Y terminó en aborto el embarazo de “Rosa”, nombre ficticio de la niña nicaragüense de 9 años que ocupó las primeras planas de los periódicos esa semana. Con el consentimiento de sus padres, médicos de una clínica privada de Managua practicaron el sábado el aborto a la niña, embarazada tras ser víctima de una violación en Costa Rica. Y nosotros nos quedamos con la sensación de haber perdido una batalla, los que defendíamos la vida del niño y la de la pequeña mamá.
Fue una semana de mucho debate, en la que se volvió a encender la polémica sobre el aborto y en la que también hubo más de un disparate por parte de la prensa. Nadie hubiese querido que la niña fuera violada. Nadie tampoco quisiera que una niña de 9 años hubiese quedado embarazada, pero la forma de abordar el caso, en la mayoría de los medios, fue poco menos que desastrosa.
Si era real que la niña corría riesgo de vida, nunca lo sabremos con certeza. Aunque el organismo de una creatura de 9 años no estuviese preparado para el embarazo, eso de decir que “el embrión de quince semanas que alberga en su vientre la está destrozando por dentro”, como escribió una periodista española, raya el absurdo. Menos mal que por lo menos no escribió “producto” en lugar de embrión, como lo hicieron otros tantos... Más adelante, la misma periodista volvía a la carga: “Pero Rosa no está sola en este vía crucis de horror y dolor”... Perlas como esta llenaron el basurero de mi ordenador.
¿Alguien de verdad buscó ayudar a la niña y a sus padres? ¿Alguien los confortó? ¿Alguien les abrió alguna brecha de esperanza en ese nubarrón que se les vino encima? Y no me refiero a la constante compañía de las señoras de la Red de Mujeres Contra la Violencia de Nicaragua, que la única solución que les ofrecían era el aborto. ¿Alguien pudo decirles que paliar la violencia sufrida por Rosa con un aborto era volver a profanar su cuerpo? ¿Qué el aborto era algo así como una segunda violación? ¿Qué eso de “aborto terapéutico” termina siendo un mito?
Porque no hay ninguna base científica para decir que la mejor solución era el aborto. La medicina actual está más que capacitada para hacer frente a las complicaciones de un embarazo, aún en el caso de una niña. Al menos eso se desprende de lo que pudimos saber por la prensa y la televisión: repito que solamente los médicos que la examinaron pudieron definir si Rosa corría o no peligro de vida. Muchos opinaron: “Los médicos españoles consultados por un caso tan especial como el de Rosa no ven ninguna razón para continuar con una gestación tan traumática”, nos informaba el periódico ABC. Pero también confirmaban que «No hay riesgo vital para la pequeña madre, pero sí una posibilidad muy alta de que el embarazo no vaya bien», (Luis Cabero, presidente de la Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia).
Otra “opinión feliz”: Javier Martínez Salmeán, jefe del Servicio de Ginecología del Hospital Severo Ochoa, si la interrupción se realiza en las condiciones adecuadas durante el primer trimestre, «el peligro siempre será menor que en la gestación. Esta fue la premisa que inspiró la ley del aborto en el Reino Unido» Como si nuestros amigos británicos vivieran mejor ahora después de la aprobación del aborto.
La única razón para continuar “la gestación tan traumática” era la vida del bebé, pero no fue razón suficiente y Rosa abortó. No fue su culpa. Tampoco podemos juzgar a sus padres, gente sencilla, sin formación. Buscaban lo que les parecía ser el bien de su hija.
Pero podríamos plantearnos dos preguntas: ¿las circunstancias que rodean la concepción y nacimiento de un niño, deben determinar el valor de su vida? ¿Existe el aborto seguro? La primera pregunta me lleva a pensar que, si admitimos eso deberemos admitir también que existen personas ya nacidas que tienen menos valor que las demás porque nacieron en circunstancias diferentes. Lo que, acto seguido, me hace recordar los campos de concentración y la persecución nazi.
Sobre la segunda pregunta... Es probable que nadie les haya dicho a los padres de Rosa que el aborto tampoco es inocuo. Que si Rosa ya sufría las consecuencias traumáticas de la violación –su estado de salud indicaba que estaba viviendo una tensión muy fuerte a la que contribuyeron la tensión mediática y las presiones de grupos feministas que se cebaron en ella y en su familia– había posibilidad de que las volviera a sentir como resultado del aborto tarde o temprano. Que hay secuelas del aborto comprobadas, como la depresión, abuso de drogas y alcohol, dificultades para establecer vínculos afectivos, ansiedad, neurosis, etc. Pero creo que eso no venía en la cartilla de los que defendían los “derechos de Rosa”.
Podría caer sobre la Red de Mujeres contra la violencia de Nicaragua la sospecha de haber usado el caso para presionar el gobierno y la opinión pública a un cambio en las leyes del país, introduciendo el aborto. Enfin, lo que pudo ser considerado victoria para la Red de Mujeres, puede ser un futuro incierto para Rosa.
Ya para terminar. Una amiga me envió un dato que me atenazó todo el fin de semana, pensando en la niña de Nicaragua, y que les comparto:durante 9 años, 3 investigadores estadounidenses analizaron 164 casos de mujeres embarazadas a consecuencia de una violación:
- De las 56 mujeres que abortaron a sus bebés:
- 93% aseguró que sus abortos no solucionaron sus problemas y declararon que no se lo recomendarían a otras personas en su misma situación.
- 43% declararon haber sido presionadas para abortar.
- De las 119 mujeres que tuvieron a sus bebés ni una sola mujer mostró remordimiento por haber dado a luz o el deseo de haber optado por el aborto.