El fenómeno es demasiado grande –y creciente–, para no reflexionarlo y revertirlo. El apoyo, la simpatía por el aborto, cada vez mayores en el mundo, tienen sin duda casuales muy decisivas, y una crucial es la enorme campaña a su favor, con muchas formas, medios y orígenes. La «cultura de muerte» gana terreno.
Son muchas las organizaciones, incluyendo de las Naciones Unidas, y muchas también las personalidades que solicitan la aprobación ciudadana, y de ella la gubernamental al aborto; y lo grave es que parecen convencer a un número creciente de personas sobre la necesidad (sí, necesidad) de facilitar y proteger legalmente el aborto provocado. Son los difusores de dicha cultura de la muerte.
Por muchas razones, que sobrepasan el tema particular del aborto, hay una enorme presión político-social contra instituciones y valores trascendentales, esos que la sociedad ha descubierto por siglos, como son la familia, el matrimonio y el derecho a la vida del nonato. También destaca su lucha en contra de la religión, especialmente la católica, a la que atacan ferozmente, con calumnias e injurias.
Estas presiones provienen de grupos relativamente pequeños, pero muy vociferantes, muy ruidosos y que se han agenciado espacios en los medios de comunicación y en foros públicos, internacionales principalmente, para luchar a favor del aborto provocado, en este caso.
Es muy importante hacer notar que su presencia, infiltración y acciones se desarrollan en foros de las Naciones Unidas, en otros organismos internacionales, como en la Comunidad Europea, y en otros ámbitos políticos o sociales.
Dichos grupos de presión que se hacen llamar «progres», cuando en realidad son «retros» (quieren regresar a la humanidad a épocas cavernarias), no representan más que a sí mismos y a algunos que simpatizan con sus causas o ideas.
Su acción a favor del aborto provocado es, además de convencer a las personas de ser un acto moralmente válido, una forma de proteger dicen, los «derechos reproductivos» de la mujer, como un medio válido de control natal y finalmente como un «derecho» que debe ser reconocido internacionalmente.
De esta forma buscan que los países signatarios de convenciones internacionales de la ONU y de sus organizaciones satélites, se vean obligados a incorporar en sus legislaciones nacionales ese derecho al aborto provocado. Pero van aún más lejos, presionan para que se castigue a quienes opinen en contrario, y se opongan formal o informalmente a ese supuesto derecho al aborto provocado.
Por una parte, es muy preocupante que esos grupos antivalores vayan ganando voluntades entre funcionarios públicos nacionales y supranacionales, para que acepten el aborto provocado como una medida de control natal y como un derecho de la mujer y de quienes lo practican. En general, sus métodos han sido muy sutiles, tratando de colar en convenciones y acuerdos internacionales derechos al aborto y otros más. Sus avances son resultado del engaño y la acción subrepticia.
Pero también están las ganancias de convencer a millones de personas que el aborto provocado no es un acto inmoral, que se protege a las mujeres que abortan de morir en abortos clandestinos, y que con ello no se afectan derechos humanos, sino que se protegen. El tema del control natal lo dejan en general a los gobiernos.
¿Por qué sucede esto? ¿Por qué muchas personas se dejan convencer tan fácilmente de que abortar es aceptable, que no afecta ningún derecho?
Creo que la razón es muy simple, y es que la defensa de la vida del nonato es demasiado débil, le falta difusión y recurrir a la fuerza de los argumentos pro-vida, que son muchos. Además, es fácil matar a un ser que no se ve, pero no ya nacido.
Sabemos bien, quienes somos partidarios de la «cultura de la vida», que la oposición al aborto provocado es por un convencimiento absoluto, de carácter netamente científico, de que la vida humana inicia precisamente con la concepción, cuando el espermatozoide de une con el óvulo para convertirse en la primera célula de una nueva persona humana, diferente de la madre.
Sabemos también que en entre los derechos humanos, el derecho primigenio, sin el cual los demás no tienen sentido, es el derecho a la vida, y que se puede demostrar jurídicamente. Los muertos no pueden gozar de derecho alguno.
Sabemos también que el derecho a la vida de un ser indefenso está por encima del derecho de otra persona, sea a la salud o al confort; que una mujer no puede, conforme a la ley natural, anteponer su deseo de abortar a la vida de su hijo.
Sabemos también que es falso, estadísticamente hablando, que mueran tantos miles de mujeres por abortos clandestinos, y que la legalización del aborto no salva vidas, sino que por el contrario, permite terminar con las vidas de los bebés que son asesinados al abortarlos, y que también mata mujeres en un quirófano.
Sabemos muchas cosas más, pero no hemos sabido difundirlas. Hay que hacerlo. Debemos poner frente a todas las personas pensantes del mundo la verdad de las cosas, y que derivan de una fundamental: la vida de la persona humana inicia con la concepción, probado científicamente, y que su protección debe sobreponerse a cualesquiera otros derechos, reales o supuestos, de la embarazada o la sociedad.
Debemos desenmascarar a los emisarios de la muerte por el aborto, en sus torcidas acciones para forzar a los gobiernos a legitimar al aborto, y convencer a funcionarios internacionales y nacionales que deben proteger internacional y constitucionalmente la vida del concebido.
En tanto no logremos poner frente a los ojos y las mentes de la gente, sobre todo de los gobernantes y líderes de opinión, esta verdad científica y ese derecho natural a la vida humana, la cultura de la muerte ganará más terreno.
Via: ConoZe.com