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sábado, 19 de mayo de 2012

►¿SIN DIOS?




Reiteradas veces me han pedido de buena manera y otras no tanto, que aprenda a defender la VIDA sin DIOS. 
Por las siguientes razones no puedo hacerlo:
-No me sale
-No se como
-No se puede
-No me alcanza la inteligencia para comprender que la VIDA  tenga razón de SER sin DIOS, lamento desilusionarlos.
-Dios no es mito, Dios no es leyenda, Dios no es creencia, Dios es VIDA.
-Asumo no poder contar con el ingrediente principal ¡¡la inteligencia!! para asumir tamaña responsabilidad en lo que respecta a la defensa de la vida... 
-Desde mis roles que trato de cumplir BIEN a los ojos de DIOS interpreto que nada le debo a NADIE  mas que a DIOS reiteradas excusas y justificativos para hacer tal o cual cosa.
-No queramos interponernos entre la buena relación que naturalmente existe entre el hombre y Dios. Muchos le conocemos desde adentro y no debimos acudir a libros y altos estudios para encontrarle y conocerle.
-Agradezco a DIOS, y solo a DIOS el don de la VIDA  que me ha regalado, al igual que toda VIDA  llamada a VIVIR y de las cuales tantas se han visto impedidas. ..y de quienes en parte me siento responsable por no saber defender.
-A mi único juez las razones y sin razones de esta MI lucha.

« Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él » (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: « Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él »  (Deus caritas est)

Dios los bendiga a TODOS.
Laura

►¿POR QUÉ DEFENDER LA VIDA POR NACER?





La vida humana es sagrada porque viene de Dios, permanece siempre en una especial relación con Él y va a Él. El padre y la madre transmiten la vida, pero el Creador es el único Señor de ese don.
Como confirma la genética actual, en el momento en que el óvulo es fecundado por el espermatozoide empieza la aventura de la vida de un nuevo individuo humano que ya tiene su propia identidad biológica e irá desarrollando sus potencias progresivamente sin saltos cualitativos.
La nueva vida posee una dignidad intrínseca a su naturaleza y un inestimable valor independiente de cualquier consideración subjetiva -por ejemplo el deseo de no tener un hijo o la creencia de que la persona concebida no será feliz- y exige ser acogida con responsabilidad.
La libertad humana, incluso en las circunstancias más difíciles, es capaz, con la ayuda de Dios, de gestos extraordinarios de sacrificio y de solidaridad para acoger la vida de un nuevo ser humano.

Un embarazo inesperado y quizás no deseado puede exigir sacrificio, formación, información y ayuda. Pero los seres humanos pueden, a pesar de las dificultades y de sus debilidades, corresponder a la altísima vocación para la cual han sido creados: la de amar.
De hecho, la experiencia demuestra que muchísimos embarazos no deseados se transforman, al dejar nacer al hijo, en gozosas maternidades. Por otra parte, numerosos niños dados en adopción han podido disfrutar de una vida plena y realizar su aportación al mundo.
Aun siendo muy pequeño y estando oculto en el vientre de su madre, el concebido es amado infinitamente por Dios por ser una persona humana, hecha a su imagen y semejanza, y está llamado a la felicidad eterna.



Tener un hijo responde a una llamada inscrita en el propio ser femenino: en la aspiración de su alma a reflejar junto al hombre el poder creador y la paternidad de Dios, en su estructura psíquica inclinada a acoger la vida, y en su misma constitución física y su organismo, dispuestos naturalmente para la concepción, gestación y parto del niño como fruto de la unión con el hombre.
Así, la estructura femenina, unida a la dimensión del don propia de toda persona, ofrece pistas claras sobre el designio divino para la mujer, cuya realización le permite encontrar su plenitud.
La politóloga feminista Janne Haaland Matláry describe así la experiencia de la maternidad que llena de alegría y de sentido las vidas de millones de mujeres: "He sido siempre una mujer trabajadora, interesada ante todo por mi propio trabajo. Pero cuando me convertí en madre, me di cuenta de que esa era, en un sentido muy profundo, la verdadera esencia de la feminidad".
Cristo habla sobre la profunda satisfacción, el significado y el alcance de la maternidad, comparando la vida que la madre alumbra, con la Vida eterna que Él regala: “La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo. También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar” (Jn 16, 21-22).
A lo largo de la historia, la maternidad ha sido muy valorada. Sin embargo, en ocasiones también ha sido (y es) penalizada o despreciada, por ejemplo por el feminismo radical desarrollado en los años 70 del siglo XX que la relacionaba con la mujer pasiva y atrasada, y por los sistemas económicos que en la práctica discriminan a las mujeres trabajadoras que tienen hijos o no las apoyan. Esta actitud ha impedido a muchas mujeres desarrollar libremente un aspecto esencial de sí mismas y ha empobrecido a la humanidad.




Las mujeres que dan vida y ayudan a su crecimiento realizan una trascendente aportación a la colectividad que el Estado y la sociedad deben reconocer y salvaguardar.
Benedicto XVI llamaba la atención sobre esta cuestión al recibir, en enero de 2011, a grupo de responsables de instituciones públicas italianas, destacando que “es necesario sostener concretamente la maternidad y también garantizar a las mujeres que ejercen una profesión la posibilidad de conciliar familia y trabajo. De hecho, demasiadas veces se ven obligadas a elegir entre una u otra cosa. El desarrollo de políticas adecuadas de ayuda, así como de estructuras destinadas a la infancia (···) puede ayudar a lograr que el hijo no se vea como un problema, sino como un don y una gran alegría”.
Pocos meses antes, al consagrar la basílica de la Sagrada Familia de Barcelona, destacaba también la necesidad de “que la natalidad sea dignificada, valorada y apoyada jurídica, social y legislativamente”.
Actualmente, en Europa, el índice de fecundidad no garantiza la renovación generacional. El descenso y envejecimiento de la población esconden un gran problema social y cultural relacionado con la falta de esperanza y plantean otros tantos, como el futuro de las pensiones. Las madres tienen una función vital en la configuración de una sociedad humana con futuro esperanzador.
La verdadera igualdad de sexos contempla el especial esfuerzo integral de la mujer en el común engendrar, que deja al hombre en deuda con ella, en palabras de Juan Pablo II.
La Iglesia muestra a la familia como el lugar más adecuado para acoger la vida humana y exige que el Estado la respete, proteja y apoye. Al mismo tiempo, consciente de su solidaridad corresponsable, demuestra su apoyo incondicional a las madres para acoger su maternidad con una actitud positiva y llevar adelante la gestación, nacimiento y educación de sus hijos, y para que siempre y en todas partes todos los seres humanos que llegan al mundo reciban una acogida digna del hombre, si es necesario a través de la ayuda a las familias, a las madres solteras y a los niños.



La vida humana debe ser respetada y protegida desde el momento de la concepción. Por muchos problemas que puedan acompañar al embarazo y al hijo concebido, ¿justificarán la expulsión del feto del útero que causa la muerte de ese ser humano que se encuentra en la primera fase de su existencia?

Además del homicidio concreto de un ser humano inerme totalmente confiado a la protección de la mujer que lo lleva en su seno, el aborto provocado es una fuerza destructora para la vida de las personas implicadas en él, especialmente de mujeres que a menudo han tenido que afrontar solas el dolor y el remordimiento profundos que surgen después de la decisión de acabar con la vida de un niño por nacer.
El aborto destruye vínculos naturales de padres e hijos y viola el parentesco espiritual de todos los hombres, menoscaba la dignidad de la persona humana, implica una profunda injusticia en las relaciones humanas y sociales, y ofende al Creador.
Su proliferación perjudica a todos porque disminuye el respeto a la vida de los ancianos y enfermos, “se oscurece la distinción entre el bien y el mal, y la sociedad tiende a justificar incluso prácticas evidentemente inmorales”, constataba el papa polaco en el 25º aniversario de la legalización del aborto en Estados Unidos.
Desde el primer momento de su existencia, el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales destaca el derecho a la vida, que además es un elemento constitutivo de la sociedad civil y de su legislación. Los Estados están obligados a defender este derecho fundamental.
Las propuestas de legitimar un supuesto derecho al aborto se basan en discriminaciones arbitrarias y en la ley del más fuerte que hacen retroceder a una época de barbarie que se creía superada para siempre. La paz requiere el respeto de la dignidad de las personas.
De todas maneras, si una persona ha abortado o participado en esa grave injusticia, siempre puede arrepentirse, acoger el perdón y la paz de Dios en el sacramento de la Reconciliación, y confiar con esperanza a ese ser humano fallecido a la misericordia del Padre. Además, incluso a través de esa muerte, Dios puede conducir y sacar vida.




jueves, 10 de mayo de 2012

►El niño -Michael Quoist



La madre se ha alejado un momento del coche del pequeño y yo me he acercado para encontrarme con la Santísima Trinidad que vive en su alma. El niño duerme, con los brazos caídos sobre la pequeña sábana bordada. Sus ojos cerrados miran al interior y el pecho dulcemente se levanta a compás. Parece que su vivir repita: la casa está habitada. Señor: Tú estás ahí. Te adoro en este niño que te conserva intacto. Ayúdame a volver a ser como él, a reencontrar Tu imagen y Tu vida tan hondas en mi alma.



martes, 20 de marzo de 2012

►Un par de euros por la vida


Si el problema es el dinero, de eso se ocupará la parroquia. Ustedes tráiganlo al mundo, denle su amor. Del resto nos ocupamos nosotros.

