Ahora que hemos iniciado el mes de octubre y acabamos de empezar un nuevo curso hay que tener presente el tema de la familia, siempre importante, siempre en primera línea, siempre fortaleciendo relaciones, siempre abierta a todos. Ahora han empezado las sesiones del Sínodo de obispos que durante tres semanas, del 4 al 25 de octubre, trabajará sobre este tema y al terminar el Santo Padre nos entregará un documento para todos nosotros.
Vale la pena que los abuelos hagamos de quicio tanto con los hijos como con los nietos. Hoy hay cosas que se tambalean y no las debemos dejar caer. Tenemos que hacer de tripas corazón y ayudar a quien lo necesite a tirar adelante, a no dar nada por perdido, a seguir luchando con coraje y amor.
Desde el principio el Papa nos ha hecho dar cuenta de la importancia de la familia para cada uno de nosotros y para toda la sociedad. No ha dejado de recordarnos que es la célula más importante de la sociedad y el lugar donde se forja el carácter, donde se aprenden las virtudes y donde se transmite la fe.
Copiamos algunas de sus frases en diferentes alocuciones:
Cuando Dios termina la obra de la creación, realiza su obra maestra; la obra maestra es el hombre y la mujer.
Jesús comienza sus milagros con esta obra maestra, en un matrimonio, en una fiesta de bodas: un hombre y una mujer. Así, Jesús nos enseña que la obra maestra de la sociedad es la familia: el hombre y la mujer que se aman. ¡Esta es la obra maestra!
La familia permanece en el fundamento de la convivencia y la garantía contra la exfoliación social.
Los niños tienen el derecho de crecer en una familia, con un papá y una mamá, capaces de crear un ambiente idóneo a su desarrollo y a su maduración afectiva.
Hay que recordar la contribución “indispensable” del matrimonio a la sociedad, contribución que “supera el nivel de la emotividad y de la necesidad contingente de la pareja”.
Este es el motivo por el cual es tan importante la familia: el Hijo de Dios nació en una familia y allí “conoció el mundo: un taller, cuatro casas, un pueblito de nada.
No existe el matrimonio exprés: es necesario trabajar en el amor, es necesario caminar. La alianza del amor del hombre y la mujer se aprende y se afina. Se trata de una alianza artesanal.
Hacer de dos vida una vida sola, es incluso casi un milagro.
Las bodas son momentos especiales en la vida de muchos. Para los “más veteranos”, padres, abuelos, es una oportunidad para recoger el fruto de la siembra. Da alegría al alma ver a los hijos crecer y que puedan formar su hogar.
Una boda es la oportunidad de ver, por un instante, que todo por lo que se ha luchado valió la pena. Acompañar a los hijos, sostenerlos, estimularlos para que puedan animarse a construir sus vidas, a formar sus familias, es un gran desafío para los padres.
La familia es escuela de humanidad, escuela que enseña a poner el corazón en las necesidades de los otros, a estar atento a la vida de los demás, a agradecer la vida como una bendición, donde experimentamos el perdón… a buscar lo mejor para los demás.
Sin familia, sin el calor del hogar, la vida se vuelve vacía, comienzan a faltar las redes que nos sostienen en la adversidad, las redes que nos alimentan en la cotidianidad y motivan la lucha para la prosperidad.
Cuando no se vive una vida de familia se van engendrando esas personalidades que las podemos llamar así: “yo, me, mi, conmigo, para mí…”, totalmente centradas en sí mismos, que no saben de solidaridad, de fraternidad, de trabajo en común, de amor, de discusión entre hermanos…
La familia nos salva de dos fenómenos actuales: la fragmentación, es decir, la división, y la masificación. En ambos casos, las personas se transforman en individuos aislados fáciles de manipular, de gobernar.
En ninguna historia familiar no faltan los momentos donde la intimidad de los afectos más queridos es ofendida por el comportamiento de sus miembros.
Estas heridas, que dividen al marido y la mujer, inducen a buscar en otra parte comprensión, apoyo y consolación. Pero a menudo estos “apoyos” no piensan en el bien de la familia.
Y uno se olvida de cómo se dice papá, mamá, hijo, hija, abuelo, abuela… se van como olvidando esas relaciones que son el fundamento. Son el fundamento del nombre que tenemos.
Las familias no son un problema, son principalmente una oportunidad. Una oportunidad que tenemos que cuidar, proteger y acompañar. Es una manera de decir que son una bendición.
Cuando vos empezás a vivir la familia como un problema, te estancás, no caminás, porque estás muy centrado en vos mismo.
Por eso, cuidemos a nuestras familias, verdaderas escuelas del mañana. Cuidemos a nuestras familias, verdaderos espacios de libertad. Cuidemos a nuestras familias, verdaderos centros de humanidad.
Via: Forum Libertas
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