Autor: Germán Doig K. | Fuente: -BEC- VE Multimedios
Documento de Santo Domingo (1992), en el que la Iglesia, junto a Juan Pablo II rememoran los 500 años de la llegada de la Cruz de Cristo al continente americano.
►La familia amenazada◄
«El futuro de la humanidad se fragua en la familia», ha recordado en diversas ocasiones el Papa Juan Pablo II (1). A la luz de los inmensos problemas del mundo actual qué certero resulta este juicio del Santo Padre, recogido por el documento de Santo Domingo (2). Este planteamiento no es otra cosa que una manera positiva y realista de aproximarse a un hecho que resulta capital: la decadencia, subdesarrollo, crisis, o desorientación de un pueblo o una nación, está estrechamente ligado a la suerte de la familia. En la exhortación apostólica post-sinodal Christifideles laici el Santo Padre lo señala también: «Como demuestra la experiencia, la civilización y la cohesión de los pueblos depende sobre todo de la calidad humana de sus familias» (3).
En los últimos tiempos se ha visto cómo ha crecido la amenaza a la familia. Diversas voces se han alzado para denunciar esta situación. Entre ellas se destaca nítidamente la voz de la Iglesia, sobre todo de los Romanos Pontífices. Al estar la familia amenazada es todo el futuro de la humanidad el que se encuentra en peligro. La Iglesia sabe bien que lo que está en juego, en última instancia, es el ser humano mismo. De ahí el valor social de proteger la familia. Por eso al hablar de la familia ha sido destacado lo que podemos llamar el argumento antropológico. En el corazón de toda esta preocupación está la persona humana, la única creatura que Dios ha querido por sí misma (4). Y es a este ser humano, camino de la Iglesia, a quien quiere defender y promover.
Debe tenerse en cuenta, al hablar de la familia, que ella no es un fin en sí misma. La familia debe ser camino y medio de desarrollo y plenitud, santuario de la vida, escuela y ámbito de encuentro y comunión para el ser humano, cenáculo de amor, Iglesia doméstica. Sobre sus pilares se sustenta todo el tejido social. Pero no agota la vida del hombre. Sin embargo, de su autenticidad, solidez y consistencia dependen en no escasa medida la autenticidad, solidez y consistencia de la vida de los hombres. A partir de ella se construyen los caminos de los seres humanos, ya fuere los que están invitados a formar una nueva familia y así seguir con el ciclo de la vida en el amor humano, como de aquellos que no formarán una familia, entre quienes están los invitados por el Señor a consagrarse por amor, viviendo la castidad perfecta por el Reino, al servicio de Dios y de los seres humanos.
En un tiempo de profundas transformaciones como el que nos ha tocado vivir es menester, pues, volver hacia las preguntas fundamentales por el sentido de la vida de la persona humana. Y al hacerlo no podemos dejar de considerar de manera especial el ámbito donde el ser humano debe aprender a vivir su existencia: la familia. Al contemplar, no sin consternación, los conflictos y tensiones de la sociedad actual, no podemos menos que constatar que en el fondo de esta crisis social se encuentra una crisis moral y religiosa; crisis que ha afectado la consistencia de los valores de la misma familia.
Los tiempos actuales llaman a una seria reflexión sobre el sentido de la vida del ser humano desde la verdad que el Señor Jesús nos revela y, especialmente, sobre cómo vive la vocación a la santidad --que tienen todos los hombres y mujeres (5)-- particularmente en el matrimonio y en la vida familiar. Como señala el Papa Juan Pablo II en su Carta a las familias, «si Cristo "manifiesta plenamente el hombre al propio hombre" (6), lo hace empezando por la familia, en la que eligió nacer y crecer» (7). Por ello se ha dicho que siendo el hombre el camino de la Iglesia (8), la familia, donde viene al mundo el ser humano, es también camino de la Iglesia (9).
La IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano le dedicó una especial atención a la situación de la familia en nuestro continente. Por eso se puso la preocupación por la familia en un lugar central del documento dominicano, destacándose que ella es el «santuario de la vida» y la frontera decisiva del empeño por la Nueva Evangelización a la que somos convocados de cara al Tercer Milenio de nuestra fe.
2. El Discurso Inaugural del Juan Pablo II en Santo Domingo
Para comprender mejor el documento de Santo Domingo hay que tomar en cuenta el Discurso inaugural del Papa Juan Pablo II, pronunciado el 12 de octubre de 1992, quinientos años después de la llegada de la Cruz al continente americano. Es conocida la importancia que tuvo este Discurso en la orientación de los trabajos de la IV Conferencia General. El Papa dio allí valiosas pistas de reflexión desarrollando los temas que había propuesto para la asamblea episcopal.
El documento de Santo Domingo refleja la acogida que los Pastores brindaron a las palabras del Santo Padre, tanto en lo que se refiere a los contenidos y orientaciones de fondo como en lo referido a la estructura del documento. Como es conocido, el esquema del documento deja de lado el difundido método de ver-juzgar-actuar para ceñirse a la estructura que el Papa usó en su Discurso.
Con respecto al tema del matrimonio y la familia el Papa Juan Pablo II hizo un claro llamado a poner a la familia en un lugar especial de las preocupaciones pastorales de la Iglesia en el continente latinoamericano. Hizo entonces una afirmación de la mayor trascendencia: «No existe auténtica promoción humana, verdadera liberación, ni opción preferencial por los pobres, si no se parte de los fundamentos mismos de la dignidad de la persona y del ambiente en que tiene que desarrollarse, según el proyecto del Creador» (10). Es decir, no hay verdadera promoción humana si no se construye desde la familia, que es el «fundamento» de la dignidad de la persona, y el «ambiente» donde se desarrolla. Por esta razón el Papa trató el tema de la familia dentro del apartado de su Discurso dedicado a la promoción humana.
El documento de Santo Domingo seguirá la misma línea del Discurso del Papa al poner el tema de la familia dentro del capítulo sobre promoción humana, dejando así en claro que el fundamento de una auténtica e integral promoción humana hay que buscarlo en la familia.
El Papa señala en su Discurso inaugural que la familia y la vida exigen «toda la atención» del Pueblo de Dios. Aunque es evidente que no es el único tema que preocupa a la Iglesia, es claro que no se trata de un asunto secundario. «Por eso --señala el Papa-- entre los temas y opciones que requieren toda la atención de la Iglesia no puedo dejar de recordar el de la familia y el de la vida: dos realidades que van estrechamente unidas, pues la "familia es como el santuario de la vida" (11). En efecto, "el futuro de la humanidad se fragua en la familia; por consiguiente, es indispensable y urgente que todo hombre de buena voluntad se esfuerce por salvar y promover los valores y exigencias de la familia" (12)» (13). Como se puede apreciar, el Santo Padre junta en el marco de la promoción humana la realidad de la familia con la defensa de la vida. El documento de Santo Domingo, acogiendo las palabras del Papa, hará lo mismo. Así el título de la sección del documento que trata estos temas es: «La familia y la vida: desafíos de especial urgencia en la promoción humana». En un tiempo en el que se ven amenazadas la vida y la dignidad del ser humano resulta muy oportuno recordar la estrecha vinculación de ambas realidades.