Cuando se ordenó sacerdote, sabía que desde ese momento le llamarían Padre. Muchas veces habría sopesado en su intimidad lo que esto significaría para él y para tantas almas que se acercarían a él. Así estaba bien. Se vislumbraba una vida llena de obras buenas por los demás, acompañada de alegrías más grandes que su misma alma y, seguramente, de dolores hondos, amargos pero fecundos que dieran a luz a muchos Hijos de Dios.

Aunque todo esto seguro le pasó por la mente, el Padre Maurizio De Sanctis, hoy párroco de La Rosa en Livorno, Italia, no podía sospechar lo que le sucedería en la Navidad de 2011. Dos feligreses suyos, con tres hijos y los dineros justitos, se enteraron de que el cuarto niño venía en camino. No queriendo quitarle el pan a sus otros hijos, decidieron tomar lo que por desgracia se ha convertido hoy en “la vía de salida”: el aborto.

«Traté de explicarles que una vida es algo que va más allá del dinero: es un don, una alegría, algo que no tiene precio», dice el Padre Maurizio comentando una reunión que tuvo con los padres poco antes de que se presentaran en la clínica abortista. Al ver que estas razones solas no podrían salvar al niño, tuvo una idea: «Si el problema es el dinero, de eso se ocupará la parroquia. Ustedes tráiganlo al mundo, denle su amor. Del resto nos ocupamos nosotros». 

Y así como lo dijo, lo anunció a sus feligreses: ese año en Navidad les nacería un niño. ¿Estupor? ¿Alegría? ¿Confusión? Quizá haya habido un poco de todo pero, al fin, el resto de la comunidad quedó muy contenta de festejar una doble navidad. 

Como era de esperar, hay quienes no están contentos porque pocos son hombres de valor que no son sometidos a los ataques de los menos valerosos. Dicen ellos que al Padre no le tiene que importar lo que sucede con sus hijos y que no tiene por qué entremeterse en la decisión de abortar o no. Según una psicóloga del hospital «ese diálogo debía ser laico, y no estar motivado por razones filosóficas o religiosas». Quizá el recién nacido no estaría del todo de acuerdo.

¿Y el Padre qué opina? «Que critiquen si quieren», dice. Él tiene la conciencia tranquila. Más aún, él tiene en el alma el enorme gozo de haber salvado una hermosa vida con una ocurrencia muy oportuna. 

La identidad de los padres no se ha divulgado. Mejor así. Ellos también han sido víctimas de los aires que corren y que presentan al aborto como una opción. Ellos también se han beneficiado de la grandeza de corazón de este sacerdote. Ellos han recibido de su párroco un ejemplo luminoso de lo que significa ser padre. Sin duda, sabrán amar y educar a su hijo con una perspectiva diversa: la de Dios que ve en cada uno de nosotros no el cuarto hijo, sino el primero.

No era esto, quizá, lo que tenía en mente el Padre De Sanctis cuando se ordenaba, pero Dios sí. En algunos años, cuando el “hijo” del Padre Mauricio se entere de su historia, estará muy agradecido porque existen los sacerdotes como él. Y mucho gusto le dará cuando, el domingo en la mañana, antes de misa lo salude y le diga con un guiño de ojo cómplice: «¡Buenos días, Padre!».



Autor: Alejandro Páez, LC | Fuente:buenas-noticias.org 

►Alina Milan ante las puertas de la muerte...‏





Alina Milan cursaba el quinto año de Derecho en la Universidad estatal de Moscú. Nacida en 1988, disfrutaba de una vida estudiantil serena... hasta que le detectaron Hidatidosis alveolar hepática, una enfermedad que consume el hígado, llevando a quien lo padece a una muerte segura. 

Urgida de un trasplante de hígado, Alina y su madre decidieron buscar soluciones, pues en Rusia no se practica aún ese tipo de operaciones. Consultando, volaron a Israel en octubre del 2010, concretamente al The Tel-Aviv Sourasky Medical Center. Ahí, Alina se sometió a unas pruebas preliminares, que lanzaron su veredicto: o se hacía un trasplante urgente o le quedaba, cuando mucho, dos semanas de vida. 

Madre e hija regresaron a Moscú con un serio dilema. Ese tipo de cirugías eran muy costosas y la familia no tenía medios para financiarla. Pero había una oportunidad que podría solucionar todos los problemas. Si Alina obtenía la ciudadanía israelí la operación se efectuaría de modo gratuito, pues implicaba el libre acceso a la atención médica estatal. 

En un principio, todo parecía simple, pues Alina tenía ascendencia judía. Pero, sin embargo, había un "pero". En el cuestionario de ciudadanía que debía rellenar, una de las preguntas era el tipo de religión que profesaba. De acuerdo con las leyes vigentes, sólo quienes profesan el judaísmo o que se consideraban ateos podrían ser ciudadanos de Israel. Por ello, si Alina ponía “judío” o “ateo”, obtendría la ciudadanía inmediatamente. Pero si ponía cristiano, todas las puertas se le cerrarían. 

Alina decidió preguntar a su director espiritual, el P. Alejandro Naruszewa, qué debía hacer. Así lo relata el mismo sacerdote: 

«Me llamó por teléfono y me preguntó qué hacer, pues los médicos le habían dicho que sólo contaba con dos o tres semanas de vida. Teóricamente, para mí la elección era simple: o la mentira, eligiendo renunciar a su fe con la esperanza de poder sobrevivir, o la plena confianza en Dios». Sin embargo, no se sentía quién para decidir en el destino de la joven «y no sabía qué decir... aunque sí lo sabía en realidad». Con estos sentimientos encontrados, se fue al hospital para ver a la joven. 

Ahí se encontró con la madre de Alina, que lo esperaba en la antesala de la zona de reanimación: «Incluso antes de entrar, la madre de la enferma me dijo que ella y su hija habían ya decidido qué hacer. Y antes de que pudiera decir nada, me cambió el tema de conversación, porque veía que yo podría tener miedo de escuchar algo que sería horrible para mí como sacerdote y cristiano». 

Por fin, entraron en la sala. Delante de él, el P. Alejandro se topó con «una joven delgada, de color amarillo, muy poco parecido a lo que la joven de 22 años debería ser». Sonriente, con ojos claros y serenos, Alina miró al sacerdote y le dijo sin ningún preámbulo: «Mi madre y yo hemos decidido tajantemente que no me voy a quitar la cruz. No renunciaré a mi fe. No existe ningún precio capaz de comprar a Cristo ». 

Ante tan grande valentía, el P. Alejandro decidió buscar dinero por todos los medios posibles. Entre los amigos de la Universidad juntaron una buena cantidad de dinero, pero no llegaron a los 300,000 dólares que cuesta la operación. Y así, el 14 de marzo del 2011, Alina dejaba este mundo. 

Antes de su muerte, Alina se las arregló para escribir una carta para sus amigos: 

«No muestro ningún heroísmo. En realidad, no tengo otra opción, pues ya había hecho mi elección hace tiempo: soy cristiana ortodoxa. Tengo ante mí un documento del Ministerio de Interior de Israel. Un apartado reza así: “Acepto la ciudadanía / la ley / religión del país”. Y tienes que firmar. ¿Elijo? 

«Para mí, lo importante no es lo que queda en el papel, sino ¿qué pasa con mi alma? La confianza en Dios es más fuerte que cualquier valor, que cualquier derecho, país, diagnóstico o cualquier tiempo terrible. Incluso en los días más oscuros no me deja la sensación de que Dios sostiene mi mano. La única opción que hice por mi fe en Dios hace ya mucho tiempo no está vinculada a ninguna nacionalidad. Y no me importa qué venga: yo le daré gracias por aquello que suceda en mi vida». 

