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miércoles, 1 de febrero de 2012

►Transmitir la fe (1)




En la propia familia se forja el carácter, la personalidad, las costumbres... y también se aprende a tratar a Dios. Una tarea que cada día resulta más necesaria, como se señala en este editorial.

05 de septiembre de 2011
Cada hijo es una muestra de confianza de Dios con los padres, que les encomienda el cuidado y la guía de una criatura llamada a la felicidad eterna. La fe es el mejor legado que se les puede transmitir; más aún: es lo único verdaderamente importante, pues es lo que da sentido último a la existencia. Dios, por lo demás, nunca encarga una misión sin dar los medios imprescindibles para llevarla a cabo; y así, ninguna comunidad humana está tan bien dotada como la familia para facilitar que la fe arraigue en los corazones. 



EL TESTIMONIO PERSONAL

La educación de la fe no es una mera enseñanza, sino la transmisión de un mensaje de vida. Aunque la palabra de Dios es eficaz en sí misma, para difundirla el Señor ha querido servirse del testimonio y de la mediación de los hombres: el Evangelio resulta convincente cuando se ve encarnado. 

Esto vale de manera particular cuando nos referimos a los niños, que distinguen con dificultad entre lo que se dice y quién lo dice; y adquiere aún más fuerza cuando pensamos en los propios hijos, pues no diferencian claramente entre la madre o el padre que reza y la oración misma: más aún, la oración tiene valor especial, es amable y significativa, porque quien reza es su madre o su padre. 

Esto hace que los padres tengan todo a su favor para comunicar la fe a sus hijos: lo que Dios espera de ellos, más que palabras, es que sean piadosos, coherentes. Su testimonio personal debe estar presente ante los hijos en todo momento, con naturalidad, sin pretender dar lecciones constantemente. 

A veces, basta con que los hijos vean la alegría de sus padres al confesarse, para que la fe se haga fuerte en sus corazones. No cabe minusvalorar la perspicacia de los niños, aunque parezcan ingenuos: en realidad, conocen a sus padres, en lo bueno y en lo menos bueno, y todo lo que éstos hacen –u omiten– es para ellos un mensaje que ayuda a formarlos o los deforma.


Benedicto XVI ha explicado muchas veces que los cambios profundos en las instituciones y en las personas suelen promoverlos los santos, no quienes son más sabios o poderosos: «En las vicisitudes de la historia, [los santos] han sido los verdaderos reformadores que tantas veces han remontado a la humanidad de los valles oscuros en los cuales está siempre en peligro de precipitar; la han iluminado siempre de nuevo» [1]. 

En la familia sucede algo parecido. Sin duda, hay que pensar en cuál es el modo más pedagógico de transmitir la fe, y formarse para ser buenos educadores; pero lo decisivo es el empeño de los padres por querer ser santos. Es la santidad personal la que permitirá acertar con la mejor pedagogía. 

"En todos los ambientes cristianos se sabe, por experiencia, qué buenos resultados da esa natural y sobrenatural iniciación a la vida de piedad, hecha en el calor del hogar. El niño aprende a colocar al Señor en la línea de los primeros y más fundamentales afectos; aprende a tratar a Dios como Padre y a la Virgen como Madre; aprende a rezar, siguiendo el ejemplo de sus padres. Cuando se comprende eso, se ve la gran tarea apostólica que pueden realizar los padres, y cómo están obligados a ser sinceramente piadosos, para poder transmitir –más que enseñar– esa piedad a los hijos" [2].

AMBIENTE DE CONFIANZA Y AMISTAD

Por otra parte, vemos que muchos chicos y chicas –sobre todo, en la juventud y adolescencia– acaban flaqueando en la fe que han recibido cuando sufren algún tipo de prueba. El origen de estas crisis puede ser muy diverso –la presión de un ambiente paganizado, unos amigos que ridiculizan las convicciones religiosas, un profesor que da sus lecciones desde una perspectiva atea o que pone a Dios entre paréntesis–, pero estas crisis cobran fuerza sólo cuando quienes las sufren no aciertan a plantear a las personas adecuadas lo que les pasa. 

Es importante facilitar la confianza con los hijos, y que éstos encuentren siempre disponibles a sus padres para dedicarles tiempo. Los chicos –aun los que parecen más díscolos y despegados– desean siempre ese acercamiento, esa fraternidad con sus padres. La clave suele estar en la confianza: que los padres sepan educar en un clima de familiaridad, que no den jamás la impresión de que desconfían, que den libertad y que enseñen a administrarla con responsabilidad personal. Es preferible que se dejen engañar alguna vez: la confianza, que se pone en los hijos, hace que ellos mismos se avergüencen de haber abusado, y se corrijan; en cambio, si no tienen libertad, si ven que no se confía en ellos, se sentirán movidos a engañar [3]. No hay que esperar a la adolescencia para poner en práctica estos consejos: se puede propiciar desde edades muy tempranas.