El Papa retoma en este pasaje de su Discurso algunos elementos centrales de su magisterio sobre el tema de la familia. En primer lugar recordó, recogiendo la feliz expresión que utilizó en la Centesimus annus, que la familia es como el santuario de la vida (14). Y puso de relieve en segundo lugar la importancia que tiene la familia para el destino de la humanidad, recordando el pasaje de su exhortación apostólica Familiaris consortio donde señala que el futuro de la humanidad se fragua en la familia (15). Dos expresiones que serán recogidas por el documento de Santo Domingo y que constituyen elementos centrales de su planteamiento.
Luego de recordar que la familia como célula primera y vital de la sociedad puede generar grandes energías para el bien de la humanidad, puso de manifiesto los peligros que la acechan en América Latina. Mencionó entonces como una de las amenazas contra la familia: las uniones consensuales libres y las presiones divorcistas. Frente a los muchos problemas que afronta la familia, afirmó, «urge promover medidas adecuadas en favor del núcleo familiar, en primer lugar para asegurar la unión de vida y el amor estable dentro del matrimonio, según el plan de Dios, así como una idónea educación de los hijos» (16). Pide por ello --citando a la Familiaris consortio-- que se anuncie con «alegría y convicción la "buena nueva" sobre la familia» (17).
Junto con señalar la importancia de anunciar la buena nueva de la familia puso de manifiesto también la urgencia de abordar la defensa de la vida y de promover una cultura de la vida que haga frente a la anticultura de la muerte. «La vida --dijo el Santo Padre--, desde su concepción en el seno materno hasta su término natural, ha de ser defendida con decisión y valentía. Es necesario, pues, crear en América una cultura de la vida que contrarreste la anticultura de la muerte, la cual --a través del aborto, la eutanasia, la guerra, la guerrilla, el secuestro, el terrorismo y otras formas de violencia o explotación-- intenta prevalecer en algunas naciones» (18). Utilizó aquí la expresión anticultura de la muerte que será recogida por el documento de Santo Domingo, acentuando así las características antihumanas de las expresiones culturales que asumen estas características de muerte. Lo habitual había sido que se refiera a ellas con la expresión de cultura de la muerte.
El Santo Padre se refirió también, en otro pasaje de su Discurso, al tema del crecimiento demográfico y los atropellos contra la vida. Allí señaló que «es falaz e inaceptable la solución que propugna la reducción del crecimiento demográfico sin importarle la moralidad de los medios empleados para conseguirlo» (19). Y parafraseando las memorables palabras del Papa Pablo VI a la ONU dijo: «No se trata de reducir a toda costa el número de invitados al banquete de la vida; lo que hace falta es aumentar los medios y distribuir con mayor justicia la riqueza para que todos puedan participar equitativamente de los bienes de la creación» (20).
Habló también, en relación al tema de la familia y la vida, de los llamados niños de la calle (21). Estos niños que viven totalmente desprotegidos en la vía pública padecen un grave abandono tanto físico como moral. Entre los muchos peligros a los que están sometidos el Papa resaltó la amenaza de la droga y la prostitución.
El Santo Padre unió pues en su Discurso inaugural el tema de la familia al de la defensa de la vida y los puso como el fundamento de toda auténtica promoción humana. Abrió así un rico horizonte hacia el cual la Iglesia debe caminar en el compromiso de defender y promover la dignidad humana y los auténticos valores familiares.
3. Las líneas maestras del tema de la familia en el documento
El documento de Santo Domingo le da un lugar preferencial al tema de la familia. Ligándolo a la defensa de la vida, ofrece una rica reflexión sobre los desafíos que afronta el matrimonio y la institución familiar, así como sobre el sentido cristiano de la misma dentro del gran marco de la Nueva Evangelización.
Acogiendo explícitamente las orientaciones del Papa Juan Pablo II se asociará el tema de la familia con el de la vida, reuniéndolos en la expresión: la familia es el santuario de la vida (22). Esta expresión que trae los ecos del magisterio del Papa Juan Pablo II (23), y sintetiza maravillosamente bien tanto el sentido más profundo de la familia como su fundamento antropológico, será como el corazón del planteamiento que nos ofrece Santo Domingo.
Partiendo del hecho de que la familia es donde se «fragua el futuro de la humanidad», se la presenta como «frontera decisiva de la Nueva Evangelización» (24). De un lado queda clara la importancia de la familia como la célula primera y básica de la sociedad, donde se deben formar hombres y mujeres para una sociedad más fraterna y solidaria, pues en ella, que es la «primera escuela» (25), se fundamenta el desarrollo integral de los pueblos. Pero por otro lado se destaca el origen divino de la familia, saliendo así al paso al relativismo que ha crecido en nuestros pueblos, que a menudo reduce la institución del matrimonio a un asunto de mera voluntad humana (26).
El matrimonio es presentado en el documento como una vocación, un llamado de Dios que encuentra su fundamento en el Señor Jesús, y que debe ser camino de santificación para los cónyuges. El corazón de esta vocación es el amor, de donde debe brotar la vida; este amor alcanzará su sentido pleno en la reconciliación con Dios-Amor, fuente de toda comunión. Así pues, «el hombre y la mujer, siendo imagen y semejanza de Dios (27), que es amor, son llamados a vivir en el matrimonio el misterio de la comunión y relación trinitaria» (28). Es en el Señor Jesús, fundamento de la dignidad humana, donde encuentra el matrimonio su verdadera dimensión (29).
4. El lugar del tema de la familia en el documento
Un elemento importante que debe ser destacado es el lugar que se le otorgó en Santo Domingo al tema de la familia y la vida. Visto el documento en conjunto el sitio que parecía más apropiado era dentro del capítulo sobre la Nueva Evangelización (30), en la parte correspondiente a la Iglesia particular. En dicho apartado se menciona a la familia brevemente como «Iglesia doméstica» y frontera de la Nueva Evangelización al ser la primera comunidad evangelizadora. Pero allí, además de lo dicho, no se hace más que señalar la importancia de la pastoral familiar (31).
El tema de la familia será desarrollado --como ya se ha indicado-- en el capítulo dedicado a la promoción humana (32). Presentar allí el tema de la familia no fue algo fortuito. El mismo documento lo pone de manifiesto: «Es cierto que el lugar más indicado para hablar de la familia es cuando se trata de la Iglesia particular, parroquia y comunidades eclesiales, ya que la familia es la Iglesia doméstica» (33). Pero no se hizo así. La IV Conferencia General le quiso dar un lugar diferente ligándolo directamente al tema de la dignidad del ser humano. El documento da como razón la siguiente: «a causa de los tremendos problemas que hoy afectan a la vida humana, incluimos este tema en la parte que trata de la promoción humana» (34). Ya en el Mensaje a los pueblos, parte primera del documento de Santo Domingo, se dice: «En esta promoción humana ocupa un lugar privilegiado y fundamental la familia, donde se origina la vida. Hoy es necesario y urgente promover y defender la vida, por los múltiples ataques con que la amenazan sectores de la sociedad actual» (35).