Al final, da gracias por quienes se preocupan por ella, volviendo a resaltar que no es un héroe. Aunque el verdadero heroísmo consiste precisamente en dejar a un lado tus cosas para cuidar a los demás. Y justamente sus últimas palabras fueron para sus amigos, invitándoles a optar por Dios siempre, sean cuales sean las dificultades en su vida. 

Fuente: Buenas noticias

viernes, 3 de febrero de 2012

►Nuestro rol de mamá

Que bueno sería que podamos repensar nuestro rol de mamás y darnos cuenta que no debe haber algo mas importante para nosotras que los hijos, que la vida encomendada. Nos debemos por completo a Dios, nos debemos a la vida, nos debemos a los hijos. 
No te dejes engañar, no serás menos porque pienses mas en ellos, no serás mas ni mejor porque salgas con tacones a bailar con tus amigas o los dejes para salir a trabajar otorgándole al cuidado de un niñero/a. NO te dignifica mas un trabajo afuera, te dignifica la crianza que sepas dar.
Atiende! sienta cabeza, este privilegio de ser mamá que se nos da es grande, porque educas ! Vuela tu imaginación, crea seres extraordinarios, que hagan el bien, que puedan pensar, que sepan amar... ayuda a que tu hijo sea solidario, que sea mas humano que pueda soñar y hacer realidad.
Enseña la vida, enseña el amor, enseña a tus hijas a ser futuras buenas mamás, a los hijos a ser futuros orgullosos papás ! Enseña a afrontar la vida, ayudemos a armar la cultura de la vida.
La Vida te necesita, tus hijos también.
Dale tu Sí a la Vida
Laura


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De la web
Lo encontré, me gustó,lo comparto
          


Sólo por hoy, en la mañana, voy a sonreír cuando vea tu rostro y a reír cuando tenga ganas de llorar.

Sólo por hoy, en la mañana, voy a dejarte escoger la ropa que te vas a poner, voy a sonreír y a decirte que te queda perfecta.

Sólo por hoy, pediré un día de descanso, o vacaciones, para llevarte al parque a jugar.

Sólo por hoy, al mediodía, voy a dejar los platos en la cocina y voy a dejarte que me enseñes cómo armar ese rompecabezas juntos.

Sólo por hoy, en la tarde, voy a desconectar el teléfono y a apagar la computadora, para sentarme junto a ti en el jardín para hacer burbujas de jabón.

Sólo por esta tarde, no voy a reclamarte ni siquiera a murmurar, cuando tu grites y llores cuando pase el carro de los helados, y voy a salir contigo a comprarte uno.

Sólo por esta tarde, no voy a preocuparme sobre qué va a ser de ti cuando crezcas y voy a pensar otra vez en todas las decisiones que haya hecho acerca de ti.

Sólo por esta tarde, te dejaré que me ayudes a hornear unas galletas y no voy a estar detrás de ti tratando de arreglarlas.

Sólo por esta tarde, te estrecharé en mis brazos y te contaré una historia acerca de cuando tu naciste y sobre lo mucho que te quiero.

Sólo por esta noche, te dejaré salpicar en la tina y no me voy a enojar.

Sólo por esta noche, te dejaré despierto hasta tarde, mientras nos sentamos en el balcón a contar las estrellas.

Sólo por esta noche, estaré junto a ti por horas y extrañaré mis programas favoritos de TV.

Sólo por esta noche, cuando pase mis dedos entre tu cabello mientras rezas, simplemente daré gracias a Dios por el mayor regalo que he recibido.

Voy a pensar en las madres y en los padres que están ahora buscando a sus hijos extraviados; las madres y padres que visitan a sus hijos en sus tumbas en lugar de sus camas, y en las madres y padres que están en los hospitales mirando sufrir a sus hijos, gritando por dentro por no poder hacer nada más.

Y cuando te dé un beso de buenas noches te voy a estrechar un poco más fuerte, un poco más tiempo. Así, agradeceré a Dios por ti y no le Pediré nada, excepto, un día más. Creo que a veces las mamás y papás estamos demasiado absorbidos en nuestras rutinas diarias que olvidamos el hermoso regalo que los niños SON REALMENTE.

No podemos saber si Dios nos dará un día más.

Autor Desconocido

miércoles, 1 de febrero de 2012

►Transmitir la fe (2)







Cuando se busca educar en la fe, no cabe separar la semilla de la doctrina de la semilla de la piedad[1]: es preciso unir el conocimiento con la virtud, la inteligencia con los afectos. En este campo, más que en muchos otros, los padres y educadores deben velar por el crecimiento armónico de los hijos. No bastan unas cuantas prácticas de piedad con un barniz de doctrina, ni una doctrina que no fortalezca la convicción de dar el culto debido a Dios, de tratarle, de vivir las exigencias del mensaje cristiano, de hacer apostolado. Es preciso que la doctrina se haga vida, que se resuelva en determinaciones, que no sea algo desligado del día a día, que desemboque en el compromiso, que lleve a amar a Cristo y a los demás. 



Elemento insustituible de la educación es el ejemplo concreto, el testimonio vivo de los padres: rezar con los hijos (al levantarse, al acostarse, al bendecir las comidas); dar la importancia debida al papel de la fe en el hogar (previendo la participación en la Santa Misa durante las vacaciones o buscando lugares adecuados –que no sean dispersivos– para veranear); enseñar de forma natural a defender y transmitir su fe, a difundir el amor a Jesús. «Así, los padres calan profundamente en el corazón de sus hijos, dejando huellas que los posteriores acontecimientos de la vida no lograrán borrar»[2].

Es necesario dedicar tiempo a los hijos: el tiempo es vida[3], y la vida –la de Cristo que vive en el cristiano– es lo mejor que se les puede dar. Pasear, organizar excursiones, hablar de sus preocupaciones, de sus conflictos: en la transmisión de la fe, es preciso, sobre todo, “estar y rezar”; y si nos equivocamos, pedir perdón. Por otro lado, los hijos también han de experimentar el perdón, que les lleva a sentir que el amor que se les tiene es incondicional.

DE PROFESIÓN, PADRE

Explica Benedicto XVI que los más jóvenes, «desde que son pequeños, tienen necesidad de Dios y tienen la capacidad de percibir su grandeza; saben apreciar el valor de la oración y de los ritos, así como intuir la diferencia entre el bien y el mal. Acompañadles, por tanto, en la fe, desde la edad más tierna»[4]. Lograr en los hijos la unidad entre lo que se cree y lo que se vive es un desafío que debe afrontarse evitando la improvisación, y con cierta mentalidad profesional. La educación en la fe debe ser equilibrada y sistemática. Se trata de transmitir un mensaje de salvación, que afecta a toda la persona, y que debe arraigar en la cabeza y el corazón de quien lo recibe: y esto, entre aquellos a quienes más queremos. Está en juego la amistad que los hijos tengan con Jesucristo, tarea que merece los mejores esfuerzos. Dios cuenta con nuestro interés por hacerles asequible la doctrina, para darles su gracia y asentarse en sus almas; por eso, el modo de comunicar no es algo añadido o secundario a la transmisión de la fe, sino que pertenece a su misma dinámica.



Para ser un buen médico no es suficiente atender a unos pacientes: hay que estudiar, leer, reflexionar, preguntar, investigar, asistir a congresos. Para ser padres, hay que dedicar tiempo a examinarse sobre cómo mejorar en la propia labor educadora. En nuestra vida familiar saber es importante, el saber hacer es indispensable y el querer hacer es determinante. Puede no ser fácil, pero no cabe auto-engañarse excusándose en las otras tareas que tenemos: conviene siempre sacar unos minutos al día, o unas horas en periodos de vacaciones, para dedicarlos a la propia formación pedagógica. 

No faltan recursos que pueden ayudar a este perfeccionamiento: abundan los libros, vídeos y portales de internet bien orientados en los que los padres encontrarán ideas para educar mejor. Además, son especialmente eficaces los cursos de Orientación Familiar, que no sólo transmiten un conocimiento, o unas técnicas, sino que ayudan a recorrer el camino de la educación de los hijos y el de la mejora personal, matrimonial y familiar. Conocer con más claridad las características propias de la edad de los hijos, así como el ambiente en el que se mueven sus coetáneos, forma parte del interés normal por saber qué piensan, qué les mueve, qué les interpela. En definitiva, permite conocerlos, y eso facilita educarlos de un modo más consciente y responsable.