Hablar con los hijos es de las cosas más gratas que existen, y la puerta más directa para entablar una profunda amistad con ellos. Cuando una persona adquiere confianza con otra, se establece un puente de mutua satisfacción, y pocas veces desaprovechará la oportunidad de conversar sobre sus inquietudes y sus sentimientos; que es, por otra parte, una manera de conocerse mejor a uno mismo. Aunque hay edades más difíciles que otras para lograr esa cercanía, los padres no deben cejar en su ilusión por llegar a ser amigos de sus hijos: amigos a los que se confían las inquietudes, con quienes se consultan los problemas, de los que se espera una ayuda eficaz y amable [4]. 

En ese ambiente de amistad, los hijos oyen hablar de Dios de un modo grato y atrayente. Todo esto requiere que los padres encuentren tiempo para estar con sus hijos, y un tiempo que sea “de calidad”: el hijo debe percibir que sus cosas nos interesan más que el resto de nuestras ocupaciones. Esto implica acciones concretas, que las circunstancias no pueden llevar a omitir o retrasar una y otra vez: apagar la televisión o el ordenador –o dejar, claramente, de prestarle atención– cuando la chica o el chico pregunta por nosotros y se nota que quiere hablar; recortar la dedicación al trabajo; buscar formas de recreo y entretenimiento que faciliten la conversación y vida familiar, etc. 

EL MISTERIO DE LA LIBERTAD

Cuando está por medio la libertad personal, no siempre las personas hacen lo que más les conviene, o lo que parecería previsible en virtud de los medios que hemos puesto. A veces las cosas se hacen bien pero salen mal –al menos, aparentemente–, y sirve de poco culpabilizarse –o echar la culpa a otros– de esos resultados.

Lo más sensato es pensar cómo educar cada vez mejor, y cómo ayudar a otros a hacer lo mismo; no hay, en este ámbito, fórmulas mágicas. Cada uno tiene un modo propio de ser, que le lleva a explicar y plantear las cosas de un modo diverso; y lo mismo puede decirse de los educandos que, aunque vivan en un ambiente semejante, poseen intereses y sensibilidades diversas.

Tal variedad no es, sin embargo, un obstáculo. Más aún, amplia los horizontes educativos: por una parte, posibilita que la educación se encuadre, realmente, dentro de una relación única, ajena a estereotipos; por otra, la relación con los temperamentos y caracteres de los diversos hijos favorece la pluralidad de situaciones educativas.

Por eso, si bien el camino de la fe de es el más personal que existe –pues hace referencia a lo más íntimo de la persona, su relación con Dios–, podemos ayudar a recorrerlo: eso es la educación. Si consideramos despacio en nuestra oración personal el modo de ser de cada persona, Dios nos dará luces para acertar. 

Transmitir la fe no es tanto una cuestión de estrategia o de programación, como de facilitar que cada uno descubra el designio de Dios para su vida. Ayudarle a que vea por sí mismo que debe mejorar, y en qué, porque nosotros propiamente no cambiamos a nadie: cambian ellos porque quieren.

DIVERSOS ÁMBITOS DE ATENCIÓN

Podrían señalarse diversos aspectos que tienen gran importancia para transmitir la fe. Uno primero es quizá la vida de piedad en la familia, la cercanía a Dios en la oración y los sacramentos. Cuando los padres no la “esconden” –a veces involuntariamente– ese trato con Dios se manifiesta en acciones que lo hacen presente en la familia, de un modo natural y que respeta la autonomía de los hijos. Bendecir la mesa, o rezar con los hijos pequeños las oraciones de la mañana o la noche, o enseñarles a recurrir a los Ángeles Custodios o a tener detalles de cariño con la Virgen, son modos concretos de favorecer la virtud de la piedad en los niños, tantas veces dándoles recursos que les acompañarán toda la vida. 

Otro medio es la doctrina: una piedad sin doctrina es muy vulnerable ante el acoso intelectual que sufren o sufrirán los hijos a lo largo de su vida; necesitan una formación apologética profunda y, al mismo tiempo, práctica. 

Lógicamente, también en este campo es importante saber respetar las peculiaridades propias de cada edad. Muchas veces, hablar sobre un tema de actualidad o un libro podrá ser una ocasión de enseñar la doctrina a los hijos mayores (esto, cuando no sean ellos mismos los que se dirijan a nosotros para preguntarnos). 