La sola decisión de ubicar el tema de la familia en el capítulo sobre la promoción humana es algo muy importante. En primer lugar por las razones que explícitamente da el mismo documento relativas a la urgencia de la defensa de la vida. Pero hay otra razón más de fondo que está implícita y que se refiere al hecho de que toda verdadera promoción humana empieza por la valoración de la dignidad de la persona humana y sus derechos, y la vida es la primera expresión y el primer derecho que se debe tutelar y promover. Es la familia el ámbito indicado para que esta vida aparezca y donde debe ser protegida y promovida en primer lugar. Y, además, como señala el documento, porque la familia es «el primer espacio para el compromiso social» (36).
Esta vinculación del tema de la familia y la promoción humana desde la defensa de la vida plantea otra consideración en relación al enfoque de lo que debe ser una auténtica e integral promoción del ser humano. El Santo Padre lo afirmó en su Discurso inaugural: no hay desarrollo posible, ni auténtica opción por los pobres, ni verdadera liberación, si no se parte de los fundamentos mismos de la dignidad humana y del ambiente donde ésta se desarrolla. Y, cabría añadir, si no se fundamenta en la defensa y promoción de la vida --en todas sus etapas y en todos sus aspectos--.
Después de algunos años en los que el pensar ideológico --particularmente el análisis marxista-- ejerciera una cierta fascinación en algunos cristianos resulta sumamente interesante e iluminador que se ponga como punto de partida para la promoción humana la familia y la defensa de la vida. Esto, al ir a la raíz misma del asunto, permite eliminar posibles errores, así como abrir un horizonte antropológico integral que parecía un camino de difícil tránsito por la acción del reductivismo del pensar ideológico. Por lo demás quedan así, una vez más, evidenciadas las insuficiencias de los enfoques ideológicos.
El poner como punto de partida y fundamento de la promoción humana a la familia y la vida le abre a esta importante dimensión del compromiso evangélico un horizonte fecundo, alejado de reduccionismos y prejuicios. La perspectiva asumida para abordar el tema de la promoción humana desde la familia y la vida pone además de manifiesto el enfoque general de Santo Domingo que se centra en lo esencial de la vida cristiana, desde el anuncio del mensaje y de la persona del Señor Jesús que está en la base de todo lo que la Iglesia vive y enseña.
Así, el documento proclama con convicción que en la raíz de la promoción humana integral «descubrimos... que se trata de un verdadero canto a la vida, de toda vida, desde el no nacido hasta el abandonado» (37). La promoción integral, que no es otra cosa que el paso de condiciones menos humanas a condiciones cada vez más humanas (38), hasta llegar a la vida plena en Jesucristo, encuentra su fundamento en la defensa y promoción de la familia y la vida.
Hay otro aspecto relacionado a la ubicación del tema de la familia en el documento de Santo Domingo que habla de la importancia que se le quiere dar en el compromiso de la Nueva Evangelización. El capítulo sobre la promoción humana está dividido en tres subcapítulos: «La promoción humana, una dimensión privilegiada de la Nueva Evangelización»; «Los nuevos signos de los tiempos en el campo de la promoción humana»; «La familia y la vida: desafíos de especial urgencia en la promoción humana». El primero de ellos es una introducción a manera de iluminación teológica a todo el tema de la promoción humana. El segundo trae todos los temas usuales en el campo de la promoción humana como son por ejemplo: derechos humanos, ecología, la tierra, la pobreza, el trabajo, la movilidad humana, el orden democrático, el orden económico, la integración. Y el tercero es el tema de la familia y la vida. Como se ve, se le ha dado a este último un lugar más destacado dentro de la misma estructura del capítulo por encima de otros temas de también reconocida urgencia.
Cabe destacar, por otro lado, que incluso el mismo título de la sección dedicada a la familia y la vida --desafíos de especial urgencia en la promoción humana-- es indicativo de la importancia que se le ha dado al tema.
Finalmente se debe señalar que además de la sección especial que el documento le dedica a la familia y la vida el tema aparece destacado en otros pasajes, como se puede ver en el cuadro que sigue a continuación. Esto se aprecia desde el Mensaje a los pueblos con el que se abre el documento, hasta las líneas pastorales finales con que se cierra, donde se señala a la familia y la vida como una de las líneas prioritarias del compromiso de la Iglesia en la Nueva Evangelización.
5. La situación de la familia en América Latina
5.1. Una situación difícil
Es claro en el documento que la situación de la familia es muy difícil en el sub-continente latinoamericano. Son muchas las amenazas que se ciernen sobre ella. La familia, se dice, «es víctima de muchas fuerzas que tratan de destruirla o deformarla» (39). El documento se refiere también a los problemas «que en nuestros días asedian al matrimonio y a la institución familiar» (40), que llevan a hablar de una «crisis de la familia» (41), de «desintegración familiar» (42) y de «ambientes familiares muy deteriorados» (43).
Santo Domingo llama a estar atentos a esta grave situación. No se puede ser indiferentes ni pasivos frente a esta realidad. En países de hondas raíces católicas como los nuestros, donde la gran mayoría se reconoce hijo de la Iglesia, se debe alentar un ordenamiento social y jurídico que respete a la familia como el santuario de la vida.
Uno de los primeros aspectos que el documento destaca es el impacto sobre la imagen tradicional de la familia. Una pregunta surge al reflexionar sobre la familia en el ambiente de hoy: ¿De qué familia se habla? No pasará por alto para cualquier observador interesado en este tema que la familia como tal parece estar hoy en día muy desvalorizada. En países donde crecen alarmantemente los índices de uniones consensuales --de prueba o no-- y en donde los nacimientos fuera de la familia superan el 50% --lo que quiere decir que más de la mitad de los niños que vienen al mundo en dichos países lo hacen fuera del seno de una familia-- este cuestionamiento no sobra. Habría que preguntarse cuánta gente vive en el seno de familias verdaderamente constituidas.
El documento lo pone de manifiesto: «Cada vez son más numerosas las uniones consensuales libres, los divorcios y los abortos» (44). Esta situación empeora por la difusión de una mentalidad «secularizante» que los medios de comunicación propalan como modelo de vida. La gravedad de esta situación y el efecto sobre la sociedad llevan a afirmar en el documento que los problemas familiares se han vuelto un asunto de orden ético-político con graves repercusiones.
Esta mentalidad y el secularismo reinante generan un clima cultural en donde se llega a desconocer o simplemente se deja de lado que «el matrimonio y la familia son un proyecto de Dios» (45). El documento señala junto con el secularismo dos causas más como explicación de los problemas que aquejan al matrimonio y a la institución familiar: la inmadurez sicológica y las causas socio-económicas (46) --como son la miseria, el desempleo, la carencia de vivienda digna, de servicios educativos y sanitarios, los salarios bajos (47)--. Esto lleva a «quebrantar los valores morales y éticos de la misma familia» (48). El resultado es «la dolorosa realidad de familias incompletas, parejas en situación irregular y el creciente matrimonio civil sin celebración sacramental y uniones consensuales» (49).
Esta situación lleva a plantear un asunto de fondo. No se puede hablar de la familia sin tener en cuenta que ante todo lo que se diga, debe estar muy clara la necesidad de que ésta exista auténticamente como familia. Habría que empezar pues por alentar la verdad y la revalorización del matrimonio y de la familia. Y, en segundo lugar, se debe promover una auténtica protección de la familia, que incluya una legislación adecuada que tutele los derechos de las personas y las familias.