MOSTRAR LA BELLEZA DE LA FE

Lograr que los hijos interioricen la fe requiere aprovechar las diferentes situaciones de modo que adviertan la consonancia entre las razones humanas y las sobrenaturales. Los padres y educadores deben, sí, proponer metas, pero mostrando la belleza de la virtud y de una existencia cristiana plena. Conviene, pues, abrir horizontes, sin limitarse a señalar lo que está prohibido o es obligatorio. Si no fuera así, podríamos inducir a pensar que la fe es una dura y fría normativa que coarta, o un código de pecados e imposiciones; nuestros hijos acabarían fijándose sólo en la parte áspera del sendero, sin tener en cuenta la promesa de Jesús: "mi yugo es suave"[5]. Por el contrario, en la educación debe estar muy presente que los mandamientos del Señor vigorizan a la persona, la aúpan a un desarrollo más pleno: no son insensibles negaciones, sino propuestas de acción para proteger y fomentar la vida, la confianza, la paz en las relaciones familiares y sociales. Es intentar imitar a Jesús en el camino de las bienaventuranzas. 

Sería, por eso, un error asociar “motivos sobrenaturales” al cumplimiento de encargos, o de tareas, o de “obligaciones” que les resultan costosas. No es bueno, por ejemplo, abusar del recurso de pedir al niño que se tome la sopa como un sacrificio para el Señor: dependiendo de su vida de piedad y de su edad, puede resultar conveniente, pero hay que buscar otros motivos que le muevan. Dios no puede ser el “antagonista” de los caprichos; más bien hay que intentar que no tengan caprichos, y lleguen a estar en condiciones de alcanzar una vida feliz, desasida, guiada por el amor a Dios y a los demás. 

La familia cristiana transmite la belleza de la fe y del amor a Cristo, cuando se vive en armonía familiar por caridad, sabiendo sonreír y olvidarse de las propias preocupaciones para atender a los demás, a pasar por alto menudos roces sin importancia que el egoísmo podría convertir en montañas; a poner un gran amor en los pequeños servicios de que está compuesta la convivencia diaria[6].

Una vida orientada por el olvido propio es, en sí misma, un ideal atractivo para una persona joven. Somos los educadores los que a veces no nos lo creemos del todo, tal vez porque aún nos queda mucho que caminar. El secreto está en relacionar los objetivos de la educación con motivos que nuestros interlocutores entiendan y valoren: ayudar a los amigos, ser útiles o valientes… Cada chico tendrá sus propias inquietudes, que haremos aparecer cuando se planteen por qué vivir la castidad, la templanza, la laboriosidad, el desprendimiento; por qué ser prudentes con internet, o por qué no conviene que pasen horas y horas ante los videojuegos. Así, el mensaje cristiano será percibido en su racionalidad y en su hermosura. Los hijos descubrirán a Dios no como un “instrumento” con el que los padres logran pequeñas metas domésticas, sino como quien es: el Padre que nos ama por encima de todas las cosas, y a quien hemos de querer y adorar; el Creador del universo, al que debemos nuestra existencia; el Maestro bueno, el Amigo que nunca defrauda, y al que no queremos ni podemos decepcionar.

AYUDARLES A ENCONTRAR SU CAMINO

Pero sobre todo, educar en este campo es poner los medios para que los hijos conviertan su entera existencia en un acto de adoración a Dios. Como enseña el Concilio, «la criatura sin el Creador desaparece»[7]: en la adoración encontramos el verdadero fundamento de la madurez personal: si las gentes no adoran a Dios, se adorarán a sí mismas en las diversas formas que registra la historia: el poder, el placer, la riqueza, la ciencia, la belleza…[8]. Promover esta actitud pasa necesariamente por que los chicos descubran en primera persona la figura de Jesús; algo que puede fomentarse desde que son pequeños, propiciando que aprendan a hablar personalmente con Él. ¿No es acaso hacer oración con los hijos contarles cosas de Jesús y sus amigos, o entrar con ellos en las escenas del Evangelio, a raíz de algún incidente cotidiano?

En el fondo, fomentar la piedad en los niños quiere decir facilitar que pongan el corazón en Jesús, que le expliquen los sucesos buenos y los malos; que escuchen la voz de la conciencia, en la que Dios mismo revela su voluntad, y que intenten ponerla en práctica. Los niños adquieren estos hábitos casi como por ósmosis, viendo cómo sus padres tratan al Señor, o lo tienen presente en su día a día. Pues la fe, más que con contenidos o deberes, tiene que ver en primer término con una persona, a la que asentimos sin reservas: nos confiamos. Si se pretende mostrar cómo una Vida –la de Jesús– cambia la existencia del hombre, implicando todas las facultades de la persona, es lógico que los hijos noten que, en primer lugar, nos ha cambiado a nosotros. Ser buenos transmisores de la fe en Jesucristo implica manifestar con nuestra vida nuestra adhesión a su Persona[9]. Ser un buen padre es, en gran medida, ser un padre bueno, que lucha por ser santo: los hijos lo ven, y pueden admirar ese esfuerzo e intentar imitarlo.



Los buenos padres desean que sus hijos alcancen la excelencia y sean felices en todos los aspectos de la existencia: en lo profesional, en lo cultural, en lo afectivo; es lógico, por tanto, que deseen también que no se queden en la mediocridad espiritual. No hay proyecto más maravilloso que el que Dios tiene previsto para cada uno. El mejor servicio que se puede prestar a una persona –a un hijo de modo muy especial– es apoyarla para que responda plenamente a su vocación cristiana, y atine con lo que Dios quiere para él. Porque no se trata de una cuestión accesoria, de la que depende sólo un poco más de felicidad, sino que afecta al resultado global de su vida.

Descubrir cómo se concreta la propia llamada a la santidad es hallar la piedrecita blanca, con un nombre nuevo que nadie conoce sino el que lo recibe[10]: es el encuentro con la verdad sobre uno mismo que dota de sentido a la existencia entera. La biografía de un hombre será distinta según la generosidad con que afronte las distintas opciones que Dios le presentará: pero, en todo caso, la felicidad propia y la de muchas otras personas dependerá de esas respuestas.

VOCACIÓN DE LOS HIJOS, VOCACIÓN DE LOS PADRES

La fe es por naturaleza un acto libre, que no se puede imponer, ni siquiera indirectamente, mediante argumentos “irrefutables”: creer es un don que hunde sus raíces en el misterio de la gracia de Dios y la libre correspondencia humana. Por eso, es natural que los padres cristianos recen por sus hijos, pidiendo que la semilla de la fe que están sembrando en sus almas fructifique; con frecuencia, el Espíritu Santo se servirá de ese afán para suscitar, en el seno de las familias cristianas, vocaciones de muy diverso tipo, para el bien de la Iglesia.

Sin duda, la llamada del hijo puede suponer para los padres la entrega de planes y proyectos muy queridos. Pero eso no es un simple imprevisto, pues forma parte de la maravillosa vocación a la maternidad y a la paternidad. Podría decirse que la llamada divina es doble: la del hijo que se da, y la de los padres que lo dan; y, a veces, puede ser mayor el mérito de estos últimos, elegidos por Dios para entregar lo que más quieren, y hacerlo con alegría.

La vocación de un hijo se convierte así en un motivo de santo orgullo[11], que lleva a los padres a secundarla con su oración y con su cariño. Así lo explicaba el Beato Juan Pablo II: «Estad abiertos a las vocaciones que surjan entre vosotros. Orad para que, como señal de su amor especial, el Señor se digne llamar a uno o más miembros de vuestras familias a servirle. Vivid vuestra fe con una alegría y un fervor que sean capaces de alentar dichas vocaciones. Sed generosos cuando vuestro hijo o vuestra hija, vuestro hermano o vuestra hermana decida seguir a Cristo por este camino especial. Dejad que su vocación vaya creciendo y fortaleciéndose. Prestad todo vuestro apoyo a una elección hecha con libertad»[12].

Las decisiones de entrega a Dios germinan en el seno de una educación cristiana: se podría decir que son como su culmen. La familia se convierte así, gracias a la solicitud de los padres, en una verdadera Iglesia doméstica[13], donde el Espíritu Santo promueve sus carismas. De este modo, la tarea educadora de los padres trasciende la felicidad de los hijos, y llega a ser fuente de vida divina en ambientes hasta entonces ajenos a Cristo.

