades de medicina podemos constatar que ésta tiene muchas deficiencias, en efecto, el curriculum escolástico de la carrera médica tiene dos partes esenciales, la primera es de los conocimientos básicos y la segunda de los conocimientos que se obtienen por las ciencias clínicas dividi-das por disciplinas o bien por su consideración de los diversos órga-nos del cuerpo humano. Es obvio que estas asignaturas deban impar-tirse, pero lo que a la vez se constata es que hay un reduccionismo bio-técnico; en la exposición de las materias se ha perdido su valor antropocéntrico y los valores éticos, afectivos y existenciales. El médico se entiende desde los requerimientos del paciente y las exigencias de un sistema economicista sanitario con plena indiferencia por las violaciones de los derechos del hombre, en especial de la vida humana.
Muchas veces encontramos como paradigma de las aplicaciones clínicas actuales una fragmentación y reducción del paciente a órganos y funciones biológicas o tecnológicas y a medicamentos; se pretende llegar a un dominio de conocimientos especializados fragmentados sin la perspectiva de totalidad mediante conocimientos y competencias relacionales con otros campos humanos fuera de la medicina; la idea de salud se propone como adaptación pasiva a estímulos patógenos y de naturaleza biofísica; la adaptación de la clínica se hace con referencia tantas veces exclusiva a los requerimientos, incluso económicos, del sistema sanitario nacional; se constata la pérdida de los valo-res éticos en la medicina y el anonimato de los pacientes; incluso se ve que se da poco valor a los aspectos existenciales de la profesión médica, a la persona del paciente, del médico y de la enfermera.
Frente a esta problemática del "ser" médico desde sus inicios en la formación que se recibe, se han formulado una serie de métodos que han sido concebidos para hacer activa la enseñanza, especialmente desde el llamado PBL (Problem Based Learning) y el método de enseñanza orientado hacia la comunidad que entiende al médico como una persona necesariamente competente a nivel relacional y científico, inserto en una realidad comunitaria, capaz de colaborar con otras figuras sanitarias y administrar los recursos a disposición en un continuo aprendizaje, como abogado siempre de la salud del paciente, capaz de conjuntar los conocimientos con la práctica médica, y por ello, en formación continua.
Esta clase de formación médica daría una nueva comprensión de la salud y de la enfermedad, atendería a la prevención y manejo de la enfermedad en el contexto de la individualidad del paciente que se complementa por su propia familia y la sociedad entera; desarrollaría así un aprendizaje basado más en la curiosidad e investigación continua que en adquisiciones pasivas; reduciría la carga de la información; propiciaría el contacto directo con los pacientes mediante el análisis personalizado de sus problemas y de todo su curriculum.
Se debería pues elaborar un programa que se basara en los siguientes principios:
1. Existencia de un significado comprensivo y último del saber médico.
2. Definición de su orientación epistemológica.
3. Definición de los valores, de las motivaciones, de la madurez psicológica, de la calidad de los conocimientos objetivos y de las capacidades metodológicas, relacionales, técnicas, aplicadas al ejercicio de la profesión.
4. Definición de los valores, de las motivaciones y de las capacidades y de la calidad de la formación de los docentes.
5. Definición de los objetivos generales y parciales de la formación.
6. Definición de los métodos didácticos. Estos principios acogen los conocimientos epistemológicos de la medicina actual que consideran la salud como una construcción psico-biológica determinada por la posibilidad y la calidad de los recursos de la persona y finalizada en dar una respuesta unitaria a las preguntas fundamentales de la existencia humana .
1.5. La formación permanente
La identidad del médico no se forja una vez por todas en su formación inicial, sino que debe prolongarse en su formación permanente. Exige la preparación muy cuidadosa de los estudiantes de medicina, pero a la vez requiere la preparación continua y progresiva de los profesores que imparten cualquier asignatura médica, preparación que nunca de-be de faltar. Los profesores en especial tienen la responsabilidad de la promoción de los nuevos médicos, la que nunca facilitarán si no les consta en conciencia de la capacidad de cada alumno para llevar a cabo tan delicada misión.
En virtud del mismo octavo mandamiento les obliga a todos los médicos el secreto profesional, y como lo hemos ya repetido, poseer una sólida cultura médica que debe constantemente perfeccionarse mediante la formación permanente.
2. "CON"
Decíamos que el segundo rasgo de la vocación cristiana se expresa por la preposición "con", con Dios. Esto es, toda vocación es para estar con Dios nuestro Señor, que es Quien capacita al hombre para llevar a cabo una misión que sin su fuerza sería inútil emprenderla. Leemos en el libro del Exodo que dice Moisés a Dios en el monte Horeb: "Y quien soy yo para presentarme ante el Faraón y sacar de Egipto a los israelitas, y Dios le contestó: Yo estaré contigo..." (Ex 3,12).