5.2. Las amenazas de la cultura de muerte
El documento de Santo Domingo se detiene en las amenazas que se ciernen contra la familia en el continente por el influjo de lo que califica, siguiendo al Papa Juan Pablo II, de una cultura o anticultura de muerte (50). Se acoge en el documento dominicano la expresión que el Santo Padre utilizó en su Discurso inaugural: anticultura de muerte (51), sin dejar de usar la expresión más difundida: cultura de muerte (52); se destacan así las características antihumanas y antivida de esta cultura o pseudocultura.
Frente a la cultura de muerte hay que edificar la cultura de la vida (53). En el apartado sobre la familia y la vida se hacen importantes afirmaciones sobre la cultura de muerte y sus características antihumanas (54). Esto no es un asunto secundario. El hecho de haber explicitado la estrecha vinculación de la familia con la vida lleva a colocar a la familia en el corazón mismo de la argumentación en favor de una cultura de la vida. «Nos desafía la cultura de la muerte --dice el documento--. Con tristeza humana y preocupación cristiana somos testigos de las campañas antivida, que se difunden en América Latina y en el Caribe perturbando la mentalidad de nuestro pueblo con una cultura de muerte» (55). Se denuncia con términos enérgicos la amenaza de la anticultura de la muerte (56).
Tenemos aquí una interesante clave de aproximación al misterio de la familia. Para comprender a cabalidad lo que es el sentido de la vocación al matrimonio y a la vida en familia es necesario aproximarse desde el horizonte de la cultura. Al hacerlo así se está poniendo en el lugar central al ser humano y el ámbito en el que éste debe desarrollarse. Al ser la cultura el ámbito dinámico donde el ser humano vive, la morada del hombre, como se ha dicho, no se puede hablar de la familia sin hablar de la cultura. Por eso el Papa Juan Pablo II en su encíclica Centesimus annus afirmó: «Contra la llamada cultura de la muerte, la familia constituye la sede de la cultura de la vida» (57).
Santo Domingo al presentar las amenazas a la familia desde la cultura de muerte se inscribe claramente dentro de esta perspectiva. Frente a esta cultura de la muerte hay que afirmar la cultura de la vida.
6. Identidad y misión de la familia en el Plan de Reconciliación
La familia y el matrimonio no son un asunto de mera convención humana. Como enseñaba el recordado Pablo VI en la memorable Humanae vitae, «el matrimonio no es, por tanto, efecto de la casualidad o producto de la evolución de fuerzas naturales inconscientes; es una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor» (58). El documento de Santo Domingo lo ha querido destacar como marco de toda reflexión sobre el matrimonio y la familia: «El matrimonio y la familia en el proyecto original de Dios son instituciones de origen divino y no productos de la voluntad humana. Cuando el Señor dice "al comienzo no fue así" (59), se refiere a la verdad sobre el matrimonio, que, según el plan de Dios, excluye el divorcio» (60).
La Iglesia, consciente de la importancia de la familia para el desarrollo integral del ser humano, se acerca a ella para ofrecerle la luz que el Señor Jesús ha traído. La Iglesia conoce el camino por el que la familia puede llegar a descubrir la verdad sobre sí misma y quiere ofrecérselo a los hombres y mujeres de todos los tiempos y culturas. Esta verdad nos es revelada por el Señor Jesús, plenitud de toda la Revelación, quien nos muestra el sentido pleno de la existencia humana. Parafraseando a la Gaudium et spes podemos decir que si sólo en el misterio del Verbo encarnado se esclarece el misterio del ser humano, sólo en Él se esclarece el misterio de la familia según el designio divino y se descubre la grandeza de su vocación (61).
Santo Domingo pone al Señor Jesús en el centro de la vocación al matrimonio y en el centro de la familia. En un hermoso pasaje, donde se evidencia la perspectiva cristocéntrica del documento, se afirma: «Jesucristo es la Nueva Alianza, en Él el matrimonio adquiere su verdadera dimensión. Por su Encarnación y por su vida en familia con María y José en el hogar de Nazaret se constituye un modelo de toda familia. El amor de los esposos por Cristo llega a ser como el de Él: total, exclusivo, fiel y fecundo. A partir de Cristo y por su voluntad, proclamada por el Apóstol, el matrimonio no sólo vuelve a la perfección primera sino que se enriquece con nuevos contenidos. El matrimonio cristiano es un sacramento en el que el amor humano es santificante y comunica la vida divina por la obra de Cristo; un sacramento en el que los esposos significan y realizan el amor de Cristo y de su Iglesia, amor que pasa por el camino de la cruz, de las limitaciones, del perdón y de los defectos para llegar al gozo de la resurrección. Es necesario tener presente que "entre bautizados, no puede haber contrato matrimonial válido, que no sea por eso mismo sacramento" (62)» (63).
El texto que hemos recogido es rico en planteamientos sobre el sentido cristiano del matrimonio. Merecería por ello un desarrollo más amplio y profundo. Baste en esta ocasión indicar los elementos más importantes. Lo primero que salta a la vista es el fundamento cristológico de la presentación del matrimonio. En el Señor Jesús el matrimonio adquiere su verdadera dimensión. En consecuencia hay que volver la mirada hacia el Señor para comprender mejor su misterio. A semejanza del amor de Cristo por su Iglesia, el amor de los esposos debe ser «total, exclusivo, fiel y fecundo».
Se destaca allí el sentido santificador del sacramento del matrimonio. Estamos ante un camino de santidad querido por Dios. Como tal debe ser asumido por los esposos. Esto significa que deben ponerse los medios para acoger y hacer fructificar la gracia que el Señor ofrece. El sustento de este camino es el amor; amor que no está exento de pruebas y dificultades, pero que se hace fecundo en la donación personal al cónyuge y a los hijos. Se trata de un amor con dimensión pascual. Como toda vida cristiana auténtica, ésta sigue las huellas del Señor Jesús. Los esposos, según las características propias de su vida y llamado específico, deben aprender el recorrido del camino de la pasión que lleva al gozo inefable de la resurrección. El documento lo indica de manera edificante. Se trata de un «amor que pasa por el camino de la cruz, de las limitaciones, del perdón y de los defectos para llegar al gozo de la resurrección» (64). Ése es el clima y el ambiente real donde germina la vida, tanto la humana como la cristiana.
El documento hace en este pasaje una interesante analogía entre la familia y la Iglesia. Al hablar del sacramento del matrimonio se indica que éste es «santificante» y que «comunica la vida divina por la obra de Cristo». Y añade: «un sacramento en el que los esposos significan y realizan el amor de Cristo y de su Iglesia» (65). Hay un claro paralelo con el sentido de lo que es un sacramento. Así como la Iglesia es presentada como un sacramento del Señor Jesús --es decir signo e instrumento de salvación, comunión y reconciliación--, la familia, como Iglesia doméstica, está llamada a «significar» --ser signo-- y a «realizar» --ser instrumento-- el amor reconciliador del Verbo encarnado. Hermosa analogía que nos introduce en el misterio del designio divino y nos permite comprender mejor la grandeza del sacramento del matrimonio que debe llevar a quienes son bendecidos con esa vocación a ser para sí mismos y su familia, y para el mundo entero, como --si cabe la expresión-- un sacramento doméstico del amor reconciliador del Señor Jesús.