A.    Aguiló

[1] Forja, n. 918.
[2] Juan Pablo II, Exhort. apost. Familiaris consortio, 22-XI-1981, n. 60.
[3] Surco, n. 963.
[4] Benedicto XVI, Discurso al congreso eclesial de la diócesis de Roma, 13-VI-2011.
[5] Surco, n. 198.
[6] Es Cristo que pasa, n. 23.
[7] Conc. Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, n. 36.
[8] Mons. Javier Echevarría, Carta pastoral, 1-VI-2011 
[9] Santo Tomás, S. Th. II-II, q. 11, a. 1: «dado que el que cree asiente a las palabras de otro, parece que lo principal y como fin de cualquier acto de creer es aquel en cuya aserción se cree; son, en cambio, secundarias las verdades a las que se asiente creyendo en él».
[10] Ap, 2, 17.
[11] Forja, n. 17.
[12] Juan Pablo II, Homilía, 25-II-1981.
[13] Cfr. Conc. Vaticano II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 11.

►Educar el corazón



Los sentimientos se forman de un modo especial durante la niñez. Aprender a amar se aprende desde niños, y los principales maestros son los padres, como se señala en este texto editorial sobre la familia.

La educación es un derecho y un deber de los padres que prolonga, de algún modo, la generación; se puede decir que el hijo, en cuanto persona, es el fin primario al que tiende el amor de los esposos en Dios. La educación aparece así como la continuación del amor que ha traído a la vida al hijo, donde los padres buscan darle los recursos para que pueda ser feliz, capaz de asumir su lugar en el mundo con garbo humano y sobrenatural.

Los padres cristianos ven en cada hijo una muestra de la confianza de Dios, y educarlos bien es –como decía San Josemaría– el mejor negocio; un negocio que comienza en la concepción y da sus primeros pasos en la educación de los sentimientos, de la afectividad. Si los padres se aman y ven en el hijo la culminación de su entrega, lo educarán en el amor y para amar; dicho de otro modo: corresponde a los padres primariamente educar la afectividad de los hijos, normalizar sus afectos, lograr que sean niños serenos. 

Los sentimientos se forman de un modo especial durante la niñez. Después, en la adolescencia, pueden producirse las crisis afectivas, y los padres han de colaborar para que los hijos las solucionen. Si de niños han sido criados apacibles, estables, superarán con más facilidad esos momentos difíciles. Además, el equilibrio emocional favorece el crecimiento de los hábitos de la inteligencia y la voluntad; sin armonía afectiva, es más difícil el desarrollo del espíritu.

Lógicamente, una condición imprescindible para edificar una buena base sentimental-afectiva es que los mismos padres traten de perfeccionar su propia estabilidad emocional. ¿Cómo? Mejorando la convivencia familiar, cuidando su unión, demostrando –con prudencia– su amor mutuo delante de los hijos. Sin embargo, a veces uno se inclina a pensar que los afectos o los sentimientos desbordan el ámbito educativo familiar; quizá porque parece que son algo que sucede, que escapan a nuestro control y no podemos cambiar. Incluso se llega a verlos desde una perspectiva negativa; pues el pecado ha desordenado las pasiones, y éstas dificultan el obrar racionalmente.



EN EL ORIGEN DE LA PERSONALIDAD



Esta actitud pasiva o hasta negativa, presente en muchas religiones y tradiciones morales, contrasta fuertemente con las palabras que Dios dirigió al profeta Ezequiel: les daré un corazón de carne, para que sigan mis preceptos, guarden mis leyes y las cumplan[1]. Tener un corazón de carne, un corazón capaz de amar, se presenta como una realidad creada para seguir la voluntad divina: las pasiones desordenadas no serían tanto un fruto del exceso de corazón como la consecuencia de poseer un mal corazón, que debe ser sanado. Así lo confirmó Jesucristo: el hombre bueno del buen tesoro de su corazón saca lo bueno, y el malo de su mal saca lo malo: porque de la abundancia del corazón habla su boca[2]. Del corazón salen las cosas que hacen impuro al hombre[3], pero también todas las buenas. 

El hombre necesita de los afectos, pues son un poderoso motor para la acción. Cada uno tiende hacia lo que le gusta, y la educación consiste en ayudar a que coincida con el bien de la persona. Cabe comportarse de modo noble y con pasión: ¿qué hay más natural que el amor de una madre por su hijo?, ¡y cómo empuja ese cariño a tantos actos de sacrificio, llevados con alegría!.Y, ante una realidad que resulta, por cualquier motivo, desagradable, ¡cuánto más fácil es rehuirla!: en un determinado momento, percibir la “fealdad” de una acción mala puede ser un motivo más fuerte para no cometerla que miles de razonamientos.

Evidentemente, esto no debe confundirse con una visión sentimentalista de la moralidad. No se trata de que la vida ética y el trato con Dios deban abandonarse a los sentimientos. Como siempre, el modelo es Cristo: en Él, perfecto Hombre, vemos cómo afectos y pasiones cooperan al recto obrar: Jesús se conmueve ante la realidad de la muerte, y obra milagros; en Getsemaní, encontramos la fuerza de una oración que da cauce a vivísimos sentimientos; incluso le invade la pasión de la ira –buena aquí–, cuando restituye al Templo su dignidad[4]. Cuando se desea de verdad algo, es normal que el hombre se apasione. Por el contrario, resulta poco agradable ver a alguien hacer las cosas por cumplir, con desgana, sin poner el corazón en ellas. Pero esto no significa dejarse arrastrar por los afectos: si bien lo primero es poner la cabeza en lo que se hace, el sentimiento da cordialidad a la razón, hace que lo bueno sea agradable; la razón –por su parte– proporciona luz, armonía y unidad a los sentimientos.



FACILITAR LA PURIFICACIÓN DEL CORAZÓN



En la constitución del hombre, las pasiones tienen como fin facilitar la acción voluntaria, más que difuminarla o dificultarla. «La perfección moral consiste en que el hombre no sea movido al bien sólo por su voluntad, sino también por su apetito sensible según estas palabras del salmo: “Mi corazón y mi carne gritan de alegría hacia el Dios vivo” (Sal 84,3)»[5]. Por eso, no es conveniente querer suprimir o “controlar” las pasiones, como si fueran algo malo o rechazable. Aunque el pecado original las haya desordenado, no las ha desnaturalizado, ni las ha corrompido de un modo absoluto e irreparable. Cabe orientar de modo positivo la emotividad, dirigiéndola hacia los bienes verdaderos: el amor a Dios y a los demás. De ahí que los educadores, en primer lugar los padres, deban buscar que el educando, en la medida de lo posible, disfrute haciendo el bien. 

Formar la afectividad requiere, en primer lugar, facilitar a los hijos que se conozcan, y que sientan, de un modo proporcionado a la realidad que ha despertado su sensibilidad. Se trata de ayudar a superar, a trascender, aquel afecto hasta ver en su justa medida la causa que lo ha provocado. Quizá el resultado de esa reflexión será el intento de influir positivamente para modificar tal causa; en otras ocasiones –la muerte de un ser querido, una enfermedad grave–, la realidad no se podrá cambiar y será el momento de enseñar a aceptar los acontecimientos como venidos de la mano de Dios, que nos quiere como un Padre a su hijo. Otras veces, a raíz de un enfado, de una reacción de miedo, o de una antipatía, el padre o la madre pueden hablar con los hijos, ayudándoles a que entiendan –en la medida de lo posible– el porqué de esa sensación, de modo que puedan superarla; así se conocerán mejor a sí mismos y serán más capaces de poner en su lugar el mundo de los afectos.

Además, los educadores pueden preparar al niño o al joven para que reconozca –en ellos mismos y en los demás– un determinado sentimiento. Cabe crear situaciones, como son las historias de la literatura o del cine, a través de las cuales es posible aprender a dar respuestas afectivas proporcionadas, que colaboran a modelar el mundo emocional del hombre. Un relato interpela a quien lo ve, lee o escucha, y mueve sus sentimientos en una determinada dirección, y le acostumbra a un determinado modo de mirar la realidad. Dependiendo de la edad –en este sentido, la influencia puede ser mayor cuanto más pequeño sea el niño–, una historia de aventuras, o de suspense, o bien un relato romántico, pueden contribuir a reforzar los sentimientos adecuados ante situaciones que objetivamente los merecen: indignación frente la injusticia, compasión por los desvalidos, admiración respecto al sacrificio, amor delante de la belleza. Contribuirá, además, a fomentar el deseo de poseer esos sentimientos, porque son hermosos, fuentes de perfección y nobleza.


viernes, 27 de enero de 2012

►HOMBRE Y MUJER: IGUALDAD Y DIFERENCIA









Catecismo de la Iglesia Católica

III "HOMBRE Y MUJER LOS CREO" 2331-2336

Igualdad y diferencia queridas por Dios

369 El hombre y la mujer son creados, es decir, son queridos por Dios: por una parte, en una perfecta igualdad en tanto que personas humanas, y por otra, en su ser respectivo de hombre y de mujer. "Ser hombre", "ser mujer" es una realidad buena y querida por Dios: el hombre y la mujer tienen una dignidad que nunca se pierde, que viene inmediatamente de Dios su creador. El hombre y la mujer son, con la misma dignidad, "imagen de Dios". En su "ser-hombre" y su "ser-mujer" reflejan la sabiduría y la bondad del Creador.