Con los pequeños, la formación catequética que pueden recibir en la parroquia o en la escuela es una ocasión ideal. Repasar con ellos las lecciones que han recibido o enseñarles de un modo sugerente aspectos del catecismo que tal vez se han omitido, hacen que los niños entiendan la importancia del estudio de la doctrina de Jesús, gracias al cariño que muestran los padres por ella.

Otro aspecto relevante es la educación en las virtudes, porque si hay piedad y hay doctrina, pero poca virtud, esos chicos o chicas acabarán pensando y sintiendo como viven, no como les dicte la razón iluminada por la fe, o la fe asumida porque pensada. Formar las virtudes requiere resaltar la importancia de la exigencia personal, del empeño en el trabajo, de la generosidad y de la templanza. 

Educar en esos bienes impulsa al hombre por encima de las apetencias materiales; le hace más lúcido, más apto para entender las realidades del espíritu. Quienes educan a sus hijos con poca exigencia –nunca les dicen que “no” a nada y buscan satisfacer todos sus deseos–, ciegan con eso las puertas del espíritu.

Es una condescendencia que puede nacer del cariño, pero también del querer ahorrarse el esfuerzo que supone educar mejor, poner límites a los apetitos, enseñar a obedecer o a esperar. Y como la dinámica del consumismo es de por sí insaciable, caer en ese error lleva a las personas a estilos de vida caprichosos y antojadizos, y les introducen en una espiral de búsqueda de comodidad que supone siempre un déficit de virtudes humanas y de interés por los asuntos de los demás. 

Crecer en un mundo en el que todos los caprichos se cumplen es un pesado lastre para la vida espiritual, que incapacita al alma –casi en la raíz– para la donación y el compromiso.

Otro aspecto que conviene considerar es el ambiente, pues tiene una gran fuerza de persuasión. Todos conocemos chicos educados en la piedad que se han visto arrastrados por un ambiente que no estaban preparados para superar. Por eso, es preciso estar pendientes de dónde se educan los hijos, y crear o buscar entornos que faciliten el crecimiento de la fe y de la virtud. Es algo parecido a lo que sucede en un jardín: nosotros no hacemos crecer a las plantas, pero sí podemos proporcionar los medios –abono, agua, etc.– y el clima adecuados para que crezcan. 

Como aconsejaba san Josemaría a unos padres: "procurad darles buen ejemplo, procurad no esconder vuestra piedad, procurad ser limpios en vuestra conducta: entonces aprenderán, y serán la corona de vuestra madurez y de vuestra vejez" [5].

A. Aguiló

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[1] Benedicto XVI, Discurso en la Vigilia de la Jornada Mundial de la Juventud de Colonia, 20-VIII-2005.
[2] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Conversaciones, n. 103.
[3] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Conversaciones, n. 100.
[4] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, n. 27.
[5] San Josemaría Escrivá de Balaguer, Tertulia, 12-XI-1972, en http://www.es.josemariaescriva.info/articulo/la-educacion-de-los-hijos

Fuente www.opusdei

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CONSAGRACIÓN DEL MATRIMONIO AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

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"Oh, Corazón Inmaculado de María, refugio seguro de nosotros pecadores y ancla firme de salvación, a Ti queremos hoy consagrar nuestro matrimonio. En estos tiempos de gran batalla espiritual entre los valores familiares auténticos y la mentalidad permisiva del mundo, te pedimos que Tu, Madre y Maestra, nos muestres el camino verdadero del amor, del compromiso, de la fidelidad, del sacrificio y del servicio. Te pedimos que hoy, al consagrarnos a Ti, nos recibas en tu Corazón, nos refugies en tu manto virginal, nos protejas con tus brazos maternales y nos lleves por camino seguro hacia el Corazón de tu Hijo, Jesús. Tu que eres la Madre de Cristo, te pedimos nos formes y moldees, para que ambos seamos imágenes vivientes de Jesús en nuestra familia, en la Iglesia y en el mundo. Tu que eres Virgen y Madre, derrama sobre nosotros el espíritu de pureza de corazón, de mente y de cuerpo. Tu que eres nuestra Madre espiritual, ayúdanos a crecer en la vida de la gracia y de la santidad, y no permitas que caigamos en pecado mortal o que desperdiciemos las gracias ganadas por tu Hijo en la Cruz. Tu que eres Maestra de las almas, enséñanos a ser dóciles como Tu, para acoger con obediencia y agradecimiento toda la Verdad revelada por Cristo en su Palabra y en la Iglesia. Tu que eres Mediadora de las gracias, se el canal seguro por el cual nosotros recibamos las gracias de conversión, de amor, de paz, de comunicación, de unidad y comprensión. Tu que eres Intercesora ante tu Hijo, mantén tu mirada misericordiosa sobre nosotros, y acércate siempre a tu Hijo, implorando como en Caná, por el milagro del vino que nos hace falta. Tu que eres Corredentora, enséñanos a ser fieles, el uno al otro, en los momentos de sufrimiento y de cruz. Que no busquemos cada uno nuestro propio bienestar, sino el bien del otro. Que nos mantengamos fieles al compromiso adquirido ante Dios, y que los sacrificios y luchas sepamos vivirlos en unión a tu Hijo Crucificado. En virtud de la unión del Inmaculado Corazón de María con el Sagrado Corazón de Jesús, pedimos que nuestro matrimonio sea fortalecido en la unidad, en el amor, en la responsabilidad a nuestros deberes, en la entrega generosa del uno al otro y a los hijos que el Señor nos envíe. Que nuestro hogar sea un santuario doméstico donde oremos juntos y nos comuniquemos con alegría y entusiasmo. Que siempre nuestra relación sea, ante todos, un signo visible del amor y la fidelidad. Te pedimos, Oh Madre, que en virtud de esta consagración, nuestro matrimonio sea protegido de todo mal espiritual, físico o material. Que tu Corazón Inmaculado reine en nuestro hogar para que así Jesucristo sea amado y obedecido en nuestra familia. Qué sostenidos por Su amor y Su gracia nos dispongamos a construir, día a día, la civilización del amor: el Reinado de los Dos Corazones. Amén. -Madre Adela Galindo, Fundadora SCTJM