A partir de lo dicho se comprende mejor la explícita valoración que se hace del sacramento del matrimonio. Citando el Código de Derecho Canónico se recuerda: «entre bautizados, no puede haber contrato matrimonial válido, que no sea por eso mismo sacramento» (66).
Luego de subrayar la centralidad del Señor Jesús en la vocación al matrimonio, el documento indica cuál es la identidad y la misión de la familia: «custodiar, revelar y comunicar el amor y la vida» (67). Esta identidad y esta misión deben ser realizadas a través de cuatro cometidos fundamentales en los que, siguiendo la enseñanza de la Familiaris consortio, se descubre un llamado a que la familia sea cada vez más lo que es (68); es decir una comunidad de vida y amor.
Estos cuatro cometidos son planteados por Santo Domingo de la siguiente manera:
«a) La misión de la familia es vivir, crecer y perfeccionarse como comunidad de personas que se caracteriza por la unidad y la indisolubilidad. La familia es el lugar privilegiado para la realización personal junto con los seres amados.
»b) Ser "como el santuario de la vida" (69), servidora de la vida, ya que el derecho a la vida es la base de todos los derechos humanos. Este servicio no se reduce a la sola procreación, sino que es ayuda eficaz para transmitir y educar en valores auténticamente humanos y cristianos.
»c) Ser "célula primera y vital de la sociedad" (70). Por su naturaleza y vocación la familia debe ser promotora del desarrollo, protagonista de una auténtica política familiar.
»d) Ser "Iglesia doméstica" que acoge, vive, celebra y anuncia la Palabra de Dios, es santuario donde se edifica la santidad y desde donde la Iglesia y el mundo pueden ser santificados» (71).
7. Santuario de la vida
Como se ha dicho ya, el tema de la familia y de la vida en Santo Domingo puede ser sintetizado en la expresión: la familia es el santuario de la vida. Esta vida que se transmite, custodia y desarrolla en el seno de la familia tiene dos dimensiones: la vida humana y la vida divina de la gracia, es decir la vida cristiana. En la familia se deben cultivar ambas realidades. El documento lo indica al hablar de la misión de la familia. El servicio que la familia presta como santuario de la vida «no se reduce a la sola procreación, sino que es ayuda eficaz para transmitir y educar en valores auténticamente humanos y cristianos» (72). Como santuario de la vida la familia es «servidora de la vida» (73), de toda vida.
7.1. La vida humana
Hoy en día es primordial considerar la urgencia de salir en defensa de la vida humana. El documento lo subraya con claridad: «Hoy es necesario y urgente promover y defender la vida, por los múltiples ataques con que la amenazan sectores de la sociedad actual» (74).
En un tiempo donde el desprecio a la vida y a la dignidad humana es tan grande resulta urgente --por decir lo menos-- recordar el carácter sagrado de la vida y, por ello, el carácter de santuario que tiene la familia. En efecto, la vida es un don que nos es dado gratuitamente por Dios. Nadie puede, por tanto, atentar contra ella en ninguna de sus etapas --desde la concepción hasta la muerte natural--. «Dios es el mismo Señor de la vida --dice el documento--. La vida es don suyo. El hombre no es ni puede ser árbitro o dueño de la vida» (75).
El documento aborda el tema con amplitud y precisión. La cultura de la muerte difunde una peligrosa mentalidad antivida que, desde una falsa concepción de la libertad, amenaza al ser humano y su dignidad. Santo Domingo denuncia diversas situaciones y campañas que atentan contra una recta visión de la dignidad del ser humano y de la vida. Así, por ejemplo, llama la atención sobre la distribución masiva de anticonceptivos, en su gran mayoría abortivos, y sobre los programas de esterilizaciones masivas --que afectan tanto a mujeres como también a hombres (76)--. Con este tipo de campañas y programas son heridos los pueblos latinoamericanos por el «imperialismo anticonceptivo, que consiste en imponer a pueblos y culturas toda forma de contracepción, esterilización y aborto, que se considera efectiva, sin respeto a las tradiciones religiosas, étnicas y familiares de un pueblo o cultura» (77).
Otras consecuencias de la mentalidad antivida denunciadas en Santo Domingo son: la masacre del aborto, la eliminación de niños apenas nacidos, de ancianos y enfermos estimados como inútiles, defectuosos y que son una "carga" para la sociedad (78).
Es importante destacar cómo el documento liga explícitamente de manera cercana la anticoncepción al aborto, tanto subjetiva como objetivamente (79). El documento añade a lo dicho la eutanasia, la guerra, la guerrilla, el secuestro, el terrorismo, el narcotráfico, como otras dolorosas manifestaciones de la cultura de muerte.
Este respeto a la vida, que debe nacer y cultivarse de manera especial en la familia, debe también llevar a generar una conciencia de misión especial en relación a la llamada paternidad responsable.
Quienes están llamados a la vocación matrimonial deben ser conscientes de lo que significa ser colaboradores del Señor para la vida. No hay que perder de vista la grandeza misteriosa de la generación de la vida, reconociendo a la vez que en el milagro de la vida humana se está ante un acontecimiento que excede el puro hecho biológico. Y como tal los esposos deben ser conscientes de la enorme responsabilidad que significa la concepción de un nuevo ser humano, invitado a la plenitud de la vida en el amor.
La paternidad y la maternidad responsables comportan una vinculación con el orden moral establecido por el Plan de Dios, cuyo fiel intérprete, como señalaba Pablo VI en la Humanae vitae, es la recta conciencia (80) iluminada por la verdad que nos revela el Señor Jesús y nos enseña la fe de la Iglesia. El fundamento de esta paternidad y maternidad responsables es muy sólido. El Papa Juan Pablo II lo recuerda en su Carta a las familias retomando el pasaje de la Gaudium et spes donde se afirma que el hombre «es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma» y que «no puede encontrarse plenamente a sí mismo sino es en la entrega sincera de sí mismo» (81).
En el documento del episcopado latinoamericano se invita a teólogos, científicos y matrimonios cristianos a colaborar con el magisterio «para iluminar mejor los fundamentos bíblicos, las motivaciones éticas y las razones científicas para la paternidad responsable, para la decisión libre, de acuerdo con una conciencia bien formada, según los principios de la moral, tanto en lo que mira al número de hijos que se pueden educar, y en cuanto a los métodos, según una auténtica paternidad responsable» (82). Esto debe dar como fruto la promoción de programas y servicios que difundan los métodos naturales de planificación, así como de instrumentos de formación para la sexualidad y el amor de pareja. Una vez más en esta aproximación al ser humano se aprecia el profundo respeto a su auténtica naturaleza y dignidad; y la educación de la voluntad y la iluminación de la conciencia para un recto ejercicio de la libertad, que suponen, es una evidencia más de ello.
Estrechamente ligado a la paternidad y maternidad responsables está el tema del crecimiento demográfico y el desarrollo. Años atrás se difundió con gran apoyo de los medios de comunicación la falsa ecuación: a mayor crecimiento demográfico menor desarrollo. Hoy es cada vez más claro que se trata de una de las más grandes mentiras. La realidad viene desmintiendo esta falaz ecuación en la cual se apoya lo que se viene llamando el imperialismo demográfico.