370 Dios no es, en modo alguno, a imagen del hombre. No es ni hombre ni mujer. Dios es espíritu puro, en el cual no hay lugar para la diferencia de sexos. Pero las "perfecciones" del hombre y de la mujer reflejan algo de la infinita perfección de Dios: las de una madre y las de un padre y esposo.

"El uno para el otro", "una unidad de dos" 

371 Creados a la vez, el hombre y la mujer son queridos por Dios el uno para el otro. La Palabra de Dios nos lo hace entender mediante diversos acentos del texto sagrado. "No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada" (Gn 2, 18). Ninguno de los animales es "ayuda adecuada" para el hombre. La mujer, que Dios "forma" de la costilla del hombre y presenta a éste, despierta en él un grito de admiración, una exclamación de amor y de comunión: "Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne" (Gn 2, 23). El hombre descubre en la mujer como un otro "yo", de la misma humanidad.

372 El hombre y la mujer están hechos "el uno para el otro": no que Dios los haya hecho "a medias" e "incompletos"; los ha creado para una comunión de personas, en la que cada uno puede ser "ayuda" para el otro porque son a la vez iguales en cuanto personas ("hueso de mis huesos...") y complementarios en cuanto masculino y femenino. En el matrimonio, Dios los une de manera que, formando "una sola carne" (Gn 2, 24), puedan transmitir la vida humana: "Sed fecundos y multiplicaos y llenad la tierra" (Gn 1, 28). Al transmitir a sus descendientes la vida humana, el hombre y la mujer, como esposos y padres, cooperan de una manera única en la obra del Creador.

373 En el plan de Dios, el hombre y la mujer están llamados a "someter" la tierra como "administradores" de Dios. Esta soberanía no debe ser un dominio arbitrario y destructor. A imagen del Creador, "que ama todo lo que existe" (Sb 11, 24), el hombre y la mujer son llamados a participar en la providencia divina respecto a las otras cosas creadas. De ahí su responsabilidad frente al mundo que Dios les ha confiado.




jueves, 26 de enero de 2012

►EL BEBE EN LA FOTO, SEGUN LA LEY, NO EXISTE

Fue asesinado en una golpiza antes de nacer.


La Sra. Marciniak y su bebé
Zachariah muerto.

Como ven estoy recopilando noticias viejas, no importa el tiempo, importa como sigue todo desde siempre, y que si no nos detenemos a pensar un poco en como nos lleva este relativismo en el que estamos inmersos vamos a justificar el comernos vivos unos a otros. Un bebé es un ser humano, una persona desde el momento en el que es concebido, por tanto sus derechos deben comenzar a regir desde entonces, mas claro échenle agua. La evidencia no les interesa a los promotores del aborto, su recurso es la mentira, el aprovecharse de la ignorancia de la gente.
Y a esta madrecita, y a toda madre que sigue llorando la ausencia del hijo no nacido, por muerte natural o provocada y se ha arrepentido, le deseo mucha fuerza y que Dios esté acompañándole siempre. Mis pobres oraciones le acompañan.
Bendiciones y mucha paz
Laura




Los niños no nacidos no tienen "existencia legal" en Estados Unidos ni en muchos otros países. Esta increíble injusticia responde a la mentalidad abortista. No los reconocen como personas para poder permitir el "derecho de abortar".

La Madre Teresa de Calcuta dijo que el aborto llevaría a la guerra. Ahora lo estamos viviendo.

El niño se llama Zachariah, nombre de profeta, y como tal nos habla muy fuerte en su silencio. Si queremos detener el terrorismo debemos renunciar a la cultura de la muerte y regresar a Dios. 

Washington, Oct 2001
El bebé Zachariah fue asesinado en el vientre de su madre, Tracie Marciniak, durante una brutal golpiza.

La impresionante foto del bebé Zachariah en brazos de su madre con el ataúd detrás se ha puesto en exhibición en el Capitolio de EEUU durante una campaña para darle derechos de persona a los niños no nacidos. Junto a la foto aparecen estas palabras: "Mi nombre es Tracie Marciniak. En la foto, sostengo el cuerpo de mi hijo muerto, Zachariah, en su funeral. En el noveno mes de mi embarazo, fui golpeada brutalmente por un hombre que sabía lo mucho que quería a mi bebé. Este hombre me dio dos fuertes golpes en el abdomen. Zachariah sangró hasta morir dentro de mi vientre. Mi atacante fue sancionado por las heridas que me causó pero no por la muerte de Zachariah, quien no fue legalmente reconocido como víctima de un crimen". 

Al asesino de Zachariah solo se le procesó por el asalto pero no recibió sanción alguna por la muerte del pequeño Zachariah, ya de nueve meses.

Dice la Señora Marciniak: "Necesitamos que se apruebe el Acta de las Víctimas No Nacidas de la Violencia (UVVA), porque la ley federal debería reconocer lo que muestra esta fotografía: cuando un criminal ataca a una mujer embarazada y hiere o mata a su hijo no nacido, está causando dos víctimas".  Un grupo de congresistas buscan la aprobación de UVVA para que los que dañen o maten a un bebé no nato incurran en un crimen federal.

Entre los que promueven su aprobación en la Casa de Representantes, figura el congresista republicano Chris Smith, de Nueva Jersey, quien sostuvo ante sus colegas que "cualquiera que piense que no hay un bebé muerto en esta foto puede votar una enmienda a la UVVA que reconozca una sola víctima. Pero los que ven en esta foto a una madre afligida que sostiene a su hijo muerto, debe votar por la UVVA sin enmiendas".  La enmienda a la que hace alusión Smith, fue presentada por un grupo de legisladores abortistas que temen que la ley quite el "derecho legal" al aborto porque reconocería el derecho a la vida de un no nato. Esta enmienda, reconocería dos delitos pero una sola víctima: la madre, negando la existencia legal del bebé.

El proyecto de ley UVVA tiene el apoyo de la Casa Blanca. El 24 de abril pasado, en una declaración dirigida al Congreso, la administración Bush señaló su "apoyo a la protección del no nacido y la aprobación del proyecto", y agregó que "se opone enérgicamente a cualquier enmienda".

►Valor de la vida humana





La sacralidad de la vida humana se sostiene sobre tres razones fundamentales: la razón de su origen, la razón de su naturaleza y la razón de su destino.

