He oido que algún Ministerio piensa hacer una campaña sobre la adopción con un lema parecido a algo así como "unos padres para un niño, y no un niño para unos padres".
La frase me parece muy acertada y creo que llega en un momento adecuado.
He de aclarar que considero que en la mayoría de los casos la adopción supone un acto de generosidad de los adoptantes, sacando al adoptado de situaciones de marginalidad social.
Sin embargo, en estos momentos de exaltación del poseer material, puede darse el caso de que quizá alguien considere a los hijos como un bien más a adquirir, y al que cualquiera dispuesto a pagar el precio tiene derecho.
En estos casos, una vez más se olvida la condición de persona de ese "objeto" a adquirir. Y como tal persona, siendo el individuo más débil, el Estado y la sociedad deben actuar para que prevalezcan los derechos de esos niños.
¿Cómo? Pues buscando la mejor situación familiar posible para ellos. Desde ese punto, llama la atención que determinados colectivos reclamen su "derecho" a adoptar.
¿Cómo se puede negar a un niño el crecer en una familia completa con padre y madre? Se podría alegar que mucha gente ha perdido al padre o a la madre durante la infancia y que ha tenido un desarrollo psicológico completo. De acuerdo, pero también hoy en día muchas minusvalias físicas logran compensarse y adaptarse a una vida normal y no por ello vamos a buscarlas intencionadamente. Además, ¿algún huérfano puede sostener sinceramente que no hubiera preferido tener un padre y una madre que le proporcionaran cariño? ¿Que alguna vez en su vida no echó de menos a aquel padre o madre ausente?
La errónea concepción posesiva de la paternidad se puede manifestar en otras situaciones. Hay parejas que reclaman su derecho a acudir a medios como la fecundación in vitro como sistema para tener hijos. Incluso, ya que lo consideran un derecho, defienden la idea de que la Sanidad pública lo financie.
De nuevo, se anteponen los anhelos de esos individuos a los derechos esenciales de la persona.
La fecundación in vitro supone, como el nombre indica, la unión del óvulo y el espermatozoide fuera del claustro materno, y el desarrollo de las primeras fases de ese nuevo ser en un laboratorio, lo cual propicia que la mayor parte de los embriones (seres humanos ya que desde el momento de la concepción presentan definidas todas las potencialidades siendo necesario sólo el crecimiento sin ningún cambio esencial para convertirse en humanos adultos) sean almacenados derivándolos a la destrucción, a la manipulación o a la experimentación.
¿Se han parado a pensar ésto?
Sorprendentemente, un mal encauzado anhelo de paternidad deriva en la destrucción y manipulación de muchos seres humanos, convirtiendo a ese nuevo ser (suponiendo que esos padre estén incluidos en el 20% de parejas que obtienen éxito con estas técnicas) en un mero objeto de transacción económica.
Es curioso como el desconocimiento, muchas veces propiciado por una manipulación de los medios de comunicación, convierten a esos posibles futuros padres en los mayores enemigos de sus hijos.
Enrique Agrafe