Ya se ha visto con suficiente claridad que una disminución del índice de crecimiento poblacional no trae de por sí el desarrollo. Es evidente, por lo demás, que las dificultades para el desarrollo no se encuentran principalmente en ese factor. Y que, más aún, es demostrable históricamente que en muchos casos el desarrollo ha venido después de un aumento del número de habitantes. Como afirmó Pablo VI ante la ONU en 1965, no se trata de disminuir los comensales en el banquete de la vida sino de aumentar el pan para que sea suficiente para todos (83). Y todo hace pensar que esto es perfectamente posible.
El problema está más en aquel viejo enemigo del ser humano: el egoísmo. Una mayor producción de riqueza y una mayor distribución de la misma es precisamente un camino no sólo viable, sino adecuado para acompañar al ser humano en su peregrinar por el Tercer Milenio. Santo Domingo recoge un texto del Papa muy claro sobre el particular en el Discurso inaugural: «Lo que hace falta es aumentar los medios y distribuir con mayor justicia la riqueza, para que todos puedan participar equitativamente de los bienes de la creación» (84).
La Iglesia ha venido denunciando las campañas que bajo el supuesto fin de proteger a la familia, someten a las personas a un verdadero «terrorismo demográfico» (85) que atemoriza a la población exagerando «el peligro que puede representar el crecimiento de la población frente a la calidad de vida» (86). Es claro que además de falaz es inaceptable una reducción del crecimiento poblacional que no tenga en cuenta la moralidad de los medios que se usen. Dentro de esta perversión política que expresa el «terrorismo demográfico» el hijo se convierte no sólo en alguien no deseado, sino hasta en un agresor.
La familia, pues, como santuario de la vida, debe ser el ámbito donde se proteja y desarrolle la vida, se viva una clara conciencia de la misión de la paternidad y maternidad responsables, y se eduque en el recto sentido del desarrollo y promoción humana desde la justicia.
7.2. La vida cristiana
Pero además de la vida humana que debe ser defendida y promovida tenemos la otra dimensión de la vida que se nutre de la gracia que Dios derrama en los corazones.
Como afirmábamos, la familia es santuario no sólo de la vida humana sino también de la vida de la gracia. El ser humano está invitado a vivir en plenitud teniendo en cuenta todas sus dimensiones, tanto en el aspecto corporal como en su dimensión síquica y espiritual. No puede haber verdadera e integral promoción del ser humano si se mutila alguna de sus dimensiones y se le niega la vida que nos ha traído el Señor Jesús.
El servicio que presta la familia como servidora de la vida no se reduce pues a la transmisión de la vida humana, es decir la procreación, con todo el grandioso misterio de participación en la acción creadora de Dios que ello evoca, sino que debe también ser «ayuda eficaz para transmitir y educar en valores auténticamente humanos y cristianos» (87). La familia es el ámbito donde se acoge, protege y desarrolla la vida; toda vida, la humana en la procreación de los hijos, la divina que nos viene a través de la gracia y que nos llevará algún día, si acogemos la gracia y perseveramos, a alcanzar la vida eterna. A las familias, «que son el santuario de la vida, se les pide que hagan germinar el Evangelio en el corazón de sus hijos por medio de una adecuada educación. En un momento en que la cultura de muerte nos amenaza encontrarán aquí una "fuente que salta hasta la vida eterna"» (88). Las familias son, pues, invitadas a ser también santuario de la vida divina, Iglesias domésticas.
La consideración de esta vocación nos pone frente a un asunto fundamental: la necesidad de un esfuerzo permanente de conversión, de acogida a la gracia, para la pareja de esposos, para la familia. Para quienes han recibido el bautismo, es fundamental poner de relieve la necesidad de la conversión al Señor Jesús para poder constituir una auténtica familia cristiana. En lo que toca a las familias de bautizados se trata de renovar permanentemente la fidelidad al Evangelio del Señor Jesús. Allí está el fundamento de todo lo que se quiera proponer. Pues sólo desde una conversión cada vez más profunda puede aspirar un matrimonio a constituirse en camino de santidad y plenitud, y en ámbito verdadero de comunión y reconciliación que sea escuela de vida cristiana para los hijos. Así podrá ser la familia verdaderamente «santuario donde se edifica la santidad» (89).
Esta conversión nos sitúa ante la necesidad de poner en primer lugar el horizonte de evangelización y de reconciliación al interior de las familias. La familia debe entenderse como sujeto y destinatario primero de la evangelización y de la reconciliación. Allí está el fundamento de una auténtica vida y de una proyección hacia los seres humanos de hoy. Sólo una familia evangelizada y reconciliada puede ser, como se desprende de Santo Domingo, una familia evangelizadora y reconciliadora. La Nueva Evangelización, en la que juega un rol muy importante la familia, exige pues familias que aspiren en serio a vivir en un esfuerzo permanente de conversión.
Un matrimonio que vive tratando de conformarse cada vez más con el Señor Jesús puede aspirar a constituir una familia que sea escuela de amor y vida cristiana, es decir una escuela de santidad. No se trata, claro está, de que se eliminarán total y fácilmente los defectos o el pecado. Se trata de que por encima de las debilidades y las insuficiencias, de los pecados y errores, crecerán el amor y la entrega, la capacidad de perdón y de donación alimentados por la gracia divina. Porque no se trata de encontrar esposos y esposas ya perfectos, sino esposos y esposas que quieran amar y entregarse mutuamente como don, que aspiren a la perfección en el amor, en la convicción de que sólo se realizarán plenamente como seres humanos viviendo la caridad entre sí, dándose fraternalmente a los demás. La familia se puede convertir así en escuela de santidad, generadora de una cultura de vida, de solidaridad y reconciliación, como pide Santo Domingo (90).
La Iglesia doméstica debe ser la primera instancia educadora de la fe. Esta educación comienza con el ejemplo y la prédica de la Palabra. «Los padres, con su ejemplo y su palabra son los grandes evangelizadores de su "Iglesia doméstica"...» (91). Allí empieza a gestarse la Nueva Evangelización. «La familia cristiana --dice en otro pasaje el documento-- es "Iglesia doméstica", primera comunidad evangelizadora» (92).
Se invita a las familias a vivir una vida alimentada por la gracia de Dios. Educadas por una adecuada catequesis, se deben abrir las familias a la «oración en el hogar, la Eucaristía, la participación en el sacramento de la Reconciliación, el conocimiento de la Palabra de Dios» (93). Una familia cristiana debe tratar de vivir participando en los sacramentos --especialmente la Eucaristía y la Reconciliación--, dándose a la oración y escudriñando y acogiendo en el corazón la Palabra de Dios. Tres elementos que nos hablan de la preocupación por vivir una vida espiritual intensa, en la búsqueda de una comunión con Dios que para cada uno de los esposos, y para la familia toda, debe crecer día a día. Fortalecida de esta manera la familia podrá ser entonces «fermento en la Iglesia y en la sociedad» (94).