SAGRADA POR SU ORIGEN

En la primera página del Génesis, bajo un ropaje en apariencia ingenuo y mítico, se narran acontecimientos históricos: la creación del universo y del hombre. Dios modela una porción de arcilla -semejando en su quehacer al alfarero-, sopla y le infunde un aliento de vida, el espíritu inmortal. La materia se anima de un modo nuevo, superior: nace la primera criatura humana, a imagen y semejanza del Creador. El hombre no es cabalmente un producto de la materia, aunque la materia sea uno de sus componentes; goza de un «soplo» o toque divino, irreductible a lo corpóreo, que lo hace desde el primer instante de su existencia lo que llamamos «persona». La dimensión espiritual de la persona es obra exclusiva de Dios. Por esto cabe decir con toda propiedad que cada vida humana es sagrada, pues desde su comienzo es una obra en la que se ha comprometido el Creador. Su origen inmediato se encuentra en Dios.
Dios es origen primero de cuanto existe. Pero ha otorgado también a sus criaturas capacidad y poder de hacer y propagar el bien, siendo origen causal unas de otras, por generación o composición. Con todo, el origen de cada persona es muy singular, pues aunque en su génesis intervienen los padres, poniendo la base material, biológica, a la vez Dios interviene produciendo de la nada lo que la tradición llama «alma» espiritual y la infunde en el minúsculo cuerpo engendrado por los padres. La espiritualidad del alma distingue esencialmente al hombre de las demás criaturas de este mundo, hace que el cuerpo humano no sea como los demás cuerpos, sino cuerpo personal, con características específicas muy netas, apto incluso para ser convertido en templo del Espíritu Santo. Pero ya desde el momento de la concepción, el alma rige todo el desarrollo del embrión y, salvo accidentes o atentados, lo llevará a la relativa perfección que cabe alcanzar en la tierra.
El hombre engendra y, simultáneamente, Dios crea; de tal modo que, en la generación, es muchísimo mayor la obra de Dios que la obra del hombre. Dice San Agustín que Dios es quien da vigor a la semilla y fecundidad a la madre, y sólo Él pone -creándola- el alma. Por eso, nos hace esta sugerencia bellísima: «cuando alguno de vosotros besa a un niño, en virtud de la religión debe descubrir las manos de Dios que lo acaban de formar, pues es una obra aún reciente (de Dios), al cual, de algún modo, besamos, ya que lo hacemos con lo que Él ha hecho. Así pues, la vida humana, desde su concepción posee valor divino, sagrado».
Todavía más la vida del cristiano en gracia de Dios. El historiador Eusebio de Cesarea narra que el mártir de Alejandría de Egipto, Leónidas, padre de Orígenes, al primero de sus siete hijos, uno de los más insignes talentos que tuvo la humanidad, gozoso por la admirable precocidad de semejante hijo, y dando gracias a Dios por habérselo concedido, mientras el niño dormía, se inclinaba sobre él y le besaba el pecho, pensando que en él habitaba el Espíritu Santo (Eusebio de C., Historia Eccl., 1, VI, c. II, 11). Este es el secreto de la vida sobrenatural del cristiano: el ser vitalizado por la gracia, es decir, por la acción del Espíritu Santo.

SAGRADA POR NATURALEZA

¿Qué resulta de la acción creadora de Dios con la participación de los padres, en la generación? Una «imagen» de Dios. Esta es la gran revelación sobre la naturaleza humana: «Dios creó al hombre a su imagen (... ), varón y mujer los creó» (Gen 1, 27). «Esto -explica Juan Pablo II- es lo que se quiere recordar cuando se afirma que la vida humana es sagrada». Explica también que el Concilio Vaticano II afirme que «el hombre es la única criatura de este mundo que Dios ha querido por sí misma». Para Dios, todos y cada uno de los seres humanos poseen un valor excepcional, único, irrepetible, insustituible.
¿Desde cuándo? Desde el momento en que es concebido en el seno de la madre (cfr. Juan Pablo II, Enc. Redemptor hominis, nº. 13). Nuestra vida -enseña el Papa- es un don que brota del amor de un Padre, que reserva a todo ser humano, desde su concepción, un lugar especial en su corazón, llamándolo a la comunión gozosa de su casa. En toda vida, aún la recién concebida, como también incluso en la débil y sufriente, el cristiano sabe reconocer el sí que Dios le ha dirigido de una vez para siempre, y sabe comprometerse para hacer de este sí la norma de la propia actitud hacia cada uno de sus prójimos, en cualquier situación en que se encuentre.
Hoy, tras importantes hallazgos de la genética experimental y de la investigación filosófica y teológica, podemos y debemos mejorar aquella sentencia de Aristóteles -que hizo suya Santo Tomás- del siguiente modo: el embrión humano es algo divino en tanto que es ya un hombre en acto. Por minúsculo que resulte a nuestra mirada, encierra una estructura grandiosa, admirable, completísima, animada por un espíritu inmortal, que constituye un macrocosmos sagrado.
Estamos en peligro de perder la sensibilidad ante lo grandioso de la maternidad/paternidad. Cooperar con Dios en la procreación es intervenir activamente en un portentoso milagro, porque, en cierto sentido, «es más milagro -dice Tomás de Aquino en Los cuatro opuestos- el crear almas, aunque esto maraville menos, que iluminar a un ciego; sin embargo, como esto es más raro, se tiene por más admirable». San Agustín queda incluso más admirado ante la formación de un nuevo ser humano que ante la resurrección de un muerto. Cuando Dios resucita a un muerto, recompone huesos y cenizas; sin embargo -explica ese grande del saber teológico- «tú, antes de llegar a ser hombre, no eras ni ceniza ni huesos; y has sido hecho, no siendo antes absolutamente nada».

Si dependiera de nosotros que Dios resucitase a un muerto (pariente, amigo o desconocido), seguramente haríamos todo cuanto estuviera en nuestro poder, por costoso que resultase. Si Dios nos dijera: haz esto, y este hombre volverá a la vida; sentiríamos una emoción profunda y nos hallaríamos felices de ser cooperadores de un hecho portentoso, divino. Pues aún de mayor relieve es la concepción de un nuevo ser humano. De donde no había nada, surge una imagen de Dios.

SAGRADA POR SU FIN Y SENTIDO DIVINOS

Toda vida humana es fruto del amor de la Trinidad que llama a cada hombre (varón o mujer) a la eterna comunión gozosa con las tres Personas divinas (Cfr. Mt 25, 21.23). Toda persona ha sido ordenada a un fin sobrenatural, es decir, a participar de los bienes divinos que superan la comprensión de la mente humana (DS 3005).
Todos los seres humanos -dice Juan Pablo II- deberían valorar la individualidad de cada una de las personas como criatura de Dios, llamada a ser hermano de Cristo en virtud de la encarnación y redención universal. Para nosotros la sacralidad de la persona se funda en estas premisas. Y sobre estas premisas se funda nuestra celebración de la vida, de toda vida humana. En rigor, las actitudes hostiles a la natalidad no sólo son deficitarias en conocimientos de matemáticas (porque no advierten el tremendo problema que se avecina con el envejecimiento de la población) sino que también son in-humanas, y, por supuesto, absolutamente extrañas al cristianismo. Se requiere haber perdido de vista lo que el hombre es y el sentido de la vida, para caer en esa suerte de nihilismo que prefiere la nada al ser; o suscribir el paradójico hedonismo que desprecia los bienes eternos por mantener, a toda costa, algunas comodidades provisionales. Es preciso recordar que el problema de la natalidad, como cualquier otro referente a la vida humana, hay que considerarlo, por encima de las perspectivas parciales de orden biológico o sociológico, a la luz de una visión integral del hombre y de su vocación, no sólo natural y terrena, sino también sobrenatural y eterna (cfr. Pablo VI, Humanae vitae)

UN CRIMEN ABOMINABLE

La vida humana es, pues, tanto por su origen, como por su naturaleza, como por su fin o sentido, una criatura muy de Dios, muy especialmente suya. Atentar contra esa vida es atentar contra la propiedad de Dios, como desafiarle cara a cara. «En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Cfr. Mt 25, 40). Estas palabras de Jesucristo nos hablan del punto extremo al que llega su amorosa solidaridad con cada uno de nosotros. Respeta infinitamente nuestra libertad, pero quien la use contra su imagen -varón o mujer-, quiérase o no, la usa contra Dios mismo. Y ante Él, más que ante tribunales e historias humanas, habrá que responder.
Se comprende bien así que la Iglesia católica haya enseñado siempre -también hoy porque es verdad perenne-, que el aborto procurado es un crimen abominable: Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la excelsa misión de conservar la vida, misión que deben cumplir de modo digno del hombre. Por consiguiente, se ha de proteger la vida con el máximo cuidado desde la concepción; tanto el aborto como el infanticidio son crímenes nefandos (cfr. Vat II, GS 51,3). La cooperación formal a un aborto constituye un pecado grave. La Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión este delito: "quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae" (CIC, can. 1398) es decir, "de modo que incurre ipso facto en ella quien comete el delito" (CIC, can 1314), en las condiciones previstas por el Derecho (cfr. CIC, can. 1323-24). Con esto la Iglesia no pretende restringir el ámbito de la misericordia divina; lo que hace es proclamar la gravedad del crimen cometido, el daño irreparable causado al inocente a quien se da muerte, a sus padres y a toda la sociedad.
El infanticidio (cfr. GS 51,3), el fratricidio, el parricidio, el homicidio del cónyuge son crímenes especialmente graves a causa de los vínculos naturales que rompen. Preocupaciones de eugenismo o de salud pública no pueden justificar ningún homicidio, aunque fuera ordenado por las propias autoridades (CEC 2268).
Se comprende que hay situaciones límite en las cuales surge la fuerte tentación de claudicar y matar o matarse. Ni el aborto procurado ni la eutanasia suicida son caprichos de sólo gente enajenada. Pero la comprensión y la compasión no pueden convertirse en cómplices de un asesinato. A la persona, su conciencia moral puede pedirle alguna vez un acto de heroísmo al servicio de la dignidad de la persona y de la sociedad. Las leyes civiles han de hacerse eco de ello. El Estado no puede eximirse de defender absoluta y positivamente la vida de sus súbditos en particular y de todos en general. Es una cuestión de bien común, fin esencial del Estado. Y esto se puede entender desde la mera razón jurídica, como muestra la Encíclica Evangelium vitae.

