Jorge Ybarnegaray Urquidi PhD.
Prof. Bioética UCB
Colaborador de VHI en Bolivia
Ante el contexto de una realidad que afecta a las personas, la familia y la sociedad, donde se perciben transgresiones a la ley y a los derechos humanos, cabe considerar la situación desde un punto de vista ético.
El término dignidad proviene de la palabra latina dignus, que significa valioso y de dignitaten, que quiere decir excelencia moral. Es la cualidad de digno, excelencia o realce. También significa decoro y decencia de las personas en la manera de comportarse. La dignidad, como valor moral, es el reconocimiento del valor del ser humano como persona, por sí mismo y por la sociedad a la cual pertenece. Este alto valor ético exige el deber de reconocer en la práctica los derechos de la persona y de exigir su cumplimiento, como también en las relaciones sociales y políticas.
Hay afinidad entre dignidad y persona. Se dice usualmente dignidad de la persona humana o dignidad humana. Según Tomás de Aquino, la dignidad o calidad de valioso dimana de las perfecciones que tiene un ser en sí mismo, lo que le hace ser bueno e independiente de la posibilidad de satisfacer deseos. Persona es un sujeto, poseedor de una propiedad diferenciadora, que es su peculiar dignidad. He aquí el supremo grado de dignidad en los hombres: “…que por sí mismos, y no por otros, se dirijan hacia el bien”.
Se considera que la persona además de poseer un cuerpo físico, es de naturaleza espiritual, racional y volitiva. La persona es digna, porque de su ser espiritual brota su dignidad. Proviene de las virtudes de la naturaleza humana para realizarse en plenitud. El filósofo Kant, respecto de la dignidad en su obra Fundamentación de la metafísica de las costumbres, dice que aquello que es la condición para que algo sea un fin en sí mismo, eso que no tiene valor relativo o precio, sino un valor interno, eso es dignidad.
En cuanto a los agravios, todo ser humano puede vulnerar su propia dignidad y la de los demás. Tal agravio deriva de un mal uso de la autonomía y la libertad. La forma más radical y directa es el intento de destrucción del ser de la persona a quien se agravia. Ultrajar o denigrar la esencia de la persona promueve la destrucción del ser y del profundo valor del amor. Todo lo que ocasione odio, hostilidad y aversión a través de la provocación, el escándalo, la calumnia, la perfidia, es una ofensa contra la dignidad de la persona, como también cuando se obstaculiza el derecho a la justicia y el ejercicio de la libertad por coacciones físicas o psíquicas, represión violenta, torturas, linchamiento, esclavitud y otras humillaciones. Igualmente, el autoritarismo, la intolerancia, la demagogia, la imposición de ideologías, la falta de respeto a las creencias y el no saber escuchar al otro, son denigrantes.
Atentar contra la vida es ir contra la dignidad, valor esencial de los derechos humanos, que demanda el debido respeto para la persona, la familia y la comunidad sin ninguna discriminación. También es ir contra el humanismo que enaltece a la persona y repudia la humillación de los ciudadanos en la vida cotidiana, social y política.
Se concluye afirmando que no podrá haber paz social si no se considera fundamental el respeto a la dignidad de la persona y a la inviolabilidad de los derechos humanos desde la concepción hasta la muerte natural. La dignidad de la persona debe ser intocable. Respetarla, protegerla, y defenderla es deber del estado y debe ser tarea y obligación de todos.