2.1. Transparencia de Cristo médico
En este apartado esbozamos los más profundos valores que deben configurar la identidad del médico católico. La personalidad del médico cristiano se identifica así como transparencia de Cristo médico. Cristo envió a sus apóstoles a curar toda dolencia y enfermedad y les dijo, Yo estaré con Ustedes hasta que se acabe el mundo (Mc 16,17; Mt 28,20), el ministerio terapéutico lo ejerce así el médico, al lado de los apóstoles, como una continuación de la misión de Cristo y como su propia transparencia.
Hay que entender esta transparencia en toda su amplitud, el médico debe transparentar toda la vida de Cristo, ésta es la presencia de Cristo en el médico. Pues Cristo cura toda dolencia y enfermedad con toda su actuación tomada integralmente. Los milagros de curaciones que efectuó, incluso la resurrección de los muertos, no eran algo definitivo en su lucha contra el mal que existe en la humanidad, contra su dolencia y muerte, sino sólo un signo de la realidad profunda que entraña su propia muerte y resurrección.
2.2. El Dolor
El tomó todos los sufrimientos, todas las dolencias, todas las enfermedades, sin excepción y las resumió en su propia muerte como la muerte del Dios hecho hombre, de manera que nada de dolor quedase fuera; y desde su muerte hizo explotar a la misma muerte, la venció en la plenitud de su resurrección. Uno de los grandes interrogativos del médico es siempre el problema del dolor, esta interrogación tiene sólo aquí su respuesta, cuando el dolor no aparece como algo negativo, sino como una positividad que culmina es verdad en la muerte, pero en una muerte fecunda de resurrección.
Así el médico debe de curar, transparentando la muerte y la resurrección de Cristo. Para esta transparencia es necesaria una identificación del médico como tal, como sanador, con Cristo sanante. Esta identificación hoy se lleva a cabo en especial en la Eucaristía y en los demás sacramentos. Los sacramentos son la presencia histórica de Cristo en el hoy, en el momento concreto que atravesamos en la vida.
2.3. La Salud
Consecuentemente el médico deberá darse cuenta que la salud es complexiva y no se debe hablar de la salud corporal como algo radicalmente distinto de la salud completa que llamamos salud eterna o bien salvación. Por eso el ministerio del médico es un ministerio ecle-sial que se dirige a la salvación misma del hombre desde su cuerpo, pero que entraña sus demás aspectos.
Así describimos la salud como una tensión dinámica hacia la armonía física, psíquica, social y espiritual y no sólo la ausencia de enfermedad, que capacita al hombre para llevar a cabo la misión que Dios le ha encomendado, según la etapa de la vida en la que se encuentre.
La misión del médico es por tanto ocuparse de que se tenga esta tensión dinámica hacia la armonía integral, tal como se requiere en cada etapa de la vida de este hombre concreto que es su paciente, de ma-nera que pueda llevar a cabo la misión que Dios le ha encomendado. De aquí la incongruencia de reducir la función médica al sólo aspecto físico-químico de la enfermedad, su función es integral y además no puede ser estática, sino que debe de insertarse dentro del dinamismo del paciente que tiende hacia su propia armonía.
En este contexto, la muerte no aparece como la frustración del médico, sino como su triunfo, ya que ha acompañado a su paciente de manera que éste haya podido hacer rendir sus talentos al máximo en cada etapa de la vida y cuando ésta llega a su final, cesa la función médica, no en un grito de impotencia, sino en la satisfacción de la mi-sión cumplida, tanto de parte del paciente, como de parte del mismo médico.
Así el médico verdaderamente está con Cristo y se identifica su profesión en esta comunión con Cristo mismo y entonces el médico se une con nuestro Padre Dios como un hijo con su Padre, y su amor profesional se vuelve la acción del Amor de Dios en sí mismo, que es el Espíritu Santo. Por eso el médico cristiano es aquel que es guiado siempre por el Espíritu Santo. Desde el Espíritu Santo y con el Espíritu Santo se entiende toda la simpatía que deba existir entre el médico y el paciente, toda la debida humanización de la medicina y toda la exi-gencia hacia la actualización y formación permanente, pues el Amor del Espíritu Santo hace al médico una persona esencialmente abierta para los demás, es a lo que se ha obligado ante Dios por su profesión de Fe que significa su profesión médica. Así llegamos a delinear aho-ra el tercer rasgo de la identidad médica, ser para los demás, es el "PARA" de su vocación y de su identidad profesional.
3. "PARA"
Cuando Dios ha elegido a Moisés, es muy claro que lo ha hecho para que saque a su pueblo del poder de los egipcios, dice Dios, "He baja-do para salvarlos del poder de los egipcios" ( Ex 3,8).
