Cristo centro de la vida del cristiano en todas sus circunstancias.
Existen muchas parejas que en lo que menos piensan es en Cristo, aún cuando están a punto de casarse. Este tipo de actitud va a dificultar, el que una vez casados, tengan presente a Cristo. Lo que les va a acarrear dificultades, al tener que luchar contra muchos obstáculos.
El tener a Dios en primer lugar en una familia, no se logra de la noche a la mañana, hay que empezar desde el noviazgo.
¿Cómo podremos lograrlo en la vida matrimonial y en la futura familia?
Para aprender a amar y formar una familia, debe estar presente Dios en el centro de la pareja, pues sólo Él nos da las bases sólidas para que la relación esté bien cimentada.
Vivir a Cristo en el matrimonio significa:
Fe en Cristo presente, amado y respetado en la pareja.
Fe en Cristo que derrama su Espíritu de amor en nuestros corazones.
Transformando nuestro amor, en su amor.
Fe en Cristo que nos ayuda a superar nuestras dificultades.
Fe en Cristo a quien juntos imploramos: porque juntos rezamos, a quien juntos recibimos en la Eucaristía.
Tenemos que esforzarnos por llevar nuestra relación de cara a Dios y luchar por que sea una relación constructiva para los dos, es decir, que nos ayude a crecer, a ser más de nosotros mismos, a descubrir y a desarrollar las propias potencialidades, a luchar por tener una relación basada en la verdad con amor: Tratando al otro con cariño y con prudencia, siendo sinceros en el momento oportuno y siempre evitando herir. También tener una relación seria y constante, una relación fiel, viviendo de igual manera: la castidad donde el trato en la pareja sea limpio, sano, amoroso y respetuoso, y no olvidando tener como fundamento primordial a Cristo, en la Fe, en el Señor.
No olvidemos que Dios nos llama a la vida matrimonial, y que este es nuestro camino para la santificación.
En la sociedad actual, vemos como muchas parejas tienen una visión del matrimonio puramente egoísta, dónde los hijos no tienen cabida y se hace lo imposible por no tenerlos.
Este tipo de pareja sólo piensa en satisfacerse mutuamente. No piensan que cada hijo es una bendición que nos da Dios.
La maternidad y la paternidad es un Don de Dios, no es un derecho de la pareja. Por el hecho de estar casado, no quiere decir que se va a procrear un hijo.
No cometamos el error de tantos matrimonios, en el momento en que estamos por iniciar el nuestro. ¡Pongamos a Dios como centro de nuestra vida!
Aplicaciones en la vida diaria
Vivamos a Dios en nuestro corazón, y hagamos de nuestra relación un modelo de hijos de Dios, transmitiendo ese amor a los demás.
Revisar qué debe de cambiar en nuestra relación.
Existen muchas parejas que en lo que menos piensan es en Cristo, aún cuando están a punto de casarse. Este tipo de actitud va a dificultar, el que una vez casados, tengan presente a Cristo. Lo que les va a acarrear dificultades, al tener que luchar contra muchos obstáculos.
El tener a Dios en primer lugar en una familia, no se logra de la noche a la mañana, hay que empezar desde el noviazgo.
¿Cómo podremos lograrlo en la vida matrimonial y en la futura familia?
Para aprender a amar y formar una familia, debe estar presente Dios en el centro de la pareja, pues sólo Él nos da las bases sólidas para que la relación esté bien cimentada.
Vivir a Cristo en el matrimonio significa:
Fe en Cristo presente, amado y respetado en la pareja.
Fe en Cristo que derrama su Espíritu de amor en nuestros corazones.
Transformando nuestro amor, en su amor.
Fe en Cristo que nos ayuda a superar nuestras dificultades.
Fe en Cristo a quien juntos imploramos: porque juntos rezamos, a quien juntos recibimos en la Eucaristía.
Tenemos que esforzarnos por llevar nuestra relación de cara a Dios y luchar por que sea una relación constructiva para los dos, es decir, que nos ayude a crecer, a ser más de nosotros mismos, a descubrir y a desarrollar las propias potencialidades, a luchar por tener una relación basada en la verdad con amor: Tratando al otro con cariño y con prudencia, siendo sinceros en el momento oportuno y siempre evitando herir. También tener una relación seria y constante, una relación fiel, viviendo de igual manera: la castidad donde el trato en la pareja sea limpio, sano, amoroso y respetuoso, y no olvidando tener como fundamento primordial a Cristo, en la Fe, en el Señor.
No olvidemos que Dios nos llama a la vida matrimonial, y que este es nuestro camino para la santificación.
En la sociedad actual, vemos como muchas parejas tienen una visión del matrimonio puramente egoísta, dónde los hijos no tienen cabida y se hace lo imposible por no tenerlos.
Este tipo de pareja sólo piensa en satisfacerse mutuamente. No piensan que cada hijo es una bendición que nos da Dios.
La maternidad y la paternidad es un Don de Dios, no es un derecho de la pareja. Por el hecho de estar casado, no quiere decir que se va a procrear un hijo.
No cometamos el error de tantos matrimonios, en el momento en que estamos por iniciar el nuestro. ¡Pongamos a Dios como centro de nuestra vida!
Aplicaciones en la vida diaria
Vivamos a Dios en nuestro corazón, y hagamos de nuestra relación un modelo de hijos de Dios, transmitiendo ese amor a los demás.
Revisar qué debe de cambiar en nuestra relación.