La familia es pues santuario de la vida divina que se hace amor entre nosotros por el Verbo encarnado, don reconciliador del Padre. Por eso se nos recuerda con frecuencia que la familia es una Iglesia doméstica donde deben cuidarse siempre las brasas del amor, donde deben dejarse avivar por el soplo de la gracia, en donde se acoge, vive, celebra y anuncia la Palabra de Dios. Y como tal es santuario donde germina y se edifica la santidad.
Es santuario donde se educa el respeto a la dignidad humana de la manera como se educa en un santuario: en un clima de oración, con reverencia, con acogida, con misericordia, con solidaridad, con amor. Y por ello es santuario de la defensa de los derechos humanos, y fuente del verdadero desarrollo integral generador de justicia, reconciliación y solidaridad en la vida social.
Por eso frente a la cultura de muerte debemos afirmar con ardor la cultura de la vida que empieza a edificarse en el santuario de la vida. Por todo lo dicho con Santo Domingo debemos afirmar: «Decimos sí a la vida y a la familia. Ante las graves agresiones a la vida y a la familia, agudizadas en los últimos años, proponemos una decidida acción para defender y promover la vida y la familia, iglesia doméstica y santuario de la vida, desde su concepción hasta el final natural de su etapa temporal. Toda vida humana es sagrada» (95).
8. Mirando el Tercer Milenio: Las líneas pastorales
La pastoral familiar debe ser un asunto prioritario en el compromiso de la Nueva Evangelización. El documento insiste en diversos pasajes en esto, precisando que esta pastoral debe tener como características el ser una prioridad: básica, sentida, real y operante (96). El mismo documento describe brevemente cada una de estas cuatro características:
Básica: «como frontera de la Nueva Evangelización» (97).
Sentida: «esto es, acogida y asumida por toda la comunidad diocesana» (98).
Real: «porque será respaldada concreta y decididamente con el acompañamiento del obispo diocesano y sus párrocos» (99).
Operante: «significa que debe estar inserta en una pastoral orgánica» (100).
A estas cuatro características le añade: «Esta pastoral debe estar al día en instrumentos pastorales y científicos. Necesita ser acogida desde sus propios carismas por las comunidades religiosas y los movimientos en general» (101).
El documento fija además en cuatro las grandes líneas pastorales principales con respecto a la familia y la defensa de la vida:
1. «Subrayar la prioridad y centralidad de la pastoral familiar en la Iglesia diocesana» (102).
2. «Proclamar que Dios es el único Señor de la vida...» (103). Y «fortalecer la vida de la Iglesia y de la sociedad a partir de la familia» (104).
3. Promover la «paternidad responsable» (105).
4. Denunciar «toda violación contra los niños y los no nacidos» (106).
Santo Domingo pide que se impulse la renovación de la vida cristiana que genere un nuevo ardor en el servicio evangelizador. Pero pide también que se ensayen nuevos métodos y expresiones evangelizadoras. Y se proponen algunas posibilidades que permiten una mayor involucración de las familias (107). Se deben también renovar los esfuerzos en la formación y capacitación de los agentes pastorales involucrados en la pastoral familiar.
Dentro de esta renovación de los métodos y expresiones deben involucrarse toda la Iglesia local, la familia, las comunidades y asociaciones, la parroquia. Hay que reconocer sobre el particular el importante papel que tienen los movimientos y asociaciones eclesiales en este aspecto. El documento de Santo Domingo lo ha puesto de manifiesto no sólo reconociendo el importante rol que vienen jugando los movimientos sino pidiendo específicamente que se tome en cuenta a aquellos que están involucrados en la pastoral familiar: «Los movimientos apostólicos que tienen por objetivo el matrimonio y la familia pueden ofrecer apreciable cooperación a las Iglesias particulares, dentro de un plan orgánico integral» (108).
Esta pastoral familiar «no puede limitarse a una actitud meramente protectora, debe ser previsora, audaz y positiva» (109). Y en apertura a los signos de los tiempos ha de discernir con sabiduría evangélica los retos que los cambios culturales plantean a la familia y denunciar las violaciones y atropellos contra la familia.
Dentro de la pastoral de la familia se debe dar un lugar especial al puesto de la mujer. Santo Domingo se detiene de manera especial en la consideración del rol de la mujer, reconociendo su valor y alentando a que se la respete. «Tanto en la familia como en las comunidades eclesiales y en las diversas organizaciones de un país, las mujeres son quienes más comunican, sostienen y promueven la vida, la fe y los valores» (110).
9. El mensaje del Episcopado Latinoamericano a la ONU
Por último es importante detenerse en un texto que si bien no pertenece al documento de Santo Domingo fue gestado durante la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, y refleja claramente las preocupaciones de los Pastores reunidos en Santo Domingo. Se trata de un Mensaje que se envió a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en donde se subraya vigorosamente la opción de la Iglesia por la vida y se protesta contra los atropellos cometidos contra la vida.
Dicho Mensaje fue redactado en la asamblea y propuesto para que lo firmaran los obispos que lo juzgaran oportuno. Lo cierto es que fue suscrito por 197 obispos, es decir una amplia mayoría de los obispos presentes en la IV Conferencia General (111). Esto le da una dimensión y una importancia muy grandes a dicho Mensaje.
Se afirma allí entre otras cosas: «Es preciso vigorizar la cultura de la vida contra la cultura de la muerte que cobra tantas víctimas en nuestros pueblos. Jamás habría un progreso real, digno del hombre, por el camino del atropello al ser humano. Es urgente decirle a la humanidad, como un clamor sin equívocos: ¡Respetemos el don sagrado de la vida! Este clamor surge, con nueva fuerza, desde el corazón de nuestros pueblos que hace 500 años recibieron el Evangelio de Jesucristo» (112).
Más adelante se invita a tomar conciencia de la «dimensión ética para un auténtico progreso humano salvaguardando "las condiciones morales de una auténtica ecología humana" (113). Resulta doloroso que se busque un desarrollo económico que termine secando las fuentes de la vida convirtiéndose en cultura de la muerte» (114). Como señala este Mensaje: «No puede haber paz ni desarrollo verdadero si se construyen con menoscabo de la vida» (115).
10. Finalmente
Urge, pues, en el mundo actual una pedagogía de la vida que lleve a la revalorización del matrimonio y de la familia, así como a un verdadero compromiso con la vida. Santo Domingo es una clara invitación a proteger y promover los valores familiares, recordándonos que es en la familia donde se ponen los fundamentos de toda promoción humana auténtica. Reiterando que el matrimonio es una vocación de Dios y un camino de santidad, el documento abre un hermoso horizonte de comprensión del misterio de la familia al subrayar su característica de santuario de la vida; de la vida humana y de la vida cristiana.
Frente a una cultura de muerte la Iglesia quiere elevar una vez más la bandera de la cultura de la vida; quiere recorrer el camino de la familia. Para ello dirige su mirada sobre la familia, como fundamento de toda auténtica política de protección, defensa y promoción de la vida y dignidad humana, y como fundamento de la vida social. Ella debe ser, en efecto, el ámbito donde se transmite la vida y donde el ser humano aprende a vivir la vida en el sentido pleno, según nos lo ha revelado el Señor Jesús, plenitud de lo humano.