NO HAY VIDA HUMANA INÚTIL

Para el cristiano no hay vida humana inútil, por más que las apariencias sugieran lo contrario. Toda persona, cualquiera que sea su estado físico o psíquico, es eternamente llamada a ser eternamente feliz en el Cielo. Aunque a veces cueste entenderlo, también el dolor entra en los planes de Dios, quien lo encamina al bien de los que le aman.
«Una tribulación pasajera y liviana -dice el apóstol Pablo-, produce un inmenso e incalculable tesoro de gloria» (2 Cor 4, 13-15). ¿Qué decir, pues, de una tribulación grave y duradera, como puede ser una vida con tremendas deficiencias físicas o psíquicas, tanto para quien la sufre como para quienes han de protegerla y mimarla? No hay palabras para expresar la grandeza y el honor eterno que alcanzarán. «Considero, hermanos -insiste San Pablo-, que no se pueden comparar los sufrimientos de esta vida presente con la gloria futura que se ha de manifestar en nosotros» (Rom 21, 8-18). El Apóstol se gozaba en sus sufrimientos, porque así cumplía en su carne una porción de lo que Cristo ha querido sufrir en su Cuerpo, que es la Iglesia, para el bien de sus miembros y de toda la humanidad (Cfr. 1 Cor 12, 27).
Por eso, la Iglesia -afirma el Papa- cree firmemente que la vida humana, aunque débil y enferma, es siempre un don espléndido del Dios de la bondad. Contra el pesimismo y el egoísmo, que ofuscan el mundo, la Iglesia está en favor de la vida.

Via: arvo,net
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♥Consagración a la Virgen María

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CONSAGRACIÓN DEL MATRIMONIO AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

CONSAGRACIÓN DEL MATRIMONIO AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA
"Oh, Corazón Inmaculado de María, refugio seguro de nosotros pecadores y ancla firme de salvación, a Ti queremos hoy consagrar nuestro matrimonio. En estos tiempos de gran batalla espiritual entre los valores familiares auténticos y la mentalidad permisiva del mundo, te pedimos que Tu, Madre y Maestra, nos muestres el camino verdadero del amor, del compromiso, de la fidelidad, del sacrificio y del servicio. Te pedimos que hoy, al consagrarnos a Ti, nos recibas en tu Corazón, nos refugies en tu manto virginal, nos protejas con tus brazos maternales y nos lleves por camino seguro hacia el Corazón de tu Hijo, Jesús. Tu que eres la Madre de Cristo, te pedimos nos formes y moldees, para que ambos seamos imágenes vivientes de Jesús en nuestra familia, en la Iglesia y en el mundo. Tu que eres Virgen y Madre, derrama sobre nosotros el espíritu de pureza de corazón, de mente y de cuerpo. Tu que eres nuestra Madre espiritual, ayúdanos a crecer en la vida de la gracia y de la santidad, y no permitas que caigamos en pecado mortal o que desperdiciemos las gracias ganadas por tu Hijo en la Cruz. Tu que eres Maestra de las almas, enséñanos a ser dóciles como Tu, para acoger con obediencia y agradecimiento toda la Verdad revelada por Cristo en su Palabra y en la Iglesia. Tu que eres Mediadora de las gracias, se el canal seguro por el cual nosotros recibamos las gracias de conversión, de amor, de paz, de comunicación, de unidad y comprensión. Tu que eres Intercesora ante tu Hijo, mantén tu mirada misericordiosa sobre nosotros, y acércate siempre a tu Hijo, implorando como en Caná, por el milagro del vino que nos hace falta. Tu que eres Corredentora, enséñanos a ser fieles, el uno al otro, en los momentos de sufrimiento y de cruz. Que no busquemos cada uno nuestro propio bienestar, sino el bien del otro. Que nos mantengamos fieles al compromiso adquirido ante Dios, y que los sacrificios y luchas sepamos vivirlos en unión a tu Hijo Crucificado. En virtud de la unión del Inmaculado Corazón de María con el Sagrado Corazón de Jesús, pedimos que nuestro matrimonio sea fortalecido en la unidad, en el amor, en la responsabilidad a nuestros deberes, en la entrega generosa del uno al otro y a los hijos que el Señor nos envíe. Que nuestro hogar sea un santuario doméstico donde oremos juntos y nos comuniquemos con alegría y entusiasmo. Que siempre nuestra relación sea, ante todos, un signo visible del amor y la fidelidad. Te pedimos, Oh Madre, que en virtud de esta consagración, nuestro matrimonio sea protegido de todo mal espiritual, físico o material. Que tu Corazón Inmaculado reine en nuestro hogar para que así Jesucristo sea amado y obedecido en nuestra familia. Qué sostenidos por Su amor y Su gracia nos dispongamos a construir, día a día, la civilización del amor: el Reinado de los Dos Corazones. Amén. -Madre Adela Galindo, Fundadora SCTJM

CONSAGRACIÓN DEL MATRIMONIO A LOS DOS CORAZONES EN SU RENOVACIÓN DE VOTOS

CONSAGRACIÓN DEL MATRIMONIO A LOS DOS CORAZONES EN SU RENOVACIÓN DE VOTOS
Oh Corazones de Jesús y María, cuya perfecta unidad y comunión ha sido definida como una alianza, término que es también característico del sacramento del matrimonio, por que conlleva una constante reciprocidad en el amor y en la dedicación total del uno al otro. Es la alianza de Sus Corazones la que nos revela la identidad y misión fundamental del matrimonio y la familia: ser una comunidad de amor y vida. Hoy queremos dar gracias a los Corazones de Jesús y María, ante todo, por que en ellos hemos encontrado la realización plena de nuestra vocación matrimonial y por que dentro de Sus Corazones, hemos aprendido las virtudes de la caridad ardiente, de la fidelidad y permanencia, de la abnegación y búsqueda del bien del otro. También damos gracias por que en los Corazones de Jesús y María hemos encontrado nuestro refugio seguro ante los peligros de estos tiempos en que las dos grandes culturas la del egoísmo y de la muerte, quieren ahogar como fuerte diluvio la vida matrimonial y familiar. Hoy deseamos renovar nuestros votos matrimoniales dentro de los Corazones de Jesús y María, para que dentro de sus Corazones permanezcamos siempre unidos en el amor que es mas fuerte que la muerte y en la fidelidad que es capaz de mantenerse firme en los momentos de prueba. Deseamos consagrar los años pasados, para que el Señor reciba como ofrenda de amor todo lo que en ellos ha sido manifestación de amor, de entrega, servicio y sacrificio incondicional. Queremos también ofrecer reparación por lo que no hayamos vivido como expresión sublime de nuestro sacramento. Consagramos el presente, para que sea una oportunidad de gracia y santificación de nuestras vidas personales, de nuestro matrimonio y de la vida de toda nuestra familia. Que sepamos hoy escuchar los designios de los Corazones de Jesús y María, y respondamos con generosidad y prontitud a todo lo que Ellos nos indiquen y deseen hacer con nosotros. Que hoy nos dispongamos, por el fruto de esta consagración a construir la civilización del amor y la vida. Consagramos los años venideros, para que atentos a Sus designios de amor y misericordia, nos dispongamos a vivir cada momento dentro de los Corazones de Jesús y María, manifestando entre nosotros y a los demás, sus virtudes, disposiciones internas y externas. Consagramos todas las alegrías y las tristezas, las pruebas y los gozos, todo ofrecido en reparación y consolación a Sus Corazones. Consagramos toda nuestra familia para que sea un santuario doméstico de los Dos Corazones, en donde se viva en oración, comunión, comunicación, generosidad y fidelidad en el sufrimiento. Que los Corazones de Jesús y María nos protejan de todo mal espiritual, físico o material. Que los Dos Corazones reinen en nuestro matrimonio y en nuestra familia, para que Ellos sean los que dirijan nuestros corazones y vivamos así, cada día, construyendo el reinado de sus Corazones: la civilización del amor y la vida. Amén! Nombre de esposos______________________________ Fecha________________________ -Madre Adela Galindo, Fundadora SCTJM

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