CONSAGRACIÓN DEL MATRIMONIO A LOS DOS CORAZONES EN SU RENOVACIÓN DE VOTOS

CONSAGRACIÓN DEL MATRIMONIO A LOS DOS CORAZONES EN SU RENOVACIÓN DE VOTOS
Oh Corazones de Jesús y María, cuya perfecta unidad y comunión ha sido definida como una alianza, término que es también característico del sacramento del matrimonio, por que conlleva una constante reciprocidad en el amor y en la dedicación total del uno al otro. Es la alianza de Sus Corazones la que nos revela la identidad y misión fundamental del matrimonio y la familia: ser una comunidad de amor y vida. Hoy queremos dar gracias a los Corazones de Jesús y María, ante todo, por que en ellos hemos encontrado la realización plena de nuestra vocación matrimonial y por que dentro de Sus Corazones, hemos aprendido las virtudes de la caridad ardiente, de la fidelidad y permanencia, de la abnegación y búsqueda del bien del otro. También damos gracias por que en los Corazones de Jesús y María hemos encontrado nuestro refugio seguro ante los peligros de estos tiempos en que las dos grandes culturas la del egoísmo y de la muerte, quieren ahogar como fuerte diluvio la vida matrimonial y familiar. Hoy deseamos renovar nuestros votos matrimoniales dentro de los Corazones de Jesús y María, para que dentro de sus Corazones permanezcamos siempre unidos en el amor que es mas fuerte que la muerte y en la fidelidad que es capaz de mantenerse firme en los momentos de prueba. Deseamos consagrar los años pasados, para que el Señor reciba como ofrenda de amor todo lo que en ellos ha sido manifestación de amor, de entrega, servicio y sacrificio incondicional. Queremos también ofrecer reparación por lo que no hayamos vivido como expresión sublime de nuestro sacramento. Consagramos el presente, para que sea una oportunidad de gracia y santificación de nuestras vidas personales, de nuestro matrimonio y de la vida de toda nuestra familia. Que sepamos hoy escuchar los designios de los Corazones de Jesús y María, y respondamos con generosidad y prontitud a todo lo que Ellos nos indiquen y deseen hacer con nosotros. Que hoy nos dispongamos, por el fruto de esta consagración a construir la civilización del amor y la vida. Consagramos los años venideros, para que atentos a Sus designios de amor y misericordia, nos dispongamos a vivir cada momento dentro de los Corazones de Jesús y María, manifestando entre nosotros y a los demás, sus virtudes, disposiciones internas y externas. Consagramos todas las alegrías y las tristezas, las pruebas y los gozos, todo ofrecido en reparación y consolación a Sus Corazones. Consagramos toda nuestra familia para que sea un santuario doméstico de los Dos Corazones, en donde se viva en oración, comunión, comunicación, generosidad y fidelidad en el sufrimiento. Que los Corazones de Jesús y María nos protejan de todo mal espiritual, físico o material. Que los Dos Corazones reinen en nuestro matrimonio y en nuestra familia, para que Ellos sean los que dirijan nuestros corazones y vivamos así, cada día, construyendo el reinado de sus Corazones: la civilización del amor y la vida. Amén! Nombre de esposos______________________________ Fecha________________________ -Madre Adela Galindo, Fundadora SCTJM

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