La familia, santuario de la vida, es el corazón de la civilización del amor, que es la cultura de la vida.
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Notas
1. Familiaris consortio, 86. Ver también Juan Pablo II, Discurso inaugural, Santo Domingo, 12/10/1992, 18.
2. Ver Santo Domingo, 210.
3. Christifideles laici, 40.
4. Ver Gaudium et spes, 24.
5. Precisamente este llamado es lo que se conoce como vocación universal a la santidad, tan destacado en la Constitución Lumen gentium del Concilio Vaticano II.
6. Gaudium et spes, 22.
7. Carta a las familias, 2.
8. Ver Redemptor hominis, 14.
9. Ver Carta a las familias, 2.
10. Juan Pablo II, Discurso inaugural, Santo Domingo, 12/10/1992, 18.
11. Centesimus annus, 39.
12. Familiaris consortio, 86.
13. Juan Pablo II, Discurso inaugural, Santo Domingo, 12/10/1992, 18.
14. Ver Centesimus annus, 39.
15. Ver Familiaris consortio, 86.
16. Juan Pablo II, Discurso inaugural, Santo Domingo, 12/10/1992, 18.
17. Familiaris consortio, 86: citado en Juan Pablo II, Discurso inaugural, Santo Domingo, 12/10/1992, 18.
18. Juan Pablo II, Discurso inaugural, Santo Domingo, 12/10/1992, 18.
19. Allí mismo, 15.
20. Lug. cit.
21. Ver allí mismo, 18.
22. Ver Santo Domingo, Mensaje, 40; Santo Domingo, 210 (título), 214 y 297.
23. Ver Centesimus annus, 39; ver también Juan Pablo II, Discurso inaugural, Santo Domingo, 12/10/1992, 18.
24. Santo Domingo, 210.
25. Santo Domingo, 200. Ver también el n. 267.
26. Ver Santo Domingo, 211.
27. Ver Gén 1,27.
28. Santo Domingo, 212.
29. Ver Santo Domingo, 213.
30. Se trata del capítulo 1 de la II parte del documento, en la sección que tiene como título: «Comunidades vivas y dinámicas».
31. Ver Santo Domingo, 64.
32. Se trata del capítulo 2 de la II parte del documento. [Regresar]
33. Santo Domingo, 210.
34. Lug. cit.
35. Santo Domingo, Mensaje, 31.
36. Santo Domingo, 268.
37. Santo Domingo, 162.
38. Ver Populorum progressio, 20-21; Medellín, Introducción, 6 y Medellín, Paz, 14.
39. Santo Domingo, 210. El documento habla de «los ataques a la familia» entre los males que aquejan a Latinoamérica (ver Santo Domingo, 9).
40. Santo Domingo, 64.
41. Santo Domingo, 267.
42. Santo Domingo, 79.
43. Santo Domingo, 81. El documento habla también de las amenazas de los medios de comunicación a la familia (ver Santo Domingo, 238 y 277).
44. Santo Domingo, 216.
45. Santo Domingo, 217.
46. Ver lug. cit.
47. Ver Santo Domingo, 218. En la sección dedicada al trabajo se mencionan las duras condiciones de vida de los trabajadores que afectan toda su realidad, personal y familiar. De ahí que se vea como necesaria una más justa y equitativa distribución de la riqueza para «el mayor bienestar del hombre y su familia» (Santo Domingo, 183).
48. Santo Domingo, 217.
49. Lug. cit.
50. El origen de estas expresiones culturales antihumanas está en el pecado (ver Santo Domingo, 9).
51. Ver Juan Pablo II, Discurso inaugural, Santo Domingo, 12/10/1992, 18. El documento usa la expresión en el n. 219.
52. El documento habla de cultura o anticultura de muerte en: Santo Domingo, Mensaje, 40; Santo Domingo, 9, 26, 219, 235.
53. Ver Santo Domingo, 116.
54. Ver Santo Domingo, 219.
55. Lug. cit.
56. Hay algunas situaciones en relación a la familia y la vida, generadas por la cultura de muerte, que merecen una atención especial en el documento. Se trata de los casos de los niños abandonados, las madres solteras, las familias miserables y los desprotegidos como son los enfermos y los ancianos.
57. Centesimus annus, 39.
58. Humanae vitae, 8.
59. Mt 19,8.
60. Santo Domingo, 211.
61. Ver Gaudium et spes, 22.
62. C.I.C., c. 1055, 2.
63. Santo Domingo, 213.
64. Lug. cit.
65. Lug. cit.
66. C.I.C., c. 1055, 2: citado en Santo Domingo, 213.
67. Santo Domingo, 214.
68. Ver Familiaris consortio, 17.
69. Centesimus annus, 39.
70. Familiaris consortio, 42.
71. Santo Domingo, 214.
72. Lug. cit.
73. Lug. cit.
74. Santo Domingo, Mensaje, 31.
75. Santo Domingo, 215.
76. Ver Santo Domingo, 219.
77. Carta de la Santa Sede a la Reunión de Bangkok de la OMS: citado en Santo Domingo, 219.
78. Ver Santo Domingo, 219.
79. Ver Santo Domingo, 215. Sobre el aborto y el antinatalismo ver también Santo Domingo, 9, 110, 216, 219, 223, 234.
80. Ver Humanae vitae, 10.
81. Gaudium et spes, 24; Carta a las familias, 12.
82. Santo Domingo, 226.
83. Ver Pablo VI, Discurso a la Asamblea de la ONU, 4/10/1965, 6.
84. Juan Pablo II, Discurso inaugural, Santo Domingo, 12/10/1992, 15: citado en Santo Domingo, 226.
85. Santo Domingo, 219.
86. Lug. cit. Es muy ilustrativo al respecto el documento del Pontificio Consejo para la Familia, Evoluciones demográficas: dimensiones éticas y pastorales, 25/3/1994.
87. Santo Domingo, 214.
88. Santo Domingo, Mensaje, 40.
89. Santo Domingo, 214.
90. Ver Santo Domingo, 77.
91. Santo Domingo, Mensaje, 40.
92. Santo Domingo, 64.
93. Santo Domingo, 225.
94. Lug. cit.
95. Santo Domingo, 297.
96. Ver Santo Domingo, 64.
97. Lug. cit.
98. Lug. cit.
99. Lug. cit.
100. Lug. cit.
101. Lug. cit.
102. Santo Domingo, 222.
103. Santo Domingo, 223.
104. Santo Domingo, 225.
105. Santo Domingo, 226.
106. Santo Domingo, 227.
107. Ver Santo Domingo, 101.
108. Santo Domingo, 222.
109. Lug. cit.
110. Santo Domingo, 106. Ver también el n. 109.
111. En Santo Domingo participaron 235 obispos miembros plenos de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. A éstos se les sumaron 21 obispos invitados, que tenían derecho a voz pero no a voto.
112. Mensaje del Episcopado Latinoamericano a la Organización de las Naciones Unidas, Santo Domingo, 27/10/1992, 2 y 3.
113. Centesimus annus, 38.
114. Mensaje del Episcopado Latinoamericano a la Organización de las Naciones Unidas, Santo Domingo, 27/10/1992, 5.
115. Allí mismo, 9.