El médico no puede encerrarse en sí mismo. No puede simplemente pensar que ya tiene suficiente dinero, que ya no necesita trabajar, y que por tanto ahora se retira de su profesión, un verdadero médico es médico para toda la vida, si verdaderamente ha recibido esta vocación, la tendrá para siempre y la deberá ejercer para la humanidad como una misión precisamente recibida para bien de todos, y de la cual deberá dar cuenta a Dios cuando El le diga "estuve enfermo y me fuiste a ver" (Mt 25, 36.43).
3.1. Apertura al paciente
Decíamos que el amor de la profesión médica se calca en el amor de Dios que es difusivo de sí. No puede encerrar su conocimientos en puras teorías y laboratorios, sino que debe de expanderlos en favor de la comunidad. Ha recibido el don de vigilar y hacer crecer la vida. Su vocación es para la vida, nunca para la muerte, sería cegar la misión que Dios le ha encomendado a cada persona humana. Al ministerio religioso se acopla hoy, dice el Papa Juan Pablo II, el ministerio tera-péutico de los médicos en la afirmación de la vida humana y de todas aquellas singulares contingencias en las cuales la misma vida puede estar comprometida por un propósito de la voluntad humana. En su más profunda identidad llevan consigo el ser ministros de la vida y nunca instrumentos de muerte. Esta es la naturaleza más íntima de su noble profesión. Están llamados a humanizar la medicina y los lugares en los que se ejerce, y a hacer que las tecnologías más avanzadas se usen para la vida y no para la muerte; teniendo siempre como supre-mo modelo a Cristo, médico de los cuerpos y de las almas .
El médico católico, dice el Papa Pío XII, debe poner a disposición de los enfermos su saber, sus fuerzas, su corazón y su devoción. Debe comprender que él y sus pacientes se encuentran sujetos a la voluntad de Dios. La medicina es un reflejo de la bondad de Dios. Debe ayudar a que el enfermo acepte su enfermedad, y él mismo debe cuidarse del encandilamiento de la técnica y hacer fructificar los dones que Dios le ha dado y no ceder a las presiones para realizar atentados contra la vida. Debe permanecer fuerte frente a las tentaciones del materialismo .
El buen médico debe tener así las virtudes dianoéticas y las políticas y hacer de ellas una virtuosidad, esto es, un hábito, de manera que tanto las virtudes que ven a las ciencias teóricas como aquellas que ven a las prácticas, se encuentren en él como si fueran su segunda naturaleza .
3.2. Cualidades fundamentales del médico
Así se han llegado a tipificar las cualidades fundamentales del médico en 5 renglones: Conciencia de responsabilidad, humildad, respeto, amor y veracidad. La conciencia de responsabilidad lo lleva a trabajar con el enfermo y ser consciente de que el médico es el que da la di-rección; la humildad le dice que el médico vale por sus enfermos y no al revés, la humildad lo hace reconocerse como deudor del enfermo; el médico no puede hablar de "sus" pacientes, sino más bien los en-fermos hablarán de "su" médico. El médico debe recibir a sus enfer-mos como está escrito en el dintel de un viejo hospital alemán: "recipere quasi Christum", debe recibir a sus enfermos como si fueran el mismo Cristo. El respeto y el amor al enfermo, del que hemos ya hablado, fundamentan su humildad, se sabe depositario de una misión para la cual no tiene las fuerzas necesarias, sino que las recibe de quien lo envía para la misma. La veracidad entraña ser consciente de la gran confianza que le tiene el enfermo al revelarle sus intimidades; se exige veracidad en el diagnóstico y en la terapia, no sólo en el plano corporal sino integral, mental, social, psíquico, espiritual; nunca debe de experimentar en el enfermo si en ello se encuentra un peligro desproporcionado al bien que se pretende alcanzar, que esto sea ab-solutamente necesario y que el enfermo esté de acuerdo; debe comu-nicar al enfermo el desarrollo de su enfermedad, decirle la verdad de su estado cuándo y cómo sea más oportuno. Debe complementar su acción con la acción del sacerdote pues ambas misiones, la del sacerdote y la del médico, se encuentran estrechamente enlazadas .
3.3. Retrato del Médico
No deja de tener actualidad el "Retrato del perfecto médico" que en la España del siglo XVI, con el lenguaje florido de aquella época describió Enrique Jorge Enriquez y que dice así: "El médico ha de ser temiente del Señor y muy humilde, y no soberbio y vanaglorioso, y que sea caritativo con los pobres, manso, benigno, afable y no vengativo. Que guarde el secreto, que no sea lenguaraz ni murmurador, ni lisonjero ni envidioso. Que sea prudente, templado, que no sea demasiado osado..., que sea continente y dado a la honestidad y recogido; que trabaje en su arte y que huya de la ociosidad. Que sea el médico muy leído y que sepa dar razón de todo" .
En la actualidad hablaríamos de la excelencia médica, sería lo que Aristóteles llamaba el "Teleios iatrós" (perfecto médico), o Galeno, "Aristós iatrós" (Médico mejor).
3.4. Moral y Derecho
Habíamos dicho en un principio que la profesión médica es algo que excede al Derecho y se sitúa dentro de los marcos de la Moral, y es cierto, pero no por eso puede prescindir del Derecho médico. Un Derecho médico sin una Moral adecuada, sería una arbitrariedad fundada en intereses inconfesables; una Moral sin un Derecho médico quedaría en principios generales sin aplicación directa. Las normas del Derecho médico deben ser suficientemente claras y breves para facilitar la acción del médico. El principio conductor siempre es el mismo: la finalidad del médico es socorrer y sanar, no hacer el mal ni matar.
Mención especial merece pues el campo de la Etica, el campo de la Moral, en el que el médico debe ser competente, pero en el que tantas veces no es un especialista; por eso se exigen los comités de Bioética en cada centro de salud, y también su erección en los centros docentes, en franco diálogo con los especialistas en las diversas materias implicadas.
De esta manera el médico se capacita para dar testimonio de Dios en todos los ambientes médicos, sindicales, políticos, etc., incluso, pueden ser válidos portadores del diálogo ecuménico y con otras religiones, ya que la enfermedad no conoce las barreras religiosas. Así el médico activamente pertenecerá a la Iglesia como persona individual y como grupo .
3.5. Trabajo en equipo
Para llevar a cabo esta misión tan exigente, el médico no puede quedarse encerrado en su propia individualidad, debe abrirse en primer lugar a otros médicos y tener la humildad suficiente para trabajar en colaboración y en equipo; tanto en cuestiones estrictamente fisiológicas, como en especial en aquellas relacionales que tienen que ver con campos que no necesariamente domina y que en cierto modo caen fuera de su competencia, vgr., aspectos sociológicos, antropológicos, políticos, de campos técnicos más allá de su profesión, vgr., todo lo referido al campo estricto de la informática.
En cierta forma, dentro de esta apertura, en el campo español de la medicina se diseña lo que dos autores llaman el decálogo del nuevo médico y lo expresan así:
1. Trabajo en equipo multidisciplinar y con un responsable final único.
2. Cuanto más científico sea el profesional, mejor.
3. Se reforzarán los aspectos humanos en el ejercicio profesional.
4. Se ajustará la actuación a protocolos diagnósticos y terapéuticos científicos consensuados.
5.Tendrán conciencia del gasto. Utilizará además de los protocolos, guías de buena práctica.
6. Facilitará la convivencia y la solidaridad con los compañeros de trabajo y con los enfermos.
7. Pensará que todo acto asistencial puede comportar una actuación preventiva, e incluso, de promoción de la salud.
8. Tendrá presente en todo momento la necesidad de cuidar de la satisfacción del usuario del servicio.
9. Se reforzarán las Unidades de Atención al paciente, difundiendo las quejas y sugerencias que se produzcan entre las personas a quienes afecte. Se realizarán frecuentes encuestas de opinión.
10. Será fundamental aplicar los principios éticos a las ac-tividades profesionales.
Conclusión
Ser médico católico es un ministerio que surge de una vocación en la Iglesia. Es el ministerio terapéutico. Está ligado fuertemente a Dios nuestro Padre, transparentando a Cristo médico, lleno del Amor que es el Espíritu Santo. Ser médico es un camino para llegar a la plenitud del ser humano; incoar ya la resurrección. Comporta una proximidad e intimidad especial con Dios, a la vez que significa una apertura y una donación total a los demás. Esta es la identidad católica del médico, ser la transparencia de Cristo que sana.
Ser profesor católico de medicina es tener la profundidad de mirada para poder ver en la misma muerte la resurrección. Pero no sólo, es la capacidad de intuir en la salud una tensión armónica que camina hacia la plenitud, de acuerdo a las diversas etapas de la vida de las personas; y es palpar en las ciencias, técnicas y artes médicos la fuerza omnipotente de Dios que resucita a su Hijo Jesucristo y que nos da ya un pregustar de la resurrección en los adelantos médicos. Ser profesor católico de medicina es enseñar al Amor con el que el Espíritu Santo entrega al Padre a Jesucristo en la cruz, y con su fuerza amorosa lo resucita. Ser profesor católico de medicina es enseñar al médico a ser la caricia amorosa de Dios que cuida de sus hijos en la enfermedad y en la muerte, haciéndoles más llevadera su condición y abriéndolos a una esperanza total de una salud que no será ya tensión hacia la armonía, sino la armonía total del amor. Ser profesor católico de medicina es enseñar al médico a ser la transparencia de Cristo que sana,
CD. del Vaticano, abril 15 de 2007.
+ Javier Card. Lozano Barragán.
Presidente del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud.